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jueves, 5 de febrero de 2009

Lorenzo Meyer: Si no es, parece "Estado fallido"

AGENDA CIUDADANA
Si no es, parece
Lorenzo Meyer
5 Feb. 09 reforma.com

En todos lados se discute la posibilidad de México como un "Estado fallido". Examinemos, pues, algunos indicadores

El debate

Hasta hace poco, el concepto de "Estado fallido" no era tema de discusión en México. Estados fallidos eran, obviamente, Somalia, Zimbabwe, Afganistán o Haití, pero no el nuestro. Ése ya no es más el caso. Desde afuera -Estados Unidos- se ha planteado la posibilidad de que México ya sea o vaya camino de ser un "Estado fallido". Tómese como ejemplo, el artículo central de Forbes del 22 de diciembre de 2008: "La disolución de México: narcoterror, colapso de los precios del petróleo, caos económico...". A partir de visiones como ésta, hoy el tema es de discusión obligada en los círculos del poder.

Definiciones

Siempre es útil empezar por los clásicos y Thomas Hobbes (1588-1679) y su Leviatán (1651) vienen al cuento al sostener que la función central e insustituible de las estructuras políticas es impedir el retorno al "Estado de naturaleza", es decir, a la guerra de todos contra todos, donde ya no tiene sentido hablar de justicia sino apenas considerar cómo superar el miedo y sobrevivir. La tarea central del Estado es, pues, garantizar vida y bienes de los súbditos. Si la autoridad incumple esta responsabilidad, entonces será una autoridad inútil, fallida e ilegítima.

Para Noam Chomsky, el término "Estado fallido" se popularizó por su uso en Estados Unidos a partir de los 1990. El que Washington declarara fallido un Estado equivalía a considerarlo incapaz de ejercer su soberanía y marcarlo como problema (Afganistán o Somalia, por ejemplo). Así, el "Estado fallido" resultó simplemente la antítesis del "Estado ilustrado". Chomsky acepta que no hay forma satisfactoria de definir lo fallido de un Estado pero propone dos indicadores: a) el predominio de un claro desdén por las normas legales internas e internacionales y b) una falta de capacidad o voluntad de la autoridad para proteger a los ciudadanos de la violencia y la destrucción (Failed States, Nueva York: Owl Books, 2007).

Una fundación privada con sede en Washington, The Fund for Peace, se animó a proponer y usar 12 indicadores -cuatro sociales, dos económicos y seis políticos- para elaborar una lista de 177 países del tercer mundo -desde su perspectiva, los únicos candidatos a fallar- y les asignó una calificación de más o menos fallidos siendo Somalia el número uno. Para 2008, México aparece en un honroso 105 lugar: con fallas pero sin fallar.

El color del cristal

Como en otros campos, lo fallido depende del color del cristal con que se mire. Si se toma a Hobbes y las estadísticas de los delitos cometidos en México en los últimos años, incluida la "cifra negra" (el cálculo de delitos cometidos pero no denunciados, y que va del doble al cuádruplo de los denunciados), la conclusión sería inquietante: en 2001 el 14 por ciento de los hogares mexicanos fueron víctimas de delincuentes (fuente: Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, A. C.). Desde entonces, las cifras deben haber aumentado y mucho, lo que llevaría a concluir que en México el Estado está fallando cada vez más en el cumplimiento de su deber esencial. Si se toma el punto de vista de Chomsky -la falta de capacidad o voluntad de la autoridad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y lo relativo del estado del Estado de derecho- la conclusión sería la misma.

Por lo que se refiere al estudio de The Fund for Peace (www.fundforpeace.org), México tiene problemas en más de la mitad de los indicadores: migración, crecimiento económico, derechos humanos, desigualdad, reclamos de grupos específicos, legitimidad del Estado, servicios públicos y el aparato de seguridad.

Una propuesta alternativa

Otra forma de enfocar el problema sería comparar a México consigo mismo y ver hasta qué punto se ha progresado o retrocedido en la búsqueda de un mejor país en los últimos años o decenios.

Si se empieza de afuera hacia adentro, ¿cómo está nuestra relación con el exterior? La decisión de depender de un solo y gran país como el mercado ideal para nuestras exportaciones se tomó al momento de negociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy el 81 por ciento de nuestro comercio global está concentrado en Estados Unidos y si a ello se suma que el 61 por ciento de la inversión externa es norteamericana y que de la población mexicana económicamente activa más de 7 millones tienen su trabajo en Estados Unidos desde donde enviaban remesas por más de 23 mil millones de dólares (2006), entonces no podemos menos que concluir que la dependencia económica respecto de nuestro vecino del norte sólo se compara hoy con la que se tuvo durante el periodo extraordinario de la Segunda Guerra. El que la base material de nuestra soberanía haya disminuido, y mucho, muestra una estrategia fallida.

Pasemos a la arena económica. Entre 1935 y 1982, el crecimiento promedio anual del PIB per cápita fue del 3.17 por ciento. En contraste, de 1983 al 2006 ese crecimiento ha sido de un magro 0.87 por ciento y este año, como todos sabemos, la economía no crecerá sino decrecerá. Así pues, la política económica ha fallado y desde hace más de un cuarto de siglo.

La razón de ser de la Revolución Mexicana fue transformar la injusta estructura social. Las políticas agrarias, obreras, educativas y de seguridad social que con altas y bajas desarrollaron los gobiernos revolucionarios y sus herederos disminuyeron las distancias sociales. Sin embargo, a partir de la crisis de 1982 y de la instauración de las políticas neoliberales, la disminución de la desigualdad social dejó de ser una prioridad. En el 2006 el 20 por ciento de los hogares mexicanos más afortunados concentraban el 59.1 por ciento de los ingresos disponibles en tanto que el 20 por ciento de los más pobres apenas recibieron el 3.1 por ciento. El que esta distribución sea casi igual a la que prevalece en América Latina en su conjunto -58.4 por ciento y 3.0 por ciento respectivamente- es la mejor prueba que en materia de justicia social la Revolución Mexicana ya no significa nada: la nulificó la brutal concentración de la riqueza de los últimos decenios. El México de hoy es igual al de los otros países de la región que nunca hicieron una revolución social. ¿De la Revolución de 1910, qué vamos a celebrar en el 2010? En fin, en este campo de la equidad, la falla del Estado mexicano es hoy enorme e inocultable.

En cuanto a la educación, México gasta el 7.1 por ciento de su PIB en este rubro (2006) y el analfabetismo es bajo (7.9 por ciento entre los mexicanos de 15 años o más). En principio, pareciera que la situación es buena, pero en cuanto se aborda el tema de la calidad desaparece el optimismo. Por ejemplo, de los estudiantes de 57 países examinados por la OCDE en su capacidad de lectura en el 2006, los mexicanos quedaron en el lugar 43, con los de Corea del Sur como los más avanzados y los de Kirgistán los menos (PISA, 2006). Las primarias indígenas tienen al 29 por ciento de sus estudiantes por abajo del nivel básico de lectura y apenas un 13 por ciento en nivel avanzado; en contraste, las primarias de paga tienen al 72 por ciento en nivel avanzado y apenas el 2 por ciento por debajo del básico (Sergio Aguayo, Almanaque 2008). Otro indicador de lo fallido del Estado.

Por lo que se refiere a la seguridad pública, el deterioro es tan claro como grave. Hace medio siglo, los aparatos de seguridad tenían bajo control a los grupos criminales pero hoy ese aparato es claramente impotente para frenar a los cárteles del narcotráfico que operan en todo el país y que han expandido su campo de acción fuera de nuestras fronteras. En el 2008, la cifra de asesinatos atribuidos a narcotraficantes fue el doble del 2007 y en este año el promedio mensual indica un aumento cuantitativo y cualitativo, pues hoy el crimen organizado se da el lujo de torturar y asesinar hasta a generales del Ejército. Aquí nadie puede dejar de reconocer una falla fundamental, catastrófica.

Es justamente la incapacidad de los aparatos mexicanos de seguridad para enfrentar al crimen organizado -incapacidad producto de su falta de preparación profesional pero, sobre todo, de su enorme corrupción- lo que más preocupa a las autoridades norteamericanas, y lo que explica que al norte del Bravo se plantee abiertamente la posibilidad de calificar al mexicano como un "Estado fallido". Para Estados Unidos su seguridad requiere en México autoridades capaces de garantizar el orden interno por la vía que sea, autoritaria o democrática. Y es esa capacidad lo que se está perdiendo. De ahí artículos como el de Forbes o declaraciones como la del director saliente de la CIA, Michael Hayden, que al entregar su puesto advirtió que el incremento de la violencia en México era ya un foco rojo que la nueva administración norteamericana debía atender.

En suma, si el mexicano no es ya un "Estado fallido", cada vez se parece más a uno y no se ve que los responsables estén a la altura del problema.

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viernes, 23 de enero de 2009

Noam Chomsky: OBAMA TIENE CASI LA MISMA POSICIÓN QUE BUSH: POSTURA POLITICA SOBRE GAZA

Noam Chomsky: Obama’s Stance on Gaza Crisis “Approximately the Bush Position”
TRADUCCION ABAJO
Noam Chomsky: La postura de Obama sobre la crisis de Gaza "Aproximadamente la posición de Bush"
noam_chomsky_obamas_stance_on_gaza
In a visit to the State Department Thursday, President Obama made his first substantive comments on the Middle East conflict since Israel’s attack on Gaza. Obama first mentioned his commitment to Israel’s security, without affirming his commitment to Palestinian security. He condemned Palestinian rocket attacks on southern Israeli towns, but didn’t criticize the US-backed Israeli bombings of densely populated Gaza. But in a departure from the Bush administration, Obama acknowledged Palestinian suffering and said Gaza’s borders should be opened to aid. We speak with MIT professor, Noam Chomsky.
President Obama has made his first first substantive remarks on the crisis in Gaza since being elected. Obama was speaking at the state department flanked by Secretary of State Hillary Clinton as he named two key envoys: Retired Senate majority leader George Mitchell, who negotiated a lasting agreement in Northern Ireland, will be Middle East envoy. And Richard Holbrook, who brokered a deal in the Balkans in the mid-90s, will be envoy to Afghanistan and Pakistan.

In his remarks, Obama backed Israel"s three week attack on Gaza as a defensive move against Hamas rocket fire but also said he was deeply concerned about the humanitarian situation for Palestinians in Gaza. The twenty-two-day assault killed more than 1,400 Palestinians, most of them civilians, at least a third children. More than 5,500 were injured. 13 Israelis were killed over the same period, 10 of them soldiers, four by friendly fire.

A Hamas spokesperson told Al Jazeera television Obama’s position toward the Palestinians does not represent change. Osama Hamdan said, “I think this is an unfortunate start for President Obama in the region and the Middle East issue. And it looks like the next four years, if it continues with the same tone, will be a total failure.” For more we are joined on the telephone by Noam Chomsky, a professor of linguistics at the Massachusetts Institute of Technology for over a half-century, he has written over a hundred books, including “Failed States: The Abuse of Power and the Assault on Democracy.”

Noam Chomsky, a professor of linguistics at the Massachusetts Institute of Technology for over a half-century and written over a hundred books.

  • Noam Chomsky: La postura de Obama sobre la crisis de Gaza "Aproximadamente la posición de Bush"
En una visita al Departamento de Estado jueves, Presidente Obama hizo su primera observaciones de fondo sobre el conflicto del Oriente Medio desde el ataque de Israel sobre Gaza. Obama mencionó por primera vez su compromiso con la seguridad de Israel, sin la afirmación de su compromiso con la seguridad palestina. Condenó los ataques con cohetes palestinos en el sur de las ciudades israelíes, pero no criticar el respaldo de la US-bombardeos israelíes de Gaza, densamente poblada. Pero en una salida de la administración Bush, Obama reconoció el sufrimiento palestino y dijo que las fronteras de Gaza debe estar abierto a la ayuda. Hablamos con el profesor del MIT, Noam Chomsky.
Presidente Obama ha hecho sus primeras observaciones de fondo sobre la crisis en Gaza desde que fue elegido. Obama estaba hablando en el Departamento de Estado, flanqueada por el Secretario de Estado de Hillary Clinton como él los nombró dos enviados: Jubilado líder del Senado George Mitchell, que negoció un acuerdo duradero en Irlanda del Norte, será enviado de Oriente Medio. Y Richard Holbrook, que negoció un acuerdo en los Balcanes a mediados de los años 90, será enviado a Afganistán y Pakistán.

En su discurso, Obama respaldada Israel "s tres semanas de ataque en Gaza como una defensiva contra el fuego de cohetes de Hamas, pero también dijo que estaba profundamente preocupado por la situación humanitaria de los palestinos en Gaza. El veintidós días asalto mató a más de 1.400 palestinos , la mayoría de ellos civiles, al menos un tercio niños. Más de 5.500 resultaron heridas. 13 israelíes fueron asesinados en el mismo período, 10 de ellas soldados, cuatro por fuego amigo.

Un portavoz de Hamas dijo a la televisión Al Jazeera Obama hacia la posición de los palestinos no representa el cambio. Osama Hamdan, dijo, "Creo que este es un lamentable punto de partida para el Presidente Obama en la región y la cuestión del Oriente Medio. Y parece que los próximos cuatro años, si continúa con el mismo tono, será un fracaso total ". Por más que se unen en el teléfono por Noam Chomsky, un profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts durante más de un medio siglo, ha escrito más de un centenar de libros, entre los "Estados fallidos: el abuso de poder y el Asalto a la Democracia".

Noam Chomsky, un profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts durante más de medio siglo y por escrito más de un centenar de libros.

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domingo, 30 de noviembre de 2008

Noam Chomsky: Las elecciones en Estados Unidos

Noam Chomsky*
Las elecciones en Estados Unidos
Copyright 2008 by Noam Chomsky.

Distribuido por The New York Times Syndicate.

* Los ensayos de Chomsky sobre lingüística y política acaban de ser recolectados en The Essential Chomsky, editados por Anthony Arnove y publicados por The New Press. Es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts en Cambridge.

La palabra que brotó inmediatamente de cada lengua tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos fue “histórica”. Y con toda razón. Una familia negra en la Casa Blanca es realmente un evento histórico.

Hubo algunas sorpresas. Una fue que la elección no estaba concluida luego de la convención demócrata. Los indicadores habituales señalan que el partido opositor debería barrer durante una grave crisis económica, tras ocho años de una política desastrosa en todos los frentes, incluido el peor récord en materia del crecimiento de empleos de cualquier presidente de la posguerra y de una rara declinación en la riqueza promedio. Eso, con un presidente tan impopular que su propio partido tuvo que desligarse de él, acompañado de un dramático colapso en la posición de Estados Unidos en la opinión pública mundial.

Como muchos estudios muestran, ambos partidos se hallan bien a la derecha de la población en tópicos importantes, tanto nacionales como internacionales. Tal vez ningún partido refleja la opinión pública en una época en que 80 por ciento de los estadunidenses piensa que el país enfila en la dirección equivocada y que el gobierno está administrado por “algunos grandes intereses que sólo piensan en sí mismos”, no en el pueblo, en tanto un asombroso 94 por ciento cuestiona que el gobierno desdeñe a la opinión pública.

Podría argumentarse que ningún partido que hable en defensa del pueblo resulta viable en una sociedad administrada por el mundo de los negocios con tal desusada amplitud. En un nivel muy general, la falta de representación del pueblo es ilustrada por el éxito de la “teoría de las inversiones” en la política, elaborada por el economista político Thomas Ferguson. Según Ferguson, la política tiende a reflejar los deseos de poderosos bloques económicos que invierten dinero cada cuatro años para controlar el Estado.

En cierto sentido, la elección siguió pautas familiares. La campaña de John McCain fue lo bastante honesta como para anunciar con claridad que la elección no discutiría tópicos. En cuanto a Barack Obama, su mensaje de “esperanza” y de “cambio” ofreció un pizarrón en blanco en el cual sus simpatizantes podían escribir sus deseos. Uno puede encontrar sitios en Internet donde cada partido expresa su opinión sobre diferentes temas. Pero la correlación de esas opiniones con la política a seguir no es espectacular. Y de todas maneras, lo que ingresa en las opciones de los votantes es lo que la campaña de cada candidato destaca, tal como saben muy bien los administradores de un partido.

