V-e-r-a-c-r-u-z
Guadalupe Loaeza
Me fui desde el miércoles de la semana pasada. La perspectiva de ir a Veracruz me daba mucha ilusión. Volver al puerto, después de haberle dedicado durante varios meses todo un capítulo completito como parte de la biografía de Agustín Lara, me provocaba una extraña emoción, estaba segura de que ya no lo vería con los mismos ojos, sino con los del músico poeta, tal como sucedió. Debo decir que en esta ocasión el motivo de mi viaje no era la nostalgia por el compositor, sino una cita muy importante con ¡mil mujeres! María de Lourdes Baez fue la que me invitó para hablarles de equidad e igualdad de género a este grupo de ciudadanas quienes además de encontrarse preocupadas por sus derechos, están muy interesadas en que el próximo 2 de septiembre gane su candidato de la alianza Fidelidad por Veracruz para la presidencia municipal del puerto jarocho.
Confieso nunca haber apoyado antes a un candidato del Partido Revolucionario Institucional, pero en tratándose de una persona como el doctor Jon Rementería Sempé, no lo dudé ni un minuto. La noche del mismo día en que llegué, Patricia Coello, su mujer, me invitó a merendar junto con otras mujeres del grupo organizador, para que pudiera conocer mejor a Jon. Cuando llegamos él todavía no había llegado, estaba en un acto de campaña. Eran cerca de las once de la noche, cuando de pronto vi llegar a un señor muy bien parecido cuyo físico me recordó al del doctor Juan Ramón de la Fuente. En seguida, lo que me llamó la atención fue que llegara con una sonrisa sumamente cálida, la cual no desapareció en prácticamente toda la noche. A esas horas, nosotras ya estábamos cenando unos deliciosos tamales de masa no cernida, como los hacen en Veracruz. Después de saludarnos a todas muy amablemente, tomó su lugar en la cabecera de la mesa. No tardé mucho tiempo para darme cuenta que Jon era un hombre de una sencillez apabullante. Por añadidura, cuenta con una cualidad muy afortunada tanto para un hombre político, como para un médico, tiene cara de gente decente, es decir que a él sí le compraría un coche usado, además de pedirle una cita para una consulta. Con toda naturalidad empezó a contarnos acerca de sus abuelos paternos, quienes habían llegado a México desde Bilbao en 1902, año en que fundaron una tienda de ropa que se llamaba El Importador y que se encontraba en la calle de Independencia, la gran calle comercial de Veracruz. Asimismo, se refirió a sus bisabuelos maternos de origen francés, nacidos en Pau, su tatarabuelo fue cónsul de Francia en Veracruz a fines del siglo XIX; de ahí que el candidato de 48 años domine tan bien la lengua de Molière. Egresado de la Facultad Miguel Alemán Valdés de la Universidad Veracruzana, realizó estudios de especialización en el Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán de la Ciudad de México. Nos dijo, igualmente, que había sido becado en la Universidad de Niza, Francia, y que durante dos años había sido secretario de Salud en el gobierno de Fidel Herrera. Pero cuando sus ojos brillaron más fue cuando habló de sus dos hijas: Ainara y Zuriñe. Cuando le pregunté por qué quería ser presidente municipal con toda esa trayectoria tan rica, me contestó muy convencido: "Porque yo quiero la transformación de un nuevo Veracruz, más bello, más justo, de mayor bienestar y mayores oportunidades para nuestros hijos y nuestros nietos". Se lo creí. Sentí que lo que dijo le había salido tanto del corazón, como de la cabeza.
A la mañana siguiente, antes de irnos al Club de Leones donde se llevaría a cabo la conferencia, Lulú me llevó a desayunar a La Parroquia. Había un sol espléndido. La luz era maravillosa. Y la temperatura de casi 40 grados me envolvía como si se tratara de un abrazo cálido y suave. Cuando llegamos, con lo primero que nos topamos en la banqueta fue con una marimba que tocaba Farolito. Me paré en seco. En seguida, no pude evitarlo y empecé a cantar con la mano en el corazón y mirando hacia el mar. Los músicos me miraban extrañados, no daban crédito de encontrarse frente a una señora tan romántica. Por mi parte estaba feliz de estar en el Veracruz de Agustín Lara. Quería que su canción le llegara hasta donde se encontrara y con ella decirle lo que un día escribió, en 1961, en la "Casita Blanca" (hoy museo): "Lejos de volar a mi ventana, procuro ver el mar, ese mar tranquilo y sereno de mi lindo Veracruz. Procuro tener mi sala cerrada, prolongo una oscuridad donde se baña mi emoción en este estado puro, un poco de pereza, esa pereza jarocha de infinita complacencia...". Sí, estaba tan contenta y tan emocionada que desayuné por Agustín Lara y todas sus mujeres: tomé un "lechero" riquísimo al que le sumergí una "canilla"; comí unos huevos "tirados", una "bomba" con mantequilla. Y por último me zampé una "champola" de chocolate. La digestión pasó sin la menor dificultad. Dos horas después hubiera podido pedir exactamente lo mismo.
