Por la diversidad
sergioaguayo@infosel.net.mx
www.sergioaguayo.org
El Distrito Federal y Coahuila han aprobado las uniones legales de quienes tienen una opción sexual diferente a la mayoritaria. Dado el desamparo de otros grupos vulnerables, es importante entender la génesis que hizo posible este avance en el respeto a los derechos de una comunidad arrinconada, hasta hace bastante poco, por los prejuicios. Los seres humanos tienen varias identidades sexuales y durante siglos la reacción mayoritaria fue la de ignorar a los gays o tratarlos como enfermos o criminales. Un caso extremo fue el Artículo 175 del Código Penal de la Alemania Nazi que servía de base para enviarlos a los campos de concentración en donde se les distinguía cosiéndoles, en su ropa, un triángulo rosa invertido. Decenas de miles fueron ejecutados.
Hace una década la mayoría de los mexicanos todavía negaban o condenaban a una comunidad que, dependiendo la fuente, oscila entre los 2 y los 9 millones de personas. En noviembre del 2006 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la Ley de Sociedades de Convivencia que legaliza a todas las uniones de hecho pero que beneficia en primer lugar a las parejas del mismo sexo. Poco después lo hizo Coahuila. El cambio fue posible por diversos factores. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada en 1948 y se sustenta en un principio bastante elemental: Independientemente de lo escrito en las leyes, existen derechos inherentes a la condición humana. El avance en el respeto a los diferentes derechos ha sido desigual y depende, entre otras cosas, de las acciones de los afectados. Una de las paradojas de esta historia es que cuando la pandemia del VIH-SIDA golpeó a esta comunidad aceleró su organización para defender sus derechos; la causa era tan legítima que obtuvieron un enorme respaldo. Con esa base combatieron prejuicios milenarios. Su éxito tiene varios indicadores. Uno, clarísimo, es el lenguaje cotidiano en donde con enorme lentitud van limitándose las palabras despectivas y generalizándose los más neutrales de gays y lesbianas. Otro es la frecuencia de aparición de personajes sexualmente diversos en series de televisión, películas y otros espacios de la cultura popular. Buena parte de ellos son estadounidenses pero su influencia en México es indudable. Dejaron de ser marginados y raros; se convirtieron en parte de la normalidad.
Todas las encuestas de opinión registran la metamorfosis de los valores y creencias de los mexicanos. En el 2000 -dice la Encuesta Mundial de Valores- al 45 por ciento de los mexicanos les disgustaba tener como vecino a un homosexual; en el 2005 la cifra cayó a un 30 por ciento. Los capitalinos también cambiaron sus opiniones. Según encuestas del diario Reforma el 32 por ciento de los capitalinos aprobaba las uniones de convivencia en el 2000; en el 2007 ya llegaba al 43 por ciento. En la modificación de actitudes y en la aprobación de la ley fue determinante el trabajo de los organismos civiles que representan los intereses de esta comunidad. En el 2000, quince de estos organismos respaldaron a la asambleísta Enoé Uranga quien presentó una iniciativa ante la Asamblea Legislativa de la capital. El texto no incluía el término de "matrimonio" para calificar a las uniones entre personas del mismo sexo; según las encuestas cuando se utiliza viene una caída en la aprobación social. A lo largo del sexenio la Asamblea Legislativa del D.F., discutió en tres ocasiones la propuesta; y la rechazó en igual número de ocasiones por la reacción tan virulenta y enérgica de los sectores conservadores o por los cálculos políticos del jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, que congeló la iniciativa como parte de su estrategia para llegar a la Presidencia. En el otoño del 2006 las tormentas que sacudían al país modificaron la coyuntura y permitieron la aprobación de la ley con una celeridad sorprendente. El partido Alternativa, con el apoyo de las bancadas de Convergencia, PRD, el PRI y PT, promovió la iniciativa en noviembre pasado y ese mismo mes fue aprobada para ser publicada por el jefe de Gobierno, Alejandro Encinas, con la misma rapidez. Después de los intentos por desaforar a López Obrador y de las irregularidades en la victoria de Felipe Calderón, el PRD, partido mayoritario en la Asamblea, estaba deseoso de asestarle al bando conservador una derrota en uno de los temas que más le importan.
