La canciller Patricia Espinosa está haciendo un mal servicio al presidente Calderón al no impedir que cometa errores como el de Davos. Casi en la desesperación, el equipo de Felipe Calderón llamó con urgencia a la ciudad de México a Patricia Espinosa, quien canceló una cena con altos funcionarios de la ONUDI en su residencia en Viena, donde fungía como embajadora, empacó ligero y tomó el avión. En México, Calderón le dijo que como faltaba completar la cuota de género en la conformación de su gabinete, le ofrecía el cargo de secretaria de Relaciones Exteriores en el entendido, deslizó, que no era lo que su corazón quería -latía por el embajador Arturo Sarukhán- y que el puesto sería por aproximadamente dos años. Ella aceptó, pese a la humillación. Rápidamente, la oficina de prensa de Calderón le agenda entrevistas y, en vísperas de la toma de posesión, ya había generado un problema, con unas declaraciones negativas sobre Cuba que ponían nuevamente en vilo el delicado tejido de reconstrucción de las relaciones con el régimen de Fidel Castro. Un trabajo de control de daños y una nueva entrevista a un periódico afín a La Habana donde se desdijo, llevaron a que el embajador de Cuba en México, Jorge Bolaños, asistiera a la ceremonia de unción presidencial y a la cena que ofreció Calderón a los invitados a la ceremonia y al cuerpo diplomático. Fue lo último concreto que se hizo con Cuba, cuyo reacercamiento quedó a la deriva.
La canciller, que correctamente quiere hacer las cosas en la discreción de la diplomacia, se ha pasado. Ha sido tan cuidadosa que luce medrosa y sin saber para dónde ir. Los cubanos están desconcertados por la ausencia de señales. Los escarceos sobre la posibilidad de que el embajador Jorge Montaño regresara al servicio exterior vía la representación en La Habana, generó expectativa entre los cubanos, que lo conocen bien, y puentes claves con Castro, como el escritor Gabriel García Márquez, su viejo amigo. Pero una indiscreción desde la oficina de Espinosa que fue mal utilizada en la prensa por el embajador en la ONU, Enrique Berruga -próximo a ser defenestrado por bocón y por haber hecho campaña por Andrés Manuel López Obrador-, provocó que las cosas se enfriaran y que Montaño pensara nuevamente su regreso a la política exterior. Los primeros escalones para reencauzar la relación con Cuba se han desandado. Espinosa está en una especie de hoyo. El más profundo se dio la semana pasada cuando de la nada, en contradicción total con su discurso latinoamericanista y las primeras señales de acercamiento a la región, el presidente Calderón se dedicó a dar entrevistas a la prensa alemana y española donde arremetió contra los presidentes Hugo Chávez de Venezuela, y Evo Morales de Bolivia. Encarrerado, Calderón volvió a meterse con ellos en el Foro Económico de Davos, durante un panel donde compartió silla con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien le recordó, cuando se propasó el mandatario mexicano con Chávez, que el venezolano había sido electo en procesos democráticos.
¿Qué sucedió con Calderón?Desde hace semanas el Presidente ha venido señalando su animadversión con Chávez en reuniones con diversos grupos de interés, sin que nadie lo esté frenando o lo esté alertando. Calderón no tiene en Los Pinos, para mal, un consejero de política exterior que le pudiera ir prendiendo los focos de alerta sobre esos temas o moderando sus posiciones, como lo tienen muchos dignatarios. La secretaria Espinosa tampoco está jugando ese papel. Los excesos discursivos de Calderón la semana pasada, reconocidos sutilmente en la declaración que emitió la Presidencia desde Londres tratando de corregir las acusaciones sibilinas contra Chávez y Morales, son responsabilidad del mandatario y corresponsabilidad de la canciller. Espinosa tenía la obligación, como parte de su trabajo, de haber advertido al Presidente de la repercusión que traerían sus declaraciones. No lo hizo y no hay muchas explicaciones para ello. O la secretaria carece de acceso al Presidente, lo cual no sería extraño por el origen de su nombramiento aunque sí un problema, o la canciller ni lo conoce bien ni le tiene confianza. En cualquier caso, quien pierde es el gobierno y, por consiguiente, el país. El balance de la gira muestra en dónde quedaron los énfasis de las visitas y los resultados públicos y políticos.
