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jueves, 16 de julio de 2009

Lorenzo Meyer: Las crisis de México, la de 1946 y la de ahora

AGENDA CIUDADANA
Las crisis de México, la de 1946 y la de ahora
Lorenzo Meyer
16 Jul. 09

El verdadero "peligro para México" se encuentra en la quiebra moral de sus dirigentes, sean políticos, económicos o religiosos

Diagnóstico

"Ningún país podrá crear riqueza si el manejo de su economía tiene como fin el enriquecimiento de sus líderes o si la policía puede ser comprada por los narcotraficantes. Ningún empresario querrá invertir en un lugar en donde desde el gobierno le 'descreman' el 20% de sus utilidades o donde el encargado de las aduanas es un corrupto. Ninguna persona desea vivir en una sociedad donde el imperio de la ley es sustituido por el imperio de la brutalidad y del cohecho. Eso no es democracia, eso es tiranía, incluso si de tarde en tarde se tiene una elección. Hoy es el momento de que ese estilo de gobernar llegue a su fin" (The New York Times, 11 de julio).

Esta cita es del discurso pronunciado en Ghana por el presidente norteamericano, Barack Obama, con motivo de su primera visita oficial al África al sur del Sahara. Visto desde nuestro país, Obama no le hubiera tenido que cambiar ni una coma a su alocución si hubiera decidido pronunciarla en México. Claro que aquí hubiera ofendido, pero gracias al origen africano de su padre y la ayuda que ha prometido para el continente que en siglos pasados proveyó de esclavos imprescindibles a la economía norteamericana, el presidente Obama recibió no un reproche sino una ovación. Son pocas las ocasiones en que el líder de un imperio puede darse el lujo de dar un discurso que fuese, a la vez, certero, crítico, oportuno y bien recibido por sus anfitriones. Obama lo hizo. Hay que ver si la retórica corresponde a las acciones.

Como sea, lo relevante es que el diagnóstico para África es también válido para nosotros. México tendrá un ingreso per capita superior al del grueso de los países africanos, pero sufre de los mismos problemas de "gobernanza" a los que se refirió el presidente norteamericano; por ejemplo, en materia de corrupción México está peor que Ghana (Transparencia Internacional, 2008 Corruption Perceptions Index). Y ése es el corazón de nuestra tragedia.

La solución que Obama sugirió a los africanos se podrá aplicar también al caso mexicano: "lo que se necesita no son hombres fuertes sino instituciones fuertes". Cierto, pero resulta que una solución tan fácil de formular es muy difícil de poner en práctica sea en África o aquí, aunque como Obama señaló: "hoy es el momento" y "sí se puede". Sin embargo, en términos operativos, ¿cómo "mandar al diablo" las pésimas instituciones que tenemos y reemplazarlas por las que necesitamos? ¿Cómo lograr tener una policía que efectivamente proteja a los ciudadanos, unos partidos políticos que sí representen a sus electores, un IMSS que realmente vigile los servicios que subrogó, un Ministerio Público que indudablemente defienda al público y no lo extorsione, un Ejército que no viole los derechos humanos cuando busca sicarios, un magisterio que en verdad dé al alumno la enseñanza a la que tiene derecho o un fisco que sea, a la vez, efectivo, justo y redistributivo? Incluso si empezáramos hoy, que no es el caso, la tarea de rehacer el entramado institucional requiere de una o dos generaciones para lograr el resultado buscado.

La crisis anterior

En 1946 Daniel Cosío Villegas, tras reflexionar sobre las perspectivas que se abrían para México al concluir la Segunda Guerra Mundial, llegó a la conclusión que nuestra comunidad nacional estaba en medio de una gran crisis, una crisis de futuro y que la razón era básicamente una falla moral de las élites.

Para Cosío, México no debía dejar su destino en manos de los intereses del poderoso vecino del norte, so pena de abdicar no sólo de su soberanía sino de su sentido mismo de comunidad histórica. Tampoco podía ya confiar en su clase política -la priista-, pues examinando al país en 1946, Cosío veía a la clase gobernante como irremediablemente tocada por la corrupción y por un escaso compromiso con el programa social, político y cultural que, se suponía, había sido la razón de ser de la lucha de Madero y sus sucesores. Y por lo que hacía a las alternativas, la situación era igual de desoladora: la izquierda había representado lo mejor de la Revolución pero ya estaba agotada y la derecha, el PAN, los empresarios y la Iglesia, eran incapaces de trascender sus intereses de clase en aras de un proyecto que tuviera sentido para una mayoría que desde siglos había sido encajonada en una cultura de la pobreza.

La nueva crisis

La crisis de México fue un diagnóstico que se efectuó hace 63 años, pero con unos cuantos cambios pudiera haber sido escrito hoy. El origen del problema, dijo Cosío, "proviene de que las metas de la revolución se han agotado". Hoy no sólo siguen agotadas las metas del viejo régimen, también lo están ya las del supuesto nuevo régimen ¡el que se inició hace apenas nueve años! En menos de dos sexenios, la vitalidad del cambio se consumió.

"La Revolución Mexicana, dijo Cosío, nunca tuvo un programa claro" pero, en la práctica, acometió tres grandes tareas: ensanchar el espacio de la libertad política, modificar la injusta tenencia de la tierra (acabar con el México de las "cien familias") y dar protección al obrero. Del propio ensayo se desprenden dos más: hacer que la educación formal llegara a las clases populares y dar contenido al nacionalismo. La Revolución nunca pudo cumplir plenamente esas cinco metas, pero al menos lo intentó. Hoy, el programa del panismo en el poder ha sido, si cabe, menos claro que el de la Revolución y sus logros aún más pobres.

En el 2000 se anunció urbi et orbi que México entraba en la etapa del "cambio", ¿pero cuál? No hubo modificación al modelo económico formulado por la troika priista De la Madrid-Salinas-Zedillo. El crecimiento de esa economía apenas si fue perceptible y hoy estamos en franca recesión. La histórica y profunda desigualdad social se ha mantenido sin variación y la ausencia de una auténtica reforma fiscal sigue siendo una de las razones de la debilidad del Estado. No ha habido avance en la lucha contra la impunidad o la corrupción. Tampoco una corrección de fondo en el desastroso sistema educativo. Por lo que a seguridad se refiere, estamos hoy tan mal o peor que antes (12 mil ejecutados en lo que va del presente sexenio). Las violaciones de los derechos humanos van en aumento. Las elecciones presidenciales del 2000 fueron aceptables pero ya no las del 2006 y, según una encuesta del 2008, sólo el 43% de los mexicanos realmente apoyan a la democracia como la mejor fórmula política, es decir, 14 puntos porcentuales menos que el promedio latinoamericano (www.latinobarometro.org).

Refiriéndose a la calidad del liderazgo de la Revolución hecha gobierno, Cosío dijo que en 1946 ya había llegado el momento en que "[l]o humanamente imposible era conservar la fe en un gobernante mediocre y deshonesto. Así, una corrupción administrativa general, ostentosa y agraviante, cobijada siempre bajo un manto de impunidad... [Todo esto] ha dado al traste con todo el programa de la revolución". Pues bien, sustitúyase "programa de la revolución" por "programa de los gobiernos panistas del cambio" o como se le quiera llamar y entonces se tendrá una explicación, entre otras cosas, del desastre electoral sufrido el 5 de julio pasado por el partido del gobierno.

"[H]a sido la deshonestidad de los gobernantes revolucionarios, más que ninguna otra causa, la que ha rajado el tronco mismo de la revolución mexicana". Sin duda que lo mismo puede decirse del sistema actual. Respecto del PAN, Cosío escribió hace 63 años: "me parece claro que Acción Nacional cuenta con tres fuentes únicas, aunque poderosísimas, de sustentación: la Iglesia católica, la nueva plutocracia y el desprestigio de los regímenes revolucionarios". Pues bien, esta última ya se anuló al punto que una parte importante de los mexicanos que fueron a las urnas en las últimas elecciones optó por los herederos de los "regímenes revolucionarios" y contra los herederos de Gómez Morin. Incluso es posible que, por su pobre desempeño, la plutocracia ya esté reconsiderando su apoyo al PAN.

Casi al final de su ensayo, Cosío hace referencia a la izquierda. Dice que por 30 años ésta llevó a la Revolución hasta donde llegó para, finalmente, perder su autoridad moral y política. Por tanto "es indudable que las izquierdas tendrían que purificarse o morir". Hoy, la categórica afirmación es tan válida como entonces y es el gran desafío para la izquierda.

Si, como afirmó Cosío en 1946, el postcardenismo fue el ahogo moral de México, hoy registramos una situación similar pero más aguda. El posible retorno del PRI al poder pudiera administrar el problema, puesto que él lo creó, pero no lo resolverá. Necesitamos una opción auténtica, distinta, radical.
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VIDEO: LORENZO MEYER CITA A DANIEL COSIO VILLEGAS: LOS PANISTAS SEÑORITINGOS LA DERECHA NO SON DEL PUEBLO : analisis politico en México

LOS PANISTAS SON CRIADOS DE LA PLUTACRACIA, LA IGLESIA, EL PUEBLO NO LOS APOYA
Mesa política con Carmen Aristegui segmento 1 - 14-07-09 MVS.
3 videos en 1

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http://www.youtube.com/watch?v=_QZn8x85rgY
http://www.youtube.com/watch?v=IkzN8Ej8p1A
http://www.youtube.com/watch?v=9X46xoj-n7M

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AGENDA CIUDADANA Las crisis de México, la de 1946 y la de ahora Lorenzo Meyer

Sergio Aguayo

Sé que algunos de ustedes utilizan mi página www.sergioaguayo.org para escuchar los audios de la Mesa Política transmitida en el noticiero de Carmen Aristégui. Para su información, a partir de esta semana también se incluyen los videos en donde aparezco con Lorenzo Meyer y Denise Dresser.

