Tal para cual
Deseo aclarar malos entendidos colectivos con los que en algún momento me sentí involucrada. Finalizó un gobierno y una porción de la historia se esfumó. Vale entonces deslizar pensamientos que quedaron inconclusos y que ayudarían a comprender este pasado. Marta Sahagún no fue la bruja maldita sexenal que dominó y engañó a un presidente bueno, honesto e incauto. Falaz interpretación.
Fue la pieza principal del ajedrez de Vicente Fox, la otra cara de su moneda. Uno usó al otro con diferentes objetivos e idénticas motivaciones. Cada uno conoció el costado vulnerable del otro y jugó irresponsablemente con él, superando descaradamente el límite de la decencia y degradando las instituciones. Los dos generaron enconos y confrontaciones. Odios y violencias sociales. Metidos en su burbuja del poder –un poder frívolo y terrenal acotado por una Constitución que dudo hayan leído alguna vez-, consolidaron sociedades y complicidades perversas. Ambos conocían bien las andanzas de vástagos y parientes; sus prepotencias públicas. Vale como ejemplo recorrer hoy el rancho San Cristóbal para tomar conciencia. Una casona sencilla y simple que acabó convertida en un símil vulgar del palacio de Versalles. Diplomadas en alpinismo social, la pareja de poder declinante puede vanagloriarse de su opulencia con las telas de seda italiana de los cortinados, los sillones y las baratijas doradas de alto precio, o el lago artificial y ese campo de agave azul que nada tienen que ver con el rancho que el presidente heredó de sus mayores y en el que según confesiones de lino Korrodi, no había “ni siquiera cloacas”. Vicente fox supo siempre de la desmesuras y prefirió el papel de ingenuo, quizá para tapar pecados propios o escapar de las controversias, a las que teme como un niño. Mintió a los mexicanos desde el inicio del sexenio y nunca fue el estadista del “cambio” que todos anhelaban. No cumplió ninguna de sus promesas y la historia demostrará con certezas implacables el lodo de su gestión. Peor aún, los dulces tórtolos en mancuerna perfecta manipularon sentimientos y emociones. Intrigaron y trampearon a propios y ajenos. Aprovecharon los privilegios del ser y de existir –patéticos integrantes de una clase media provinciana inculta y arribista- frente a los que mandan de verdad. Los dueños de México. Una elite económica que los usó y que hoy, en voz baja, los desprecia y, por lo menos a ella y a sus vástagos, desea ver entre rejas.
Error de análisis. Al margen de que en los laberintos de la gran política alguien debe pagar los platos rotos, vale aclarar que Marta Sahagún no es la única mala de esta película y que Vicente Fox no es un incauto. “La pareja presidencial” adquirió entidad jurídica por boca presidencial, y la primera dama no hizo más que cumplir –alegremente y como una mariposa- su papel de mitad. Sabedora de la intimidad familiar de los Fox y de sus vidas adineradas, sacó provecho con manipulaciones varias. Vicente Fox de ninguna manera se quedó atrás. Es imposible pensar que el presidente –aún bajo los efectos del prozac y del toloache- era ajeno a lo que ocurría en vísceras del palacio y en su familia propia y política. Conocí a Marta Sahagún de Fox un medio día soleado de marzo de 2003. Hace un siglo. Tenía una año de estar solicitando entrevistas hasta que dos de sus asesores –Ana y Darío- pidieron encontrarse conmigo. Les entregué mis libros anteriores y expliqué mi propósito. Me aseguraron que la “señora Marta” iba a concederme las entrevistas. Metida en la tarea de recolectar material para escribir una biografía sobre Sahagún (La Jefa), me dije que iba hacerlo con ella o sin ella. Con la típica irreverencia argentina, no percibí que en México un periodista nunca hubiera escrito un libro sobre un personaje que estaba en el poder. Que me encontraba en un país que no era el mío, que desconocía los códigos y que apenas habían pasado tres años de la llegada de la democracia del “cambio”, luego de 71 años de autoritarismo priísta. Me citó en la residencia de los Pinos y me invitó a participar de una comida privada con empresarios, a la que ella asistió en representación de Vicente Fox. Bajo sus pestañas cargadas de rimel, sus joyas y su traje Chanel, subsistía una mujer con compulsivas ansias de poder, dueña de un discurso cursi y limitado. Simulaba ser una gran lectora, pero apenas había leído las solapas de algunos contemporáneos –era adicta a los libros de autoayuda-, al punto de que, en un acto público, confundió Rabindranath Tagore con una mujer. Mi sorpresa fue cuando terminó la comida. –Dime, ¿Tu crees en las casualidades o en el destino? -me preguntó con un tono castizo que, luego descubrí, tenía que ver con un problema de su paladar y no con sus ancestros españoles. No supe responder.
