El horror y las heridas de la interminable guerra en Afganistán
Publicado el 16 de marzo de 2012
Por Amy Goodman
Quizá nunca sepamos qué fue lo que llevó a un sargento del Ejército estadounidense a salir de su base en Afganistán en medio de la noche y asesinar a al menos 16 civiles en sus hogares, entre los que se encuentran nueve niños y tres mujeres. La masacre ocurrida cerca de Balambai, en Kandahar, Afganistán, conmovió al mundo entero e intensificó los pedidos de que se ponga fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. El ataque fue calificado de 'trágico', y por supuesto que lo es. Pero cuando los afganos atacan a las fuerzas estadounidenses se habla de “terrorismo”. Esta es, quizá, la mayor incoherencia de la política estadounidense que impone la democracia a punta de pistola y combate el terrorismo con terrorismo.
“Fui yo”, dijo el supuesto asesino múltiple cuando regresó a la base militar de las afueras de Kandahar, la ciudad del sur denominada “el corazón del Talibán”. Se informó que habría dejado la base a las 3 de la madrugada y habría caminado hacia tres casas vecinas, donde mató sistemáticamente a quienes se encontraban dentro. El agricultor Abdul Samad no estaba en su casa en el momento de la matanza. Su esposa y sus ocho hijos e hijas fueron asesinados. Algunas de las víctimas fueron apuñaladas, otras fueron incineradas. Samad le dijo al New York Times: “Nuestro gobierno nos dijo que regresáramos al pueblo y luego dejan que los estadounidenses nos maten”.
La masacre sucedió luego de las multitudinarias manifestaciones contra la quema de copias del Corán por parte de las fuerzas armadas estadounidenses, que a su vez siguió a la publicación de un video que muestra a infantes de marina estadounidenses orinando sobre cadáveres afganos. Dos años antes, un “equipo de la muerte” integrado por soldados estadounidenses —también cerca de Kandahar— había asesinado a civiles afganos por deporte. Los soldados posaron en fotos horribles junto a los cadáveres mientras mutilaban sus dedos y otras partes del cuerpo como si se tratara de trofeos.
Publicado el 16 de marzo de 2012
Por Amy Goodman
Quizá nunca sepamos qué fue lo que llevó a un sargento del Ejército estadounidense a salir de su base en Afganistán en medio de la noche y asesinar a al menos 16 civiles en sus hogares, entre los que se encuentran nueve niños y tres mujeres. La masacre ocurrida cerca de Balambai, en Kandahar, Afganistán, conmovió al mundo entero e intensificó los pedidos de que se ponga fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos. El ataque fue calificado de 'trágico', y por supuesto que lo es. Pero cuando los afganos atacan a las fuerzas estadounidenses se habla de “terrorismo”. Esta es, quizá, la mayor incoherencia de la política estadounidense que impone la democracia a punta de pistola y combate el terrorismo con terrorismo.
“Fui yo”, dijo el supuesto asesino múltiple cuando regresó a la base militar de las afueras de Kandahar, la ciudad del sur denominada “el corazón del Talibán”. Se informó que habría dejado la base a las 3 de la madrugada y habría caminado hacia tres casas vecinas, donde mató sistemáticamente a quienes se encontraban dentro. El agricultor Abdul Samad no estaba en su casa en el momento de la matanza. Su esposa y sus ocho hijos e hijas fueron asesinados. Algunas de las víctimas fueron apuñaladas, otras fueron incineradas. Samad le dijo al New York Times: “Nuestro gobierno nos dijo que regresáramos al pueblo y luego dejan que los estadounidenses nos maten”.
La masacre sucedió luego de las multitudinarias manifestaciones contra la quema de copias del Corán por parte de las fuerzas armadas estadounidenses, que a su vez siguió a la publicación de un video que muestra a infantes de marina estadounidenses orinando sobre cadáveres afganos. Dos años antes, un “equipo de la muerte” integrado por soldados estadounidenses —también cerca de Kandahar— había asesinado a civiles afganos por deporte. Los soldados posaron en fotos horribles junto a los cadáveres mientras mutilaban sus dedos y otras partes del cuerpo como si se tratara de trofeos.