¿Reconciliación?
Lorenzo MeyerAGENDA CIUDADANA
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“En los propios términos de Calderón, la reconciliación implica pagar un precio proporcional al grado de desencuentro”.
Buenos Deseos. Aprovechando un aniversario más de la Revolución Mexicana y con la mirada puesta en la problemática celebración de su centenario en 2010, Felipe Calderón formuló un llamado para que los festejos en puerta sirvan de espacio para “la reconciliación” y la “fraternidad”. Se entiende que la reconciliación sea un deseo en “Los Pinos”, pero hoy por hoy no son muchas las posibilidades de que se convierta en realidad esa aspiración que se acaricia en las alturas del poder tanto político como económico.
Definición. En su discurso, Calderón echó mano de la definición poética de la Revolución Mexicana que Octavio Paz hizo en El laberinto de la soledad: la revolución fue la violencia a través de la cual el mexicano quiso reconciliarse con su historia y origen. Vista con un poco de cuidado, la visión de Paz no fue la mejor fuente para montar una defensa de los intereses que representa Felipe Calderón y su Gobierno y, en cambio, sí para quienes los cuestionan.
Si lo ocurrido en México entre 1910 y 1940 fue un intento de reconciliación nacional, el afán tuvo un gran costo: la destrucción violenta de un orden establecido. Suponiendo que efectivamente lo vivido en esos intensos años culminó en una relativa restauración de la compatibilidad entre los diversos elementos de la sociedad -pues tal es lo que implica el concepto-, eso ocurrió sólo después de la derrota y destrucción de una clase social que en sí misma resumía la injusticia social de toda una época: la de los terratenientes. Es más, la supuesta recuperación de una cierta congruencia y entendimiento entre regiones, grupos y clases en el México de la revolución triunfante, también requirió de un nuevo arreglo en la relación con el mundo externo, arreglo lleno de choques y peligros con Estados Unidos pero indispensable para aumentar los espacios de soberanía nacional y de auto confianza.
El Antagonismo. El proponer 2010 como el momento de la reconciliación, implica reconocer que la realidad política nacional actual, es una de no conciliación, de antagonismo. Los datos avalan esa caracterización: parte de la ciudadanía está descontenta en extremo con la forma como se llevó a cabo la renovación de los poderes federales en 2006. Y esa inconformidad tiene como base otra mayor, con la falta de eficacia del arreglo institucional y con los contenidos del ejercicio del poder.
En 2000, y como consecuencia del desempeño relativamente bueno y novedoso del mecanismo electoral y de su resultado final -la derrota pacífica del régimen autoritario de la posrevolución mexicana-, se inició lo que podría verse como el principio de una armonización entre la recién nacida ciudadanía mexicana y su entorno institucional. Pareció que México se estaba poniendo a tono con el resto del mundo en materia de congruencia entre la letra y el espíritu de la Ley. Finalmente se llegaba al banquete de la modernidad política, sino a tiempo, al menos antes de que concluyera.
Sin embargo, ese espíritu de armonía duró muy poco. La incompetencia, torpeza, falta de altura, miras y, finalmente, mala fe del presidente y del grupo del que se rodeó para iniciar lo que debería ser la consolidación democrática mexicana, hizo que a partir de mediados del sexenio de Vicente Fox empezara a nacer la sospecha que los recién llegados al poder no iban a jugar la siguiente sucesión presidencial con las mismas reglas que habían permitido su triunfo, que una concepción demasiado estrecha de sus intereses de clase les estaba llevando a planear como retirar la escalera por la que ellos -“el Gobierno de empresarios, para empresarios”- habían subido para evitar que otros -la izquierda- pudiera emplearla con el mismo fin.
El agravio de una parte de la ciudadanía se empezó a gestar y a crecer a partir del incumplimiento de los compromisos adquiridos -someter a juicio a los grandes corruptos del pasado, por ejemplo-, del visible empeño del presidente Fox de hacer de su esposa su sucesora y de la relación presidencia-PAN-PRI-Suprema Corte-medios de información como la gran alianza para impedir, vía su desafuero, que el líder de la izquierda y puntero en las encuestas llegara a ser candidato presidencial.