-Mira… yo creo en el deztino. Anoche, estábamos con Vizente mirando la televizión, juntitoz en la cama, y tú zabes cómo zon los hombres con el control remoto: nunca lo dejan quieto ¡Y de repente, la ví! ¡Era ella! –¿Quién? –exclamé intrigada.
-¡Evita! era Evita…
Confundida le pregunté si se trataba de la película de Madonna o de un documental. En estado de trance, sacó un pañuelo de su chaqueta y secó las lágrimas que corrían por su rostro, mientras Ana, su asesora, cuidaba que el rimel que se deslizaba no manchara sus mejillas. –perdóname es que hablo de esa mujer y no puedo para de llorar. Pensé si era una grana actriz o de verdad su llanto por la reina de los descamisados argentinos era auténtico y yo estaba frente a una primitiva líder de las masas que México no había descubierto. Después supe que la técnica de la lloradera era parte de su estrategia. Nos vimos cinco veces más. Hablé con su padre, su exmarido, amigas y exsecretarias, funcionarios, empresarios y asesores del presidente, y de ella. Investigué Vamos México, la fundación que creo a imagen y semejanza de la fundación “Eva Perón”, luego envuelta en escándalos. Advertí una parte de los negocios de sus hijos Manuel y Jorge, realizados al amparo de su madre y con métodos oscuros. Supe de sus adicciones ala brujería y sus ansias de riqueza y protagonismo. De sus intereses adulterados. Por suerte, una valiente comisión de diputados investigó a fondo el presunto trafico de influencias de sus hijos, tan apapachados por su mami y su padrastro, el presidente, y descubrió negocios sorprendentes. Lo demás es historia conocida, aberrante y patética. Aferrada a un poder ajeno al no accedió por decisión popular, estaba convencida de que llegó para quedarse. Por decisión popular o por el dedazo. Traicionó, amenazó y extorsionó a propios y ajenos con la complicidad total del presidente. Decepcionó a millones de mexicanos que confiaron y se dejaron llevar por un discurso feminista de reivindicación social, que resultó falso. Habrá un México antes y después de Marta María Sahagún. Su ambición desaforada la hizo caminar al filo de una navaja y algo peor. Confirmó lo que miles de mexicanos piensan de las mujeres en un país machista: que sólo pueden triunfar por sábanas de su marido. Mirar hacia atrás genera sentimientos raros. Tristeza alegría e impotencia, depende del rincón de la memoria en que se clavan los ojos. No acostumbro a estar al pendiente del pasado. Me parece contra producente, salvo por algún recuerdo que valga la pena. No me arrepiento de nada porque la vida es pura experiencia, puro fluir hacia delante. Si el reloj caminara hacia el pasado, volvería a escribir La Jefa y Crónicas Malditas. Mil veces. Ambos significaron una experiencia inmensamente rica en mi vida profesional y personal. Amo a México y a su gente como a mi patria. En cambio, lo que me provoca rabia o cansancio moral, lo considero parte del bagaje de la maleta. Un ejemplo es volver sobre Marta Sahagún, con la aclaración de que su nombre nunca debe de estar desvinculado de Vicente Fox. Traer a un territorio enrarecido por la discordia y la violencia, las desconfianzas y el descreimiento social, las andanzas de una mujer malévola y abusiva, y las de un hombre perverso con fama de ingenuo, me produce hartazgo y enojo. Recordarla es saber de la impunidad de la casta política del sexenio, la frivolidad y la ignorancia de sus protagonistas, y el brutal contraste entre la cima fiestera y la cloaca social que malvive injustamente en la desesperación de la miseria. No voy a referirme a las demandas judiciales que orgullosa cargo sobre los hombros, junto a la querida Revista Proceso; a las persecuciones, amenazas e infamias y a esa locura en la que me encontré inmersa con mi familia en aquellos alucinantes meses de 2005, cuando una Marta Sahagún enloquecida por sus ambiciones y alentada por su consorte –el presidente Vicente Fox- se lanzó a una cacería, látigo en mano y discurso de victima, contra mi y contra Proceso. Sé que la vida y la justicia se encargarán de poner las controversias en su sitio. Yo seguiré siendo periodista y ellos transitan la brutal soledad del poder. Sé que los periodistas que metemos nuestras narices en los laberintos sórdidos de los de arriba estamos expuestos a que la basura ajena se nos eche encima y trate de contaminarnos, eliminarnos o atemorizarnos con demandas. Me pasó muchas veces. Salí indemne.