El viaje a Europa estuvo muy bien calculado, no sólo por la participación en Davos, sino por las estaciones estratégicas en Alemania, España y el Reino Unido. Los dos últimos son los referentes socialdemócratas europeos que, pese a tener más afinidades ideológicas con el PRD, salieron a reconocer rápidamente en la voz de sus jefes de gobierno el triunfo de Calderón y a criticar la no aceptabilidad de la derrota por parte de López Obrador, otorgando una prematura pero importante legitimidad a su apretada victoria electoral. Visitar Berlín fue clave por el interés de Calderón para hablar con la canciller federal Ángela Merkel sobre la forma como los democristianos, que es su partido, han ido forjando alianzas políticas en ese país. Pero los tiros de precisión fueron avasallados por las declaraciones del presidente del PAN, Manuel Espino, en contra del presidente español José Luis Rodríguez Zapatero -que no es responsabilidad de Espinosa-, y por el debate con Lula por sus ataques a Chávez y Morales. No sólo quedaron ocultos los objetivos estratégicos del viaje a Europa, sino que generó una profunda confusión en México, donde se prendieron los focos amarillos. Por ejemplo, en el Senado. La secretaria Espinosa les mandó esta semana un paquete de 12 nombramientos de organismos internacionales, pero el del embajador designado en Canadá, Emilio Goicoechea, secretario particular del ex presidente Vicente Fox, que fue rechazado previamente por el Senado, lo envió a la Comisión Permanente del Congreso -donde están aliados el PRI y el PAN- para su aprobación.
La chicanada política no le gustó al Senado, que quiere detener la aprobación de los nombramientos hasta que la secretaria Espinosa vaya a explicarles cuál es la política exterior de este gobierno. La canciller se ha negado a ir al Senado, pero ni siquiera es por voluntad propia, sino porque en la Secretaría de Gobernación, que también la mangonea, le han dicho que no tiene nada a qué ir.Espinosa está entrampada, y por lo que se empieza a ver en estos dos primeros meses de gobierno, bastante sola. Está pagando el ser una pieza desechable que se usó para componendas coyunturales, y carecer de personalidad y fortaleza dentro del gabinete. Los dos años de horizonte que le garantizó Calderón, parecen muy lejos para que se cumplan. No tiene apoyo político ni recursos para desplegar una nueva política exterior. Se ve como una canciller agobiada, que cae en errores constantes, aunque eso sí, tan diplomáticamente procesados que, para su fortuna, quizás la única, la opinión pública aún no los registra.
rriva@eluniversal.com.mx
r_rivapalacio@yahoo.com
La canciller, que correctamente quiere hacer las cosas en la discreción de la diplomacia, se ha pasado. Ha sido tan cuidadosa que luce medrosa y sin saber para dónde ir. Los cubanos están desconcertados por la ausencia de señales. Los escarceos sobre la posibilidad de que el embajador Jorge Montaño regresara al servicio exterior vía la representación en La Habana, generó expectativa entre los cubanos, que lo conocen bien, y puentes claves con Castro, como el escritor Gabriel García Márquez, su viejo amigo. Pero una indiscreción desde la oficina de Espinosa que fue mal utilizada en la prensa por el embajador en la ONU, Enrique Berruga -próximo a ser defenestrado por bocón y por haber hecho campaña por Andrés Manuel López Obrador-, provocó que las cosas se enfriaran y que Montaño pensara nuevamente su regreso a la política exterior. Los primeros escalones para reencauzar la relación con Cuba se han desandado. Espinosa está en una especie de hoyo. El más profundo se dio la semana pasada cuando de la nada, en contradicción total con su discurso latinoamericanista y las primeras señales de acercamiento a la región, el presidente Calderón se dedicó a dar entrevistas a la prensa alemana y española donde arremetió contra los presidentes Hugo Chávez de Venezuela, y Evo Morales de Bolivia. Encarrerado, Calderón volvió a meterse con ellos en el Foro Económico de Davos, durante un panel donde compartió silla con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien le recordó, cuando se propasó el mandatario mexicano con Chávez, que el venezolano había sido electo en procesos democráticos.