Y fue allí donde la campaña de Obama impresionó a la industria de las relaciones públicas, que lo designaron “el experto en mercadeo más importante del 2008”, derrotando con facilidad a Apple. La primera tarea de la industria es asegurarse que los clientes carentes de información hagan selecciones irracionales, socavando de esa manera las teorías de mercado que proponen exactamente lo opuesto. Y los expertos en relaciones públicas reconocen los beneficios de socavar la democracia de la misma manera. La organización The Center for Responsive Politics dice que una vez más las elecciones fueron compradas: “Los candidatos con mejor financiamiento ganaron nueve de 10 elecciones, y todos, excepto algunos escasos miembros del Congreso, retornarán a Washington”.

Antes de las convenciones, los candidatos viables con mayor apoyo de instituciones financieras eran Obama y McCain, cada uno con 36 por ciento. Los resultados preliminares indican que al final, las contribuciones a la campaña de Obama, por industria, se concentraron en las firmas de abogados (incluidos cabilderos), además de instituciones financieras. La teoría de inversiones en la política sugiere algunas conclusiones acerca de los principios que guían a la nueva administración.

El poder de las instituciones financieras refleja el cambio cada vez más grande de una economía de producción hacia otra de finanzas. Eso comenzó con la liberalización de las finanzas durante la década de los años 60, causa fundamental de los actuales azotes representados por la crisis financiera y la recesión en la economía real (esto es, de la producción y consumo de mercancías). Las consecuencias están a la vista para la gran mayoría de los estadunidenses, cuyos salarios reales se han estancado por 30 años, en tanto sus beneficios han declinado.

Dejando de lado la alta retórica sobre la esperanza y el cambio, ¿qué podemos esperar de la administración de Obama?

La selección del equipo de trabajo de Obama envía una fuerte señal. La primera elección fue para vicepresidente: Joe Biden fue, entre los senadores demócratas, uno de los más vigorosos partidarios de la invasión a Irak, y un insider (persona de adentro, con acceso a información privilegiada) con mucho tiempo de actuación en Washington. Y aunque suele votar de manera coherente con sus colegas demócratas, no siempre lo hace. Por ejemplo, apoyó una medida para que resultara a los individuos mas difícil borrar sus deudas tras declararse en bancarrota.

La primera elección posterior a los comicios presidenciales fue para la crucial posición de jefe de gabinete. Obama designó a Rahm Emanuel, uno de los partidarios más fuertes de la invasión a Irak entre los representantes demócratas y, como Biden, insider de Washington durante bastante tiempo.

Emanuel es también uno de los más grandes beneficiarios de las contribuciones de campaña de Wall Street, informó el Center for Responsive Politics. Durante 2008, “fue el principal destinatario” entre los representantes “de los ejecutivos de fondos de riesgo” y de las “principales firmas de seguros y de inversiones de la industria”. La tarea de Emanuel es ver cómo encara Obama la peor crisis financiera desde la década de los años 30, por la cual sus donantes y los de Obama comparten una amplia responsabilidad.

En una entrevista con The Wall Street Journal, le preguntaron a Emanuel qué haría el gobierno de Obama respecto del “liderazgo demócrata en el Congreso”, cuyos “barones del ala izquierda tienen su propia agenda”. Eso incluye, por ejemplo, rebajar drásticamente los gastos militares (algo en que coincide la mayoría de la población) e imponer “drásticos impuestos a la energía a fin de combatir el calentamiento global”.

“Barack Obama puede enfrentarse a ellos”, aseguró Emanuel al Wall Street Journal. La administración sera “pragmática”, y rechazara los intentos de los extremistas de izquierda.

El equipo de transición de Obama está encabezado por John Podesta, secretario del gabinete de Bill Clinton. Otros dos veteranos de Clinton, Robert Rubin y Lawrence Summers, figuran entre las figuras principales en su equipo económico. Tanto Rubin como Summers respaldaron de manera entusiasta la desregulación, un importante factor en la actual crisis financiera.

Como secretario del Tesoro con Clinton, Rubin trabajó de manera denodada para abolir la ley Glass-Steagall, que había separado a los bancos comerciales de las instituciones financieras que incurrían en graves riesgos.

El economista Tim Canova escribe que Rubin tenía “un interés personal en la eliminación de la ley Glass-Steagall”.

Tras dejar su posición como secretario del Tesoro, Rubin se convirtió en “presidente de la junta directiva de Citigroup, un conglomerado de servicios financieros que estaba enfrentando la posibilidad de tener que vender su subsidiaria de seguros”. En cuanto al gobierno de Clinton, “nunca presentó cargos contra él por sus obvias violaciones a la ética”.

Rubin fue remplazado como secretario del Tesoro por Summers, quien propuso la ley que prohibió la regulación federal de los derivativos, las “armas de destrucción masiva” (como las llama Warren Buffett) que ayudaron a sumergir en el desastre a los mercados financieros.

Summers figura como “uno de los villanos principales en la actual crisis económica”, según Dean Baker, uno de los escasos economistas que advirtieron sobre la inminente crisis. Poner la política financiera en las manos de Rubin y Summers, señala Baker, es “como recurrir a Osama Bin Laden para que ayude en la lucha antiterrorista”. Ahora Rubin y Summers proponen regulaciones para ayudar a limpiar el caos que ayudaron a crear.

La prensa de negocios examinó los récords del equipo de transición de Obama, que se reunió el 7 de noviembre para determinar cómo manejarse con la crisis financiera. En Bloomberg News, Jonathan Weil concluyo que “muchos de ellos deberían estar recibiendo citaciones como testigos materiales” por la catástrofe financiera, en lugar de “figurar como miembros del círculo intimo de Obama”. Alrededor de la mitad “han tenido posiciones de importancia en empresas que, en mayor o menor grado, han falsificado sus declaraciones financieras o contribuido a la crisis económica mundial, o ambas cosas a la vez”. Es realmente plausible que “¿no confundirán los intereses de la nación con sus propios intereses corporativos?”

La preocupación principal del nuevo gobierno sera detener la crisis financiera y la simultánea recesión en la economía real. Pero hay también un monstruo en el armario: el ineficaz sistema privado de cuidado de la salud, que amenaza abrumar al presupuesto federal si las actuales tendencias persisten.

Una mayoría del público ha favorecido por largo tiempo un sistema nacional de cuidado de la salud que debería ser mucho menos caro y más eficaz, según indican las evidencias comparativas (junto con muchos estudios). En fecha tan reciente como 2004, cualquier intervención del gobierno en el sistema de atención a la salud era descrito por la prensa como “imposible a nivel político”. Eso significaba que se oponían la industria de los seguros y las corporaciones farmacéuticas.

Pero sin embargo, en 2008, primero John Edwards, luego Barack Obama y Hillary Clinton, adelantaron propuestas que se aproximan a lo que por largo tiempo ha preferido el público. Estas ideas tienen ahora “apoyo político”. ¿Que ha cambiado? No la opinión pública, que permanece con la misma opinión de antes. Pero para 2008, sectores importantes de poder, especialmente la industria manufacturera, habían llegado a reconocer que estaban siendo gravemente afectados por el sistema privado de atención a la salud. Por lo tanto la voluntad pública está comenzando a tener “apoyo político”. Hay un largo camino por recorrer, pero el cambio nos dice algo sobre la disfuncional democracia en la cual la nueva administración busca su camino.



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sábado, 1 de noviembre de 2008

NOAM CHOMSKY Analiza crisis financiera: EU seguirá dominando: La izquierda en AL

EU seguirá dominando.- Chomsky
Noam chomsky
CULTURA REFORMA.COM

"El papel de los movimientos sociales emergentes en todo el mundo es la promoción de la democracia", afirmó Chomsky.
Foto: archivo

Analiza intelectual crisis financiera

Jorge Ricardo

Ciudad de México (1 noviembre 2008).- La crisis financiera actual representa también la crisis de un modelo cultural que tiene como principal doctrina al fundamentalismo del libre mercado, aseguró en entrevista Noam Chomsky (Philadelphia, 1928), calificado como el intelectual más influyente del planeta por las revistas Foreign Policy y Prospect Magazine en 2005.

"Donde la liberación financiera ha tenido lugar, a menudo resulta ser desastrosa, un hecho que debe ser suficientemente familiar en América Latina", dijo el lingüista y profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

"Este modelo intelectual ha sufrido un duro golpe. Ha sido modificado radicalmente por la intervención del Estado, el mismo tipo de intervención que ha sido prohibida para los países pobres. El modelo será objeto de nuevas modificaciones de acuerdo a los intereses de los centros de poder económico que en gran medida controlan la política estatal". Estados Unidos (EU) ha destinado 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos, el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan dijo que cometió un error al confiar en el libre mercado, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz comparó la caída del sistema financiero con la caída del Muro de Berlín, a diario pierden las bolsas de valores y se dice que lo peor está por llegar.

¿Cuál es la magnitud de la actual crisis económica?

Nadie sabe qué tan grave será. Y no es una sola crisis: hay varias. Una es la crisis financiera que se encuentra en las primeras páginas. Otra es la recesión en la economía real, es decir, la economía productiva. Una tercera, en EU, es la inminente crisis del ineficiente y costoso sistema privado de atención a la salud, que socavará el presupuesto federal a menos que se aborde en serio. Estos interactúan de manera compleja. No veo ninguna utilidad en compararla con el Muro de Berlín. Ese fue un paso crucial para la caída de la URSS. No hay indicios de que las instituciones del Estado capitalista estén enfrentando un destino similar, excepto sectores como los bancos de inversión y algunas otras en el sector financiero, y por muy diferentes razones, sectores industriales como el automotriz en EU.

¿Cuáles son las lecciones de esta crisis?

La más inmediata es que el fundamentalismo de mercado fue un desastre, lo cual no debería sorprender a los latinoamericanos o a otros sometidos a esta disciplina. Más específicamente, la liberalización financiera conduce al desastre. También, que la liberalización es un serio golpe contra la democracia. Otra lección subraya la sensible observación del principal filósofo social estadounidense del siglo 20, John Dewey: la política es "la sombra que las grandes empresas proyectan sobre la sociedad".

¿Será el ocaso del poder de los Estados Unidos y el inicio de la hegemonía de China o la India?

Es muy poco probable, a pesar de que la crisis puede llevar adelante el proceso de diversificación de la economía mundial. Los EU tienen enormes ventajas, aparte de su abrumador poderío militar. Europa tiene una economía de escala comparable, pero es heterogénea, y ha sido renuente a dar un paso adelante en los asuntos mundiales, prefiere permanecer bajo la sombra de EU. China y la India han estado creciendo, al igual que otros países de Asia que desafían la ortodoxia neoliberal, pero tienen enormes problemas internos. Un indicador está dado por el Índice de Desarrollo Humano de la ONU: China ocupa el lugar 81; India, el 128 (apenas por encima de Laos y Camboya). Y eso es sólo la superficie.

¿Es la crisis de las finanzas o la crisis de un modelo cultural?

Es la crisis de un "modelo cultural" si por esto nos referimos a un sistema doctrinal: el fundamentalismo del libre mercado. Pero, a pesar de las pretensiones, esa doctrina nunca fue aceptada por los mismos centros de poder occidentales, pese a que fueron felices en predicarlo a los demás. Esto es un patrón histórico que se remonta por siglos, y es un importante factor en la creación del Tercer Mundo en las regiones colonizadas. Autor de Hegemonía o supervivencia. La estrategia imperialista de EU, Chomsky menciona a Ronald Reagan, quien es reconocido como el "sumo sacerdote de los libres mercados", incrementó el tamaño del gobierno, rescató el Continental Illinois Bank y fundó el consorcio Sematech para salvar a la industria de semiconductores estadounidense, entre otras acciones.

La crisis económica también ha evidenciado el "desmantelamiento" que sufre la democracia a causa del sistema del libre mercado, consideró Chomsky, quien se ubicó en la onceava posición de la lista de junio pasado sobre los intelectuales más influyentes del mundo. En la lista elaborada por Foreign Policy, editada por el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, los primeros 10 fueron musulmanes. "En una democracia, las organizaciones populares, sindicatos, partidos políticos y otros, podrían estar formulando soluciones y presionando a los representantes políticos para ponerlas en práctica y no hay ninguna señal de eso", sostuvo.

Es sorprendente, agregó el icono de la izquierda internacional, que los principales medios de comunicación estadounidenses insistan en invertir recursos públicos para salvar a los bancos, sin ningún tipo de control público, mientras que condenan el rescate de la industria automotriz. Los empleados de la industria del auto ganan 56 mil 650 dólares al año, casi lo que gana en un día Robert Rubin, actual presidente del Comité Ejecutivo de Citigroup, y uno de los responsables del actual desastre económico, en su calidad de ex Secretario del Tesoro de Bill Clinton, apuntó.

¿Qué puede esperar el mundo y Estados Unidos si Barak Obama gana las elecciones?

Las bases de Obama parecen ser las de un demócrata centralista, tal vez no como Clinton. Un análisis más detallado tendría que considerar caso por caso.

¿Qué representa el que un afroamericano pueda llegar a ser presidente de EU?

Es bastante significativo, como el hecho de que en las elecciones del partido Demócrata los candidatos fueron una mujer y un negro. Hace 40 años habría sido prácticamente inconcebible. Este es uno de los muchos indicios de la militancia popular de la década de 1960 y sus secuelas.

¿Cuáles serán las consecuencias de la crisis económica en el ámbito cultural?

Eso es impredecible. Las crisis económicas a menudo se han visto acompañadas por la aparición del gran arte.

La izquierda en AL

Los actuales gobiernos de izquierda en América Latina son "uno de los más emocionantes acontecimientos ocurridos en la época contemporánea", señaló Noam Chomsky. "Por primera vez en 500 años América del Sur está tomando su destino en sus propias manos y realiza al menos algunos movimientos hacia la integración regional, que es un requisito previo para la verdadera independencia, hacia el tratamiento de sus inmensos problemas internos, como la inmensa brecha entre la gran mayoría que sufren la pobreza y la represión y una pequeña élite de ricos que ha tenido poca responsabilidad por el bienestar social", afirmó.

En ese sentido, afirmó que México tiene opciones que pueden determinar su futuro.

Kikka Roja

domingo, 12 de octubre de 2008

Noam Chomsky: La cara antidemocrática del capitalismo, al descubierto

La cara antidemocrática del capitalismo, al descubierto
Noam Chomsky · · · · ·

12/10/08
via: sin permiso SDP


El desarrollo de una campaña presidencial norteamericana simultánea al desenlace de la crisis de los mercados financieros ofrece una de esas ocasiones en que los sistemas político y económico revelan vigorosamente su naturaleza.

Puede que la pasión por la campaña no sea una cosa universalmente compartida, pero casi todo el mundo puede percatarse de la ansiedad desatada por la ejecución hipotecaria de un millón de hogares, así como de la preocupación por los riesgos que corren los puestos de trabajo, los ahorros y la asistencia sanitaria.

Las propuestas iniciales de Bush para lidiar con la crisis apestaban a tal punto a totalitarismo, que no tardaron en ser modificadas. Bajo intensa presión de los lobbies, fueron reformuladas "para claro beneficio de las mayores instituciones del sistema… una forma de deshacerse de los activos sin necesidad de fracasar o casi", según describió el asunto James Rickards, quien negoció en su día, por parte del fondo de cobertura de derivados financieros Long Term Capital Managemen, su rescate federat en 1998, recordándonos ahora, de paso, que estamos pisando vía ya trillada. Los orígenes inmediatos del presente desplome están en el colapso de la burbuja inmobiliaria supervisada por el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, quien sostuvo la cuitada economía de los años de Bush amalgamando el gasto en consumo fundado en deuda con la toma de préstamos del exterior. Pero las raíces son más profundas. En parte, se hallan en el triunfo de la liberalización financiera de los últimos 30 años, es decir, en las políticas consistentes en liberar a los mercados lo más posible de regulación estatal.

Las medidas tomadas a este respecto, como era predecible, incrementaron la frecuencia y la profundidad de los reveses económicos graves, y ahora estamos ante la amenaza de que se desencadene la peor crisis desde la Gran Depresión.

También resultaba predecible que los reducidos sectores que se hicieron con los enormes beneficios dimanantes de la liberalización llamarían a una intervención masiva del estado, a fin de rescatar a las instituciones financieras colapsadas.