Es probable que el entorno político también influyera en la débil reacción del gobierno Federal: La Procuraduría General de la República se abstuvo de iniciar una acción de inconstitucionalidad lo que fortalece la vigencia de las dos leyes de convivencia aprobadas en el país. La historia hace arabescos extraños. López Obrador congeló esa ley pero las movilizaciones posteriores a la elección crearon las condiciones para que se aprobara. Otro adversario fenomenal, la iglesia, también mantuvo un perfil bajo. Es posible que ello se debiera a los escándalos por pederastia de algunos de sus integrantes. Si la jerarquía hubiera dado una batalla frontal contra las uniones de convivencia el incómodo tema hubiera vuelto a salir exhibiendo una de las incongruencias que debilitan la autoridad moral de la iglesia católica. Esa derrota conservadora ayuda a entender la energía que está desplegando el México conservador para oponerse a las reformas a la ley del aborto actualmente en proceso de aprobación en la Asamblea capitalina. En esta ampliación de los derechos de la comunidad gay los heterosexuales debemos congratularnos porque las uniones de convivencia regularizan una realidad y se transforman en una opción para aquellas personas que, por los motivos más diversos, han formado uniones de convivencia. Pero ninguna ley, por más positiva que sea, transforma automáticamente la realidad. Sí puede convertirse en un instrumento muy poderoso cuando se utiliza como palanca para la ampliación de una cultura dispuesta a reconocer y respetar lo diferente.
México es un país de gran diversidad que ha sido constantemente negada. Empezar a reconocer los derechos de la comunidad gay es un espléndido acto de civilidad democrática que en el mediano plazo fortalecerá la unidad basada en la diversidad. Toda esta historia, en el último de los casos, enseña que hay factores imponderables e imposibles de manejar. Existe, sin embargo, una constante importante de asimilar en los tiempos que corren: Los derechos no se regalan, se conquistan.
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El Distrito Federal y Coahuila han aprobado las uniones legales de quienes tienen una opción sexual diferente a la mayoritaria. Dado el desamparo de otros grupos vulnerables, es importante entender la génesis que hizo posible este avance en el respeto a los derechos de una comunidad arrinconada, hasta hace bastante poco, por los prejuicios. Los seres humanos tienen varias identidades sexuales y durante siglos la reacción mayoritaria fue la de ignorar a los gays o tratarlos como enfermos o criminales. Un caso extremo fue el Artículo 175 del Código Penal de la Alemania Nazi que servía de base para enviarlos a los campos de concentración en donde se les distinguía cosiéndoles, en su ropa, un triángulo rosa invertido. Decenas de miles fueron ejecutados.
Hace una década la mayoría de los mexicanos todavía negaban o condenaban a una comunidad que, dependiendo la fuente, oscila entre los 2 y los 9 millones de personas. En noviembre del 2006 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la Ley de Sociedades de Convivencia que legaliza a todas las uniones de hecho pero que beneficia en primer lugar a las parejas del mismo sexo. Poco después lo hizo Coahuila. El cambio fue posible por diversos factores. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada en 1948 y se sustenta en un principio bastante elemental: Independientemente de lo escrito en las leyes, existen derechos inherentes a la condición humana. El avance en el respeto a los diferentes derechos ha sido desigual y depende, entre otras cosas, de las acciones de los afectados. Una de las paradojas de esta historia es que cuando la pandemia del VIH-SIDA golpeó a esta comunidad aceleró su organización para defender sus derechos; la causa era tan legítima que obtuvieron un enorme respaldo. Con esa base combatieron prejuicios milenarios. Su éxito tiene varios indicadores. Uno, clarísimo, es el lenguaje cotidiano en donde con enorme lentitud van limitándose las palabras despectivas y generalizándose los más neutrales de gays y lesbianas. Otro es la frecuencia de aparición de personajes sexualmente diversos en series de televisión, películas y otros espacios de la cultura popular. Buena parte de ellos son estadounidenses pero su influencia en México es indudable. Dejaron de ser marginados y raros; se convirtieron en parte de la normalidad.