Ese agravio se consolidó con la parcialidad e ilegalidad de la intervención presidencial y de los hombres del dinero -el Consejo Coordinador Empresarial- en la campaña presidencial, con la ineficacia consciente del IFE y con la intervención abierta del SNTE para inclinar la balanza a favor del candidato de la derecha, entre otros factores. Finalmente, la negativa a la apertura de los paquetes electorales a pesar de los millares de inconsistencias reflejadas en las actas y la diferencia mínima entre los candidatos de derecha e izquierda, consolidó la sospecha de una elección donde la voluntad de la elite del poder había sustituido a la voluntad ciudadana.
¿Reconciliarse? ¿Cómo? El discurso de Felipe Calderón del 20 de noviembre en el monumento a la Revolución expresa el deseo del ganador de 2006 de que la división generada por ese tipo de triunfo quede atrás, pese a que la victoria se logró, según sus propias palabras, “haiga sido como haiga sido”. Pero, siguiendo la propia lógica del discurso del actual ocupante de “Los Pinos”, si la reconciliación del siglo pasado requirió de una revolución ¿cuál es el precio a pagar por la de inicios del actual? ¿quién y cómo lo va a pagar? ¿o es que ahora se espera que la cicatrización de la herida sea gratuita, simple cosa del paso del tiempo?
La Vía “Realista”. Una forma que históricamente ha usado el poder para conciliar o, más bien, para crear la apariencia de la conciliación, es la cooptación: abrir un espacio secundario a ciertos líderes de la oposición para separar a los radicales de los tibios, a los dirigentes de sus bases o para alentarlos a mediatizar las demandas de esas bases. Ejemplos de lo anterior los hay a pasto ¿quién no recuerda los métodos de Luis Echeverría para cubrir la violencia brutal del 68 y del 71 con el nombramiento de jóvenes a puestos secundarios de poder o el gasto público demagógico y aumentos salariales para las corporaciones sindicales que desembocaron en una crisis económica?
Si los recursos del petróleo no le fallan, el sistema que hoy encabeza Calderón bien puede intentar afianzar sus ya estrechos lazos con los gobernadores priistas y con Elba Esther Gordillo e incluir en su red a esa parte del PRD que ya está muy fatigada de nadar a contracorriente y así aislar y neutralizar a los que se empeñan en negar la legitimidad de los resultados electorales del 2006.
Esta vía también incluye sacrificar como chivos expiatorios a algunas de las partes más débiles y prescindibles de la red de complicidades. Ese pareciera ser, por ejemplo, el caso de los consejeros del IFE, empezando por su presidente. La reforma electoral que elimina a los consejeros originales implica reconocer la existencia de zonas negras en la Ley anterior, la que se utilizó para dar el triunfo a Calderón.
La Vía Real. A estas alturas, cuando ya quedó atrás el remedio del “voto por voto”, es difícil imaginar cómo se podría lograr la reconciliación para cuando se tenga que celebrar un centenario que implica legitimar a quienes en 1910 intentaron deshacer el nudo gordiano de los intereses creados mediante el tajo de la espada. Los que hoy manejan el poder tendrían que echar a andar por un sendero casi imposible para ellos: el que les conduciría a hacer una especie de revolución desde arriba.
El precio de la reconciliación auténtica requeriría, por ejemplo, del combate real, abierto a las redes de corrupción dentro del aparato del Estado, empezando por PEMEX. Además, una auténtica reforma fiscal capaz de empezar a enmendar la escandalosa desigualdad en la distribución de la riqueza; desmantelar los grandes monopolios que frenan el crecimiento económico; la reforma educativa sin importar el choque con la directiva del SNTE; empezar a rehacer el aparato de justicia. Y puede seguir la lista de esta tarea equivalente a la de Hércules en los establos del rey.
Realidad e Ilusión. El inventario anterior es, a la vez, el de los grandes problemas nacionales y, por otra parte, una agenda totalmente ilusoria. Justamente la herida que abrió la elite del poder al manipular el proceso electoral de 2006 de la forma como lo hizo, no tenía por objetivo transformar a México sino administrar sus contradicciones y fallas, pero nada más.