Tal intervencionismo es un rasgo característico del capitalismo de estado, aunque la escala actual es inaudita. Un estudio de los investigadores en economía internacional Winfried Ruigrok y Rob van Tulder encontró hace 15 años que, al menos 20 compañías entre las 100 primeras en el ranquin de la revista Fortune, no habrían sobrevivido si no hubieran sido salvadas por sus respectivos gobiernos, y que muchas, entre las 80 restantes, obtuvieron substanciales ganancias por la vía de pedir a los gobiernos que "socializaran sus pérdidas", como hoy en el rescate financiado por el sufrido contribuyente. Tal intervención pública "ha sido la regla, más que la excepción, en los dos últimos siglos", concluían.

En una sociedad democrática que funcionara, una campaña política tendría que abordar estos asuntos fundamentales, mirar a la raíz de las causas y de los remedios, y proponer los medios a través de los cuales el pueblo que sufre las consecuencias pudiera llegar a ejercer un control efectivo.

El mercado financiero "deprecia el riesgo" y es "sistemáticamente ineficiente", como escribieron hace ya una década los economistas John Eatwell y Lance Taylor, alertando de los peligros gravísimos que entrañaba la liberalización financiera y mostrando los costes en que, por su causa, se había ya incurrido. Además, propusieron soluciones que, huelga decirlo, fueron ignoradas. Un factor de peso es la incapacidad para calcular los costes que recaen sobre quienes no participan en las transacciones. Esas "externalidades" pueden ser enormes. La ignorancia del riesgo sistémico lleva a una aceptación de riesgos mayor de la que se daría en una economía eficiente, y eso incluso adoptando los criterios más estrictos.

La tarea de las instituciones financieras es arriesgarse y, si están bien gestionadas, asegurar que las pérdidas potenciales en que ellas mismas puedan incurrir quedarán cubiertas. El énfasis hay que ponerlo en "ellas mismas". Bajo las normas del capitalismo de estado, no es asunto suyo tomar en cuenta los costes que para otros puedan tener –las "externalidades" de una supervivencia decente— unas prácticas que lleven, como suelen, a crisis financieras.

La liberalización financiera tiene efectos mucho más allá de la economía. Hace bastante tiempo que se comprendió que era un arma poderosa contra la democracia. El movimiento libre de los capitales crea lo que algunos han llamado un "parlamento virtual" de inversores y prestamistas que controlan de cerca los programas gubernamentales y "votan" contra ellos, si los consideran "irracionales", es decir, si son en beneficio del pueblo, y no del poder privado concentrado.

Los inversores y los prestamistas pueden "votar" con la fuga de capitales, con ataques a las divisas y con otros instrumentos que les sirve en bandeja la liberalización financiera. Esa es una de las razones por las que el sistema de Bretton Woods, establecido por los EEUU y la Gran Bretaña tras la II Guerra Mundial, instituyó controles de capitales y reguló el mercado de divisas. (1)

La Gran Depresión y la Guerra pusieron en marcha poderosas corrientes democráticas radicales que iban desde la resistencia antifascista hasta las organizaciones de la clase obrera. Esas presiones hicieron necesario que se toleraran políticas sociales democráticas. El sistema de Bretton Woods fue, en parte, concebido para crear un espacio en el que la acción gubernamental pudiera responder a la voluntad pública ciudadana, es decir, para permitir cierto grado de democracia.

John Maynard Keynes, el negociador británico, consideró como el logro más importante de Bretton Woods el de haber establecido el derecho de los gobiernos a restringir los movimientos de capitales.

Por espectacular contraste, en la fase neoliberal que siguió al desplome del sistema de Bretton Woods en los años 70, el Tesoro estadounidense contempla ahora la libre movilidad de los capitales como un "derecho fundamental", a diferencia, ni que decir tiene, de los pretendidos "derechos" garantizados por la Declaración Universal de Derechos Humanos: derecho a la salud, a la educación, al empleo decente, a la seguridad, y otros derechos que las administraciones de Reagan y Bush han displicentemente considerado como "cartas a Santa Claus", "ridículos" o meros "mitos".

En los primeros años, la gente no se hizo mayores problemas con el asunto. Las razones de ello las ha estudiado Barry Eichengreen en su historia, impecablemente académica, del sistema monetario. Allí se explica que, en el siglo XIX, los gobiernos "todavía no estaban politizados por el sufragio universal masculino, el sindicalismo y los partidos obreros parlamentarios". Por consiguiente, los graves costes impuestos por el parlamento virtual podían ser transferidos a la población general.

Pero con la radicalización de la población y de la opinión pública acontecida durante la Gran Depresión y la guerra antifascista, se privó de ese lujo al poder y a la riqueza privados. De aquí que en el sistema de Bretton Woods "los límites a la democracia como fuente de resistencia a las presiones del mercado fueran substituidos por límites a la movilidad del capital".

El obvio corolario es que, tras la desmantelación del sistema de posguerra, la democracia se ha visto restringida. Se ha hecho, por consiguiente, necesario controlar y marginar de algún modo a la población y a la opinión pública, procesos particularmente evidentes en las sociedades más aproadas al mundo de los negocios, como los EEUU. La gestión de las extravagancias electorales por parte de la industria de relaciones públicas constituye una buena ilustración.

"La política es la sombra que la gran empresa proyecta sobre la sociedad", concluyó en su día el más grande filósofo social norteamericano del siglo XX, John Dewey, y así seguirá siendo, mientras el poder resida "en los negocios para beneficio privado a través de un control sobre la banca, sobre el suelo y sobre la industria, un poder que se ve ahora reforzado por el control sobre la prensa, sobre los periodistas y sobre otros medios de publicidad y propaganda".

Los EEUU tienen, en efecto, un sistema de un sólo partido, el partido de los negocios, con dos facciones, republicanos y demócratas. Hay diferencias entre ellos. En su estudio sobre La democracia desigual: la economía política de la nueva Era de la Codicia, Larry Bartels muestra que durante las pasadas seis décadas "los ingresos reales de las familias de clase media crecieron dos veces más rápido bajo los demócratas que bajo los republicanos, mientras que los ingresos reales de las familias pobres de clase trabajadora crecieron seis veces más rápido bajo los demócratas que bajo los republicanos".

Esas diferencias se pueden ver también en estas elecciones. Los votantes deberían tenerlas en cuenta, pero sin hacerse ilusiones sobre los partidos políticos, y reconociendo el patrón regular que, durante los últimos siglos, ha venido revelando que la legislación progresista y el bienestar social siempre han sido conquistas de las luchas populares, nunca regalos de los de arriba.

Esas luchas siguen ciclos de éxitos y retrocesos. Han de librarse cada día, no sólo cada cuatro años, y siempre con la mira puesta en la creación de una sociedad genuinamente democrática, capaz de respuesta dondequiera, en las urnas no menos que en el puesto de trabajo.

NOTA: (1) El sistema de Bretton Woods de gestión financiera global fue creado por 730 delegados procedentes de 44 naciones aliadas en la II Guerra Mundial que acudieron a una Conferencia Monetaria y Financiera organizada por la ONU en el hotel Mont Washington en Bretton Woods, New Hampshire, en 1944. Bretton Woods, que colapsó en 1971, era el sistema de normas, instituciones y procedimientos que regulaban el sistema monetario internacional y bajo cuyos auspicios se creó el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (IBRD, por sus siglas en inglés) –ahora una de las cinco instituciones que componen el Grupo del Banco Mundial— y el Fondo Monetario Internacional, que echaron a andar en 1945.El rasgo principal de Bretton Woods era la obligación de todos los países de adoptar una política monetaria que mantuviera dentro de unos valores fijos la tasa de cambio de su moneda. El sistema colapsó, cuando los EEUU suspendieron la convertibilidad al oro del dólar. Eso creó la insólita situación por la que el dólar llegó a convertirse en la "moneda de reserva" para los oros países que estaban en Bretton Woods.

Noam Chomsky, el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial, es profesor emérito de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachussets en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

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Irish Times, 10 octubre 2008


Kikka Roja

domingo, 14 de septiembre de 2008

Noam Chomsky: Georgia y los neoconservadores

Ampliar la imagen Soldados rusos se retiran del occidente de Georgia en dirección a la república separatista de Abjazia Soldados rusos se retiran del occidente de Georgia en dirección a la república separatista de Abjazia Foto: Ap

Horrorizado por las atrocidades que cometieron las fuerzas invasoras estadunidenses en las Filipinas, y por el vuelo retórico acerca de las nobles intenciones que acompañan de manera rutinaria los crímenes de Estado, Mark Twain admitió que estaba incapacitado para blandir la formidable arma de la sátira. El objeto de su frustración era el famoso general Frederick Funston. “Ninguna sátira sobre Funston puede llegar a la perfección”, lamentó Twain, “pues Funston ocupa esa cumbre por su cuenta... (él es) la sátira encarnada”. La conjetura de Twain pareció repetirse en recientes semanas, durante la guerra entre Rusia, Georgia y Osetia del Sur. George Bush, Condoleezza Rice y otros dignatarios invocaron de manera solemne la santidad de Naciones Unidas, y advirtieron que Rusia podría ser excluida de las instituciones internacionales, al “adoptar acciones en Georgia que contradicen” los principios de la ONU. La integridad territorial y la soberanía de todas las naciones debe ser acatada de manera rigurosa, señalaron. Cuando aludían a “todas las naciones” excluían al parecer aquellas que Estados Unidos elige atacar: Irak, Serbia, tal vez Irán, y una larga, familiar, lista de otras.

El socio menor se unió al coro. El secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, David Miliband, acusó a Rusia de comprometerse en “formas de diplomacia propias del siglo XIX”, al invadir un Estado soberano, algo que Gran Bretaña nunca haría en la actualidad. Tales actos, añadió Miliband, “no son la forma en que las relaciones internacionales deben concretarse en el siglo XXI”. De esa manera, sumó su voz a la de Bush, quien dijo que la invasión de un “Estado soberano vecino... es inaceptable en el siglo XXI”. El juego entre la sátira y la vida real se hace “inclusive más iluminador”, escribió Serge Halimi en Le Monde Diplomatique, “cuando para defender las fronteras de su país, el encantador y pro estadunidense (Mijail) Saakashvili repatria parte de los 2 mil soldados que había enviado a invadir Irak”, uno de los más grandes contingentes despachados a la nación árabe, aparte de los dos estados guerreros. Prominentes analistas se unieron al coro. Fareed Zakaria aplaudió la observación de Bush de que la actitud de Rusia es inaceptable en la actualidad, a diferencia del siglo XIX, “cuando la intervención de Rusia hubiera sido considerada un procedimiento normal para una gran potencia”. Por tanto, debemos desarrollar una estrategia para que Rusia “ingrese al mundo civilizado”, donde la intervención es impensable.

Siete de los miembros del Grupo de los Ocho, las principales potencias industriales del mundo, emitieron un comunicado “condenando la acción de nuestro miembro del G-8”, Rusia, pues aún no entiende el compromiso angloestadunidense de no intervención. La Unión Europea realizó una reunión de emergencia, algo bastante infrecuente, para condenar el crimen de Rusia. Fue la primera reunión de ese tipo desde la invasión de Irak, que por cierto no generó condena alguna de la UE. Rusia pidió una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU, pero no se llegó a consenso alguno pues, de acuerdo con los diplomáticos del consejo, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros rechazaron una frase que pedía a ambas partes “renunciar al uso de la fuerza”. Las reacciones recuerdan las observaciones de George Orwell sobre “la indiferencia ante la realidad que exhibe un nacionalista”, quien “lejos de desaprobar las atrocidades cometidas por su propio bando... tiene una notable capacidad para no escuchar nada acerca de ellas”. La básica historia no está seriamente en disputa. Osetia del Sur y Abjasia (que tienen puertos en el mar Negro) fueron asignadas por José Stalin a su nativa Georgia. (Ahora, los dirigentes occidentales señalan con firmeza que las órdenes de Stalin deben ser respetadas).

Las provincias disfrutaron de cierta autonomía hasta el colapso de la Unión Soviética. En 1990, el ultranacionalista presidente de Georgia, Zviad Gamsakhurdia, abolió las regiones autónomas e invadió Osetia del Sur. La guerra que siguió dejó mil muertos y decenas de miles de refugiados. Una pequeña fuerza rusa supervisó una tregua prolongada, difícil, que fue rota el 7 de agosto cuando el presidente georgiano Saakashvili ordenó a sus fuerzas invadir. De acuerdo con “gran cantidad de testigos”, informó The New York Times, el ejército de Georgia comenzó a “bombardear sectores civiles de la ciudad de Tsjinvali, así como la base de las fuerzas de paz de Rusia, usando artillería pesada y cohetes”. La predecible respuesta de Rusia fue desalojar a las fuerzas georgianas del sur de Osetia. Rusia procedió a continuación a conquistar partes de Georgia, y luego se retiró parcialmente a las cercanías de Osetia del Sur. Hubo muchas bajas y atrocidades. Tal como es normal, los inocentes sufrieron mucho. Como telón de fondo de la tragedia en el Caúcaso hay dos asuntos cruciales. Uno es el control del gas natural y de los oleoductos desde Azerbaiyán hasta Occidente. Georgia fue elegida por Bill Clinton para circunvalar a Rusia y a Irán, también fuertemente militarizada para ese propósito. Por lo tanto, Georgia representa “un valor estratégico muy grande para nosotros”, observa Zbigniew Brzezinski.

Es de notar que los analistas se están poniendo menos reticentes para explicar los reales motivos de Estados Unidos en la región, a medida que los pretextos de sombrías amenazas y de liberación se desvanecen y se hace más difícil eludir las demandas para que retire sus tropas de ocupación de Irak. Es por eso que los editores de The Washington Post criticaron a Barack Obama por considerar Afganistán “el frente central” para Estados Unidos. El periódico recordó que Irak “se halla en el centro geopolítico de Medio Oriente y contiene algunas de las reservas de petróleo más grandes del mundo”, y que la “importancia estratégica de Afganistán empalidece con relación a Irak”. Una bienvenida, aunque tardía, admisión de la realidad de la invasión estadunidense. El segundo tema de división en el Cáucaso es la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en dirección al este. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Mijail Gorbachov aceptó una concesión que resulta asombrosa a la luz de la historia reciente y de las realidades estratégicas: aceptó que una Alemania unida se uniera a una alianza militar hostil. Gorbachov aceptó la concesión sobre la base de “garantías” de que la OTAN no ampliaría su jurisdicción hacia el este, “ni una sola pulgada” en las exactas palabras (del entonces secretario de Estado) Jim Baker, de acuerdo con Jack Matlock, embajador de Estados Unidos en Rusia en los cruciales años de 1987 a 1991.

Clinton rápidamente abjuró de ese compromiso, y también desechó los esfuerzos de Gorbachov para poner fin a la guerra fría mediante una cooperación entre los socios. Y la OTAN rechazó una propuesta rusa para una zona libre de armas nucleares entre el Ártico y el mar Negro, que podría haber “interferido con planes para ampliar la OTAN”, según Michael McGwire, un analista de estrategia y quien trabajó en la OTAN en tareas de planificación.

Las esperanzas de Gorbachov fueron abandonadas ante el triunfalismo estadunidense.

Los pasos de Clinton fueron rápidamente escalados por la agresiva postura y las acciones de Bush. Matlock escribe que Rusia podría haber tolerado la incorporación de ex satélites de Rusia en la OTAN si Estados Unidos “no hubiera bombardeado Serbia y hubiera continuado su expansión. Pero, en definitivas cuentas, misiles balísticos en Polonia y la intención de que Georgia y Ucrania se unieran a la OTAN, cruzaron las líneas rojas. Y la insistencia en reconocer la independencia de Kosovo fue el colmo. Putin ha aprendido que las concesiones a Estados Unidos no resultaban recíprocas, sino que eran utilizadas para promover el control de Estados Unidos sobre el mundo. Una vez que tuvo la fuerza de resistir, lo hizo”, en Georgia.