Saludos.

Sergio Aguayo

facebook/sergioaguayo

twitter/sergioaguayo

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EL ARTICULO DE RENE DELGADO CITADO POR SERGIO AGUAYO
SOBREAVISO
A la deriva
René Delgado
11 Jul. 09

Sin liderazgos con respaldo moral, sin idea del rumbo a imprimirle al país, sin metas claras en dirección al porvenir y con todo y elecciones, el país atraviesa un muy mal momento: no hay algo que llene de orgullo a la nación y le dé satisfacción, invitándola a ir por más.

El incendio de una guardería con su trágico saldo pone en duda al conjunto de un servicio clave para favorecer el trabajo de padres y madres de familia; la ejecución de otro ciudadano más abandonado a su suerte después de denunciar al crimen vulnera el llamado a sumarse contra la delincuencia; y, en el colmo del absurdo, el patadón del director técnico de la selección de futbol a un jugador del equipo adversario habla de una desesperación incontenible. Todas esas estampas forman parte del álbum de la degradación de un país que resbala una y otra vez en la realización de sus anhelos.

Son pocos, poquísimos, los mexicanos cuyo desempeño todavía se distingue como modelo de actuación y, en esa medida, faltan referentes para entusiasmar a la ciudadanía en la idea de construir un mejor destino.

* * *

Quizá en el campo del cine, la plástica, la literatura, la arquitectura y en algunos nichos de la ciencia y el deporte se mantiene una cierta reserva estratégica de lo que el país -sus habitantes- puede ser y hacer. Fuera de esos ámbitos es muy difícil encontrar personalidades merecedoras de estar en la vitrina donde cada país guarda y exhibe sus trofeos.

Los prelados de la Iglesia, los más encumbrados gobernantes y líderes políticos, los dirigentes sindicales, los más afortunados empresarios, los más importantes magistrados y ministros han dejado de constituir la élite de los mejores hombres y mujeres, distinguidos o reconocidos por la ciudadanía como los señalados para representar, encabezar o conducir al país.

Día tras día, semana tras semana, algún evento los expone como los más vivos, como los más pícaros que, en el uso o abuso de su función o investidura, conquistan para su exclusivo bienestar o fortuna placeres, recursos, bienes, negocios, puestos o beneficios. No como los líderes acreditados en un cierto ámbito social. Sus seguidores, simpatizantes, afiliados, empleados y fans no pueden sino quedarse con el ojo cuadrado o, bien, entender que hay que ser como ellos no para corregir o mejorar las cosas, sino para conseguir lo que ellos logran.

El concepto de nación desaparece entonces, todo se vuelve un esfuerzo individual en beneficio propio y exclusivo, ajeno por completo a la comunidad o la vocación del servicio público o social.

* * *

En el vértigo de esa degradación, la confusión agranda el desastre. Sin confianza en la autoridad, cualquiera que ésta sea, sin confianza en la pulcritud de la indagación correspondiente, cualquier desgracia es casi obligado mirarla y explicarla desde el balcón de la sospecha, la corrupción, la complicidad o la negligencia.

Es lógico que así sea porque, cuando verdaderamente hay evidencia de corrupción, negligencia, complicidad u omisión, la autoridad se empeña en evitar presentar las cosas como son y actuar en consecuencia. Es socorrido el recurso de transformarlas en sucesos insólitos o aislados y, por lo mismo, imposibles de prevenir y, desde luego, de castigar o sancionar.

Así, resulta que los muertos por la crisis política que vivió Oaxaca fallecieron quién sabe por qué; la violación de los derechos humanos de una periodista por denunciar a un pederasta no es de gravedad aunque implica a un gobernador; el encubrimiento de un sacerdote pederasta por parte de un cardenal es una peccata minuta; los mineros de Pasta de Conchos forman parte de un pasado sin solución; los arreglos de un ministro y un jefe del Ejecutivo para usar como ariete el Estado de derecho contra un adversario político es un interesante tema de conversación y nada más; los asesinos de dos mineros muertos por bala en Lázaro Cárdenas son un enigma; el fracaso de la mejora educativa en razón de una alianza política no debe ser motivo de preocupación; el afán de involucrar a la esposa del presidente de la República en la tragedia de la guardería no pasa de ser un recurso válido en la guerra sucia; el uso con fines políticos del combate al crimen es cuando más un ardid electoral...

Si todo eso queda bajo el tapete de la impunidad, el abuso, la anécdota o la complicidad, por qué entonces no sospechar que un temblor, una tromba, un huracán sean producto también de la complicidad de gobernantes, legisladores y ministros en el afán de sobrevivir a sus errores. Por eso la degradación que vive el país toma, por momentos, visos de un destino manifiesto.

* * *

Desde hace años, el país vive esa situación. No ha construido nuevos liderazgos con respaldo moral ni ha cuidado los que tenía, y la esperanza que en ese sentido significó la alternancia en el poder muy lejos quedó de constituir una alternativa.

Hoy mismo, a unos días de la preocupación que el anulismo significó a los candidatos y los partidos políticos ese asunto ya pasó al archivo de los recuerdos. En nada inquieta a las dirigencias partidistas el que una porción ciudadana haya optado manifiestamente por no elegirlos, ahora la atención está concentrada en cobrar revancha dentro de sus propias formaciones para ver quién es quién en la recomposición de fuerzas.

En Acción Nacional y en el Partido de la Revolución Democrática la atención está puesta en llevar a cabo el ajuste de cuentas internas para cobrar la factura derivada de la derrota. Aprecian su ruina como una fortuna. En el partido tricolor todavía no acaban de descifrar cómo gobernar y aprovechar esa fuerza tetracéfala que les dejó su triunfo: Enrique Peña, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones y el elenco de gobernadores no están muy claros en el qué y el cómo hacer lo que podrían.

* * *

Vuelven los líderes del país a la irrenunciable tarea de explorar su ombligo y ver qué pueden hacer para aparecer mejor calificados en la próxima encuesta, sin voltear la vista a ese vértigo de sucesos que advierte la degradación.

Los niños de la guardería de Hermosillo ya fueron enterrados y, ahora, la atención está sobre el listado del conjunto de guarderías. El joven mormón y su cuñado ya fueron debidamente enterrados y el caso ya fue atraído por la Procuraduría General de la República, garantizando guardar muy bien ese expediente junto con tantos que acumula. El patadón de Javier Aguirre se olvidará con el juego de mañana. Por lo demás, ya ocurrirá algo estos días que cambie el foco de atención, aunque mantenga la tensión social.

Sin liderazgos, sin ideas, sin metas es muy difícil encontrar motivo de orgullo.


Correo electrónico: sobreaviso@latinmail.com

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jueves, 9 de julio de 2009

Lorenzo Meyer: Vencieron ¿pero convencieron?

AGENDA CIUDADANA
Vencieron ¿pero convencieron?
Lorenzo Meyer
9 Jul. 09

El desencanto con la democracia es común, lo que ya no es común es que la frustración lleve al ciudadano a abrir la puerta para el retorno al viejo sistema

Seguimos casi igual

Pues bien, pasó la elección intermedia y ya están electos seis nuevos gobernadores, aunque uno -Sonora- está en disputa, 500 nuevos diputados federales, los representantes en la Asamblea de la capital más un buen número de diputados locales y presidentes municipales. Los partidos ya tienen al grueso de "su gente" en sus puestos.

No hubo una auténtica sorpresa: en términos generales ya se preveía la caída del PRD y del PAN, y el triunfo del viejo PRI, aunque este último se dio con más enjundia de la esperada -"El PRI aplasta al Presidente", anunció el titular de un diario nacional (Milenio Diario, 6 de julio)-, con lo que una vez más se confirmó entre nosotros el dictum de William Faulkner cuando en Réquiem para una monja (1951) el novelista hizo decir a uno de sus personajes: "el pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado". El México actual es faulkneriano: desde los 1940 la oposición ha hecho un buen número de intentos para superar el sistema priista vía elección, rebelión o movilización, pero hoy seguimos casi en lo mismo: el PRI y, sobre todo, su espíritu -la búsqueda del poder por el poder mismo- parecen dominar de nuevo nuestro horizonte político.


Los partidos


La mayoría se repartió entre la abstención (55 por ciento) y el voto anulado (5.8 por ciento), aunque sin efecto formal en la elección de gobernadores, alcaldes o congresistas. Con el apoyo explícito de una minoría de los ciudadanos (dos quintos del total) las dirigencias de los partidos seguirán recibiendo el gran subsidio público, los diputados cobrarán sus dietas, pronunciarán discursos, emitirán declaraciones y harán o modificarán leyes como si tuvieran efectivamente el respaldo entusiasta de la mayoría ciudadana.

Por lo que hace a la posición de las nuevas autoridades electas y a la de la clase política en general, conviene recurrir a otro clásico. Esta vez a un español, a un vasco, a Miguel de Unamuno, filósofo y novelista que el 12 de octubre de 1936 en su calidad de rector de la Universidad de Salamanca se encontró en una situación límite: con la Guerra Civil en marcha, en el paraninfo de la universidad y en presencia de un franquista duro -el general Millán Astray-, los fascistas denunciaron a Cataluña y al País Vasco como parte de una anti-España a la que se debía extirpar por la fuerza. Unamuno reaccionó y la síntesis de su respuesta fue: "Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir".

