¿El pasado por destino?
René Delgado
21 Nov. 09
La impresión de lo ocurrido con el paquete económico 2010 no es tan grave como parece, pero lo sucedido es más grave de lo que aparenta. El Poder Legislativo se irguió frente al Poder Ejecutivo, echando abajo los restos del régimen presidencialista... En hora buena, podría pensarse. Hay, sin embargo, un problema: de ese derrumbe no surgió un nuevo régimen, cualquiera que éste fuera.
Cayeron estruendosamente los referentes del ejercicio del poder sin construir otros y, en un absurdo, el país se remonta a aquel estadio posrevolucionario donde pesaban más los caudillos que las instituciones, las facciones que los partidos, donde cada actor defendía por sí y para sí sus intereses particulares sin mirar por el Estado y la República.
Causa pesadumbre advertir que la desembocadura de la lenta y accidentada transición a la mexicana ofrezca el pasado por futuro.
* * *
Sólo los ilusos ven en la conducta de los legisladores el fin del presidencialismo, con un nuevo contrapeso. No es así: el Poder Legislativo no se irguió como tal, nada más cambió de dueño.
Es duro decirlo, los diputados cambiaron de collar sin zafarse la cadena. La idea de que encarnan la mismísima representación popular quedó hecha añicos, representan a su gobernador, padrino político o patrocinador privado y, así, en vez de reivindicar al Congreso como un Poder de la Unión lo sometieron a otra servidumbre, donde el electorado es un apéndice prescindible.
Hoy los gobernadores, los caudillos, los patrocinadores privados son los dueños del Poder Legislativo y, lo peor, actúan a partir de muchas divisas, tantas como diversos son los intereses y las ambiciones que animan su respectiva gana de poder político o económico. Y obviamente así no se construyen una democracia, un Estado de derecho ni una República, más bien se destruyen.
* * *
Lo grave de lo ocurrido con la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos es que, más allá de su insensatez, marca el descuadramiento de un régimen que, herido de muerte desde el salinismo, agoniza con el calderonismo... sin diseñar, construir y realizar el régimen sustituto.
La única diferencia entre Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón, en relación con la caída del presidencialismo, es una: el primero la disfrutó y se benefició de ella, el segundo la sufre y lo hunde. No es lo mismo repartir que quitar. Salinas repartió a ricos y pobres (el sector paraestatal a los primeros; "solidaridad" a los segundos); Calderón le quitó a ambos, así de sencillo. Cuanto más se fortalecía Carlos Salinas más se debilitaba la Presidencia de la República; cuanto más se debilita Felipe Calderón más frágil se advierte el gobierno de la República. Se desfiguró el poder político.
Una peculiaridad de la actual Presidencia de la República es su incapacidad siquiera para integrar y coordinar la triada gobierno-partido-parlamento. A tres años de su inicio, no ha podido armar un equipo de colaboradores capaz en ninguna de las tres instancias. Son tres, pero no es un trípode. En el colmo, la ruina de la administración ha despertado el apetito sucesorio dentro del mismo panismo sin reconocer su encallamiento.
El panismo practica, según la circunstancia, un priismo o un perredismo involuntarios. El rebaño parlamentario no acaba de someterse a la línea de Los Pinos y, cuando se somete, carece de operadores para cumplir la instrucción recibida. Muy grande les quedó el escaño y la curul a Gustavo Madero y Josefina Vázquez. Luego, aflora el perredismo involuntario: cada actor trae una postura distinta sobre un mismo asunto.
Así la administración se pierde en su laberinto.
* * *
Grave que la administración no se constituyera en gobierno, las oposiciones no son un salvavidas. Tampoco son un referente. No actúan respectivamente como partidos.
Hablar del priismo o del perredismo es un decir. En los hechos -como partidos-, ambas fuerzas han perdido cohesión, disciplina y sentido. Hacen de ellas un amasijo, las prerrogativas, las prebendas, las plazas, los puestos, los recursos. Se trata de tribus más o menos caníbales, dependientes de distintos y variados caudillos.