Se habla mucho sobre una “nueva guerra fría” instigada por la brutal conducta de Rusia en Georgia. Hay motivos para alarmarse por contingentes navales de Estados Unidos en el mar Negro –algo homólogo en el Golfo de México difícilmente sería tolerado– y por otras señales de confrontación. Las recientes visitas del vicepresidente Dick Cheney a Georgia y Ucrania son temerariamente provocadoras. De todas maneras, parece muy difícil que exista una nueva guerra fría. Para evaluar la posibilidad, debemos tener en cuenta con claridad la vieja guerra fría. Más allá de la retórica, la guerra fría fue en la práctica un pacto tácito en el cual cada uno de los rivales tenía libertad para apelar a la violencia y a la subversión a fin de controlar sus dominios. Para Rusia, eran sus vecinos orientales. Para la superpotencia global, la mayor parte del mundo. Una alternativa sensata es la visión de Gorbachov rechazada por Clinton y socavada por Bush. Un consejo sensato fue ofrecido hace poco por el ex ministro de Relaciones Exteriores de Israel e historiador Shlomo Ben Ami. En un artículo escrito en la prensa libanesa, Ben Ami dijo que “Rusia debe buscar una genuina asociación estratégica con Estados Unidos, y Estados Unidos debe entender que, cuando Rusia es excluida y despreciada, puede arruinar las cosas a escala global. Ignorada y humillada por Estados Unidos desde que concluyó la guerra fría, Rusia necesita incorporarse a un nuevo orden global que respete sus intereses como una potencia que resurge, no con una estrategia antioccidental de confrontación”.

Los ensayos de Noam Chomsky sobre lingüística y política acaban de ser recolectados en The Essential Noam Chomsky, editados por Anthony Arnove y publicados por The New Press. Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge.

Copyright 2008 by Noam Chomsky.


Kikka Roja

sábado, 30 de agosto de 2008

NOAM CHOMSKY: GRAN BRETAÑA COMETIÓ ACTOS VERGONZOSOS

“Mi país cometió actos vergonzosos”, dice
Chomsky regaña a GB por no detener a EU en Guantánamo

The Independent

Londres, 29 de agosto. Noam Chomsky, lingüista y crítico de la política exterior estadunidense, dijo en entrevista con el diario londinense The Independent que Gran Bretaña ha fallado en su deber de evitar que Estados Unidos cometa “actos vergonzosos” contra sospechosos de ser “combatientes enemigos” en la “guerra contra el terror”, pero dirigió especialmente sus cuestionamientos a intelectuales y políticos británicos de izquierda por no levantar la voz en protesta.

“Un país con un poco de respeto por sí mismo estaría vigilante y se aseguraría de no tomar parte en este criminal salvajismo”, afirmó Chomsky.

“Debido a una relación especial, Gran Bretaña tiene responsabilidad particularmente fuerte para detener estos delitos vergonzosos de cualquier manera posible”, dijo el catedrático del Instituto Tecnológico de Massachusetts.

“Definitivamente, no se han escuchado más que débiles manifestaciones de protesta. Difícilmente necesitábamos evidencias, había más que suficiente para saber que Gitmo (la base de Guantánamo) iba a ser una cámara de tortura. De otra forma, ¿por qué no llevar a los llamados ‘combatientes enemigos’ a una prisión en Nueva York?”, dijo Chomsky.

En respuesta al intelectual estadunidense, algunos analistas políticos y periodistas concedieron razón a Chomsky y señalaron que Gran Bretaña no podría ser crítico de Estados Unidos en este caso, porque muchos de los pensadores de izquierda han sido aliados de los gobiernos laboristas de la última década.

Bevis Hillier, un historiador, reviró a Chomsky que los británicos no podían hacer mucho por detener a Washington y señaló que los estadunidenses “siempre hablan de la tierra de las libertades, pero cuando se trata de escoger entre libertad y autoridad, ellos prefieren a la autoridad”.
Kikka Roja

domingo, 6 de enero de 2008

Chomsky y Foucault: la razón y la navaja : Rafael Toriz

Chomsky y Foucault: la razón y la navaja

Ya lejano en el tiempo, aquel diálogo documenta todavía una bifurcación desastrosa, cuyos daños aún hoy pueden apreciarse
Paolo Virno

Pocas son las certezas que podemos depositar en la palabra. Acaso su espectral naturaleza sólo permita sugerir el desplazamiento –tránsito que testimonia y funda la diferencia–, como su única característica permanente. La conversación, está visto, consiste en practicar el ensayo en la más líquida y maleable de sus formas.

Hoy en día, gracias a la relativa democratización del conocimiento que permite la red, es de sobra conocido el célebre debate que sostuvieron Michel Foucault y Noam Chomsky en la Escuela Superior de Tecnología de Eindhoven (Holanda) en noviembre de 1971 dentro del marco de los encuentros del International Philosophers Project dirigidos por Fons Elders, activista radical y filósofo quien, entre sus mayores logros curriculares, contará con haber moderado el encuentro en cuestión, sugerir a Foucault que vistiera una peluca pelirroja durante la charla (cosa que no sucedió) y, según la turbia leyenda, pasar a la historia por darle al filósofo francés “una importante porción de hachís” como pago por su presentación en el evento.

En octubre de 2006 la editorial Katz, en mi opinión una tentativa editorial comprometida y estimulante llamada a ser una piedra de toque en lo que a filosofía, ciencias sociales, estudios culturales, ciencia política y ciencias duras se refiere en el ámbito hispanoamericano, editó en bello formato el debate televisivo bajo el título La naturaleza humana: justicia versus poder a partir del texto Reflexive Water. The basics concerns or mankind publicado por Souvenir Press en Londres en 1974. Resulta evidente que, en su versión impresa, es mucha la riqueza perdida: gestos, miradas, inflexiones de voz, bromas, galantería e incluso vestuario e iluminación. Afortunadamente para los interesados es posible cotejar partes del debate a través del maravilloso acervo de YouTube, sitio web que permite un acercamiento directo con un documento visual que, hace apenas un par de años, hubiera sido inconseguible. Gracias al servidor podemos sopesar no sólo los argumentos de los expositores sino también enterarnos de la fina ironía de Foucault, su velada displicencia (en ocasiones se mira las uñas o se escarba los dientes), la precisión y la impecable racionalidad de Chomsky y su peinado a la Clark Kent. Es motivo de verdadera alegría contar con una versión en castellano de un debate que, en buena medida, ayuda a (re)pensar un tema tan vetusto como inagotable: la siempre conflictiva naturaleza humana.

PALABRAS CRUZADAS

El debate se encuentra dividido en dos secciones. La primera, que atañe propiamente a la problemática de la naturaleza humana, se desarrolla en un tono cordial e incluso placentero: mera coquetería académica. La segunda, por el contrario, es un ejemplo de la seductora acidez y lucidez de Foucault y del irreprochable candor y mesura de Chomsky. En este segmento confrontan sus irreconciliables diferencias y protagonizan uno de los encuentros intelectuales más sugestivos de la segunda mitad del siglo xx respecto de una cuestión que aún ahora ha quedado irresoluble: las convulsas relaciones entre el poder y la justicia.

Queda claro, desde el primer momento, que el tema del debate presupone dominios discursivos excluyentes, contradictorios y sumamente complejos. Referirse a la naturaleza humana conlleva entronizadas complicaciones histórico-biológicas y contrapuestas perspectivas filosóficas que, a la fecha, siguen siendo un territorio abierto a la especulación y al paso del tiempo. Con todo, suponemos no sin verdad que somos un ente escindido y conjuntado a través de los genes y los memes; un sustrato biológico amalgamado con uno cultural.

En este primer momento de la charla es posible analizar con prudencia los comentarios de un Chomsky postulador del innatismo lingüístico, firme defensor –y con acierto– de la importancia neurálgica de la creatividad del sujeto hablante. La tesis del entonces ya profesor del mit sostenía, como sostiene, que a través de la combinatoria finita de los elementos gramaticales es posible crear prácticamente oraciones infinitas y singulares, lo que descalificaría la adquisición del lenguaje y su performatividad como aprendizaje y socialización. Para el lingüista dicho conocimiento instintivo sería “un constituyente fundamental de la naturaleza humana”. La teoría de Chomsky, aunque más preciso sería decir su aportación científica, minó entre otros blancos el empirismo filosófico, el conductismo recalcitrante y en cierta medida algunos de los postulados básicos del estructuralismo. Para la fecha en que se lleva a cabo el debate, Chomsky ya había publicado Estructuras sintácticas (1957), Aspectos de la teoría de la sintaxis (1965) y Lingüística cartesiana (1966) entre otros.

En este punto podría sostener, con el franco afán de escandalizar, que Michel Foucault no podría sino estar en desacuerdo, pero sería una exageración. Desde luego la postura del francés será distinta. Según su parecer es difícil atenerse a un concepto como el de naturaleza humana puesto que “entre los conceptos o nociones que una ciencia puede utilizar no todos tienen el mismo grado de elaboración”, situación que lo hará esbozar una diferencia entre “concepto científico” e “indicador epistemológico”, evitando así la perniciosa homologación entre índice y conocimiento. Sin embargo, lo más prudente será señalar lo irrebatible: si bien el tema que abordan es el mismo están hablando de situaciones y estadios diferentes, de allí que Foucault sostenga que los problemas de cada uno son disímiles en la medida en que Chomsky ha combatido el conductismo lingüístico que negaba la capacidad creativa del sujeto hablante y él, como historiador de la ciencia y el pensamiento, ha puesto en conflicto la soberanía del sujeto en relación con la historia del saber. Por tal razón, en cuanto a la competencia y alcance de sus ciencias particulares, no tendrían por qué existir desavenencias significativas teóricamente hablando.

No obstante, Foucault, con su elegante tono perifrástico, pilotará el sentido del debate al llevarlo a sus dominios, es decir, al terreno epistemológico. Entonces demostrará su interés, más amplio en tanto que atañe no sólo a la historia de la ciencia sino también a su estatuto epistémico, en los métodos, dispositivos y condiciones que transforman la teoría del conocimiento, es decir, el estado en que se presentan las condiciones de verdad del sujeto y para el sujeto, de ahí que su inquietud sea analizar no la historia de los descubrimientos del saber sino las transformaciones de dicha comprensión. Chomsky, desde esta perspectiva, quedaría limitado a fungir como un mero cronista de los descubridores –a este respecto el sociólogo Robert K. Merton ha legado datos excepcionales en su delicioso libro On the Shoulders of Giants.

Simplificando, podríamos decir que mientras Chomsky introduce la figura del sujeto en el análisis gramatical, Foucault difumina su presencia en aras de asimilar el entorno del saber y el funcionamiento preciso que lo hace posible en un momento determinado.

Chomsky entonces dirige su atención a la capacidad creativa del ser humano, concibiéndola como una característica esencial y constitutiva de la especie, “estoy refiriéndome al tipo de creatividad que cualquier niño demuestra cuando enfrenta una situación nueva… He estado hablando de los niveles bajos de creatividad”. En mi opinión este tipo de afirmaciones, románticas y epidérmicas, ayudan a ubicar el discurso de Chomsky por oposición al de Foucault. Desde la perspectiva del estadunidense, debido al innatismo de ciertas estructuras mentales, es posible justificar conceptos tan vagos como los de “gran artista” o “gran científico”, eso sin contar que como moneda corriente encontramos en su vocabulario palabras como “normalidad”, “humanidad” o “decencia”. Algunas páginas después invocará a una curiosa figura de autoridad (lo digo sin mofa) para ejemplificar su punto, aludirá a un hipotético marciano que, pensando curiosamente como terrícola (hecho, en su candidez, que el lingüista pasa por alto) quedaría asombrado al constatar el acto descomunal de invención y creación que supone la facultad del lenguaje. El marciano de Chomsky, en caso de que fuera un ente racional y no un idiota –dicho marciano se revela entonces como un observador modelo, en este caso, como un doble del mismo Chomsky– “llegaría a la conclusión de que la estructura del conocimiento que se adquiere en el caso del lenguaje es básicamente interior a la mente humana” dada su complejidad inextricable y la facilidad de las “creatividades bajas” para hacerse con él. Desafortunadamente su argumento es imponderable. No contamos con el marciano y no sabemos si es racional; por lo tanto Chomsky tiene razón: el lenguaje, por imposible, debe ser consustancial al ser humano. En ese sentido no acepto ni contravengo su argumentación; empero, no puedo estar de acuerdo con el innatismo de la teoría de Chomsky como prueba de cargo para justificar invariables o “esencias humanas”, del orden que sean, en el acontecer de la vida política e histórica de los individuos y sus sociedades. Y ese será precisamente el argumento que Foucault cuestionará al sostener que es necesario ubicar dichas reglas inherentes a la mente en el campo de otras prácticas humanas, tales como la economía, la tecnología, la política, la sociología, que pueden cumplir las condiciones de formación, de modelos, de lugar, de aparición. Quisiera saber si no es posible encontrar el sistema de regularidad, de restricción que la ciencia sea posible, en algún otro lugar, incluso fuera de la mente humana, en formaciones sociales, en las relaciones de producción, en las luchas de clase, etcétera.

Por su parte, Chomsky matiza y coincide con Foucault al afirmar que en los actos creativos intervienen tanto propiedades intrínsecas de la mente como las condiciones sociales y particulares de los individuos. En este momento, ante la discreta polarización que ha tejido Foucault, Chomsky asestará un uppercut al decir que no se trata de elegir una u otra manera de enfrentarse a los descubrimientos científicos, y aun al comportamiento humano, sino de reconocer los distintos factores que los posibilitan con la finalidad de implementar, en la misma medida, un análisis de las capacidades intrínsecas de la mente y otro de las condiciones particulares de los individuos, es decir, de la historia.

PALABRAS ENEMIGAS

En el comienzo de la segunda parte Foucault, ante un entrevistador que más que impertinente y amarranavajas se ha mostrado por momentos como un consumado cretino, arranca con una enérgica respuesta respecto del por qué su interés en la política es la vez su parti pris:

¿Por qué no debería interesarme? Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos.

Después de tal declaración de principios, que es posible ubicar en un plano distinto al inicialmente discutido con Chomsky, es notoria la pasión de Foucault por uno de los temas focales de nuestro tiempo: la política, su ejercicio y las relaciones de poder, actividad a la que Chomsky dedicaría buena parte de su vida, lamentablemente, desde un flanco con limitaciones evidentes y supinas contradicciones.

En este apartado, Foucault, a la par de dar muestras de maestría discursiva y centelleante ironía, esbozará algunas de sus más penetrantes críticas contra nuestras entecas ideas de democracia, contra la opción política del anarcosindicalismo y contra la izquierda obstinada y miope incapaz de darse cuenta de su autocomplacencia e ingenuidad. En suma, echará por tierra los principales pilares del evangelio chomskiano (parecidos en cierta medida a los que sostienen el discurso de James Petras, José Saramago o el Sub Comandante Marcos) no sin advertir que “estamos viviendo bajo un régimen de dictadura de clase, de un poder de clase que se impone a través de la violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y constitucionales; y a ese nivel, hablar de democracia carece de sentido por completo”. Foucault, en este momento, ha sacado la navaja.

Chomsky, idealista y utopista, intentará definir y articular su discurso con base en sus ideas de una naturaleza humana justa y libre, bajo fundamentos como el “humanismo”, el “amor”, la “decencia”, la “bondad” o la “compasión” que, por si fuera poco, estarían determinados, en su opinión, de manera biológica, es decir, serían parte constitutiva de la naturaleza humana (al respecto convendría recordar la frase de James Madison que sostiene que si los hombres fueran ángeles no necesitarían gobierno alguno). El principal desacierto de Chomsky radica en que niega la contingencia y la historicidad, intentando ubicar un discurso histórico en el plano de inmanencia, o sea, en el de una metahistoria. Por tal razón su teoría social está condenada al fracaso, en la medida en que es imposible e impertinente deducir un ideal sociopolítico de un presumible invariante biológico. Chomsky parece olvidar que, si bien la facultad del lenguaje puede ser un innatismo, el acontecimiento de su praxis es histórico; luego, sus invariables se encuentran a merced de la contingencia: el lenguaje es la historia, o para decirlo con el poeta “la palabra del hombre/ es hija de la muerte. / Hablamos porque somos/ mortales: las palabras/ no son signos, son años”.