Con todas las salvedades del caso, lo mismo se le puede decir aquí y ahora a los partidos y a la clase política mexicana: vencieron y efectivamente están al frente de las estructuras de poder, pero en medio de un México polarizado y desmoralizado y muy lejos de haber convencido a sus conciudadanos -incluidos muchos de los que votaron- de su utilidad, capacidad y derecho a ser "los que mandan".


¿Hacia dónde y en qué condiciones?


Tras la elección y el reacomodo relativo de las fuerzas partidistas -el PRI muy recuperado, el PAN disminuido y el PRD en un lejano tercer lugar-, la clase política tratará de volver a la "normalidad", es decir, a negociar el presupuesto, hacer cambios en la legislación electoral, administrar el día a día cada vez más mediocre y violento y confiar en que las fuerzas económicas internacionales (Estados Unidos) superen su actual crisis y de ahí surja la recuperación del PIB mexicano. Y así, mientras esperamos que el "factor externo" nos vuelva a insuflar vitalidad, los políticos y los administradores de lo público, que en lo individual tienen asegurada su confortable forma de vida, pueden concentrarse en los tres próximos años en su gran pugna de cara a la elección presidencial del 2012.

En este escenario inercial, lo más probable es que el futuro inmediato resulte muy parecido al pasado inmediato y al presente. A lo más a que podríamos aspirar es a que la inseguridad no siga aumentando, a que la economía formal deje de hundirse, a que la economía informal absorba parte del desempleo creciente, a que las remesas no caigan más y que esos envíos de la diáspora mexicana más los programas asistenciales continúen paliando la pobreza aunque sin tocar sus raíces, a que la corrupción se mantenga pero evite llegar al escándalo, a que los caciques sindicales mantengan el orden en sus gremios y, en fin, a que la resignación y la preocupación por la salvación individual impidan que el grueso de los mexicanos se ocupen de la cosa pública, que no se movilicen para exigir y romper las inercias que nos impiden salir del círculo vicioso en que se ha convertido nuestro proceso político.

En relación con ese futuro inmediato hay varias incógnitas. El PRI, apoyado política y económicamente por sus 19 gobernadores va a tratar de negociar sus diferencias internas y preparar el camino de su candidato presidencial, que puede ser Enrique Peña Nieto pero también Beatriz Paredes o, incluso, Manlio Fabio Beltrones. El PAN, por su parte, va a tener que ocuparse de apoyar a su "jefe nato", a Felipe Calderón, que con esta derrota de mediados de sexenio corre el peligro de transformarse en un zombi político -un muerto viviente- que va a tener que hacer enormes concesiones a los priistas para negociar cualquier medida política fuera de la rutina e incluso la rutina misma. Si Fox trató de "cogobernar el cambio" con Roberto Madrazo, Felipe Calderón se verá obligado a "cogobernar la rutina" con las varias cabezas nacionales y locales del PRI y que buscarán dirigir la rutina como un largo preámbulo de su retorno a Palacio.

Desde la oposición de izquierda, lo importante será la medida en que el gran movimiento social que encabeza Andrés Manuel López Obrador (AMLO) logre afirmar y acrecentar sus raíces en el "México profundo". Para volver a la carga en 2012, el lopezobradorismo deberá aprender de sus errores políticos y de organización de seis años atrás. En cualquier caso, AMLO tendrá que enfrentar esa gran coalición de derecha que siempre preferirá el retorno del PRI a "Los Pinos" a cualquier intento por modificar la estructura social mexicana. Para los "poderes fácticos" el PRI en la Presidencia ofrece la seguridad que se desprende de una relación entre conocidos y, llegado el caso, volverá a intentar parar el movimiento social de AMLO "a como dé lugar".

En los tres años por venir, el choque entre las fuerzas políticas legales se puede y se debe conducir por los imperfectos canales institucionales que existen. Izquierda y derecha saben que cualquier otra ruta entraña enormes peligros. Sin embargo, hay una fuerza creciente que cada vez se muestra más desafiante de la precaria institucionalidad y que, ella sí, es efectivamente el gran peligro político para México. Se trata del crimen organizado, ése que un estudio norteamericano ya definió como "narcoinsurgencia" (El Universal, 5 de julio).

Cuando hace años se planteó con ánimo entre especulativo y socarrón la cuestión "1810, 1910, ¿2010?", nadie pensó que efectivamente en el aniversario del bicentenario y centenario del inicio de dos grandes movimientos armados que marcaron la historia mexicana el país estaría en medio de otra lucha entre las Fuerzas Armadas del gobierno por un lado y paramilitares fuertemente armados, financiados y organizados por los cárteles de la droga que desafían al orden establecido por medio de una eficaz combinación de corrupción y terror. Y lo peor es que no se vislumbra la salida militar o política de éste, nuestro laberinto del crimen organizado, construido a partir de decisiones tomadas hace decenios, justamente bajo los gobiernos priistas.

Conclusión

El resultado de las elecciones intermedias de 2009 abre la posibilidad de tener al pasado como futuro. Una parte de la sociedad mexicana simplemente pareciera haber desistido de su interés por el cambio vía una derecha dura que resultó tan corrupta como la del pasado pero más ineficaz y más alejada del ciudadano común. Los electores priistas se han resignado al "más vale malo por conocido que bueno por conocer" y buscan refugio en un tipo de política que si bien se ha caracterizado por el autoritarismo y la corrupción, ha ofrecido un mínimo de seguridad y "profesionalismo" en la gestión de lo público.

En estas condiciones, quien enfrenta el reto mayor es la izquierda real. Hoy y en los años por venir tendrá que enfrentar la oposición de la elite del poder -los grandes intereses creados- y el desaliento y desencanto de muchos mexicanos ante la oferta de un cambio de fondo. Sin embargo, ése es el camino que aún nos queda por intentar para superar la mediocridad e injusticia históricamente dominantes en nuestro país.
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jueves, 2 de julio de 2009

Lorenzo Meyer: El voto nulo o consecuencias de la inconsecuencia

AGENDA CIUDADANA
El voto nulo o consecuencias de la inconsecuencia
Lorenzo Meyer
2 Jul. 09

El rechazo actual a la clase política viene de la desilusión del ejercicio democrático una vez que se logró la alternancia

El "Voto en Blanco" y la política negra

El gran cambio político del 2000 -el hipotético inicio de la consolidación de la democracia electoral- ha resultado básicamente un hecho inconsecuente: nada realmente sustantivo ha cambiado en la dirección esperada. Al contrario, por lo que hace al sentido de rumbo, confianza, crecimiento económico, gobernabilidad, seguridad, combate a la corrupción, confianza en las instituciones, calidad de la educación y otros temas similares estamos igual o peor que antes.

La inconsecuencia del supuesto parteaguas del 2000 ya tiene consecuencias; una de ellas es el rechazo activo de una parte de los ciudadanos a la clase política usando su boleta electoral este 5 de julio para negarle su apoyo a todos los partidos registrados y dejar constancia de su total inconformidad con la situación existente. El objetivo de depositar la boleta en blanco, anularla o votar por un candidato sin registro es actuar dentro del marco institucional para hacer patente la ausencia de alternativas auténticas o, lo que es lo mismo, la falta de contenido real de la fórmula electoral. Se tratará, en cualquier caso, de un acto con claro contenido político aunque su significado está sujeto a su importancia cuantitativa.

Si el proceso político actual tuviera sentido -si el votante pudiera decidir entre programas realmente contrastantes y encarnados por políticos con carreras que confirmaran su honestidad y eficacia-, entonces el llamado a anular el voto, otorgarlo a un candidato sin registro o depositarlo en blanco, sería una estupidez, un sinsentido. Sin embargo, la innegable ineficacia, deshonestidad e impunidad de la actual clase política mexicana -existen excepciones notables pero son pocas y sistemáticamente neutralizadas por la mayoría dominante- son lo que hace que, pese a todo, el destino del voto de protesta sin referente partidista sea hoy el más digno y el menos malo de los posibles. Así de dañados nos encontramos.

Un voto que los partidos se ganaron a pulso

Desde que en los 1980 se inició la insurgencia electoral mexicana, la parte más viva y emprendedora de la ciudadanía empezó a imaginar que el voto, hasta entonces un instrumento históricamente deleznable frente a las posibilidades de la violencia y la revolución, había modificado su naturaleza y por fin la vía pacífica podría llegar a tener sentido, a tener consecuencias. El descalabro que fue el fraude salinista de 1988 no acabó con este sentimiento de esperanza, aunque sí lo hizo más realista. En los 1990 un grupo cada vez más numeroso de ciudadanos se entusiasmó con la posibilidad de estar viviendo y protagonizando un cambio histórico. Esta sensación de haber encontrado una razón de ser del ciudadano alcanzó su cima con la expulsión pacífica del PRI de "Los Pinos" en el año 2000. Sin embargo, muy pronto una parte del electorado se vio obligada a llegar a la conclusión de que su esperanza había vuelto a naufragar, que la clase política volvía a estar por debajo de las circunstancias.

La razón de fondo de la actual desilusión ciudadana es el estancamiento e incluso el retroceso de lo que podría llamarse el proyecto mexicano. Y una de las fuentes de esa ausencia de horizontes es la incapacidad de los partidos de tomar en cuenta, de asumir como propios y transformar en políticas efectivas los intereses de la mayoría. Aunque los términos crisis y permanencia son, en principio, contradictorios, en muchos círculos domina la sensación que el país está sumergido en una "crisis permanente". Domina la sensación, por un lado, de que en el último cuarto de siglo el desarrollo material del país se ha estancado y, por el otro, de que una minoría abusiva ha prosperado de manera tan notoria que resulta obscena y, finalmente, de que hay una relación de causalidad entre lo uno y lo otro.