Andrés Manuel López Obrador se lleva la vida sin resolver su eterna duda: movimiento o partido, dentro o fuera de las instituciones, presidente legítimo o dirigente social. Jesús Ortega está feliz, realizó uno de sus anhelos, hacerse de la presidencia del partido... nomás le falta el partido. Encarnan los polos de un partido que se desmadeja, pero la fragmentación del conjunto de la izquierda es indescriptible. La izquierda ha regresado a la idea testimonial de su participación política, practica la corrupción derivada de su crecimiento en los gobiernos. Está por verse si la historia la absolverá.
El priismo más hecho en las formas y los protocolos no deja ver, por ahora, cuán bárbaros pueden ser en la búsqueda del poder. Pero hablar del priismo es voltear a ver a Beatriz Paredes, a Manlio Fabio Beltrones, a Enrique Peña y, desde luego, a los gobernadores que también tienen su corazoncito. Cuanto más cerca sientan la posibilidad de regresar a Los Pinos, más fuertes serán sus divisiones. Hoy no jalan parejo, pero avanzan en la idea de recuperar la Presidencia... donde sólo cabe uno.
* * *
Sin gobierno, partidos, instituciones sólidas, ni liderazgos con autoridad política y moral, gobernadores, padrinos políticos y patrocinadores privados no dudan en soltar a sus ahijados o representantes políticos en la caza de privilegios y en defensa de sus intereses. Sueltan a los legisladores, que han hecho del mandato popular un convenio entre particulares.
Del ejercicio del poder fragmentado y sin perspectiva, de inmediato tomó nota el conjunto de la élite dirigente. Servidores públicos, gestores privados, líderes sindicales y hasta prelados de la Iglesia. Son pescadores en el río revuelto. Sin presidencialismo, sin parlamentarismo, sin régimen de gobierno, cada actor y factor político se mueven al ritmo de su ambición e interés personal o grupal. Ministros, magistrados, cardenales y obispos, grandes empresarios, comisionados, consejeros, dirigentes se lanzan a recoger el relleno de la piñata quebrada a palos. Son contadísimas las excepciones.
Esa élite no ve por el Estado de derecho ni la República, advierte un botín sobre el cual hay que arrojarse antes que el primero. No ven por qué rendir cuentas, quieren hacer rendir las cuentas... las concesiones, las prerrogativas, las exenciones, los privilegios.
* * *
Es paradójico, casi al conmemorarse el Centenario de la Revolución se perfila el pasado como futuro. No hay nada que celebrar.
Cayeron estruendosamente los referentes del ejercicio del poder sin construir otros y, en un absurdo, el país se remonta a aquel estadio posrevolucionario donde pesaban más los caudillos que las instituciones, las facciones que los partidos, donde cada actor defendía por sí y para sí sus intereses particulares sin mirar por el Estado y la República.
Causa pesadumbre advertir que la desembocadura de la lenta y accidentada transición a la mexicana ofrezca el pasado por futuro.
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Sólo los ilusos ven en la conducta de los legisladores el fin del presidencialismo, con un nuevo contrapeso. No es así: el Poder Legislativo no se irguió como tal, nada más cambió de dueño.
Es duro decirlo, los diputados cambiaron de collar sin zafarse la cadena. La idea de que encarnan la mismísima representación popular quedó hecha añicos, representan a su gobernador, padrino político o patrocinador privado y, así, en vez de reivindicar al Congreso como un Poder de la Unión lo sometieron a otra servidumbre, donde el electorado es un apéndice prescindible.
Hoy los gobernadores, los caudillos, los patrocinadores privados son los dueños del Poder Legislativo y, lo peor, actúan a partir de muchas divisas, tantas como diversos son los intereses y las ambiciones que animan su respectiva gana de poder político o económico. Y obviamente así no se construyen una democracia, un Estado de derecho ni una República, más bien se destruyen.
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Lo grave de lo ocurrido con la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos es que, más allá de su insensatez, marca el descuadramiento de un régimen que, herido de muerte desde el salinismo, agoniza con el calderonismo... sin diseñar, construir y realizar el régimen sustituto.