Proceso 30 aniversario octubre-diciembre 2006, pág. 141, 142, 143. Foto Procesofotos
Fue la pieza principal del ajedrez de Vicente Fox, la otra cara de su moneda. Uno usó al otro con diferentes objetivos e idénticas motivaciones. Cada uno conoció el costado vulnerable del otro y jugó irresponsablemente con él, superando descaradamente el límite de la decencia y degradando las instituciones. Los dos generaron enconos y confrontaciones. Odios y violencias sociales. Metidos en su burbuja del poder –un poder frívolo y terrenal acotado por una Constitución que dudo hayan leído alguna vez-, consolidaron sociedades y complicidades perversas. Ambos conocían bien las andanzas de vástagos y parientes; sus prepotencias públicas. Vale como ejemplo recorrer hoy el rancho San Cristóbal para tomar conciencia. Una casona sencilla y simple que acabó convertida en un símil vulgar del palacio de Versalles. Diplomadas en alpinismo social, la pareja de poder declinante puede vanagloriarse de su opulencia con las telas de seda italiana de los cortinados, los sillones y las baratijas doradas de alto precio, o el lago artificial y ese campo de agave azul que nada tienen que ver con el rancho que el presidente heredó de sus mayores y en el que según confesiones de lino Korrodi, no había “ni siquiera cloacas”. Vicente fox supo siempre de la desmesuras y prefirió el papel de ingenuo, quizá para tapar pecados propios o escapar de las controversias, a las que teme como un niño. Mintió a los mexicanos desde el inicio del sexenio y nunca fue el estadista del “cambio” que todos anhelaban. No cumplió ninguna de sus promesas y la historia demostrará con certezas implacables el lodo de su gestión. Peor aún, los dulces tórtolos en mancuerna perfecta manipularon sentimientos y emociones. Intrigaron y trampearon a propios y ajenos. Aprovecharon los privilegios del ser y de existir –patéticos integrantes de una clase media provinciana inculta y arribista- frente a los que mandan de verdad. Los dueños de México. Una elite económica que los usó y que hoy, en voz baja, los desprecia y, por lo menos a ella y a sus vástagos, desea ver entre rejas.
Error de análisis. Al margen de que en los laberintos de la gran política alguien debe pagar los platos rotos, vale aclarar que Marta Sahagún no es la única mala de esta película y que Vicente Fox no es un incauto. “La pareja presidencial” adquirió entidad jurídica por boca presidencial, y la primera dama no hizo más que cumplir –alegremente y como una mariposa- su papel de mitad. Sabedora de la intimidad familiar de los Fox y de sus vidas adineradas, sacó provecho con manipulaciones varias. Vicente Fox de ninguna manera se quedó atrás. Es imposible pensar que el presidente –aún bajo los efectos del prozac y del toloache- era ajeno a lo que ocurría en vísceras del palacio y en su familia propia y política. Conocí a Marta Sahagún de Fox un medio día soleado de marzo de 2003. Hace un siglo. Tenía una año de estar solicitando entrevistas hasta que dos de sus asesores –Ana y Darío- pidieron encontrarse conmigo. Les entregué mis libros anteriores y expliqué mi propósito. Me aseguraron que la “señora Marta” iba a concederme las entrevistas. Metida en la tarea de recolectar material para escribir una biografía sobre Sahagún (La Jefa), me dije que iba hacerlo con ella o sin ella. Con la típica irreverencia argentina, no percibí que en México un periodista nunca hubiera escrito un libro sobre un personaje que estaba en el poder. Que me encontraba en un país que no era el mío, que desconocía los códigos y que apenas habían pasado tres años de la llegada de la democracia del “cambio”, luego de 71 años de autoritarismo priísta. Me citó en la residencia de los Pinos y me invitó a participar de una comida privada con empresarios, a la que ella asistió en representación de Vicente Fox. Bajo sus pestañas cargadas de rimel, sus joyas y su traje Chanel, subsistía una mujer con compulsivas ansias de poder, dueña de un discurso cursi y limitado. Simulaba ser una gran lectora, pero apenas había leído las solapas de algunos contemporáneos –era adicta a los libros de autoayuda-, al punto de que, en un acto público, confundió Rabindranath Tagore con una mujer. Mi sorpresa fue cuando terminó la comida. –Dime, ¿Tu crees en las casualidades o en el destino? -me preguntó con un tono castizo que, luego descubrí, tenía que ver con un problema de su paladar y no con sus ancestros españoles. No supe responder.