Entre las razones más inmediatas y concretas del descontento prevalente está el sistema electoral. Las encuestas de opinión muestran que una mayoría de ciudadanos ve al sistema de partidos como un conjunto de organismos no confiables ni respetables. Desde la izquierda, el agravio es mayor por la negativa de las autoridades electorales, apoyadas por el grueso de los partidos y de los "poderes fácticos", de nulificar la elección del 2006 y ordenar su reposición como resultado de la interferencia ilegal y reconocida en el proceso electoral del presidente Vicente Fox y del Consejo Coordinador Empresarial. En el mismo sentido opera la negativa a proceder con el recuento de los sufragios para dar certeza a un resultado donde la diferencia entre el supuesto ganador y su rival más cercano fue de apenas medio punto porcentual y con muchos errores en las actas. La certidumbre de que en la actualidad los dados electorales están tan cargados como en el pasado se afirma al ver que la composición de la directiva del IFE se integra no con representantes de los ciudadanos sino de las dirigencias de los partidos o de feudos tan notables como el SNTE y que en el TEPJF sucede lo mismo.

La falla de la legitimidad

Quienes ganaron en el 2000 el control de las estructuras del poder político decidieron mantener la Presidencia en 2006 bajo la divisa de "haiga sido como haiga sido". Consideraron entonces que "Los Pinos" bien valía los costos que implicaba primero el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, el líder de la izquierda, luego una campaña electoral basada en el miedo y finalmente el desgaste de las instituciones electorales que hicieron de lado su supuesta neutralidad y privaron al proceso de su necesaria pulcritud y certidumbre en sus resultados.

En 2006 el tema de la legitimidad fue relegado a un plano secundario por los supuestos triunfadores de la contienda y lo mismo volvió a ocurrir en la lucha interna de un PRD ya muy polarizado por la derrota electoral. Sin embargo, es justamente ese tema de la legitimidad -de la ausencia de legitimidad en el sistema político- lo que ahora da sentido a la conducta de quienes rechazan al conjunto de los partidos y sus políticas. Mediante ese rechazo se pretende desaprobar la naturaleza misma del poder imperante y poner la base de otro donde la legitimidad tenga posibilidades de ser lo que siempre debió ser: su columna vertebral.

El tema de la legitimidad política es fundamental en cualquier sociedad y época. Todo ejercicio del poder necesita justificarse a los ojos de aquellos que están sujetos a sus dictados. Max Weber identificó tres formas históricas básicas de autoridad legítima: la tradicional, la carismática y la legal-racional. En los Estados modernos, esta última debe ser la dominante aunque no la única. Como bien lo señaló Seymour Martin Lipset -uno de los grandes politólogos del siglo XX- este tipo de legitimidad implica "que el sistema político imperante tiene la capacidad de engendrar y mantener la idea que las instituciones políticas existentes son las más apropiadas para la sociedad en cuestión" (Political Man: The Social Bases of Politics, 1963). Sin embargo, es justamente eso lo que no sucede hoy en México: nuestra estructura institucional es cuestionada por muchos y, de nuevo, las encuestas lo prueban.

Y es que simplemente echando una mirada a lo que nos rodea, se llega a la conclusión de que las instituciones, desde la Presidencia, pasando por la economía hasta llegar a las guarderías para niños de madres trabajadoras, están fallando de forma espectacular o trágica. Felipe Calderón pidió el voto definiéndose como "el presidente del empleo" pero con la caída de 8 por ciento del PIB lo que domina es el desempleo. La violencia relacionada con el crimen organizado no disminuye sino aumenta 67 por ciento respecto al mismo periodo que el año pasado. El director general de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito no ha vacilado en admitir que "México es un caso extraordinariamente violento y una situación sin par en el mundo" (El Universal, 25 y 30 de junio). Por su parte, el Banco Mundial, en su Indicador de Gobernabilidad Global 2009 reprobó a nuestro país en cuatro de los seis índices que lo forman: a) estabilidad política y ausencia de violencia, b) Estado de derecho, c) rendición de cuentas y participación ciudadana y d) control de corrupción. Sólo lo aprobó, y no por mucho, en: a) calidad regulatoria (calidad de la burocracia) y b) efectividad de gobierno (Reforma, 30 de junio).

En Conclusión

La próxima elección tendrá ganadores y perdedores formales. Sin embargo, los resultados de las urnas deberían de leerse e interpretarse a la luz de la abstención, de las diferentes modalidades del voto nulo y, sobre todo, de las fallas en la legitimidad del poder político como un todo.

kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 25 de junio de 2009

El foxismo-panismo ¿fase superior del priismo?: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
El foxismo-panismo ¿fase superior del priismo?
Lorenzo Meyer
25 Jun. 09

En México el cambio ha sido más de forma que de contenido; aún no hay un régimen realmente nuevo

Definición

La interrogante o propuesta que da título a esta columna la formuló un colega, José Luis Reyna, el pasado día 19 en un seminario donde se presentaron los cuatro tomos que forman Una historia contemporánea de México (Océano-Colegio de México, 2003-2009). La propuesta es una clara referencia a la famosa definición leninista del imperialismo como fase superior del capitalismo (1916). Obviamente, la caracterización de la naturaleza del actual sistema político mexicano como un tipo superior de priismo apela, en la forma, a nuestro sentido del humor, pero tiene un fondo muy serio.

Veamos más de cerca y con reflexión la definición sugerida por Reyna. Para empezar, supone, y con razón, que el foxismo no es sinónimo de panismo, y que pese a que han desembocado en lo mismo, para propósitos de análisis, conviene no subsumir al primero en el segundo. El foxismo fue una especie de populismo de derecha impulsado por el carisma de un personaje que se colgó del PAN para llegar al poder pero que también requirió y obtuvo otros apoyos. Los "Amigos de Fox", por ejemplo, fueron parte fundamental del foxismo inicial y aunque se trató de una fuerza de derecha, resultaron ser distintos del panismo. Por otro lado, bajo el lema del "voto útil", Fox apeló con éxito a los votantes independientes e incluso a antipanistas y simpatizantes de la izquierda, deseosos todos de poner fin al largo monopolio priista como una condición necesaria para proceder a introducir a México al auténtico pluralismo democrático. Con Felipe Calderón el elemento carismático desapareció por entero y ya fue el PAN propiamente dicho -el PAN duro- la fuerza que llegó a la Presidencia. Ahora bien, ese PAN que sustituyó al foxismo poco tenía que ver ya con el original, con el de Manuel Gómez Morin y sus "místicos del voto". El panismo contemporáneo, al que encarnan, además de Calderón, personajes como Diego Fernández de Cevallos y Germán Martínez, lo mismo que Manuel Espino o el desaparecido Juan Camilo Mouriño, es uno ya transformado por las "concertacesiones" con el gobierno de Carlos Salinas en los 1990 así como por el ejercicio del poder. Se trata de un partido que ha aprendido bien y a fondo cómo y para qué negociar con los priistas desde la oposición primero y desde el poder después y que, en el proceso, se fue haciendo cada vez más parecido al PRI.

En el capítulo publicado por Reyna en el tomo 3 de Una historia contemporánea de México -"El sistema político: cambios y vicisitudes"- se muestra que desde hace ya algunos años nuestro país cuenta con las condiciones mínimas necesarias para avanzar en la construcción de una efectiva democracia política, pero que para empezar a andar ese camino con paso firme es necesario -en realidad indispensable- proceder a desmantelar la vieja estructura autoritaria. Sin embargo, eso es justamente lo que no ha sucedido.

El foxismo y el panismo llevan ya más de ocho años ejerciendo el poder desde la Presidencia, en varios estados y un buen número de municipios, pero ni el uno ni el otro han mostrado auténtica disposición a abatir el viejo arreglo. Al contrario, lo encontraron conveniente a punto que más bien pareciera que el proyecto de ambos -y ésta es su coincidencia fundamental- es remozarlo por la vía de la alternancia entre PRI y PAN y de un cambio en el discurso, pero sin tocar el arreglo fundamental, el heredado, salvo por lo que toca al viejo arreglo del PRI con el narcotráfico. En enero de 1989 Salinas buscó "ganar la Presidencia desde la Presidencia": usar al Ejército para dar un golpe espectacular a un viejo cacicazgo sindical -el petrolero-, para luego volverlo a recrear a su imagen y semejanza. Calderón decidió hacer algo parecido en diciembre del 2006 pero de una manera mucho más arriesgada: usar al Ejército para declararle "la guerra" al narcotráfico; la moneda calderonista aún está en el aire pues en su caso no ha logrado el equivalente del "Quinazo".

Cambiar la forma sin tocar el contenido

Hoy ya no vivimos bajo el signo de un "sistema de partido" sino que tenemos un sistema de partidos, cuya forma no es muy distinta de la que es común en muchas democracias efectivas: dos partidos grandes, uno mediano y cinco pequeños más algunos regionales. Como consecuencia de ese cambio, se modificó de manera sustantiva la característica distintiva del viejo régimen priista: la gran concentración del poder en manos del Presidente. Esta transformación se inició en la fase final del priismo clásico. Como bien lo muestran Rogelio Hernández, Luisa Béjar o Arturo Alvarado, en otros tantos capítulos de la obra sobre el México contemporáneo ya citada, y que fijan la atención en los cambios en las arenas de los partidos, los gobiernos estatales, el federalismo, los congresos y los municipios. Las reformas administrativas y los cambios económicos de los 1980 y 1990 fueron el arranque de la migración de una parte del poder histórico de la Presidencia hacia los partidos, gobiernos estatales, municipales y los congresos.

