Entre el siempre y el Hamás Agustín Basave 12-Ene-2009 La perspectiva de las fronteras seguras se aleja cada vez que se cometen masacres. ¿Cuántas generaciones de palestinos tendrán que pasar para que se supere el resentimiento de los deudos de tantas víctimas? Enhorabuena por tu retorno a la radio, Carmen Por desgracia, todavía es necesario distinguir explícitamente entre el odio a los judíos y las críticas a las acciones de Israel en los territorios ocupados. De modo que lo vuelvo a proponer: condenemos categóricamente tanto el antisemitismo como el trato que el gobierno israelí da a los palestinos y, de una vez, convengamos en que la nueva ofensiva militar en Gaza es tan deplorable como los ataques con cohetes de Hamás. Ambas acciones atentan contra la población civil y ambas hieren o matan a hombres, mujeres y niños inocentes. Sin embargo, no soslayemos la desproporción del conflicto: al momento de escribir estas líneas tres civiles han muerto en Israel y alrededor de 400 en Palestina, en donde ya suman más de mil los muertos y heridos. En este enfrentamiento ambas partes cometen brutalidades, pero una tiene el poderío para cometerlas en una escala que la otra ni por asomo posee. Para no enredar las cosas con tecnicismos, acudamos al sentido común. Si en un edificio están refugiados diez criminales pero también se encuentran ahí diez personas que no son culpables de sus crímenes —aun en el caso de una guerra y no de una persecución policiaca— ¿es válido volar el edificio y matarlos a todos? Por supuesto que no. Un ejército no debe castigar a gente inocente porque otros decidieron usarla de escudo, así se trate de connacionales o incluso de familiares del enemigo. Es obligación del mando militar ofensor rechazar el facilismo de la devastación y diseñar estrategias que eviten o por lo menos minimicen las bajas civiles. Los ciudadanos ajenos a la conflagración bélica de un lado tienen el mismo derecho a la vida que los del otro, y todos y cada uno de ellos valen lo mismo. Refrendemos el menos exitoso de los lugares comunes: la solución definitiva del conflicto es que todos los actores reconozcan la existencia y soberanía de los Estados de Israel y Palestina y que se garantice su seguridad y su viabilidad. Pero el acuerdo sobre la división territorial y la perspectiva de las fronteras seguras se aleja cada vez que se cometen masacres como la que se está perpetrando en Gaza. ¿Cuántas generaciones de palestinos en particular y de árabes en general tendrán que pasar para que se supere el resentimiento de los deudos de tantas víctimas? La verdad es que, si no se firma pronto un plan de paz razonable y justo y se inicia una nueva relación reivindicativa, la alternativa de Israel será mantener indefinidamente el statu quo de miedo y zozobra del Oriente Medio o de plano aniquilar a sus vecinos. Y contra lo que algunos pragmáticos creen, el pragmatismo no aconseja lo primero ni mucho menos lo segundo. Los últimos en desear un genocidio son aquellos que lo han padecido. Es difícil agregar algo relevante a lo que escribió José Woldenberg en su artículo del jueves pasado en Reforma. Con su proverbial sensatez y equilibrio, Pepe dibuja el laberinto y bosqueja la salida. Y es que, como he dicho en otras ocasiones en este mismo espacio, los fundamentalismos de signo contrario se alimentan mutuamente y romper ese círculo vicioso es tarea de titanes de la moderación. Paradójicamente, los hardliners israelíes fortalecerán a Hamás en tanto pretendan aplastarlo y viceversa. En buena medida, los duros de uno y otro bandos están a gusto con la situación actual porque, por terrible que sea, ambos tienen algo que ganar con ella. Unos las elecciones y otros el control de su territorio. Y algunos de los terceros en discordia, de aquellos que conforman el mapa de la región, se hacen de la vista gorda porque no ven con malos ojos la idea de que grupos como Hamás y Hezbolá sean diezmados. Sé que en casos como éste hablar desde la mediación es predicar en el desierto. Si se les dice a los habitantes de Israel que sus fuerzas armadas están cometiendo una atrocidad, dos terceras partes se sentirán agraviadas y justificarán la ofensiva como su defensa contra terroristas; y si se les pide a los palestinos que exijan el alto al lanzamiento de cohetes, otros tantos dirán que es una mínima reacción en defensa propia. Por eso es enormemente difícil detener la espiral una vez que ha empezado a girar. Hay que combatir lo mismo la injusticia que el terrorismo, sin duda, pero discutir quién inició este episodio de la sinrazón es un cuento de nunca acabar. He aquí la triste realidad: la paz se encuentra atrapada entre el siempre y el Hamás. Con todo, más acá de la imparcialidad hay una realidad inescapable. La explico con un ejemplo simplista pero elocuente. Se están peleando dos familias vecinas, parientes para más señas, que tienen una vieja y acérrima rivalidad, que se han agredido por generaciones y que mantienen una disputa irresuelta por los linderos de sus propiedades. En cada una de ellas hay unos hermanos más enojados que otros, unos que están armados y dispuestos a resolver el pleito a la mala y otros que prefieren dialogar y buscar un entendimiento. Los rijosos se imponen y empieza la batalla. Los dos grupos pretenden acabar con el oponente, con la diferencia de que uno es pobre y tiene resorteras y piedras y el otro es rico y cuenta con rifles de alto poder y granadas. Los primeros resultados son evidentes: hay muchísimos más heridos y muertos de un lado de la barda. Si usted presenciara la refriega, ¿qué postura tomaría? abasave@prodigy.net.mx Tanto la ofensiva militar en Gaza como los ataques con cohetes atentan contra la población civil. Sin embargo, no soslayemos la desproporción del conflicto: tres civiles han muerto en Israel y alrededor de 400 en Palestina. |
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