En el salón Reynas, no había mil, sino mil 500 mujeres. Después de que leí el texto: "¿Ser o no ser sumisa?", el candidato Rementería dijo como conclusión: "La mujer es el baluarte de la familia mexicana; es ella la que tiene esa enorme responsabilidad de la formación de nuestros hijos. Lo que es fundamental es darles herramientas para que ellas puedan construir un futuro mejor para ellas y sus familias. Deben creer en ellas. Ellas pueden y se merecen un mejor presente y un futuro mucho mejor. Pero sobre todo que no sean sumisas". De lo que nunca me enteré cuando finalizó el evento fue lo que sucedió en tanto salían todas esas señoras, más convencidas que nunca de su candidato, a las puertas del Club de Leones.
Unos minutos antes de que finalizara el acto llegaron dos camionetas con gente del PAN y su candidato a la alcaldía, Julio Saldaña. Con una actitud prepotente y soez, dicen que el panista llegó gritando: "a la que vean menos fea la convencen y se la traen para acá". En seguida, sus acompañantes empezaron a distribuir publicidad a todas las mujeres que se dirigían hacia sus coches. Dicen que en esos momentos bajaron unos hombres de las camionetas con garrotes, amedrentando y asustando a las señoras ahí presentes. Dicen que se alteraron los ánimos y que casi se liaron a golpes con el chofer y el asistente de la señora Rementería. Al ver el candidato del PAN que era reconocido, emprendió la graciosa huida para entrar de sorpresa a una reunión de cristianos, que se realizaba en el mismo Club de Leones. Pero como las priistas no son sumisas, tomaron la publicidad que les habían distribuido y la llevaron al basurero.
Después de enterarme de este zafarrancho, no me queda más que decir en honor a Lara: Veracruz vibra en mi ser/ algún día hasta tus playas lejanas/ tendré que volver... al municipio gobernado por Jon, adicto también al compositor veracruzano.
gloaeza@yahoo.com
Emociones Encontradas
16 Agost 07Soy de las que pienso que no hay nada como vivir en pareja, especialmente, a su edad y en su circunstancia.
Queridos Cristina y Germán:
Les escribo esta carta con motivo de su próximo matrimonio. Los felicito. ¡Qué bueno que finalmente decidieron casarse! Soy de las que pienso que no hay nada como vivir en pareja, especialmente, a su edad y en su circunstancia. Además, hacía 30 años que ustedes ya habían establecido una entrañable amistad; una amistad llena de complicidades y de mutuos recuerdos. ¿Acaso no solían salir en parejas y hasta viajaban juntos? Germán con Miriám y Moisés con Cristina. ¿Quién les hubiera dicho que, al quedar viudos, el destino los volvería unir?, ¿qué hubieran pensado Moi y Miriám de este reencuentro tan azaroso?, ¿qué tanto gusto le hubiera dado a Miriám que su mejor amiga se hubiera casado con su marido, ya viudo? Y, ¿qué hubiera dicho Moi que su gran amigo del alma se hubiera matrimoniado con su esposa, ya viuda?, ¿se puede ser desleal con el amigo o con la amiga, incluso después de muertos? He allí la pregunta que ambos se preguntaron varias veces, llegando a la conclusión de que finalmente tanto a Moi como a Miriám les hubiera dado mucho gusto. No obstante su relación empezó a provocarles emociones encontradas. Emociones que por momentos parecían reprimir sus sentimientos. Dicho lo anterior, el que lo tenía más claro de los dos, eras tú, Germán. De plano un buen día te presentaste al departamento de Cristina y le dijiste que te querías casar con ella. Pero con lo que no contabas era que Cristina estaba en plena mudanza, a punto de partir para Cancún, porque ya estaba harta de la ciudad, especialmente del tráfico de Polanco donde vivía. Sí, Cristina ya estaba cansada de su trabajo como diseñadora de interiores, le urgía experimentar una nueva vida. En cambio tú, Germán, no te iba tan mal en tu tienda de tapetes. Lo único que lamentabas, sin embargo, es que tu relación con tu hijo no era nada buena. Te sentías solo por eso decidiste pedirle, de rodillas, la mano a Cristina.