Ahora bien, ¿esas modificaciones de las formas en el ejercicio del poder han significado, también, un cambio en sus contenidos? Aquí la respuesta tiene que ser: no mucho. El sistema electoral está lejos de ser transparente y sin manipulación. En un buen número de estados, el PRI sigue aumentando cuentas a su rosario de años de dominio ininterrumpido sobre el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial: en Veracruz, Puebla, estado de México, Oaxaca y muchos más, ese monopolio ya ha cumplido 80 años y va por más. La relación entre el gobierno federal y los grandes cacicazgos sindicales -SNTE, STPRM, CTM- es hoy tan estrecha o más que en la época priista. La muy buena asociación que el priismo post-revolucionario estableció con el gran capital fue reforzada durante el salinismo y hoy se mantiene a ese nivel, no en balde, por ejemplo, el Consejo Coordinador Empresarial rompió en el 2006 la legalidad con tal de apoyar de manera efectiva a Felipe Calderón en el momento electoral crucial.

La corrupción es un campo donde se esperaba un cambio natural y sustantivo al ocurrir la transferencia de poder del priismo al foxismo-panismo, pero no fue el caso. Desde la persistencia de monopolios o cuasimonopolios a pesar de su prohibición constitucional hasta el tráfico de influencias, los contratos inflados entre gobierno y proveedores pasando por las tristemente célebres subrogaciones sin control efectivo y la omnipresente cooptación de autoridades por el crimen organizado, el lavado de dinero o la trata de personas. Y la lista puede seguir.

La impunidad, característica central del régimen autoritario priista, era otra de las arenas donde se suponía que era posible y obligado el cambio de fondo. Sin embargo, ningún "pez gordo" cayó durante el foxismo ni después. Obviamente el respeto a los derechos humanos fue letra muerta en el régimen que nos dio la "Federal de Seguridad", el 68 y el 71 -entre otros- y que se empeñó en "guerras sucias" contra sus enemigos armados, desde los cristeros hasta los neozapatistas. Sin embargo, la situación no ha cambiado mucho desde el 2000 hasta nuestros días, como lo demuestran las acciones y juicios injustos contra dirigentes de la APPO o de Atenco o con activistas como Lydia Cacho.

El campo más importante en la medición de los efectos del juego político en el mundo del ciudadano promedio es el social, el de la distribución de los costos y los beneficios de las actividades productivas. Echando mano de los cálculos sobre la distribución del ingreso monetario en los hogares mexicanos elaborados por Gerardo Esquivel -"The Dynamics of Income Inequality in Mexico since NAFTA" (PNUD, 2009)-, se puede constatar que la desigualdad social se acentuó en nuestro país a partir de la crisis del modelo económico a inicios de los años ochenta del siglo pasado y que luego disminuyó, pero sólo para volver a tener casi la misma forma que cuando el priismo clásico entró en crisis al final del gobierno de José López Portillo. Veamos las cifras; en 1984 el ingreso del 10% de los hogares más ricos equivalía a 31.9 veces el del 10% de los más pobres, pero en 1998 la cifra aumentó a ¡54.8 veces! Ahora bien, para el final del foxismo, en 2006, ese 10% de los hogares más afortunados disponían de un ingreso "sólo" 34.3 veces mayor que el del 10% de los más pobres. Esto significa que, en materia de distribución del ingreso, tras un periplo de más de 20 años, apenas si logramos retornar a donde estábamos en la etapa final del priismo clásico. Recordando un título de Shakespeare, el cambio político en México pareciera haber sido "mucho ruido y pocas nueces".
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viernes, 19 de junio de 2009

Esclarecer el descontento: José Antonio Crespo

Horizonte político
José A. Crespo
Esclarecer el descontento

Me parece bien la propuesta de Federico Reyes Heroles en el sentido de elaborar una encuesta de salida para detectar las razones del voto de los electores: ver por qué votan por el partido que votan, por qué anulan, si anulan, y qué cambios esenciales esperarían unos y otros. En efecto, así como es complicado descifrar el mandato de los electores cuando sufragan por un partido (pues lo hacen debido a múltiples razones), más complicado puede serlo cuando emiten un voto de protesta. Se sabe que detrás de ese voto hay inconformidad, hartazgo, protesta, falta de opciones, en vez de apatía o indiferencia. Y pese a que buena parte de las agrupaciones corrientes e individuos anulistas parecen coincidir en algunos puntos que mejorarían la representación política vigente (reelección legislativa, candidaturas independientes, regulación del voto nulo con efectos presupuestarios a los partidos, entre otras), se puede prever que el “mandato anulista” podría pretender interpretarse de diversas maneras, según el gusto y los intereses particulares. Sobre todo porque esta corriente de opinión ha hecho un corte transversal: muchos que en otros asuntos no tienen nada que ver, coinciden en anular su voto como protesta y presión al sistema de partidos; son de izquierda, centro, derecha; quienes validaron el triunfo de Felipe Calderón y no; quienes han defendido el nuevo modelo de comunicación electoral y quienes se ampararon en su contra. Vemos en el movimiento anulista a Sergio Aguayo al lado de Jaime Sánchez Susarrey; a Lorenzo Meyer junto a Luis González de Alba (uno cercano a López Obrador, el segundo no puede oír de él); a Denise Dresser del mismo lado que Dulce María Sauri (la primera promueve la reelección legislativa; la segunda votó en contra en el Senado). Y a favor del voto partidista están Lorenzo Córdova con John Ackerman (uno avaló como impecable el triunfo de Felipe Calderón, otro denunció un enorme fraude electoral); Jorge Alcocer junto a Jorge Fernández Menendez y José Woldenberg al lado de Joaquín López-Dóriga (unos por la reforma electoral y otros en contra) y, entre los políticos, vemos a Andrés López Obrador junto a Marta Sahagún y Jorge Kawaghi; a Germán Martínez Cázares cerrando filas con Beatriz Paredes y Emilio Gamboa. La corriente anulista implica, pues, un corte transversal. Por ello, podría tener muchas lecturas divergentes, más allá de sus tres o cuatro propuestas básicas.

Eso mismo preveíamos en febrero en este espacio, pero no respecto del voto nulo (pues no había manera de saber la dimensión que cobraría esa propuesta), sino del abstencionismo, típico de los comicios intermedios (“Abstención electoral; explicaciones a modo”, 2/feb/09). Decíamos entonces: “Desde ahora se empiezan a proponer posibles razones —dependiendo del interés del observador— para explicar el fenómeno abstencionista. Por ejemplo, el IFE ha señalado como posible razón de la baja participación, la violencia e inseguridad imperantes... Habrá quien recurra, como explicación de la abstención, a tal o cual parte de la reforma electoral con la que no concuerde. (Por ejemplo) El senador Gustavo Madero, coordinador de la bancada panista… ha dicho que ‘la participación podría disminuir por las recientes reformas que prohíben la compra de publicidad por particulares y la imposibilidad de criticar a los candidatos a puestos de elección popular’. Es probable que los consorcios mediáticos y sus respectivos voceros, que se opusieron a la reforma electoral por afectar sus intereses, recurran también a explicaciones semejantes para dar cuenta de la probable disminución en la participación electoral, buscando con ello echar atrás la propia reforma electoral”.

Concluíamos que: “Lo más adecuado para desentrañar el fenómeno son menos las especulaciones de columnistas y actores sociales, y más los sondeos y encuestas profesionales”. Pero como no se esperaba entonces un significativo voto nulo (seguimos sin saber de qué magnitud será), proponíamos esclarecer el nivel de abstención: “Esperemos que las firmas encuestadoras más conocidas realicen entrevistas entre los abstencionistas… para desentrañar con más precisión sus razones de por qué decidieron no ir a las urnas”. Pero ahora que la perspectiva del voto nulo se ha posicionado, lo más adecuado sería, como dice Reyes Heroles, las encuestas de salida, para aclarar las razones de los electores. Pero tampoco habría que echar en saco roto investigar también, en la poselección, las razones de los abstencionistas activos para ver, según decíamos entonces, “cómo se podrían agrupar sus respuestas, las cuales podrían ir desde ‘los comicios intermedios no me suscitan interés’, pasando por ‘todos los partidos son igual de malos’, ‘no me siento representado por ninguno de ellos’, ‘después de 2006, ya no confío en las autoridades electorales’, hasta, ‘como no hubo campañas negativas, no tuve posibilidad de informarme sobre quiénes eran realmente los candidatos’ o ‘dado que la sociedad civil no puede contratar propaganda electoral, no pude oír todas las voces’”. De todo lo cual, concluíamos entonces que “sólo a través de estudios precisos podremos hacernos una idea un poco más aproximada de las verdaderas razones de por qué votantes habituales habrían decidido conscientemente no participar en los comicios intermedios” (o anular el voto, agregaríamos hoy). “De lo contrario, se inventarán las más sofisticadas e inverosímiles tesis sobre por qué el abstencionismo habría avanzado en esta elección”. Necesitamos, en efecto, no una, sino, de ser posible, varias encuestas de salida confiables que nos permitan entender el fenómeno electoral en estos comicios; lo mismo las razones de quienes voten por un partido como de quienes finalmente emitan un voto de protesta.

Habrá quien recurra, como explicación de la abstención, a tal o cual parte de la reforma electoral con la que no concuerde.