La única diferencia entre Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón, en relación con la caída del presidencialismo, es una: el primero la disfrutó y se benefició de ella, el segundo la sufre y lo hunde. No es lo mismo repartir que quitar. Salinas repartió a ricos y pobres (el sector paraestatal a los primeros; "solidaridad" a los segundos); Calderón le quitó a ambos, así de sencillo. Cuanto más se fortalecía Carlos Salinas más se debilitaba la Presidencia de la República; cuanto más se debilita Felipe Calderón más frágil se advierte el gobierno de la República. Se desfiguró el poder político.
Una peculiaridad de la actual Presidencia de la República es su incapacidad siquiera para integrar y coordinar la triada gobierno-partido-parlamento. A tres años de su inicio, no ha podido armar un equipo de colaboradores capaz en ninguna de las tres instancias. Son tres, pero no es un trípode. En el colmo, la ruina de la administración ha despertado el apetito sucesorio dentro del mismo panismo sin reconocer su encallamiento.
El panismo practica, según la circunstancia, un priismo o un perredismo involuntarios. El rebaño parlamentario no acaba de someterse a la línea de Los Pinos y, cuando se somete, carece de operadores para cumplir la instrucción recibida. Muy grande les quedó el escaño y la curul a Gustavo Madero y Josefina Vázquez. Luego, aflora el perredismo involuntario: cada actor trae una postura distinta sobre un mismo asunto.
Así la administración se pierde en su laberinto.
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Grave que la administración no se constituyera en gobierno, las oposiciones no son un salvavidas. Tampoco son un referente. No actúan respectivamente como partidos.
Hablar del priismo o del perredismo es un decir. En los hechos -como partidos-, ambas fuerzas han perdido cohesión, disciplina y sentido. Hacen de ellas un amasijo, las prerrogativas, las prebendas, las plazas, los puestos, los recursos. Se trata de tribus más o menos caníbales, dependientes de distintos y variados caudillos.
Andrés Manuel López Obrador se lleva la vida sin resolver su eterna duda: movimiento o partido, dentro o fuera de las instituciones, presidente legítimo o dirigente social. Jesús Ortega está feliz, realizó uno de sus anhelos, hacerse de la presidencia del partido... nomás le falta el partido. Encarnan los polos de un partido que se desmadeja, pero la fragmentación del conjunto de la izquierda es indescriptible. La izquierda ha regresado a la idea testimonial de su participación política, practica la corrupción derivada de su crecimiento en los gobiernos. Está por verse si la historia la absolverá.
El priismo más hecho en las formas y los protocolos no deja ver, por ahora, cuán bárbaros pueden ser en la búsqueda del poder. Pero hablar del priismo es voltear a ver a Beatriz Paredes, a Manlio Fabio Beltrones, a Enrique Peña y, desde luego, a los gobernadores que también tienen su corazoncito. Cuanto más cerca sientan la posibilidad de regresar a Los Pinos, más fuertes serán sus divisiones. Hoy no jalan parejo, pero avanzan en la idea de recuperar la Presidencia... donde sólo cabe uno.
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Sin gobierno, partidos, instituciones sólidas, ni liderazgos con autoridad política y moral, gobernadores, padrinos políticos y patrocinadores privados no dudan en soltar a sus ahijados o representantes políticos en la caza de privilegios y en defensa de sus intereses. Sueltan a los legisladores, que han hecho del mandato popular un convenio entre particulares.
Del ejercicio del poder fragmentado y sin perspectiva, de inmediato tomó nota el conjunto de la élite dirigente. Servidores públicos, gestores privados, líderes sindicales y hasta prelados de la Iglesia. Son pescadores en el río revuelto. Sin presidencialismo, sin parlamentarismo, sin régimen de gobierno, cada actor y factor político se mueven al ritmo de su ambición e interés personal o grupal. Ministros, magistrados, cardenales y obispos, grandes empresarios, comisionados, consejeros, dirigentes se lanzan a recoger el relleno de la piñata quebrada a palos. Son contadísimas las excepciones.
Esa élite no ve por el Estado de derecho ni la República, advierte un botín sobre el cual hay que arrojarse antes que el primero. No ven por qué rendir cuentas, quieren hacer rendir las cuentas... las concesiones, las prerrogativas, las exenciones, los privilegios.
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Es paradójico, casi al conmemorarse el Centenario de la Revolución se perfila el pasado como futuro. No hay nada que celebrar.
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