En este punto Foucault es implacable. Además de tasajear sin tregua las razones burguesas del profesor, desarticula sus argumentos al espetarle que será necesario pensar la justicia desde la óptica de la lucha social y no la lucha social en términos de la justicia. La propuesta de Chomsky, si bien mesurada, moralista y hasta conservadora, busca legitimar su praxis y actúa, como bien se lo señala Foucault, en función de una justicia “superior”, “ideal” o “pura”, en un franco ejercicio de lo que el filósofo español Tomás Pollán ha denominado “mentalidad sacrificial” o “justica distributiva”, es decir, pensar que todo proceso social y político –y en última instancia cualquier actividad humana– por más revolucionario o violento que sea, responde a una teleología perfecta en la que todo se resolverá en un futuro promisorio y equitativo: en la tierra prometida. Sólo si asimilamos dicho razonamiento podremos entender frases como la siguiente en boca del lingüista: “Un período de dictadura violenta, o quizá de dictadura violenta y sangrienta, es justificable porque implicará la supresión y el fin de la dominación de clase, un objetivo adecuado para la vida humana; es por esta última condición que toda la empresa podría justificarse.”

La situación, como vemos, se ha tornado escabrosa. Momentos antes de la declaración de Chomsky, Foucault afirmaba que el proletariado lucha contra la clase dominante porque por primera vez en la historia quiere tomar el poder, y añadirá con un aguijón fulminante que la guerra se hace para ganarse, no porque sea justa. Desnudez absoluta: Chomsky es víctima de sus propios atavismos, de su criterio y de su humana naturaleza.

Foucault, que a estas alturas ha dejado en claro cuáles son las tareas que debe realizar la política en sociedades como las nuestras (deberá criticar el funcionamiento de las instituciones aparentemente neutrales como la universidad o la familia en aras de develar la violencia política que han ejercido de manera oculta), concibe los conceptos de justicia, bondad o naturaleza humana como dependientes de nuestra civilización, como adendas que sólo pueden surgir al interior de nuestra filosofía y sociedad. Sujetos entonces a nuestro sistema de clases, “no podemos, por lamentable que sea, servirnos de esos conceptos para describir o justificar una lucha que debería –y que por principio debe– echar abajo los fundamentos mismos de nuestra sociedad”. Chomsky, desde luego, está liquidado.

Este debate, estimulante como pocos, es un valioso testimonio de los encuentros y desencuentros posibles gestados en la matriz y en la praxis del pensamiento crítico. Tales hallazgos, afortunadas coincidencias, mueven a pensar no sólo de maneras distintas, sino que echan en falta los documentos precisos que hubieran permitido al gran público conocer el contenido de las charlas de Borges con Derrida o de Celan con Heidegger.

Para terminar su participación, el moderador pregunta a Foucault cuál cree que es la enfermedad que aqueja más a la sociedad contemporánea, cuestión a la que el filósofo responde diciendo: “Nuestra sociedad ha estado aquejada por una enfermedad, una enfermedad muy paradójica y extraña, para la cual aún no hemos encontrado un nombre; y esta enfermedad mental tiene un síntoma muy curioso, y es que el síntoma mismo produjo la enfermedad mental.”

Kikka Roja

viernes, 26 de octubre de 2007

AUDIO: Mandoki : Circulos de estudio : Conferencia

Circulos de estudio de tacuba 53, Luis Mandoki en Conferencia transmitido por RADIOAMLO PELICULA FRAUDE MÉXICO 2006

http://www.divshare.com/download/2520594-993


Noam Chomsky texto al que se refiere la pregunta.
Chomsky : Elogia al movimiento en Oaxaca : Integración en Latinoamérica
Kikka Roja

Chomsky : Elogia al movimiento en Oaxaca : Integración en Latinoamérica

La región es la más emocionante, pues se sacude la dominación imperialista, dice
Elogia Chomsky a maestros de Oaxaca y la integración en Latinoamérica
Inauguran en la entidad el segundo Congreso Nacional de Educación Indígena e Intercultural

Octavio Vélez Ascencio (Corresponsal)

Oaxaca, Oax., 25 de octubre. Noam Chomsky, lingüista, profesor y escritor estadunidense, saludó ayer a los “maestros valientes de Oaxaca” por su trabajo profesional en la educación indígena, pero sobre todo por encontrarse en “una lucha de gran envergadura”, no sólo en la entidad, “sino como parte de la lucha mundial”.Su movimiento “es particularmente impactante en estos momentos en toda Latinoamérica”, afirmó en un mensaje en video enviado especialmente al acto de apertura del segundo Congreso Nacional de Educación Indígena e Intercultural, que se celebró en el teatro Macedonio Alcalá, en el centro de esta ciudad. En el encuentro, en el que participan unos 400 delegados de pueblos indígenas de 16 estados del país, además de Estados Unidos, Guatemala, Ecuador y Chile, tiene como propósito intercambiar y presentar experiencias concretas, avances de investigación y propuestas innovadoras, así como articular esfuerzos para lograr una educación culturalmente pertinente y digna para los pueblos originarios. El acto fue inaugurado por Erasmo Palma, indígena rarámuri, violinista, ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2002 en el campo de artes y tradiciones populares.En lengua rarámuri, Palma invitó a los participantes a “cuidar lo nuestro, a aprender mucho y a ser más hermanos. Somos de una sola madre, somos de una sola tierra. Vean a sus alumnos como si fueran sus propios hijos. Matéteraba (Gracias)”.

Noam Chomsky, crítico del neoliberalismo, socialista libertario y simpatizante del anarcosindicalismo, como se describe a sí mismo, expuso que América Latina se ha convertido “en el lugar más emocionante del mundo por primera vez en la historia moderna”, ya que después de medio milenio, los países de esta área “empiezan a moverse hacia un importante nivel de integración” en vez de “estar separados entre sí y dominados por poderes del imperialismo”. La integración, sostuvo, “es una condición previa para lograr la independencia y la autodeterminación”.Destacó que los países latinoamericanos “también están empezando seriamente a movilizarse para superar la verdadera maldición” del continente, “la de la enorme brecha, sin precedente en el mundo, entre una pequeña elite de enorme riqueza y una vasta masa de gente profundamente empobrecida” con correlaciones raciales y étnicas.Expuso que el papel de los pueblos indígenas ha sido especialmente impactante, porque “han sido el sector más reprimido y marginado durante siglos, hasta en países donde son la mayoría de la población”. Pero finalmente “se están organizando, exigiendo sus derechos y obteniendo logros extraordinarios, desde el Altiplano boliviano hasta el estado de Chiapas, y también en otros lugares”. A su juicio, la organización de los pueblos indígenas “es un avance sumamente importante e impactante”, porque “echa para atrás 500 años de historia miserable y fea, revitalizando las lenguas, las culturas y los conocimientos técnicos”.

El fundador de la gramática generativa transformacional, sistema para abordar el análisis lingüístico, subrayó que estas formas de organización social emergidas de las propias tradiciones de los pueblos indígenas están siendo adaptadas al mundo moderno, “y así los avances son sumamente emocionantes”. Carlos Montemayor, escritor, poeta y promotor de las letras indígenas, afirmó por su parte que uno de los grandes equívocos históricos desde la época de la Colonia hasta nuestros días “es pensar que a menor número de indígenas, más progreso”, pues “continúa siendo práctica velada de los actuales gobiernos”. Durante su conferencia magistral, dijo que las políticas públicas de los gobiernos deben surgir a partir de la presencia y capacidad, y de la organización y unión de los pueblos indígenas. “No podemos esperar un cambio en la elección de los gobernantes”, asentó. Puso como ejemplo de la organización y la capacidad de los pueblos indios, la inclusión de sistemas pedagógicos propios en la educación indígena de México.Requirió a los participantes trabajar seriamente pues, “muchos estamos atentos a lo que la educación indígena, desde la práctica de la autonomía, pueda ofrecer”.

Kikka Roja

martes, 16 de enero de 2007

De televisa y GEA ISA a golpeadores del gobierno FeCal

Astillero
Julio Hernández López
  • Bipolar (también)
  • Bicicletas marca Abuelita
  • Lucrar con la escasez
Otro de GEA-ISA a Pemex Un día después de haber creído con temprano e injustificado optimismo que las alzas a los productos básicos incluían el incremento de su propia popularidad y la revaloración de su autoestima en materia de gobierno, el presidente general de México (cinco estrellas de gorra lo confirman) tuvo una variación bipolar al estilo de su antecesor (al que se le queman las habas por asumir una presunta condición de Jefe Mínimo de la Reacción, un intento caricatural de Callismo de derecha): "Por muy adversas que sean las circunstancias, ni México ni su gobierno se van a doblegar ante ellas", dijo el michoacano con Fe, cuyo error de enero ha sido tortillero.

Frente a industriales y hombres de negocios preocupados por volatilidad e inflación, a los que llevó como botana mal recibida el platillo propagandístico del subsidio fiscal a quienes generen nuevos empleos, el esposo de la señora Margarita hizo una convocatoria universal a la responsabilidad y la solidaridad "entre mexicanos para enfrentar y superar con éxito los desafíos". Gallardamente suplicante aseguró que la economía mexicana "es rentable" y por ello no pide que se invierta en el país "como consecuencia meramente de un gesto de buena voluntad" (en ese momento, según versión no confirmada hecha llegar a esta columna, los presentes cerraron en sus computadoras los portales bancarios desde donde se disponían a transferir millonadas a negocios que no eran tales sino simples actos rutinarios de caridad empresarial, a título de nada, sin pensar en ganancias ni riesgos). El pendular discurso calderónico insistió en una frase de manual de superación personal (nacional) que mucho le gusta: la economía mexicana podrá ser una de las más grandes del mundo en las próximas décadas "si verdaderamente nos decidimos a hacer lo que tenemos que hacer" (¿Una especie de bicicleta con ruedas marca Abuelita? ¿Qué es lo que los mexicanos "tenemos que hacer"? ¿Frases sin sentido, convocatorias a la nada, exhortos patrioteros improductivos?).

Menos retórica, pero más contundente, va ganando terreno la rueda rebelde, sin biciclo que la estabilice o guíe, llamada tortilla. Una rueda que recorre el país dejando a su paso dudas y sospechas que apuntan a maquinaciones desde el poder para beneficiar a grupos empresariales o a personajes hasta ahora ocultos o poco conocidos (no todos han de ser Don Maseco, también puede haber familiares del grupo en el poder pasado y presente, por dar un mal ejemplo) pero que se habrían beneficiado de los permisos de fin de régimen que Fox autorizó para exportar maíz subsidiado a Africa; grupos o personajes que también estarían tras las maniobras ahora de importación que igualmente significan ganancias para unos cuantos y miseria para muchísimos. Como de película: generar una crisis nacional por una presunta escasez de grano que en realidad es un proceso de acaparamiento pero que también permitirá (según eso, "justificará") la importación de maíz de desecho y la declaración de México como territorio colonial para ensayos agrícolas trasnacionales. La frase es de una lectora que no quiere ser identificada: "Vamos en camino de portorriqueñizarnos, no colombianizarnos: volvernos cada vez más dependientes de Estados Unidos".

Astillas: El crimen (demoscópico) siempre paga: recibe premio en la nómina federal otro de quienes meses atrás ejecutaron suertes "científicas" a sesgado favor de Felipe Calderón. Ayer, el dueño de GEA-ISA, Jesús Reyes González (aunque se hace llamar Reyes Heroles González Garza), nombró a Mariano Ruiz-Funes como su coordinador general de asesores. Ruiz-Funes es socio fundador del Grupo de Economistas y Asociados (GEA) y fue su director general. La Torre de Pemex se va llenando de ejecutivos provenientes de una de las casas de encuestas que creó las condiciones para "justificar" el presuntamente milagroso repunte de Calderón en la campaña presidencial de 2006... ¡Oh, cuanta generosidad de los consejeros del Instituto del Fraude Electoral: se recortaron el sueldo para ganar 200 pesos menos que el presidente de la República!.. Otro ¡oh! necesario: que dice el santo varón poblano M&M que él no hizo nada malo en el caso Lydia Cacho y que agradece a Chente Fox los favores recibidos y a Felipe Calderón los actuales y los que están por venir... A propósito del presidente general de México, varios lectores dicen que en lugar de CalderWorld o FeliHappy (como prudente y castamente propone el tecleador que sea llamado el parque temático del presente sexenio) sea usada una denominación escatológica compuesta a partir de las primeras letras de nombre y apellido del michoacano más la terminación "landia"... Mario Castro escribe desde Guadalajara, en relación con las recientes declaraciones de Norberto Rivera sobre la tortilla encarecida y sus implicaciones sociales: "Creo que ocupamos otro tipo de Iglesia católica (uso verbal típicamente tapatío: ocupar por necesitar; breviario del astillero bailador de jarabes). Esta que tenemos es meramente ritualista, vaciada de todo contenido evangélico, humano y fraterno. Ya basta de esta religiosidad medieval que no alza la voz ante las injusticias sociales y que hace juicios moralizantes absolutos siempre a favor del poder"... Manuel Espino está conformando el gobierno foxista en el exilio: a las anteriores designaciones de Luis Ernesto Derbez y Francisco Javier Salazar en carteras del CEN panista se suma ahora la de Carlos Abascal, quien será secretario de gobernación adjunto, perdón: secretario general adjunto, según eso, comisionado para "fortalecer" al PAN en el DF (no se informó en qué parroquias chilangas oficiará el citado monseñor Abascal) ... Al gobernador de Sinaloa, Jesús Alberto Aguilar Padilla, no le afectó un malestar de espalda (como a Fox frente a la invasión de Irak) sino un problema de vesícula, así es que está internado en Tucson, Arizona, mientras el Ejército se apodera (provisionalmente) del estado... Y, mientras la desesperación electorera del Frente Amplio Progresista busca reciclar a la salinista Dulce María Sauri como candidata "de izquierda" a la gubernatura de Yucatán (ni por ver el ejemplo de Juan Sabines en Chiapas), ¡hasta mañana, en esta columna que no ganó ningún Globo de Oro!

Guillermo Valdés como director del Cisen...
El Cisen : Raymundo Riva Palacio. Espías en conflicto. Guillermo Valdés, politólogo sin experiencia en el ámbito de la inteligencia, será ahora el vigilante civil mayor del Estado mexicano ¿Cuál era la fórmula perfecta para la parte civil de la seguridad del Estado mexicano? Si se necesitaba experiencia, confiabilidad y certidumbre, el dream team tropical lo integrarían Jorge Tello Peón en la Secretaría de Seguridad Pública, Eduardo Medina Mora en la Procuraduría General de la República y Genaro García Luna en el Cisen... sigue...

Asume Guillermo Valdés como nuevo titular del Cisen
Da posesión Francisco Ramírez Acuña, secretario de Gobernación, en el cargo a quien fuera director de la encuestadora GEA- ISA

Jorge Ramos El Universal Ciudad de México
Miércoles 10 de enero de 2007 12:04 El secretario de gobernación, Francisco Ramírez Acuña, dio posesión esta mañana a Guillermo Valdés Castellanos como nuevo titular del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). En una ceremonia celebrada en las instalaciones del Cisen, y a la que sólo tuvo acceso Ramírez Acuña, Valdés Castellanos tomó el cargo para sustituir a Jaime Domingo López Buitrón. El ahora titular del Cisen, identificado como analista político y articulista, fue recientemente director de la encuestadora GEA- ISA, la primera que el año pasado dio a conocer ventaja del entonces candidato Felipe Calderón sobre Andrés Manuel López Obrador, en las campañas presidenciales.
La experiencia de televisa en espionaje al servicio de Feli-pedo Calde-ron. Cuanta razón tiene Abraham Zabludovsky cuando dice que TELEVISA usa el escarnio social, el odio generalizado, para atacar a la gente que amenaza sus intereses, manipula a las masas que no tiene "la historia completa". Televisa miente, desinforma y agarra parejo a ricos y a pobres. Por eso yo no confio en Carmen Aristegui, hasta que no se salga de tan maldita empresa, no dejaré de pensar que es una vendida. Se los digo: Javier Solorzano y Abraham Zabludovsky tienen la decencia de avisar que son de derecha y sobre aviso no hay engaño. nada menos ayer la Diane Perez entrevistó a Alfredo Jalife, que casi le sale el tiro por la culata a la vieja panista derechosa fea y horripilante, porque Jalife le tiró reteduro a su amada empresa asquerosa, televisa está encuerada ante la gente pensante, y ha emprendido una campaña de "amor por los televidentes" allá ustedes si se dejan. APAGUEN LA COCHINA TELEVISIÓN.