¿Qué sucedió con Calderón?Desde hace semanas el Presidente ha venido señalando su animadversión con Chávez en reuniones con diversos grupos de interés, sin que nadie lo esté frenando o lo esté alertando. Calderón no tiene en Los Pinos, para mal, un consejero de política exterior que le pudiera ir prendiendo los focos de alerta sobre esos temas o moderando sus posiciones, como lo tienen muchos dignatarios. La secretaria Espinosa tampoco está jugando ese papel. Los excesos discursivos de Calderón la semana pasada, reconocidos sutilmente en la declaración que emitió la Presidencia desde Londres tratando de corregir las acusaciones sibilinas contra Chávez y Morales, son responsabilidad del mandatario y corresponsabilidad de la canciller. Espinosa tenía la obligación, como parte de su trabajo, de haber advertido al Presidente de la repercusión que traerían sus declaraciones. No lo hizo y no hay muchas explicaciones para ello. O la secretaria carece de acceso al Presidente, lo cual no sería extraño por el origen de su nombramiento aunque sí un problema, o la canciller ni lo conoce bien ni le tiene confianza. En cualquier caso, quien pierde es el gobierno y, por consiguiente, el país. El balance de la gira muestra en dónde quedaron los énfasis de las visitas y los resultados públicos y políticos.
El viaje a Europa estuvo muy bien calculado, no sólo por la participación en Davos, sino por las estaciones estratégicas en Alemania, España y el Reino Unido. Los dos últimos son los referentes socialdemócratas europeos que, pese a tener más afinidades ideológicas con el PRD, salieron a reconocer rápidamente en la voz de sus jefes de gobierno el triunfo de Calderón y a criticar la no aceptabilidad de la derrota por parte de López Obrador, otorgando una prematura pero importante legitimidad a su apretada victoria electoral. Visitar Berlín fue clave por el interés de Calderón para hablar con la canciller federal Ángela Merkel sobre la forma como los democristianos, que es su partido, han ido forjando alianzas políticas en ese país. Pero los tiros de precisión fueron avasallados por las declaraciones del presidente del PAN, Manuel Espino, en contra del presidente español José Luis Rodríguez Zapatero -que no es responsabilidad de Espinosa-, y por el debate con Lula por sus ataques a Chávez y Morales. No sólo quedaron ocultos los objetivos estratégicos del viaje a Europa, sino que generó una profunda confusión en México, donde se prendieron los focos amarillos. Por ejemplo, en el Senado. La secretaria Espinosa les mandó esta semana un paquete de 12 nombramientos de organismos internacionales, pero el del embajador designado en Canadá, Emilio Goicoechea, secretario particular del ex presidente Vicente Fox, que fue rechazado previamente por el Senado, lo envió a la Comisión Permanente del Congreso -donde están aliados el PRI y el PAN- para su aprobación.
La chicanada política no le gustó al Senado, que quiere detener la aprobación de los nombramientos hasta que la secretaria Espinosa vaya a explicarles cuál es la política exterior de este gobierno. La canciller se ha negado a ir al Senado, pero ni siquiera es por voluntad propia, sino porque en la Secretaría de Gobernación, que también la mangonea, le han dicho que no tiene nada a qué ir.Espinosa está entrampada, y por lo que se empieza a ver en estos dos primeros meses de gobierno, bastante sola. Está pagando el ser una pieza desechable que se usó para componendas coyunturales, y carecer de personalidad y fortaleza dentro del gabinete. Los dos años de horizonte que le garantizó Calderón, parecen muy lejos para que se cumplan. No tiene apoyo político ni recursos para desplegar una nueva política exterior. Se ve como una canciller agobiada, que cae en errores constantes, aunque eso sí, tan diplomáticamente procesados que, para su fortuna, quizás la única, la opinión pública aún no los registra.
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