Créanme que su caso, aunque me conmovió, me provocó muchas dudas. ¿Qué tanto celebraría personalmente el hecho de que mi marido, yo ya muerta, le propusiera matrimonio a mi mejor amiga? Sinceramente creo que a mí me daría el soponcio... ¿Por qué?, ¿por egoísmo?, ¿por celos?, ¿por paranoia?, o, simplemente, ¿por coraje? Me temo que por todo lo anterior junto. Bueno, pero ¿por qué me importaría si yo ya estaría dos metros bajo tierra? Por eso precisamente. ¿Por qué diablos, entre todas las mujeres del mundo, mi marido ya viudo, habría escogido a mi mejor amiga, la que mejor conozco, como su futura esposa?, ¿no es acaso evidente que siempre terminarían hablando de mí? De hecho, así les sucedía a ustedes dos. En un momento dado tú, Cristina, le comentas a Germán lo que te había dicho Miriám respecto al tamaño de su “pizarrín”, bautizado con el nombre de “Pancho”. Y tú, Germán, claro te pones furioso por la indiscreción que le hizo tu mujer. He allí los riesgos que tendrán que afrentar, espero que con inteligencia, pero sobre todo con amor en su próxima vida juntos.
Seguramente su historia de amor hará pensar a mucha, mucha gente. Tú, Germán, judío, viudo de 65 años y tú, Cristina, católica, también viuda y de 60 años. Una pareja de la tercera edad que se da la oportunidad de rehacer su vida y de volver a ser felices. Les confieso que desde que los conocí de inmediato me percaté que podían formar una pareja muy pareja. Sobre todo cuando los vi bailar. Ah, qué bonito bailaban la música de los Beatles, el rock and roll, el chachachá, el mambo, el twist, el jarabe tapatío, pero especialmente el danzón. Se los juro que cuando los vi contonearse de esa forma tan sensual me dije: “este arroz ya se coció”. Bueno, bailaban con tanta coordinación que hasta mariposas sentí en el estómago... Hay que decir, Germán, que en ese momento Cristina todavía no te daba el sí. De hecho, ella era, de los dos, la que estaba más renuente con la idea de que se casaran. Moderna y libre como eres, Cristina, lo que querías era vivir tu vida sola. A pesar de ello, en un momento dado, te refieres a tu soledad: “Cuando llego a una fiesta, siento que todos me miran de una manera especial. Termina la fiesta e invariablemente tengo que pedir mi taxi para irme. Pero lo peor es cuando llego a mi casa, en ese momento es cuando me digo que estoy sola, muy sola” dices con cierta amargura. ¡Cuántas mujeres sesentonas viudas o divorciadas se han de sentir así de solas, como tú! ¿Verdad, Germán, que para los hombres que se encuentran en esta misma circunstancia la película es totalmente distinta? No digo que ustedes no puedan llegar a sentir esta misma soledad, pero basta con que sean hombres para que de inmediato encuentren la compañía que quieren. En efecto, tanto para la mujer como para el hombre de la tercera edad, hoy por hoy, la soledad provoca muchas emociones encontradas; por un lado se disfruta de cierta libertad, pero por otro, después termina una por odiarla. ¿Habrá sido por eso, Cristina, que finalmente le dijiste que sí, porque en el fondo deseabas una vida de pareja para compartirla, para bailarla, para platicarla, para jugarla y hasta para sudarla con alguien?,
¿saben a quiénes me encantó conocer, gracias a ustedes? A Rafa y a Carlos, los dos jóvenes que te ayudaban a empacar tus cosas, Cristina. ¡Qué muchachos tan simpáticos! Eso sí, un poquito entrometidos, pero muy profesionales. Sobre todo Rafa el “mudancero” más ético y sensible de todos los mudanceros.
Por último déjenme decirles, mis queridos Cristina y Germán, que su historia de amor me hizo mucho reír, llorar y pensar. Ambos me dejaron con muchas emociones encontradas. Por un lado, me felicité por su feliz unión, y por el otro, lamenté que Cristina no hubiera realizado su sueño de irse a Cancún para vivir su libertad.
Afectuosamente. GL.
Querida y querido lector, si quieren ustedes conocer en persona a Cristina y a Germán les recomiendo, de todo corazón, que vayan al Teatro Manolo Fábregas (Serapio Rendón 15) a ver Emociones Encontradas del escritor estadounidense Richard Baer (autor de Hechizada, La familia Monster y MASH). Una obra inteligente, amena, vital, emotiva y muy, muy divertida, interpretada por Julieta Egurrola en el papel de Cristina y Héctor Bonilla, en el de Germán. La espléndida dirección también es de Héctor Bonilla, junto con Jaime Matarredona. Los “mudanceros” geniales se llaman Fernando Escalona, como “Rafa” y Juan Carlos Medellín, como “Carlos”. Y los productores son: Morris Gilbert y Federico González Compeán.
No, nunca olvidaré a la entrañable pareja de Cristina y Germán.
gloaeza@yahoo.com
Kikka Roja