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miércoles, 10 de enero de 2007

El control de los medios de comunicación

Noam Chomsky

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales. Si se busca la palabra democracia en el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular. Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente controlados. Quizás esto suene como una concepción anticuada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea predominante. De hecho lo ha sido durante mucho tiempo, no sólo en la práctica sino incluso en el plano teórico. No olvidemos además que tenemos una larga historia, que se remonta a las revoluciones democráticas modernas de la Inglaterra del siglo XVII, que en su mayor parte expresa este punto de vista. En cualquier caso voy a ceñirme simplemente al período moderno y acerca de la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y sobre el modo y el porqué el problema de los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.

Primeros apuntes históricos de la propaganda

Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo. Se alcanzó un éxito extraordinario que conduciría a otro mayor todavía: precisamente en aquella época y después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos.

Entre los que participaron activa y entusiásticamente en la guerra de Wilson estaban los intelectuales progresistas, gente del círculo de John Dewey Estos se mostraban muy orgullosos, como se deduce al leer sus escritos de la época, por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir, ellos mismos, eran capaces de convencer a una población reticente de que había que ir a una guerra mediante el sistema de aterrorizarla y suscitar en ella un fanatismo patriotero. Los medios utilizados fueron muy amplios. Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento —tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas— era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo. Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra. Y funcionó muy bien, al tiempo que nos enseñaba algo importante: cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme. Fue una lección que ya había aprendido Hitler y muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.

La democracia del espectador

Otro grupo que quedó directamente marcado por estos éxitos fue el formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación, como Walter Lippmann, que era el decano de los periodistas americanos, un importante analista político —tanto de asuntos domésticos como internacionales— así como un extraordinario teórico de la democracia liberal. Si se echa un vistazo a sus ensayos, se observará que están subtitulados con algo así como Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal. Lippmann estuvo vinculado a estas comisiones de propaganda y admitió los logros alcanzados, al tiempo que sostenía que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas de propaganda, la aceptación de algo inicialmente no deseado. También pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo afirmó, los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Esta teoría sostiene que solo una élite reducida —la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de Dewey— puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general. En realidad, este enfoque se remonta a cientos de años atrás, es también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas. Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos. En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Es posible que haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el poder real: la comunidad de las finanzas. Pero estaremos haciendo lo mismo: conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces de comprender nada por sí mismas.

Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual en una democracia con un funcionamiento adecuado hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen algún papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total. Por supuesto, todo aquel que ponga en circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegemos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes. Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.

Y la verdad es que hay una lógica detrás de todo eso. Hay incluso un principio moral del todo convincente: la gente es simplemente demasiado estúpida para comprender las cosas. Si los individuos trataran de participar en la gestión de los asuntos que les afectan o interesan, lo único que harían sería solo provocar líos, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla. Por lo mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.

Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tengan que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita —e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos— tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y decir Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del grupo ejecutivo. Y hay que quedarse callado y portarse bien, lo que significa que han de hacer lo posible para que penetren en ellos las creencias y doctrinas que servirán a los intereses de los dueños de la sociedad, de modo que, a menos que puedan ejercer con maestría esta autoformación, no formarán parte de la clase especializada. Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada. Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en su función de espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.

Muchos otros han desarrollado este punto de vista, que, de hecho, es bastante convencional. Por ejemplo, él destacado teólogo y crítico de política internacional Reinold Niebuhr, conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea. En la década de los años veinte y principios de la de los treinta, Harold Lasswell, fundador del moderno sector de las comunicaciones y uno de los analistas políticos americanos más destacados, explicaba que no deberíamos sucumbir a ciertos dogmatismos democráticos que dicen que los hombres son los mejores jueces de sus intereses particulares. Porque no lo son. Somos nosotros, decía, los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos, por lo que, precisamente a partir de la moralidad más común, somos nosotros los que tenemos que asegurarnos de que ellos no van a gozar de la oportunidad de actuar basándose en sus juicios erróneos. En lo que hoy conocemos como estado totalitario, o estado militar, lo anterior resulta fácil. Es cuestión simplemente de blandir una porra sobre las cabezas de los individuos, y, si se apartan del camino trazado, golpearles sin piedad. Pero si la sociedad ha acabado siendo más libre y democrática, se pierde aquella capacidad, por lo que hay que dirigir la atención a las técnicas de propaganda. La lógica es clara y sencilla: la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado.

Relaciones públicas

Los Estados Unidos crearon los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus líderes, su compromiso consistía en controlar la opinión pública. Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y del miedo rojo, y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, obteniéndose grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial a lo largo de la década de 1920. La situación llegó a tal extremo que en la década siguiente los comités del Congreso empezaron a investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la información de que hoy día disponemos.

Las relaciones públicas constituyen una industria inmensa que mueve, en la actualidad, cantidades que oscilan en torno a un billón de dólares al año, y desde siempre su cometido ha sido el de controlar la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones. Tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, en la década de 1930 surgieron de nuevo grandes problemas: una gran depresión unida a una cada vez más numerosa clase obrera en proceso de organización. En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse. Los individuos tienen que estar atomizados, segregados y solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque en ese caso podrían convertirse en algo más que simples espectadores pasivos.

Efectivamente, si hubiera muchos individuos de recursos limitados que se agruparan para intervenir en el ruedo político, podrían, de hecho, pasar a asumir el papel de participantes activos, lo cual sí sería una verdadera amenaza. Por ello, el poder empresarial tuvo una reacción contundente para asegurarse de que esa había sido la última victoria legislativa de las organizaciones obreras, y de que representaría también el principio del fin de esta desviación democrática de las organizaciones populares. Y funcionó. Fue la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario, y, a partir de ese momento —aunque el número de afiliados a los sindicatos se incrementó durante la Segunda Guerra Mundial, acabada la cual empezó a bajar— la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez menor. Y no por casualidad, ya que estamos hablando de la comunidad empresarial, que está gastando enormes sumas de dinero, a la vez que dedicando todo el tiempo y esfuerzo necesarios, en cómo afrontar y resolver estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la National Association of Manufacturers (Asociación nacional de fabricantes), la Business Roundtable (Mesa redonda de la actividad empresarial), etcétera. Y su principio es reaccionar en todo momento de forma inmediata para encontrar el modo de contrarrestar estas desviaciones democráticas.

La primera prueba se produjo un año más tarde, en 1937, cuando hubo una importante huelga del sector del acero en Johnstown, al oeste de Pensilvania. Los empresarios pusieron a prueba una nueva técnica de destrucción de las organizaciones obreras, que resultó ser muy eficaz. Y sin matones a sueldo que sembraran el terror entre los trabajadores, algo que ya no resultaba muy práctico, sino por medio de instrumentos más sutiles y eficientes de propaganda. La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros. Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser americanos, y trabajar juntos. Pero resulta que estos huelguistas malvados de ahí afuera son subversivos, arman jaleo, rompen la armonía y atenían contra el orgullo de América, y hemos de pararles los pies. El ejecutivo de una empresa y el chico que limpia los suelos tienen los mismos intereses. Hemos de trabajar todos juntos y hacerlo por el país y en armonía, con simpatía y cariño los unos por los otros. Este era, en esencia, el mensaje. Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se conoció como la fórmula Mohawk VaIley, aunque se le denominaba también métodos científicos para impedir huelgas. Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano. ¿Quién puede estar en contra de esto? O la armonía. ¿Quién puede estar en contra? O, como en la guerra del golfo Pérsico, apoyad a nuestras tropas. ¿Quién podía estar en contra? O los lacitos amarillos. ¿Hay alguien que esté en contra? Sólo alguien completamente necio.

De hecho, ¿qué pasa si alguien le pregunta si da usted su apoyo a la gente de lowa? Se puede contestar diciendo Sí, le doy mi apoyo, o No, no la apoyo. Pero ni siquiera es una pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como Apoyad a nuestras tropas es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa. Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta: ¿Apoya usted nuestra política? Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor. Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo: ¿Apoya usted nuestra política? Pero sobre esto no se puede hablar. Así que tenemos a todo el mundo discutiendo sobre el apoyo a las tropas: Desde luego, no dejaré de apoyarles. Por tanto, ellos han ganado. Es como lo del orgullo americano y la armonía. Estamos todos juntos, en tomo a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los derechos civiles y todo este tipo de cosas.

Todo es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego consiste en algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es decir, intentando inculcar los valores correctos. De hecho, tienen una idea de lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad, mientras que al resto de la población se le priva de toda forma de organización para evitar así los problemas que pudiera causar. La mayoría de los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano. La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero en el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la televisión, da por sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es una locura pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que es lo más lógico que se puede hacer.

Así pues, este es el ideal, para alcanzar el cual se han desplegado grandes esfuerzos. Y es evidente que detrás de él hay una cierta concepción: la de democracia, tal como ya se ha dicho. El rebaño desconcertado es un problema. Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden en casa viendo partidos de fútbol, culebrones o películas violentas, aunque de vez en cuando se les saque del sopor y se les convoque a corear eslóganes sin sentido, como Apoyad a. nuestras tropas. Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.

Esta es una idea de democracia. De hecho, si nos re montamos al pasado, la última victoria legal de los trabajadores fue realmente en 1935, con la Ley Wagner. Después tras el inicio de la Primera Guerra Mundial, los sindicatos entraron en un declive, al igual que lo hizo una rica y fértil cultura obrera vinculada directamente con aquellos. Todo quedó destruido y nos vimos trasladados a una sociedad dominada de manera singular por los criterios empresariales. Era esta la única sociedad industrial, dentro de un sistema capitalista de Estado, en la que ni siquiera se producía el pacto social habitual que se podía dar en latitudes comparables. Era la única sociedad industrial —aparte de Sudáfrica, supongo— que no tenía un servicio nacional de asistencia sanitaria. No existía ningún compromiso para elevar los estándares mínimos de supervivencia de los segmentos de la población que no podían seguir las normas y directrices imperantes ni conseguir nada por sí mismos en el plano individual. Por otra parte, los sindicatos prácticamente no existían, al igual que ocurría con otras formas de asociación en la esfera popular. No había organizaciones políticas ni partidos: muy lejos se estaba, por tanto, del ideal, al menos en el plano estructural. Los medios de información constituían un monopolio corporativizado; todos expresaban los mismos puntos de vista. Los dos partidos eran dos facciones del partido del poder financiero y empresarial. Y así la mayor parte de la población ni tan solo se molestaba en ir a votar ya que ello carecía totalmente de sentido, quedando, por ello, debidamente marginada. Al menos este era el objetivo. La verdad es que el personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, procedía de la Comisión Creel. Formó parte de ella, aprendió bien la lección y se puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo llamó la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la democracia.

Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.

Fabricación de la opinión

También es necesario recabar el apoyo de la población a las aventuras exteriores. Normalmente la gente es pacifista, tal como sucedía durante la Primera Guerra Mundial, ya que no ve razones que justifiquen la actividad bélica, la muerte y la tortura. Por ello, para procurarse este apoyo hay que aplicar ciertos estímulos; y para estimularles hay que asustarles. El mismo Bernays tenía en su haber un importante logro a este respecto, ya que fue el encargado de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en 1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para derribar al gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instalaron en su lugar un régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, que se ha mantenido hasta nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda norteamericana que tienen por objeto evitar algo más que desviaciones democráticas vacías de contenido. En estos casos, es necesario hacer tragar por la fuerza una y otra vez programas domésticos hacia los que la gente se muestra contraria, ya que no tiene ningún sentido que el público esté a favor de programas que le son perjudiciales. Y esto, también, exige una propaganda amplia y general, que hemos tenido oportunidad de ver en muchas ocasiones durante los últimos diez años. Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los votantes de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una proporción de tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales anunciadas. Si tomamos programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en materia de gasto social, etc., prácticamente todos ellos recibían una oposición frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar y articular sus sentimientos, o incluso de saber que había otros que compartían dichos sentimientos, los que decían que preferían el gasto social al gasto militar —y lo expresaban en los sondeos, tal como sucedía de manera generalizada— daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas en la cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era lógico pensar que se trataba de un bicho raro. Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad. De modo que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre, mirando hacia, otro lado, como por ejemplo la final de Copa.

Así pues, hasta cierto punto se alcanzó el ideal, aunque nunca de forma completa, ya que hay instituciones que hasta ahora ha sido imposible destruir: por ejemplo, las iglesias. Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se producía en las iglesias por la sencilla razón de que estas existían. Por ello, cuando había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los casos, no eran organizaciones políticas. Pero las iglesias sí existían, de manera que las charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la solidaridad con Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias, sobre todo porque existían.

El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual la clase especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases acaudaladas privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita y coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio político. Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha dado resultados en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.

Después de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que la enfermedad diera marcha atrás. La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía un nombre técnico: el síndrome de Vietnam, término que surgió en torno a 1970 y que de vez en cuando encuentra nuevas definiciones. El intelectual reaganista Norman Podhoretz habló de élcomo las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Pero resulta que era la mayoría de la gente la que experimentaba dichas inhibiciones contra la violencia, ya que simplemente no entendía por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos. Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda ante estas inhibiciones enfermizas, ya que en ese caso habría un límite a las veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con orgullo el Washington Post durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo Pérsico, es necesario infundir en la gente respeto por los valores marciales. Y eso sí es importante. Si se quiere tener una sociedad violenta que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia. Esto es el síndrome de Vietnam: hay que vencerlo.

La representación como realidad

También es preciso falsificar totalmente la historia. Ello constituye otra manera de vencer esas inhibiciones enfermizas, para simular que cuando atacamos y destruimos a alguien lo que estamos haciendo en realidad es proteger y defendernos a nosotros mismos de los peores monstruos y agresores, y cosas por el estilo. Desde la guerra del Vietnam se ha realizado un enorme esfuerzo por reconstruir la historia. Demasiada gente, incluidos gran número de soldados y muchos jóvenes que estuvieron involucrados en movimientos por la paz o antibelicistas, comprendía lo que estaba pasando. Y eso no era bueno. De nuevo había que poner orden en aquellos malos pensamientos y recuperar alguna forma de cordura, es decir, la aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y correcto. Si bombardeábamos Vietnam del Sur, se debía a que estábamos defendiendo el país de alguien, esto es, de los sudvietnamitas, ya que allí no había nadie más. Es lo que los intelectuales kenedianos denominaban defensa contra la agresión interna en Vietnam del Sur, expresión acuñada por Adiai Stevenson, entre otros. Así pues, era necesario que esta fuera la imagen oficial e inequívoca; y ha funcionado muy bien, ya que si se tiene el control absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la intelectualidad son conformistas, puede surtir efecto cualquier política. Un indicio de ello se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico, y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras se veía la televisión. Una de las preguntas de dicho estudio era: ¿Cuantas víctimas vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra del Vietnam? La respuesta promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las cifras oficiales hablan de dos millones, y las reales probablemente sean de tres o cuatro millones. Los responsables del estudio formulaban a continuación una pregunta muy oportuna: ¿Qué pensaríamos de la cultura política alemana si cuando se le preguntara a la gente cuantos judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000? La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos tratar de encontrarla. ¿Qué nos dice todo esto sobre nuestra cultura? Pues bastante: es preciso vencer las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar y a otras desviaciones democráticas. Y en este caso dio resultados satisfactorios y demostró ser cierto en todos los terrenos posibles: tanto si elegimos Próximo Oriente, el terrorismo internacional o Centroamérica. El cuadro del mundo que se presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras. Se ha alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas democráticas, y lo realmente interesante es que ello se ha producido en condiciones de libertad. No es como en un estado totalitario, donde todo se hace por la fuerza. Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad. Por ello, si queremos entender y conocer nuestra sociedad, tenemos que pensar en todo esto, en estos hechos que son importantes para todos aquellos que se interesan y preocupan por el tipo de sociedad en el que viven.