Todas las encuestas de opinión registran la metamorfosis de los valores y creencias de los mexicanos. En el 2000 -dice la Encuesta Mundial de Valores- al 45 por ciento de los mexicanos les disgustaba tener como vecino a un homosexual; en el 2005 la cifra cayó a un 30 por ciento. Los capitalinos también cambiaron sus opiniones. Según encuestas del diario Reforma el 32 por ciento de los capitalinos aprobaba las uniones de convivencia en el 2000; en el 2007 ya llegaba al 43 por ciento. En la modificación de actitudes y en la aprobación de la ley fue determinante el trabajo de los organismos civiles que representan los intereses de esta comunidad. En el 2000, quince de estos organismos respaldaron a la asambleísta Enoé Uranga quien presentó una iniciativa ante la Asamblea Legislativa de la capital. El texto no incluía el término de "matrimonio" para calificar a las uniones entre personas del mismo sexo; según las encuestas cuando se utiliza viene una caída en la aprobación social. A lo largo del sexenio la Asamblea Legislativa del D.F., discutió en tres ocasiones la propuesta; y la rechazó en igual número de ocasiones por la reacción tan virulenta y enérgica de los sectores conservadores o por los cálculos políticos del jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, que congeló la iniciativa como parte de su estrategia para llegar a la Presidencia. En el otoño del 2006 las tormentas que sacudían al país modificaron la coyuntura y permitieron la aprobación de la ley con una celeridad sorprendente. El partido Alternativa, con el apoyo de las bancadas de Convergencia, PRD, el PRI y PT, promovió la iniciativa en noviembre pasado y ese mismo mes fue aprobada para ser publicada por el jefe de Gobierno, Alejandro Encinas, con la misma rapidez. Después de los intentos por desaforar a López Obrador y de las irregularidades en la victoria de Felipe Calderón, el PRD, partido mayoritario en la Asamblea, estaba deseoso de asestarle al bando conservador una derrota en uno de los temas que más le importan.
Es probable que el entorno político también influyera en la débil reacción del gobierno Federal: La Procuraduría General de la República se abstuvo de iniciar una acción de inconstitucionalidad lo que fortalece la vigencia de las dos leyes de convivencia aprobadas en el país. La historia hace arabescos extraños. López Obrador congeló esa ley pero las movilizaciones posteriores a la elección crearon las condiciones para que se aprobara. Otro adversario fenomenal, la iglesia, también mantuvo un perfil bajo. Es posible que ello se debiera a los escándalos por pederastia de algunos de sus integrantes. Si la jerarquía hubiera dado una batalla frontal contra las uniones de convivencia el incómodo tema hubiera vuelto a salir exhibiendo una de las incongruencias que debilitan la autoridad moral de la iglesia católica. Esa derrota conservadora ayuda a entender la energía que está desplegando el México conservador para oponerse a las reformas a la ley del aborto actualmente en proceso de aprobación en la Asamblea capitalina. En esta ampliación de los derechos de la comunidad gay los heterosexuales debemos congratularnos porque las uniones de convivencia regularizan una realidad y se transforman en una opción para aquellas personas que, por los motivos más diversos, han formado uniones de convivencia. Pero ninguna ley, por más positiva que sea, transforma automáticamente la realidad. Sí puede convertirse en un instrumento muy poderoso cuando se utiliza como palanca para la ampliación de una cultura dispuesta a reconocer y respetar lo diferente.
México es un país de gran diversidad que ha sido constantemente negada. Empezar a reconocer los derechos de la comunidad gay es un espléndido acto de civilidad democrática que en el mediano plazo fortalecerá la unidad basada en la diversidad. Toda esta historia, en el último de los casos, enseña que hay factores imponderables e imposibles de manejar. Existe, sin embargo, una constante importante de asimilar en los tiempos que corren: Los derechos no se regalan, se conquistan.
Kikka Roja