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jueves, 18 de junio de 2009

Ilán Bizberg y Lorenzo Meyer: Una historia contemporánea de México

  • Presentaron en el Colmex la obra Una historia contemporánea de México
  • El país, pasmado; necesita un liderazgo, pero con legitimidad: Lorenzo Meyer
  • El investigador coincide con Ilán Bizberg en que se ha buscado uncirnos al proyecto de nación de Estados Unidos
  • Crisis de representatividad, porque las elecciones no son creíbles
Arturo Jiménez

Desde los años 80 del siglo pasado en México se carece de un proyecto de nación, pero lo peor es que se ha buscado vincular al país con el proyecto de nación de Estados Unidos, el cual ahora atraviesa una severa crisis, plantean en entrevista los investigadores Lorenzo Meyer e Ilán Bizberg, coordinadores de la obra en cuatro tomos Una historia contemporánea de México. Más grave aún, explican luego de la presentación este martes en El Colegio de México (Colmex), es que Estados Unidos ha entrado en un proceso de introspección, revisión y reconversión, mientras que México no parece salir del pasmo y con una clase dirigente que no sólo ha achicado algunos sectores económicos, sino las propias ambiciones como nación, al no generar tres o cuatro ideas de futuro.

Luego de que en 2004 presentaron una primera versión del tomo I, ahora la obra –que abarca de 1968 a 2006 y en la que participaron 34 académicos– ha sido concluida y fue presentada en la sala Alfonso Reyes por Meyer, Bizberg, Rogelio Carvajal, Gustavo Vega y Javier Garciadiego, director del Colmex.

Las elites, sin ideas viables

Meyer señala que con Carlos Salinas se vio con claridad que ya no predominaba la idea de marcar distancia frente a Estados Unidos, sino al contrario. Pero cuando él se viene abajo, en 94-95, no nos queda más que la idea de la democracia. Ya no es un gran proyecto económico, que el mercado haga lo que tiene que hacer, pero políticamente sí. Y ahora, pues ya ni eso.

Así, agrega, se observa que las elites ya no tienen las ideas adecuadas para que sus proyectos tengan sustento social, y más bien me da la impresión de que administran el tiempo más que plantear un proyecto de nación, que implicaría proponer dos, tres o cuatro grandes ideas que despierten la imaginación, que permitan ver un futuro brillante, aunque el presente esté muy opaco.

Según Bizberg, en los años 80 se adoptó un proyecto de vinculación a otro proyecto nacional, el estadunidense. Ello implica aceptar que somos parte de Norteamérica, que nosotros tenemos una parte de la división del trabajo internacional, entre México y Estados Unidos básicamente; que vamos a ser un país maquilador, con bajos salarios, que los empresarios que pudieran competir en este mercado internacional lo hicieran, pero que el gobierno no iba a apoyar. Y eso es lo que se aceptó.

–La crisis económica, política y social de los años recientes en México, que cada vez parece más grave, ¿significa que el país está en un callejón sin salida, en decadencia, que se está desmoronando?

–Si echamos un vistazo a la gran historia –responde Meyer–, vemos que sí hay países que se han desmoronado. Y los hay que dejaron de ser viables y fueron asumidos por otros, o simplemente vegetaron en una mediocridad lamentable. Ésa es una posibilidad, y supongo que el grueso de los mexicanos estaría en contra de ello. Pero no está mal tenerlo como punto de referencia. En cualquier caso, sí hay una decadencia.

“Veamos algunos indicadores que me asombran. La proporción que la industria tenía en la economía nacional es ahora menor de la que tenía hace 20 años. Estamos en un proceso de desindustrialización. Entonces, ¿qué es lo que nos proponemos? Estamos en una especie de achicamiento: de algunos sectores económicos y de la ambición. Como que ahora lo más que aceptamos es: con que sobrevivamos, con que no nos hundamos.

Y lo que decía Ilán: abdicamos de un proyecto nacional para unirnos a otro proyecto nacional, pero el otro proyecto nacional, en primer lugar, ahorita tiene problemas enormes. Y está cuestionándose a sí mismo: ¿qué es Estados Unidos, cuál es su papel? Están en un periodo de introspección: quieren salirse de Irak, ojalá quisieran salirse de Afganistán, no pueden, ya dejaron de ser el país que asumía el unilateralismo casi como derecho divino, como mandato de Dios. Ahora vuelven a la humildad, a ser multilaterales.

En la calle de la amargura

Bizberg plantea que esta situación puede ser una oportunidad, porque Estados Unidos, nuestro socio principal, está en crisis. India, Brasil y China, con la crisis internacional, ven hacia adentro. Invierten cantidades enormes en infraestructura e industria. Meyer interviene: Ahí es un problema de elites, son las que deberían intervenir. Un ciudadano común, como nosotros, ¿qué hace? Las instituciones requieren de liderazgo. Brasil lo tiene, China e India. Nosotros andamos en la calle de la amargura.

Bizberg: En Estados Unidos algunos economistas dicen que ésta será una crisis corta, pero otros plantean que será muy larga y que es una reconversión del país que durará 20 años. Mientras, tenemos que pensar qué vamos a hacer nosotros, cómo vamos a salir de esta crisis, por nuestras propias fuerzas.

Meyer: “Ésa es nuestra crisis. No se puede una reconversión de la envergadura que requiere México sin liderazgo, y éste requiere legitimidad. Y la legitimidad se consigue básicamente por la vía de elecciones creíbles, que despierten un mínimo de entusiasmo. Ahora no son ni creíbles ni despiertan mucho entusiasmo porque hay una crisis de representatividad.

“Los partidos no representan al grueso de la sociedad mexicana, no han logrado cumplir con su papel, a pesar de que han absorbido una cantidad fantástica de recursos públicos. Es mucho dinero para tan pobre resultado. No nos dan el liderazgo que México necesita para una aventura de la envergadura que propone Ilán. Un país distinto al nuestro se movería ahorita rápido, rápido, porque es cosa de supervivencia. Pero el liderazgo parece pasmado. Es más, no sabe ni qué hacer con el crimen organizado, menos con la organización del gran futuro de México.

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Fallido: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Fallido
Lorenzo Meyer
18 Jun. 09

Lo que ha fallado no es sólo el Estado, sino el régimen y el proyecto mismo que da sentido a la comunidad nacional

Indicadores

Es obvio que han estado fallando de manera sistemática muchas cosas en México. De seguir por donde vamos, el resultado es tan predecible como inaceptable: una nueva pérdida de la oportunidad histórica, al estilo de lo ocurrido entre los 1810 y los 1870. Indicadores del mal camino que llevamos sobran.

La guerra contra el crimen organizado es hoy el centro de la agenda del gobierno pero cada vez más el conflicto se parece en su desarrollo al que hace 80 años tuvieron el gobierno y los cristeros: ninguno de los bandos pudo imponerse de manera contundente y al final todo quedó como al inicio sólo que con un montón de horrores y vidas segadas.

A partir de 1994, el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte aumentó notablemente las exportaciones mexicanas pero no hizo crecer mucho la economía en su conjunto y finalmente no pudo evitar la desindustrialización del país: hoy México es, en términos relativos, un país menos industrializado de lo que era hace 20 años. Y lo que es peor, en el último cuarto de siglo el crecimiento real del PIB es de los más bajos en América Latina y este año puede caer entre 6 y 8 por ciento. Desde fines de los 1970 el país dejó de reservar para sí su petróleo y volvió a ser proveedor para el exterior de un recurso natural estratégico y no renovable. Pero esa exportación sólo se ha traducido en gasto burocrático, en paliativos de los efectos de la pobreza y, sobre todo, en sustituto de una reforma fiscal auténtica. La renta petrolera no ha dejado inversiones significativas para el bienestar futuro del grueso de los mexicanos. La privatización y subrogación de los servicios del Estado han desembocado en monopolización o disminución de la calidad de esos servicios a la vez que la supuesta lógica del mercado -objetivo teórico del proceso- se ha visto distorsionada por los efectos de la corrupción.

La democracia electoral tiene apenas nueve años de funcionar, consume recursos fiscales excesivos y ya está sumida en una crisis de credibilidad. Existe un sistema de partidos pero sus componentes, hinchados de dinero público, naufragan en un mar de ilegitimidad proveniente de su ineficacia, alto costo y falta de representatividad. La importancia que ha adquirido en las últimas semanas una campaña a favor del voto en blanco, nulo o por candidatos sin registro es la medida de la desilusión ciudadana, en particular de los jóvenes, con los partidos y la clase política. Y la lista de indicadores del mal rumbo que lleva el país se puede alargar.

Nivel

¿En qué plano se encuentra la acumulación de elementos que componen lo fallido del México actual? ¿En el de la clase política, del gobierno, del régimen, del Estado o de plano del proyecto nacional mismo? En realidad, todo apunta a una bancarrota sistémica que, por tanto, abarca todos los niveles mencionados.

El proyecto nacional, es decir el conjunto de grandes ideas motrices que le dan sentido histórico a la comunidad nacional, a la acción cotidiana de ciudadanos, líderes e instituciones, simplemente no existe. Nadie lo ha reformulado de manera efectiva después del rápido fracaso del neoliberalismo salinista que, a su vez, no fue otra cosa que diluir y subordinar el proyecto mexicano al norteamericano. El dejar que, en una sociedad terriblemente desigual, las supuestas fuerzas impersonales del mercado global decidan quién, dónde, cuándo y cómo se distribuyan, se inviertan o se consuman los recursos económicos ha sido el equivalente a abandonar, en beneficio de unos cuantos, la aspiración histórica colectiva de un desarrollo justo y con autonomía.