La cultura disidente

A pesar de todo, la cultura disidente sobrevivió, y ha experimentado un gran crecimiento desde la década de los sesenta. Al principio su desarrollo era sumamente lento, ya que, por ejemplo, no hubo protestas contra la guerra de Indochina hasta algunos años después de que los Estados Unidos empezaran a bombardear Vietnam del Sur. En los inicios de su andadura era un reducido movimiento contestatario, formado en su mayor parte por estudiantes y jóvenes en general, pero hacia principios de los setenta ya había cambiado de forma notable. Habían surgido movimientos populares importantes: los ecologistas, las feministas, los antinucleares, etcétera. Por otro lado, en la década de 1980 se produjo una expansión incluso mayor y que afectó a todos los movimientos de solidaridad, algo realmente nuevo e importante al menos en la historia de América y quizás en toda la disidencia mundial. La verdad es que estos eran movimientos que no solo protestaban sino que se implicaban a fondo en las vidas de todos aquellos que sufrían por alguna razón en cualquier parte del mundo. Y sacaron tan buenas lecciones de todo ello, que ejercieron un enorme efecto civilizador sobre las tendencias predominantes en la opinión pública americana. Y a partir de ahí se marcaron diferencias, de modo que cualquiera que haya estado involucrado es este tipo de actividades durante algunos años ha de saberlo perfectamente. Yo mismo soy consciente de que el tipo de conferencias que doy en la actualidad en las regiones más reaccionarias del país —la Georgia central, el Kentucky rural— no las podría haber pronunciado, en el momento culminante del movimiento pacifista, ante una audiencia formada por los elementos más activos de dicho movimiento. Ahora, en cambio, en ninguna parte hay ningún problema. La gente puede estar o no de acuerdo, pero al menos comprende de qué estás hablando y hay una especie de terreno común en el que es posible cuando menos entenderse.

A pesar de toda la propaganda y de todos los intentos por controlar el pensamiento y fabricar el consenso, lo anterior constituye un conjunto de signos de efecto civilizador. Se está adquiriendo una capacidad y una buena disposición para pensar las cosas con el máximo detenimiento. Ha crecido el escepticismo acerca del poder.

Han cambiado muchas actitudes hacia un buen número de cuestiones, lo que ha convertido todo este asunto en algo lento, quizá incluso frío, pero perceptible e importante, al margen de si acaba siendo o no lo bastante rápido como para influir de manera significativa en los aconteceres del mundo. Tomemos otro ejemplo: la brecha que se ha abierto en relación al género. A principios de la década de 1960 las actitudes de hombres y mujeres eran aproximadamente las mismas en asuntos como las virtudes castrenses, igual que lo eran las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Por entonces, nadie, ni hombres ni mujeres, se resentía a causa de dichas posturas, dado que las respuestas coincidían: todo el mundo pensaba que la utilización de la violencia para reprimir a la gente de por ahí estaba justificada. Pero con el tiempo las cosas han cambiado. Aquellas inhibiciones han experimentado un crecimiento lineal, aunque al mismo tiempo ha aparecido un desajuste que poco a poco ha llegado a ser sensiblemente importante y que según los sondeos ha alcanzado el 20%. ¿Qué ha pasado? Pues que las mujeres han formado un tipo de movimiento popular semiorganizado, el movimiento feminista, que ha ejercido una influencia decisiva, ya que, por un lado, ha hecho que muchas mujeres se dieran cuenta de que no estaban solas, de que había otras con quienes compartir las mismas ideas, y, por otro, en la organización se pueden apuntalar los pensamientos propios y aprender más acerca de las opiniones e ideas que cada uno tiene. Si bien estos movimientos son en cierto modo informales, sin carácter militante, basados más bien en una disposición del ánimo en favor de las interacciones personales, sus efectos sociales han sido evidentes. Y este es el peligro de la democracia: si se pueden crear organizaciones, si la gente no permanece simplemente pegada al televisor, pueden aparecer estas ideas extravagantes, como las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Hay que vencer estas tentaciones, pero no ha sido todavía posible.

Desfile de enemigos

En vez de hablar de la guerra pasada, hablemos de la guerra que viene, porque a veces es más útil estar preparado para lo que puede venir que simplemente reaccionar ante lo que ocurre. En la actualidad se está produciendo en los Estados Unidos —y no es el primer país en que esto sucede— un proceso muy característico. En el ámbito interno, hay problemas económicos y sociales crecientes que pueden devenir en catástrofes, y no parece haber nadie, de entre los que detentan el poder, que tenga intención alguna de prestarles atención. Si se echa una ojeada a los programas de las distintas administraciones durante los últimos diez años no se observa ninguna propuesta seria sobre lo que hay que hacer para resolver los importantes problemas relativos a la salud, la educación, los que no tienen hogar, los parados, el índice de criminalidad, la delincuencia creciente que afecta a amplias capas de la población, las cárceles, el deterioro de los barrios periféricos, es decir, la colección completa de problemas conocidos. Todos conocemos la situación, y sabemos que está empeorando. Solo en los dos años que George Bush estuvo en el poder hubo tres millones más de niños que cruzaron el umbral de la pobreza, la deuda externa creció progresivamente, los estándares educativos experimentaron un declive, los salarios reales retrocedieron al nivel de finales de los años cincuenta para la gran mayoría de la población, y nadie hizo absolutamente nada para remediarlo. En estas circunstancias hay que desviar la atención del rebaño desconcertado ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. Acaso entretenerles simplemente con la final de Copa o los culebrones no sea suficiente y haya que avivar en él el miedo a los enemigos. En los años treinta Hitler difundió entre los alemanes el miedo a los judíos y a los gitanos: había que machacarles como forma de autodefensa. Pero nosotros también tenemos nuestros métodos. A lo largo de la última década, cada año o a lo sumo cada dos, se fabrica algún monstruo de primera línea del que hay que defenderse. Antes los que estaban más a mano eran los rusos, de modo que había que estar siempre a punto de protegerse de ellos. Pero, por desgracia, han perdido atractivo como enemigo, y cada vez resulta más difícil utilizarles como tal, de modo que hay que hacer que aparezcan otros de nueva estampa. De hecho, la gente fue bastante injusta al criticar a George Bush por haber sido incapaz de expresar con claridad hacia dónde estábamos siendo impulsados, ya que hasta mediados de los años ochenta, cuando andábamos despistados se nos ponía constantemente el mismo disco: que vienen los rusos. Pero al perderlos como encamación del lobo feroz hubo que fabricar otros, al igual que hizo el aparato de relaciones públicas reaganiano en su momento. Y así, precisamente con Bush, se empezó a utilizar a los terroristas internacionales, a los narcotraficantes, a los locos caudillos árabes o a Sadam Husein, el nuevo Hitler que iba a conquistar el mundo. Han tenido que hacerles aparecer a uno tras otro, asustando a la población, aterrorizándola, de forma que ha acabado muerta de miedo y apoyando cualquier iniciativa del poder. Así se han podido alcanzar extraordinarias victorias sobre Granada, Panamá, o algún otro ejército del Tercer Mundo al que se puede pulverizar antes siquiera de tomarse la molestia de mirar cuántos son. Esto da un gran alivio, ya que nos hemos salvado en el último momento.

Tenemos así, pues, uno de los métodos con el cual se puede evitar que el rebaño desconcertado preste atención a lo que está sucediendo a su alrededor, y permanezca distraído y controlado. Recordemos que la operación terrorista internacional más importante llevada a cabo hasta la fecha ha sido la operación Mongoose, a cargo de la administración Kennedy, a partir de la cual este tipo de actividades prosiguieron contra Cuba. Parece que no ha habido nada que se le pueda comparar ni de lejos, a excepción quizás de la guerra contra Nicaragua, si convenimos en denominar aquello también terrorismo. El Tribunal de La Haya consideró que aquello era algo más que una agresión.

Cuando se trata de construir un monstruo fantástico siempre se produce una ofensiva ideológica, seguida de campañas para aniquilarlo. No se puede atacar si el adversario es capaz de defenderse: sería demasiado peligroso. Pero si se tiene la seguridad de que se le puede vencer, quizá se le consiga despachar rápido y lanzar así otro suspiro de alivio.

Percepción selectiva

Esto ha venido sucediendo desde hace tiempo. En mayo de 1986 se publicaron las memorias del preso cubano liberado Armando Valladares, que causaron rápidamente sensación en los medios de comunicación. Voy a brindarles algunas citas textuales. Los medios informativos describieron sus revelaciones como «el relato definitivo del inmenso sistema de prisión y tortura con el que Castro castiga y elimina a la oposición política». Era «una descripción evocadora e inolvidable» de las «cárceles bestiales, la tortura inhumana [y] el historial de violencia de estado [bajo] todavía uno de los asesinos de masas de este siglo», del que nos enteramos, por fin, gracias a este libro, que «ha creado un nuevo despotismo que ha institucionalizado la tortura como mecanismo de control social» en el «infierno que era la Cuba en la que [Valladares] vivió». Esto es lo que apareció en el Washington Post y el New York Times en sucesivas reseñas. Las atrocidades de Castro —descrito como un «matón dictador»— se revelaron en este libro de manera tan concluyente que «solo los intelectuales occidentales fríos e insensatos saldrán en defensa del tirano», según el primero de los diarios citados. Recordemos que estamos hablando de lo que le ocurrió a un hombre. Y supongamos que todo lo que se dice en el libro es verdad. No le hagamos demasiadas preguntas al protagonista de la historia. En una ceremonia celebrada en la Casa Blanca con motivo del Día de los Derechos Humanos, Ronald Reagan destacó a Armando Valladares e hizo mención especial de su coraje al soportar el sadismo del sangriento dictador cubano. A continuación, se le designó representante de los Estados Unidos en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Allí tuvo la oportunidad de prestar notables servicios en la defensa de los gobiernos de El Salvador y Guatemala en el momento en que estaban recibiendo acusaciones de cometer atrocidades a tan gran escala que cualquier vejación que Valladares pudiera haber sufrido tenía que considerarse forzosamente de mucha menor entidad. Así es como están las cosas.

La historia que viene ahora también ocurría en mayo de 1986, y nos dice mucho acerca de la fabricación del consenso. Por entonces, los supervivientes del Grupo de Derechos Humanos de El Salvador —sus líderes habían sido asesinados— fueron detenidos y torturados, incluyendo al director, Herbert Anaya. Se les encarceló en una prisión llamada La Esperanza, pero mientras estuvieron en ella continuaron su actividad de defensa de los derechos humanos, y, dado que eran abogados, siguieron tomando declaraciones juradas. Había en aquella cárcel 432 presos, de los cuales 430 declararon y relataron bajo juramento las torturas que habían recibido: aparte de la picana y otras atrocidades, se incluía el caso de un interrogatorio, y la tortura consiguiente, dirigido por un oficial del ejército de los Estados Unidos de uniforme, al cual se describía con todo detalle. Ese informe —160 páginas de declaraciones juradas de los presos— constituye un testimonio extraordinariamente explícito y exhaustivo, acaso único en lo referente a los pormenores de lo que ocurre en una cámara de tortura. No sin dificultades se consiguió sacarlo al exterior, junto con una cinta de vídeo que mostraba a la gente mientras testificaba sobre las torturas, y la Marin County Interfaith Task Force (Grupo de trabajo multiconfesional Marin County) se encargó de distribuirlo. Pero la prensa nacional se negó a hacer su cobertura informativa y las emisoras de televisión rechazaron la emisión del vídeo. Creo que como mucho apareció un artículo en el periódico local de Marin County, el San Francisco Examiner. Nadie iba a tener interés en aquello. Porque estábamos en la época en que no eran pocos los intelectuales insensatos y ligeros de cascos que estaban cantando alabanzas a José Napoleón Duarte y Ronald Reagan.

Anaya no fue objeto de ningún homenaje. No hubo lugar para él en el Día de los Derechos Humanos. No fue elegido para ningún cargo importante. En vez de ello fue liberado en un intercambio de prisioneros y posteriormente asesinado, al parecer por las fuerzas de seguridad siempre apoyadas militar y económicamente por los Estados Unidos. Nunca se tuvo mucha información sobre aquellos hechos: los medios de comunicación no llegaron en ningún momento a preguntarse si la revelación de las atrocidades que se denunciaban —en vez de mantenerlas en secreto y silenciarlas— podía haber salvado su vida.

Todo lo anterior nos enseña mucho acerca del modo de funcionamiento de un sistema de fabricación de consenso. En comparación con las revelaciones de Herbert Anaya en El Salvador, las memorias de Valladares son como una pulga al lado de un elefante. Pero no podemos ocuparnos de pequeñeces, lo cual nos conduce hacia la próxima guerra. Creo que cada vez tendremos más noticias sobre todo esto, hasta que tenga lugar la operación siguiente.

Solo algunas consideraciones sobre lo último que se ha dicho, si bien al final volveremos sobre ello. Empecemos recordando el estudio de la Universidad de Massachusetts ya mencionado, ya que llega a conclusiones interesantes. En él se preguntaba a la gente si creía que los Estados Unidos debía intervenir por la fuerza para impedir la invasión ilegal de un país soberano o para atajar los abusos cometidos contra los derechos humanos. En una proporción de dos a uno la respuesta del público americano era afirmativa. Había que utilizar la fuerza militar para que se diera marcha atrás en cualquier caso de invasión o para que se respetaran los derechos humanos. Pero si los Estados Unidos tuvieran que seguir al pie de la letra el consejo que se deriva de la citada encuesta, habría que bombardear El Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo, Washington, y una lista interminable de países, ya que todos ellos representan casos manifiestos, bien de invasión ilegal, bien de violación de derechos humanos. Si uno conoce los hechos vinculados a estos ejemplos, comprenderá perfectamente que la agresión y las atrocidades de Sadam Husein —que tampoco son de carácter extremo— se incluyen claramente dentro de este abanico de casos. ¿Por qué, entonces, nadie llega a esta conclusión? La respuesta es que nadie sabe lo suficiente. En un sistema de propaganda bien engrasado nadie sabrá de qué hablo cuando hago una lista como la anterior. Pero si alguien se molesta en examinarla con cuidado, verá que los ejemplos son totalmente apropiados.

Tomemos uno que, de forma amenazadora, estuvo a punto de ser percibido durante la guerra del Golfo. En febrero, justo en la mitad de la campaña de bombardeos, el gobierno del Líbano solicitó a Israel que observara la resolución 425 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de marzo de 1978, por la que se le exigía que se retirara inmediata e incondicionalmente del Líbano. Después de aquella fecha ha habido otras resoluciones posteriores redactadas en los mismos términos, pero desde luego Israel no ha acatado ninguna de ellas porque los Estados Unidos dan su apoyo al mantenimiento de la ocupación. Al mismo tiempo, el sur del Líbano recibe las embestidas del terrorismo del estado judío, y no solo brinda espacio para la ubicación de campos de tortura y aniquilamiento sino que también se utiliza como base para atacar a otras partes del país. Desde 1978, fecha de la resolución citada, el Líbano fue invadido, la ciudad de Beirut sufrió continuos bombardeos, unas 20.000 personas murieron —en torno al 80% eran civiles—, se destruyeron hospitales, y la población tuvo que soportar todo el daño imaginable, incluyendo el robo y el saqueo. Excelente... los Estados Unidos lo apoyaban. Es solo un ejemplo. La cuestión está en que no vimos ni oímos nada en los medios de información acerca de todo ello, ni siquiera una discusión sobre si Israel y los Estados Unidos deberían cumplir la resolución 425 del Consejo de Seguridad, o cualquiera de las otras posteriores, del mismo modo que nadie solicitó el bombardeo de Tel Aviv, a pesar de los principios defendidos por dos tercios de la población. Porque, después de todo, aquello es una ocupación ilegal de un territorio en el que se violan los derechos humanos. Solo es un ejemplo, pero los hay incluso peores. Cuando el ejército de Indonesia invadió Timor Oriental dejó un rastro de 200.000 cadáveres, cifra que no parece tener importancia al lado de otros ejemplos. El caso es que aquella invasión también recibió el apoyo claro y explícito de los Estados Unidos, que todavía prestan al gobierno indonesio ayuda diplomática y militar. Y podríamos seguir indefinidamente.

La guerra del Golfo

Veamos otro ejemplo mas reciente. Vamos viendo cómo funciona un sistema de propaganda bien engrasado. Puede que la gente crea que el uso de la fuerza contra Iraq se debe a que América observa realmente el principio de que hay que hacer frente a las invasiones de países extranjeros o a las transgresiones de los derechos humanos por la vía militar, y que no vea, por el contrario, qué pasaría si estos principios fueran también aplicables a la conducta política de los Estados Unidos. Estamos antes un éxito espectacular de la propaganda.