Así pues, retornamos al tema del principio: ¿reconciliar? de acuerdo, pero ¿quién y cómo va a pagar por ese reencuentro con la armonía?
Buenos Deseos. Aprovechando un aniversario más de la Revolución Mexicana y con la mirada puesta en la problemática celebración de su centenario en 2010, Felipe Calderón formuló un llamado para que los festejos en puerta sirvan de espacio para “la reconciliación” y la “fraternidad”. Se entiende que la reconciliación sea un deseo en “Los Pinos”, pero hoy por hoy no son muchas las posibilidades de que se convierta en realidad esa aspiración que se acaricia en las alturas del poder tanto político como económico.
Definición. En su discurso, Calderón echó mano de la definición poética de la Revolución Mexicana que Octavio Paz hizo en El laberinto de la soledad: la revolución fue la violencia a través de la cual el mexicano quiso reconciliarse con su historia y origen. Vista con un poco de cuidado, la visión de Paz no fue la mejor fuente para montar una defensa de los intereses que representa Felipe Calderón y su Gobierno y, en cambio, sí para quienes los cuestionan.
Si lo ocurrido en México entre 1910 y 1940 fue un intento de reconciliación nacional, el afán tuvo un gran costo: la destrucción violenta de un orden establecido. Suponiendo que efectivamente lo vivido en esos intensos años culminó en una relativa restauración de la compatibilidad entre los diversos elementos de la sociedad -pues tal es lo que implica el concepto-, eso ocurrió sólo después de la derrota y destrucción de una clase social que en sí misma resumía la injusticia social de toda una época: la de los terratenientes. Es más, la supuesta recuperación de una cierta congruencia y entendimiento entre regiones, grupos y clases en el México de la revolución triunfante, también requirió de un nuevo arreglo en la relación con el mundo externo, arreglo lleno de choques y peligros con Estados Unidos pero indispensable para aumentar los espacios de soberanía nacional y de auto confianza.
El Antagonismo. El proponer 2010 como el momento de la reconciliación, implica reconocer que la realidad política nacional actual, es una de no conciliación, de antagonismo. Los datos avalan esa caracterización: parte de la ciudadanía está descontenta en extremo con la forma como se llevó a cabo la renovación de los poderes federales en 2006. Y esa inconformidad tiene como base otra mayor, con la falta de eficacia del arreglo institucional y con los contenidos del ejercicio del poder.
En 2000, y como consecuencia del desempeño relativamente bueno y novedoso del mecanismo electoral y de su resultado final -la derrota pacífica del régimen autoritario de la posrevolución mexicana-, se inició lo que podría verse como el principio de una armonización entre la recién nacida ciudadanía mexicana y su entorno institucional. Pareció que México se estaba poniendo a tono con el resto del mundo en materia de congruencia entre la letra y el espíritu de la Ley. Finalmente se llegaba al banquete de la modernidad política, sino a tiempo, al menos antes de que concluyera.
Sin embargo, ese espíritu de armonía duró muy poco. La incompetencia, torpeza, falta de altura, miras y, finalmente, mala fe del presidente y del grupo del que se rodeó para iniciar lo que debería ser la consolidación democrática mexicana, hizo que a partir de mediados del sexenio de Vicente Fox empezara a nacer la sospecha que los recién llegados al poder no iban a jugar la siguiente sucesión presidencial con las mismas reglas que habían permitido su triunfo, que una concepción demasiado estrecha de sus intereses de clase les estaba llevando a planear como retirar la escalera por la que ellos -“el Gobierno de empresarios, para empresarios”- habían subido para evitar que otros -la izquierda- pudiera emplearla con el mismo fin.
El agravio de una parte de la ciudadanía se empezó a gestar y a crecer a partir del incumplimiento de los compromisos adquiridos -someter a juicio a los grandes corruptos del pasado, por ejemplo-, del visible empeño del presidente Fox de hacer de su esposa su sucesora y de la relación presidencia-PAN-PRI-Suprema Corte-medios de información como la gran alianza para impedir, vía su desafuero, que el líder de la izquierda y puntero en las encuestas llegara a ser candidato presidencial.