Sin un proyecto propio y efectivo de largo plazo, el régimen político ha quedado un tanto a la deriva. Por régimen se entiende aquí el conjunto de valores e instituciones que regulan la lucha y el ejercicio del poder. Se supone que vivimos en un régimen presidencial y democrático. Sin embargo, un poder caciquil sindical como el de Elba Esther Gordillo y su Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación se hace cargo lo mismo de la Secretaría de Educación y de su política educativa, que del ISSSTE o de la Lotería Nacional. Justamente por transferencias de poder como ésta queda claro que son poderes fácticos y no la Presidencia quienes definen al régimen. Igualmente, al declarar Felipe Calderón en 2006 que "haiga sido como haiga sido" él ganó la contienda presidencial, se hace patente que no son ya los valores democráticos los que hacen latir el corazón del régimen. Y qué decir de las instituciones y la democracia si en una elección tan cerrada como la de 2006 el IFE se negó a recontar los votos a pesar de que las inconsistencias en las boletas electorales arrojaron un número mayor que la diferencia oficial de votos recibidos por Calderón y su rival, Andrés Manuel López Obrador. Desde luego que también entra en esta descomposición institucional el Tribunal Electoral, que por un lado reconoció la falta grave en materia de imparcialidad del presidente Vicente Fox en 2006, pero acto seguido se declaró incapaz de encontrar remedio a una falla que reconoció mayúscula.

La situación está igualmente malograda por lo que se refiere al Estado mismo, es decir, al conjunto de instituciones que dentro de un territorio delimitado organizan la dominación, en nombre del interés general, y con el respaldo que les da su control sobre los medios de la violencia. Por un lado, el Ejército -el centro del monopolio estatal de la supuesta "violencia legítima"- se encuentra una y otra vez en lucha abierta con policías locales como resultado del enorme poder de corrupción que ejerce el crimen organizado. Un resultado de ésa y otras contradicciones que impiden al Estado enfrentar con eficacia a los productores de la "renta criminal" es que un líder político del municipio más rico del país y miembro de la elite del poder de Nuevo León -Mauricio Fernández Garza, candidato panista a la alcaldía de San Pedro Garza García- admitió hace poco ante un grupo de sus pares que la clave para mantener la tranquilidad en zonas como la que él pretende gobernar no está en la acción de las instituciones del Estado, sino en llegar a un acuerdo con los grupos criminales que, de tiempo atrás, ya viven en medio de las clases poderosas y también demandan zonas de tranquilidad para sus familias: los narcotraficantes (El Universal con datos de Reporte Índigo, 12 de junio).

En un largo reportaje aparecido en Le Monde diplomatique, México (junio), David González y Jean-François Boyer documentan la imposibilidad del Estado de garantizar la seguridad de los periodistas de Tamaulipas, los cuales simplemente no pueden publicar nada que disguste a los dirigentes del cártel del Golfo, al punto que la prensa local ha eliminado de su vocabulario términos como "cártel del Golfo", "Zetas" o "crimen organizado" para no irritar a los aludidos. La ley que impera en ese estado ya no es la del Estado Mexicano ni la del "Estado Libre y Soberano de Tamaulipas", sino aquella impuesta por los narcotraficantes que, entre el 2000 y el 2009 han asesinado entre nueve y 11 comunicadores, dependiendo de la fuente consultada. Como sea, actualmente el crimen organizado es tan organizado en Tamaulipas que ya cuenta con un representante dentro de casi todos los periódicos locales y ese personaje es consultado por el editor al momento de decidir si una noticia se debe o no publicar. En temas de narcotráfico, la censura sobre la prensa tamaulipeca es hoy tan o más efectiva que esa que ejercía Gobernación o los gobernadores en materia política en la época del supuesto "antiguo régimen", el autoritario priista. Como bien lo señalara en Nuevo León Mauricio Fernández, si se quiere vivir en paz en Tamaulipas, el ciudadano no debe obedecer tanto a la autoridad formal sino a esa que cada vez gana más espacios: a "La Compañía", que es como los narcos exigen que se les llame en ese estado.

Desánimo

La mediocridad material y espiritual que hoy caracteriza a nuestro país es lo que le da el tono de marcado desánimo a la época.

La cortedad de miras y corrupción de la clase política, la mediocridad de la elite del poder nos hicieron perder la oportunidad de renovación que se abrió con el cambio político del 2000, y eso condujo al desánimo de hoy. Ningún dedo de Dios escribió nuestro destino. Estamos obligados a demostrarnos que no nos merecemos el sistema de autoridad que tenemos, a repensar de manera radical nuestro modelo de desarrollo y hacer de nuestro siguiente encuentro fundamental con las urnas, que ya no puede ser el de ahora sino el del 2012, la nueva gran oportunidad de cambiar de dirigentes y rumbo. De lo contrario el fracaso se convertirá en crónico.
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viernes, 12 de junio de 2009

Lorenzo Meyer, en El Colegio de México: entrevista con La Jornada

  • El investigador coordinó, con Ilán Bizberg, Una historia contemporánea de México
  • Suponer que con las elecciones habrá renovación, es mucho creer: Meyer
  • El voto de castigo es una fórmula pacífica para manifestar el desacuerdo ciudadano por la circunstancia actual, advierte
  • Con Felipe Calderón seguimos sin avanzar, señala
Ericka Montaño Garfias

Suponer que las elecciones del 5 de julio renovarán el panorama político mexicano, que abrirán una puerta nueva, interesante, es tener muchas ganas de creer y no hacerle caso a la experiencia de un país en el que la clase política ha fallado al igual que las instituciones, afirma el historiador Lorenzo Meyer, quien ve en el voto de castigo una fórmula pacífica para expresar el desacuerdo con la situación actual.

Meyer, profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de El Colegio de México (Colmex), coordinó, al lado del historiador Ilán Bizberg, los cuatro volúmenes que hasta ahora integran Una historia contemporánea de México, que va de 1968 a 2006 y en el que participaron más de 30 especialistas.

Aquí están parte de las razones de por qué estamos donde estamos, pero de estas páginas no se desprende que vaya a haber tiempos mejores. Existen sociedades que no mejoran y desgraciadamente no se puede estar cierto de que el futuro nos depare algo mejor.

Gran frustración en 2006

Se prometió mucho, dice Meyer en entrevista con La Jornada: El 68 es la crisis política del sistema autoritario y se suponía que el 2000 era el principio de un nuevo mundo, de un nuevo horizonte para México, pero no lo fue. El 2006 menos, más bien, fue una gran frustración.

El Estado mexicano sigue siendo débil, el régimen sigue aspirando a ser democrático, pero no lo logra, y en cuanto a los gobiernos, realmente hay algunos fallidos completitos, como el de Fox.

Con Felipe Calderón, añade, “seguimos sin avanzar. El arranque, tan falto de legitimidad de 2006, de ganaron ‘haiga sido como haiga sido’. No se puede ganar así y esperar un buen resultado”.

Ahora la parte más políticamente activa de la sociedad mexicana está dividida, sin consenso, “y pareciera que unas fuerzas se neutralizan con otras. Es una sociedad descreída, pero no tanto como debiera. Me llama la atención que la esperanza se renueva, no sé por qué, a lo mejor siempre existe la necesidad de creer, pero los frentazos son tan seguidos que ese instinto de esperanza de ‘ahora que pase este gobierno, este sexenio’, cada vez se desgasta más.

“Vamos a ver qué sucede con las elecciones, creo que ya quedó muy poco en el depósito de la esperanza y suponer que los comicios renovarán en algo, que van a abrir una puerta nueva, interesante, es tener muchas ganas de creer, y no hacerle caso a la experiencia. Creo que ha fallado la clase política en su conjunto.

Pienso votar usando el espacio que está en blanco, pero lo llenaré con algún nombre, añade Meyer, cuyo libro más reciente es Petróleo y nación (1900-1987): la política petrolera en México.
Foto
Lorenzo Meyer, ayer, en El Colegio de México, durante la entrevista con La JornadaFoto Carlos Cisneros

Mejor lo simbólico que la nada

El no ejercicio del voto tradicional se da ante la falta de una opción entre los partidos políticos. “Se parecen mucho, es una clase política muy parasitaria y el voto de castigo es apenas una posibilidad pequeñísima, es muy simbólico, pero mejor lo simbólico que la nada. Por lo menos que no me vean la cara de idiota, no puedo hacer nada, pero no les voy a dar mi voto. No puedo hacer más que expresar mi desacuerdo, desencanto, frustración y enojo por esa vía, pues es la única.

Hay otras formas. Desde luego, tradicionalmente en México está la violencia, pero por ahora no veo que vayamos a preparar una nueva revolución, entonces es una nueva fórmula pacífica, no muy prometedora, pero es lo que está a nuestro alcance.

–¿Qué nombre pondrá en ese espacio en blanco?

–Estoy entre varios. El líder político que más me agrada es Andrés Manuel López Obrador. También un nombre que es un poco cursi, pero no está mal eso de Esperanza Marchita, porque así se cumple con poner nombre y apellido. Pero como sea, esta coyuntura es muy desagradable, porque México no ha crecido en más de un cuarto de siglo. En eso no hay vuelta de hoja.

Cambiar las instituciones tampoco sirve, advierte, porque se trata de algo más profundo: el material humano con el que están abastecidas esas instituciones. No sé dónde quedó la ética en el país, no sé si alguna vez fue importante, y entonces queda un sentimiento de salvación individual, de cada quien sálvese como pueda. Y entonces, ¿dónde queda el proyecto colectivo? Se puede hablar de él, pero como es claro que lo que se está haciendo es un proyecto personal y de grupo, ni quien crea en él.

Los cuatro tomos de Una historia contemporánea de México (Océano), son Transformaciones y permanencias; Actores; Las instituciones, y Las políticas, los cuales se presentarán a manera de seminario en Colmex, en lo que el director del CEI, Gustavo Vega, adelantó como un debate de las transformaciones del país desde finales de los años 60 del siglo pasado hasta hace tres años.

Los volúmenes permiten ver que hay muchos problemas por encarar y no se resolverán sin la atención a problemas estructurales.