Tomemos otro caso. Si se analiza detenidamente la cobertura periodística de la guerra desde el mes de agosto (1990), se ve, sorprendentemente, que faltan algunas opiniones de cierta relevancia. Por ejemplo, existe una oposición democrática iraquí de cierto prestigio, que, por supuesto, permanece en el exilio dada la quimera de sobrevivir en Iraq. En su mayor parte están en Europa y son banqueros, ingenieros, arquitectos, gente así, es decir, con cierta elocuencia, opiniones propias y capacidad y disposición para expresarlas. Pues bien, cuando Sadam Husein era todavía el amigo favorito de Bush y un socio comercial privilegiado, aquellos miembros de la oposición acudieron a Washington, según las fuentes iraquíes en el exilio, a solicitar algún tipo de apoyo a sus demandas de constitución de un parlamento democrático en Iraq. Y claro, se les rechazó de plano, ya que los Estados Unidos no estaban en absoluto interesados en lo mismo. En los archivos no consta que hubiera ninguna reacción ante aquello.

A partir de agosto fue un poco más difícil ignorar la existencia de dicha oposición, ya que cuando de repente se inició el enfrentamiento con Sadam Husein después de haber sido su más firme apoyo durante años, se adquirió también conciencia de que existía un grupo de demócratas iraquíes que seguramente tenían algo que decir sobre el asunto. Por lo pronto, los opositores se sentirían muy felices si pudieran ver al dictador derrocado y encarcelado, ya que había matado a sus hermanos, torturado a sus hermanas y les había mandado a ellos mismos al exilio. Habían estado luchando contra aquella tiranía que Ronald Reagan y George Bush habían estado protegiendo. ¿Por qué no se tenía en cuenta, pues, su opinión? Echemos un vistazo a los medios de información de ámbito nacional y tratemos de encontrar algo acerca de la oposición democrática iraquí desde agosto de 1990 hasta marzo de 1991: ni una línea. Y no es a causa de que dichos resistentes en el exilio no tengan facilidad de palabra, ya que hacen repetidamente declaraciones, propuestas, llamamientos y solicitudes, y, si se les observa, se hace difícil distinguirles de los componentes del movimiento pacifista americano. Están contra Sadam Husein y contra la intervención bélica en Iraq. No quieren ver cómo su país acaba siendo destruido, desean y son perfectamente conscientes de que es posible una solución pacífica del conflicto. Pero parece que esto no es políticamente correcto, por lo que se les ignora por completo. Así que no oímos ni una palabra acerca de la oposición democrática iraquí, y si alguien está interesado en saber algo de ellos puede comprar la prensa alemana o la británica. Tampoco es que allí se les haga mucho caso, pero los medios de comunicación están menos controlados que los americanos, de modo que, cuando menos, no se les silencia por completo.

Lo descrito en los párrafos anteriores ha constituido un logro espectacular de la propaganda. En primer lugar, se ha conseguido excluir totalmente las voces de los demócratas iraquíes del escenario político, y, segundo, nadie se ha dado cuenta, lo cual es todavía más interesante. Hace falta que la población esté profundamente adoctrinada para que no haya reparado en que no se está dando cancha a las opiniones de la oposición iraquí, aunque, caso de haber observado el hecho, si se hubiera formulado la pregunta ¿por qué?, la respuesta habría sido evidente: porque los demócratas iraquíes piensan por sí mismos; están de acuerdo con los presupuestos del movimiento pacifista internacional, y ello les coloca en fuera de juego.

Veamos ahora las razones que justificaban la guerra. Los agresores no podían ser recompensados por su acción, sino que había que detener la agresión mediante el recurso inmediato a la violencia: esto lo explicaba todo. En esencia, no se expuso ningún otro motivo. Pero, ¿es posible que sea esta una explicación admisible? ¿Defienden en verdad los Estados Unidos estos principios: que los agresores no pueden obtener ningún premio por su agresión y que esta debe ser abortada mediante el uso de la violencia? No quiero poner a prueba la inteligencia de quien me lea al repasar los hechos, pero el caso es que un adolescente que simplemente supiera leer y escribir podría rebatir estos argumentos en dos minutos. Pero nunca nadie lo hizo. Fijémonos en los medios de comunicación, en los comentaristas y críticos liberales, en aquellos que declaraban ante el Congreso, y veamos si había alguien que pusiera en entredicho la suposición de que los Estados Unidos era fiel de verdad a esos principios. ¿Se han opuesto los Estados Unidos a su propia agresión a Panamá, y se ha insistido, por ello, en bombardear Washington? Cuando se declaró ilegal la invasión de Namibia por parte de Sudáfrica, ¿impusieron los Estados Unidos sanciones y embargos de alimentos y medicinas? ¿Declararon la guerra? ¿Bombardearon Ciudad del Cabo? No, transcurrió un período de veinte años de diplomacia discreta. Y la verdad es que no fue muy divertido lo que ocurrió durante estos años, dominados por las administraciones de Reagan y Bush, en los que aproximadamente un millón y medio de personas fueron muertas a manos de Sudáfrica en los países limítrofes. Pero olvidemos lo que ocurrió en Sudáfrica y Namibia: aquello fue algo que no lastimó nuestros espíritus sensibles. Proseguimos con nuestra diplomacia discreta para acabar concediendo una generosa recompensa a los agresores. Se les concedió el puerto más importante de Namibia y numerosas ventajas que tenían que ver con su propia seguridad nacional. ¿Dónde está aquel famoso principio que defendemos? De nuevo, es un juego de niños el demostrar que aquellas no podían ser de ningún modo las razones para ir a la guerra, precisamente porque nosotros mismos no somos fieles a estos principios.

Pero nadie lo hizo; esto es lo importante. Del mismo modo que nadie se molestó en señalar la conclusión que se seguía de todo ello: que no había razón alguna para la guerra. Ninguna, al menos, que un adolescente no analfabeto no pudiera refutar en dos minutos. Y de nuevo estamos ante el sello característico de una cultura totalitaria. Algo sobre lo que deberíamos reflexionar ya que es alarmante que nuestro país sea tan dictatorial que nos pueda llevar a una guerra sin dar ninguna razón de ello y sin que nadie se entere de los llamamientos del Líbano. Es realmente chocante.

Justo antes de que empezara el bombardeo, a mediados de enero, un sondeo llevado a cabo por el Washington Post y la cadena abc revelaba un dato interesante. La pregunta formulada era: si Iraq aceptara retirarse de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad estudiara la resolución del conflicto árabe-israelí, ¿estaría de acuerdo? Y el resultado nos decía que, en una proporción de dos a uno, la población estaba a favor. Lo mismo sucedía en el mundo entero, incluyendo a la oposición iraquí, de forma que en el informe final se reflejaba el dato de que dos tercios de los americanos daban un sí como respuesta a la pregunta referida. Cabe presumir que cada uno de estos individuos pensaba que era el único en el mundo en pensar así, ya que desde luego en la prensa nadie había dicho en ningún momento que aquello pudiera ser una buena idea. Las órdenes de Washington habían sido muy claras, es decir, hemos de estar en contra de cualquier conexión, es decir, de cualquier relación diplomática, por lo que todo el mundo debía marcar el paso y oponerse a las soluciones pacíficas que pudieran evitar la guerra. Si intentamos encontrar en la prensa comentarios o reportajes al respecto, solo descubriremos una columna de Alex Cockbum en Los Angeles Times, en la que este se mostraba favorable a la respuesta mayoritaria de la encuesta.

Seguramente, los que contestaron la pregunta pensaban estoy solo, pero esto es lo que pienso. De todos modos, supongamos que hubieran sabido que no estaban solos, que había otros, como la oposición democrática iraquí, que pensaban igual. Y supongamos también que sabían que la pregunta no era una mera hipótesis, sino que, de hecho, Iraq había hecho precisamente la oferta señalada, y que esta había sido dada a conocer por el alto mando del ejército americano justo ocho días antes: el día 2 de enero. Se había difundido la oferta iraquí de retirada total de Kuwait a cambio de que el Consejo de Seguridad discutiera y resolviera el conflicto árabe-israelí y el de las armas de destrucción masiva. (Recordemos que los Estados Unidos habían estado rechazando esta negociación desde mucho antes de la invasión de Kuwait). Supongamos, asimismo, que la gente sabía que la propuesta estaba realmente encima de la mesa, que recibía un apoyo generalizado, y que, de hecho, era algo que cualquier persona racional haría si quisiera la paz, al igual que hacemos en otros casos, más esporádicos, en que precisamos de verdad repeler la agresión. Si suponemos que se sabía todo esto, cada uno puede hacer sus propias conjeturas. Personalmente doy por sentado que los dos tercios mencionados se habrían convertido, casi con toda probabilidad, en el 98% de la población. Y aquí tenemos otro éxito de la propaganda. Es casi seguro que no había ni una sola persona, de las que contestaron la pregunta, que supiera algo de lo referido en este párrafo porque seguramente pensaba que estaba sola. Por ello, fue posible seguir adelante con la política belicista sin ninguna oposición. Hubo mucha discusión, protagonizada por el director de la CIA, entre otros, acerca de si las sanciones serían eficaces o no. Sin embargo no se discutía la cuestión más simple: ¿habían funcionado las sanciones hasta aquel momento? Y la respuesta era que sí, que por lo visto habían dado resultados, seguramente hacia finales de agosto, y con más probabilidad hacia finales de diciembre. Es muy difícil pensar en otras razones que justifiquen las propuestas iraquíes de retirada, autentificadas o, en algunos casos, difundidas por el Estado Mayor estadounidense, que las consideraba serias y negociables. Así la pregunta que hay que hacer es: ¿Habían sido eficaces las sanciones? ¿Suponían una salida a la crisis? ¿Se vislumbraba una solución aceptable para la población en general, la oposición democrática iraquí y el mundo en su conjunto? Estos temas no se analizaron ya que para un sistema de propaganda eficaz era decisivo que no aparecieran como elementos de discusión, lo cual permitió al presidente del Comité Nacional Republicano decir que si hubiera habido un demócrata en el poder, Kuwait todavía no habría sido liberado. Puede decir esto y ningún demócrata se levantará y dirá que si hubiera sido presidente habría liberado Kuwait seis meses antes. Hubo entonces oportunidades que se podían haber aprovechado para hacer que la liberación se produjera sin que fuera necesaria la muerte de decenas de miles de personas ni ninguna catástrofe ecológica. Ningún demócrata dirá esto porque no hubo ningún demócrata que adoptara esta postura, si acaso con la excepción de Henry González y Barbara Boxer, es decir, algo tan marginal que se puede considerar prácticamente inexistente.

Cuando los misiles Scud cayeron sobre Israel no hubo ningún editorial de prensa que mostrara su satisfacción por ello. Y otra vez estamos ante un hecho interesante que nos indica cómo funciona un buen sistema de propaganda, ya que podríamos preguntar ¿y por qué no? Después de todo, los argumentos de Sadam Husein eran tan válidos como los de George Bush: ¿cuáles eran, al fin y al cabo? Tomemos el ejemplo del Líbano. Sadam Husein dice que rechaza que Israel se anexione el sur del país, de la misma forma que reprueba la ocupación israelí de los Altos del Golán sirios y de Jerusalén Este, tal como ha declarado repetidamente por unanimidad el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero para el dirigente iraquí son inadmisibles la anexión y la agresión. Israel ha ocupado el sur del Líbano desde 1978 en clara violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que se niega a aceptar, y desde entonces hasta el día de hoy ha invadido todo el país y todavía lo bombardea a voluntad. Es inaceptable. Es posible que Sadam Husein haya leído los informes de Amnistía Internacional sobre las atrocidades cometidas por el ejército israelí en la Cisjordania ocupada y en la franja de Gaza. Por ello, su corazón sufre. No puede soportarlo. Por otro lado, las sanciones no pueden mostrar su eficacia porque los Estados Unidos vetan su aplicación, y las negociaciones siguen bloqueadas. ¿Qué queda, aparte de la fuerza? Ha estado esperando durante años: trece en el caso del Líbano; veinte en el de los territorios ocupados.

Este argumento nos suena. La única diferencia entre este y el que hemos oído en alguna otra ocasión está en que Sadam Husein podía decir, sin temor a equivocarse, que las sanciones y las negociaciones no se pueden poner en práctica porque los Estados Unidos lo impiden. George Bush no podía decir lo mismo, dado que, en su caso, las sanciones parece que sí funcionaron, por lo que cabía pensar que las negociaciones también darían resultado: en vez de ello, el presidente americano las rechazó de plano, diciendo de manera explícita que en ningún momento iba a haber negociación alguna. ¿Alguien vio que en la prensa hubiera comentarios que señalaran la importancia de todo esto? No, ¿por qué?, es una trivialidad. Es algo que, de nuevo, un adolescente que sepa las cuatro reglas puede resolver en un minuto. Pero nadie, ni comentaristas ni editorialistas, llamaron la atención sobre ello. Nuevamente se pone de relieve, los signos de una cultura totalitaria bien llevada, y demuestra que la fabricación del consenso sí funciona.

Solo otro comentario sobre esto último. Podríamos poner muchos ejemplos a medida que fuéramos hablando. Admitamos, de momento, que efectivamente Sadam Husein es un monstruo que quiere conquistar el mundo —creencia ampliamente generalizada en los Estados Unidos—. No es de extrañar, ya que la gente experimentó cómo una y otra vez le martilleaban el cerebro con lo mismo: está a punto de quedarse con todo; ahora es el momento de pararle los pies. Pero, ¿cómo pudo Sadam Husein llegar a ser tan poderoso? Iraq es un país del Tercer Mundo, pequeño, sin infraestructura industrial. Libró durante ocho años una guerra terrible contra Irán, país que en la fase posrevolucionaria había visto diezmado su cuerpo de oficiales y la mayor parte de su fuerza militar. Iraq, por su lado, había recibido una pequeña ayuda en esa guerra, al ser apoyado por la Unión Soviética, los Estados Unidos, Europa, los países árabes más importantes y las monarquías petroleras del Golfo. Y, aun así, no pudo derrotar a Irán. Pero, de repente, es un país preparado para conquistar el mundo. ¿Hubo alguien que destacara este hecho? La clave del asunto está en que era un país del Tercer Mundo y su ejército estaba formado por campesinos, y en que —como ahora se reconoce— hubo una enorme desinformación acerca de las fortificaciones, de las armas químicas, etc.; ¿hubo alguien que hiciera mención de todo aquello? No, no hubo nadie. Típico.

Fíjense que todo ocurrió exactamente un año después de que se hiciera lo mismo con Manuel Noriega. Este, si vamos a eso, era un gángster de tres al cuarto, comparado con los amigos de Bush, sean Sadam Husein o los dirigentes chinos, o con Bush mismo. Un desalmado de baja estofa que no alcanzaba los estándares internacionales que a otros colegas les daban una aureola de atracción. Aun así, se le convirtió en una bestia de exageradas proporciones que en su calidad de líder de los narcotraficantes nos iba a destruir a todos. Había que actuar con rapidez y aplastarle, matando a un par de cientos, quizás a un par de miles, de personas. Devolver el poder a la minúscula oligarquía blanca —en torno al 8% de la población— y hacer que el ejército estadounidense controlara todos los niveles del sistema político. Y había que hacer todo esto porque, después de todo, o nos protegíamos a nosotros mismos, o el monstruo nos iba a devorar. Pues bien, un año después se hizo lo mismo con Sadam Husein. ¿Alguien dijo algo? ¿Alguien escribió algo respecto a lo que pasaba y por qué? Habrá que buscar y mirar con mucha atención para encontrar alguna palabra al respecto.

Démonos cuenta de que todo esto no es tan distinto de lo que hacía la Comisión Creel cuando convirtió a una población pacífica en una masa histérica y delirante que quería matar a todos los alemanes para protegerse a sí misma de aquellos bárbaros que descuartizaban a los niños belgas. Quizás en la actualidad las técnicas son más sofisticadas, por la televisión y las grandes inversiones económicas, pero en el fondo viene a ser lo mismo de siempre.

Creo que la cuestión central, volviendo a mi comentario original, no es simplemente la manipulación informativa, sino algo de dimensiones mucho mayores. Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que viene a ser una forma de totalitarismo autoimpuesto, en el que el rebaño desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado, sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción, mientras que las masas que han alcanzado un nivel cultural superior marchan a toque de corneta repitiendo aquellos mismos eslóganes que, dentro del propio país, acaban degradados. Parece que la única alternativa esté en servir a un estado mercenario ejecutor, con la esperanza añadida de que otros vayan a pagamos el favor de que les estemos destrozando el mundo. Estas son las opciones a las que hay que hacer frente. Y la respuesta a estas cuestiones está en gran medida en manos de gente como ustedes y yo.
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