Ese agravio se consolidó con la parcialidad e ilegalidad de la intervención presidencial y de los hombres del dinero -el Consejo Coordinador Empresarial- en la campaña presidencial, con la ineficacia consciente del IFE y con la intervención abierta del SNTE para inclinar la balanza a favor del candidato de la derecha, entre otros factores. Finalmente, la negativa a la apertura de los paquetes electorales a pesar de los millares de inconsistencias reflejadas en las actas y la diferencia mínima entre los candidatos de derecha e izquierda, consolidó la sospecha de una elección donde la voluntad de la elite del poder había sustituido a la voluntad ciudadana.
¿Reconciliarse? ¿Cómo? El discurso de Felipe Calderón del 20 de noviembre en el monumento a la Revolución expresa el deseo del ganador de 2006 de que la división generada por ese tipo de triunfo quede atrás, pese a que la victoria se logró, según sus propias palabras, “haiga sido como haiga sido”. Pero, siguiendo la propia lógica del discurso del actual ocupante de “Los Pinos”, si la reconciliación del siglo pasado requirió de una revolución ¿cuál es el precio a pagar por la de inicios del actual? ¿quién y cómo lo va a pagar? ¿o es que ahora se espera que la cicatrización de la herida sea gratuita, simple cosa del paso del tiempo?
La Vía “Realista”. Una forma que históricamente ha usado el poder para conciliar o, más bien, para crear la apariencia de la conciliación, es la cooptación: abrir un espacio secundario a ciertos líderes de la oposición para separar a los radicales de los tibios, a los dirigentes de sus bases o para alentarlos a mediatizar las demandas de esas bases. Ejemplos de lo anterior los hay a pasto ¿quién no recuerda los métodos de Luis Echeverría para cubrir la violencia brutal del 68 y del 71 con el nombramiento de jóvenes a puestos secundarios de poder o el gasto público demagógico y aumentos salariales para las corporaciones sindicales que desembocaron en una crisis económica?
Si los recursos del petróleo no le fallan, el sistema que hoy encabeza Calderón bien puede intentar afianzar sus ya estrechos lazos con los gobernadores priistas y con Elba Esther Gordillo e incluir en su red a esa parte del PRD que ya está muy fatigada de nadar a contracorriente y así aislar y neutralizar a los que se empeñan en negar la legitimidad de los resultados electorales del 2006.
Esta vía también incluye sacrificar como chivos expiatorios a algunas de las partes más débiles y prescindibles de la red de complicidades. Ese pareciera ser, por ejemplo, el caso de los consejeros del IFE, empezando por su presidente. La reforma electoral que elimina a los consejeros originales implica reconocer la existencia de zonas negras en la Ley anterior, la que se utilizó para dar el triunfo a Calderón.
La Vía Real. A estas alturas, cuando ya quedó atrás el remedio del “voto por voto”, es difícil imaginar cómo se podría lograr la reconciliación para cuando se tenga que celebrar un centenario que implica legitimar a quienes en 1910 intentaron deshacer el nudo gordiano de los intereses creados mediante el tajo de la espada. Los que hoy manejan el poder tendrían que echar a andar por un sendero casi imposible para ellos: el que les conduciría a hacer una especie de revolución desde arriba.
El precio de la reconciliación auténtica requeriría, por ejemplo, del combate real, abierto a las redes de corrupción dentro del aparato del Estado, empezando por PEMEX. Además, una auténtica reforma fiscal capaz de empezar a enmendar la escandalosa desigualdad en la distribución de la riqueza; desmantelar los grandes monopolios que frenan el crecimiento económico; la reforma educativa sin importar el choque con la directiva del SNTE; empezar a rehacer el aparato de justicia. Y puede seguir la lista de esta tarea equivalente a la de Hércules en los establos del rey.
Realidad e Ilusión. El inventario anterior es, a la vez, el de los grandes problemas nacionales y, por otra parte, una agenda totalmente ilusoria. Justamente la herida que abrió la elite del poder al manipular el proceso electoral de 2006 de la forma como lo hizo, no tenía por objetivo transformar a México sino administrar sus contradicciones y fallas, pero nada más.
Así pues, retornamos al tema del principio: ¿reconciliar? de acuerdo, pero ¿quién y cómo va a pagar por ese reencuentro con la armonía?
Kikka Roja