-Mira… yo creo en el deztino. Anoche, estábamos con Vizente mirando la televizión, juntitoz en la cama, y tú zabes cómo zon los hombres con el control remoto: nunca lo dejan quieto ¡Y de repente, la ví! ¡Era ella! –¿Quién? –exclamé intrigada.
-¡Evita! era Evita…
Confundida le pregunté si se trataba de la película de Madonna o de un documental. En estado de trance, sacó un pañuelo de su chaqueta y secó las lágrimas que corrían por su rostro, mientras Ana, su asesora, cuidaba que el rimel que se deslizaba no manchara sus mejillas. –perdóname es que hablo de esa mujer y no puedo para de llorar. Pensé si era una grana actriz o de verdad su llanto por la reina de los descamisados argentinos era auténtico y yo estaba frente a una primitiva líder de las masas que México no había descubierto. Después supe que la técnica de la lloradera era parte de su estrategia. Nos vimos cinco veces más. Hablé con su padre, su exmarido, amigas y exsecretarias, funcionarios, empresarios y asesores del presidente, y de ella. Investigué Vamos México, la fundación que creo a imagen y semejanza de la fundación “Eva Perón”, luego envuelta en escándalos. Advertí una parte de los negocios de sus hijos Manuel y Jorge, realizados al amparo de su madre y con métodos oscuros. Supe de sus adicciones ala brujería y sus ansias de riqueza y protagonismo. De sus intereses adulterados. Por suerte, una valiente comisión de diputados investigó a fondo el presunto trafico de influencias de sus hijos, tan apapachados por su mami y su padrastro, el presidente, y descubrió negocios sorprendentes. Lo demás es historia conocida, aberrante y patética. Aferrada a un poder ajeno al no accedió por decisión popular, estaba convencida de que llegó para quedarse. Por decisión popular o por el dedazo. Traicionó, amenazó y extorsionó a propios y ajenos con la complicidad total del presidente. Decepcionó a millones de mexicanos que confiaron y se dejaron llevar por un discurso feminista de reivindicación social, que resultó falso. Habrá un México antes y después de Marta María Sahagún. Su ambición desaforada la hizo caminar al filo de una navaja y algo peor. Confirmó lo que miles de mexicanos piensan de las mujeres en un país machista: que sólo pueden triunfar por sábanas de su marido. Mirar hacia atrás genera sentimientos raros. Tristeza alegría e impotencia, depende del rincón de la memoria en que se clavan los ojos. No acostumbro a estar al pendiente del pasado. Me parece contra producente, salvo por algún recuerdo que valga la pena. No me arrepiento de nada porque la vida es pura experiencia, puro fluir hacia delante. Si el reloj caminara hacia el pasado, volvería a escribir La Jefa y Crónicas Malditas. Mil veces. Ambos significaron una experiencia inmensamente rica en mi vida profesional y personal. Amo a México y a su gente como a mi patria. En cambio, lo que me provoca rabia o cansancio moral, lo considero parte del bagaje de la maleta. Un ejemplo es volver sobre Marta Sahagún, con la aclaración de que su nombre nunca debe de estar desvinculado de Vicente Fox. Traer a un territorio enrarecido por la discordia y la violencia, las desconfianzas y el descreimiento social, las andanzas de una mujer malévola y abusiva, y las de un hombre perverso con fama de ingenuo, me produce hartazgo y enojo. Recordarla es saber de la impunidad de la casta política del sexenio, la frivolidad y la ignorancia de sus protagonistas, y el brutal contraste entre la cima fiestera y la cloaca social que malvive injustamente en la desesperación de la miseria. No voy a referirme a las demandas judiciales que orgullosa cargo sobre los hombros, junto a la querida Revista Proceso; a las persecuciones, amenazas e infamias y a esa locura en la que me encontré inmersa con mi familia en aquellos alucinantes meses de 2005, cuando una Marta Sahagún enloquecida por sus ambiciones y alentada por su consorte –el presidente Vicente Fox- se lanzó a una cacería, látigo en mano y discurso de victima, contra mi y contra Proceso. Sé que la vida y la justicia se encargarán de poner las controversias en su sitio. Yo seguiré siendo periodista y ellos transitan la brutal soledad del poder. Sé que los periodistas que metemos nuestras narices en los laberintos sórdidos de los de arriba estamos expuestos a que la basura ajena se nos eche encima y trate de contaminarnos, eliminarnos o atemorizarnos con demandas. Me pasó muchas veces. Salí indemne.