acamin@milenio.com
El gobierno federal tendrá 701 mil 815 horas de tiempos oficiales en radio y televisión, nos informa MILENIO. Es una horrenda noticia. La promesa de un desfile monstruoso.
Durante setecientas mil horas del año, televidentes y radioescuchas recibirán algunos de los mensajes más inútiles y huecos de la publicidad mexicana. Mentir y exagerar va con el oficio publicitario. También enganchar, sorprender, seducir. En la publicidad oficial tendremos sólo la primera parte de la fórmula, con cuidadoso ahorro de la segunda. Mentiras solemnes, hechos virtuales, lemas demagógicos, basura institucional. Al dispendio en especie de los tiempos oficiales, habrá que agregar el dispendio en dineros públicos con que el gobierno compra tiempo en los medios. El año pasado fueron casi tres mil millones de pesos del gobierno federal, aparte el gasto de partidos, precandidatos y gobiernos estatales. Es una fortuna gastada en promover políticos y gobiernos en una lógica esférica de autoservicio. No hay en esos muchos milenios de horas y millones sino unas pocas cosas que interesan, sirven o mejoran a los ciudadanos. Todo es servicio y elogio del emisor.
Los políticos han descubierto que los medios masivos venden todo, incluso sus mensajes precerebrales. Saben bien que si no acuden a esa competida ágora pública, pierden presencia y poder. Anunciarse es, de algún modo, gobernar. Quien se sale de la pauta publicitaria se sale del mercado político. Ésta es la realidad de nuestra publicracia. El presidente Calderón ha dado muestras de que en esto repetirá a su antecesor. El antecesor podría demostrar que se sostuvo en sus índices de popularidad porque se anunció. Ningún político dejará de anunciarse mientras sus competidores puedan hacerlo. Hay que sacarlos a todos del mercado publicitario para que no necesiten de él y para que sus competidores no les ganen deslealmente por ausencia. Para ello habría que prohibir la publicidad política en medios masivos, en todos los niveles de gobierno, en toda la república. Y destinar la fortuna que se gasta hoy en eso a mensajes que completen la escuela, que mejoren los valores cívicos de la gente, sus conductas familiares, educativas, sanitarias, sexuales, económicas… Cosas que sirvan a la vida real de los ciudadanos, no a la imagen publicitaria de sus gobernantes.
El gobierno federal tendrá 701 mil 815 horas de tiempos oficiales en radio y televisión, nos informa MILENIO. Es una horrenda noticia. La promesa de un desfile monstruoso.
Durante setecientas mil horas del año, televidentes y radioescuchas recibirán algunos de los mensajes más inútiles y huecos de la publicidad mexicana. Mentir y exagerar va con el oficio publicitario. También enganchar, sorprender, seducir. En la publicidad oficial tendremos sólo la primera parte de la fórmula, con cuidadoso ahorro de la segunda. Mentiras solemnes, hechos virtuales, lemas demagógicos, basura institucional. Al dispendio en especie de los tiempos oficiales, habrá que agregar el dispendio en dineros públicos con que el gobierno compra tiempo en los medios. El año pasado fueron casi tres mil millones de pesos del gobierno federal, aparte el gasto de partidos, precandidatos y gobiernos estatales. Es una fortuna gastada en promover políticos y gobiernos en una lógica esférica de autoservicio. No hay en esos muchos milenios de horas y millones sino unas pocas cosas que interesan, sirven o mejoran a los ciudadanos. Todo es servicio y elogio del emisor.
Los políticos han descubierto que los medios masivos venden todo, incluso sus mensajes precerebrales. Saben bien que si no acuden a esa competida ágora pública, pierden presencia y poder. Anunciarse es, de algún modo, gobernar. Quien se sale de la pauta publicitaria se sale del mercado político. Ésta es la realidad de nuestra publicracia. El presidente Calderón ha dado muestras de que en esto repetirá a su antecesor. El antecesor podría demostrar que se sostuvo en sus índices de popularidad porque se anunció. Ningún político dejará de anunciarse mientras sus competidores puedan hacerlo. Hay que sacarlos a todos del mercado publicitario para que no necesiten de él y para que sus competidores no les ganen deslealmente por ausencia. Para ello habría que prohibir la publicidad política en medios masivos, en todos los niveles de gobierno, en toda la república. Y destinar la fortuna que se gasta hoy en eso a mensajes que completen la escuela, que mejoren los valores cívicos de la gente, sus conductas familiares, educativas, sanitarias, sexuales, económicas… Cosas que sirvan a la vida real de los ciudadanos, no a la imagen publicitaria de sus gobernantes.
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