El seminario comienza el martes 16, a las 18 horas, en la sala Alfonso Reyes de esa institución, y continuará el miércoles y jueves a partir de las 10 horas. Informes en la página electrónica www.colmex.mx/centros/cei/

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jueves, 11 de junio de 2009

El voto sin partido o cómo usar la crisis: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
El voto sin partido o cómo usar la crisis
Lorenzo Meyer
11 Jun. 09

No aceptar nada de lo que la clase política nos ofrece es poner a esa clase en su justo sitio
Se va a echar de menos la presencia de Javier Wimer.

Razón

Una buena razón para ir a las urnas el próximo mes pero sin darle el voto a un partido, la resume un titular: "La clase política contra el voto nulo. Las dirigencias partidistas califican de peligroso el sufragio en blanco" (El Universal, 5 de junio). Para aquellos ciudadanos más que insatisfechos con la actual clase política y sus partidos -de todos sus partidos-, la irritación de la elite del poder -políticos, empresarios, Iglesia Católica, etcétera- ante la idea de anular el voto o mejor aún, dárselo a un personaje sin registro usando para ello la casilla en blanco de las boletas, es todo un incentivo para seguir adelante con ese propósito.

Oportunidad

El título de esta columna está inspirado en una propuesta que se le atribuye a Rahm Emanuel, el astuto y realista jefe de Gabinete del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. La gran crisis económica y política que Obama heredó de la administración de George W.Bush, dentro de la calamidad que era, tenía un lado bueno: facilitaba reencauzar el desarrollo general del país. El estado de emergencia económica, el fracaso de la invasión de Iraq y el triunfo electoral de los demócratas habían destruido buena parte de los argumentos y capacidades de las fuerzas conservadoras que se oponían a una reestructuración a fondo del sector financiero, a un cambio en el unilateralismo que dominaba la política exterior de Washington, a proteger de manera efectiva al medio ambiente, a una redistribución más justa del ingreso, a una mejora a fondo del sistema educativo, a un mayor gasto en ciencia y tecnología, etcétera. Así, la crisis era o podía ser la vía para deshacerse de lo malhecho e iniciar su reconstrucción.

La(s) crisis

En términos relativos, en México tenemos una crisis más profunda que la norteamericana. Nuestra crisis general lleva decenios y se compone de una gama de atolladeros sin salida fácil, de fracasos rotundos. Para empezar está el económico, que lleva ya un cuarto de siglo y que, a su vez, puede subdividirse en laboral, financiero, industrial, agrícola, fiscal, turístico, etcétera; seguido por el de seguridad, de representación política, de impartición de justicia, el educativo y finalmente, englobándolos y resultado de todos, el atasco moral.

Lo mismo las encuestas que la experiencia individual, muestran que en el México actual hay una buena cantidad de ciudadanos insatisfechos -algunos muy insatisfechos-, con el estado que guarda nuestra vida pública, que se sienten encolerizados por la persistencia de la corrupción a todos los niveles, desde la ventanilla hasta la Presidencia, defraudados por la forma en que se llevó a cabo la última elección presidencial, burlados por el comportamiento de cada uno de los partidos políticos y por la no representatividad del sistema en su conjunto, decepcionados con todas y cada una de las instituciones que se supone regulan la vida partidaria y defienden la legalidad del voto -IFE, Trife, FEPADE, los institutos electorales estatales-, irritados con la forma en que se comportan los supuestos representantes populares -los legisladores locales y federales-, desesperados por la ineficacia de las burocracias, temerosos y contrariados por la imposibilidad de contar con una adecuada protección policiaca, desalentados por la ausencia de un proyecto nacional y por la pérdida de oportunidades al tiempo que países como China, India o Brasil parecen dirigirse con confianza a un mejor futuro. Todo este conjunto de inconformidades y más caracterizan la crisis actual mexicana.

Una oportunidad de pasar simbólicamente la factura a unas elites prepotentes, corruptas e irresponsables

Para hacer de una gran crisis una gran oportunidad de reconstrucción se necesita lo que hoy tiene Estados Unidos pero de lo que México carece: un liderazgo con poder, con un gran proyecto, con una visión generosa, con enorme legitimidad, respaldado por un gabinete seleccionado de entre los mejores y por un partido -el Demócrata- que ganó claramente la mayoría en las urnas y no como resultado de una campaña de miedo -esa corrió a cargo de sus adversarios- sino de una propuesta imaginativa para rediseñar el capitalismo norteamericano sometiéndolo a reglas, poniéndole límites a las fuerzas del mercado y reviviendo el papel del Estado en beneficio de la mayoría, al estilo de Franklin D. Roosevelt hace poco más de 70 años.

Hoy en México, simplemente no existe ninguna de esas condiciones. Ningún partido registrado, de izquierda, centro o derecha, tiene un liderazgo que esté mínimamente a la altura de las circunstancias. Todas las oligarquías partidistas son notables por su mediocridad moral e intelectual, su voracidad y corrupción. Sin embargo, forzados por un calendario implacable e ineludible, esa clase política dividida en tres grandes partidos -con un grupo de rémoras- tiene que convocar a la ciudadanía para que, en las urnas, emita un juicio sobre el resultado de sus acciones, sobre los frutos de su conducta tanto reciente como histórica. Se trata, pues, de un México convocado a elecciones intermedias en medio del desastre y del desánimo.

Y es ahí donde los ciudadanos podemos tener una oportunidad de emitir una evaluación, de deslegitimar un arreglo cupular trágico y pasar así una factura, aunque sea simbólica, a las elites políticas y del poder e intentar abrir una brecha por donde, más adelante y con mayor esfuerzo, pueda introducirse el cambio.

El verdadero voto de castigo

En este momento, las urnas no le ofrecen al ciudadano eso que constituye el sentido mínimo de la democracia electoral: la posibilidad de elegir entre proyectos realmente alternativos. El PRI se mantiene básicamente fiel a su esencia oportunista original: tiene intereses no ideología y ni siquiera ha cambiado al grueso de sus cuadros dirigentes. Y cuando aparecen líderes jóvenes, éstos resultan ser, en su esencia, una copia casi fiel de sus ancestros. Un buen ejemplo es el caso del gobernador del estado de México, formado en la escuela de Isidro Fabela, continuada por Carlos Hank González y seguida sin cambio hasta Arturo Montiel.

Desde el sexenio de Miguel Alemán el PRI se escoró a la derecha y justo cuando adoptó el neoliberalismo como proyecto a fines de los 1980, se encontró con la posibilidad de forjar una gran alianza con un PAN que había nacido en la derecha. En esas circunstancias, PRI y PAN trocaron características y papeles: a cambio de un apoyo indispensable tras el desastre de la elección de 1988, el PRI integró al PAN al círculo del poder y ya una vez ahí y por la vía de la negociación, el PAN dejó fuera su compromiso histórico con la democracia y la honestidad administrativa.

Por su parte, la izquierda, tras la enorme frustración producto de dos derrotas a la mala en las urnas, llevó sus divisiones originales a sus últimas consecuencias en medio de una guerra interna dominada por la pasión fratricida. En esa lucha, el ala más "negociadora" o "moderna" contó con la simpatía y ayuda del gobierno, de los medios de comunicación, y de toda la gama de intereses que conformaron el gran frente antilopezobradorista del 2006. En esas condiciones, el PRD dejó de ser opción para quedar simplemente en una burocracia más, alimentada por los subsidios que dispensa el IFE, y que no se distingue en nada sustantivo de las del PRI y el PAN excepto por tener una cuota de poder menor.

¿Qué hacer?

La solución de fondo es una nueva fuerza electoral pero en la coyuntura actual sólo queda el rechazo al arreglo existente. La mejor vía no es la abstención electoral porque se confunde con la simple desidia e indiferencia. Hay que mostrar voluntad yendo a las urnas y demandar lo que aún no existe: una auténtica opción. Una forma de hacerlo es votando en blanco o anulando el voto. Desde que en 1997 los votos más o menos se cuentan, este voto promedia el 2.76 por ciento; cualquier porcentaje que supere la cifra anterior sería un claro indicador de protesta. Otra posibilidad aún mejor es hacer uso del espacio en blanco de la boleta y poner ahí, de puño y letra, el nombre de un personaje real o ficticio que encarne nuestra esperanza o frustración; la autoridad electoral está obligada a registrarlo y dejar constancia que no fue una equivocación del votante sino un acto consciente de rechazo a la calidad de la vida política mexicana.

En suma

Actuar el 5 de julio de manera contraria a lo que nos pide la elite del poder mexicana podría ser un paso, modesto si se quiere, en la deslegitimación de un sistema partidista que no cumple con su función y, por eso mismo y si hay suerte, una oportunidad para empezar la construcción, de nuevo y desde abajo, de algo mejor.
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jueves, 4 de junio de 2009

Poderes tras el trono: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Poderes tras el trono
Lorenzo Meyer
4 Jun. 09

La existencia de "poderes tras el trono" es un indicador más de la debilidad institucional de nuestra política

El problema

El contenido del concepto "el poder tras el trono" es tan viejo como la política misma. Se refiere a la persona o grupo que sin tener un cargo de autoridad formal -sin sus prerrogativas y responsabilidades- es quien, en la práctica, toma las decisiones, ejerce el poder y recibe sus beneficios. Un ejemplo clásico es el cardenal-duque de Richelieu, el fraile capuchino que fue primer ministro de Luis XIII en la Francia del siglo XVII. Richelieu jugó un papel mayor al de primer ministro: influyó en la toma de decisiones al punto de ser él, y no el rey, el verdadero hacedor de la política del Estado francés.

Y el tema de los poderes formales y reales en la política mexicana viene al caso por el papel que ha desempeñado el ex presidente Carlos Salinas de Gortari a partir de su retorno de esa especie de exilio que se impuso o le impusieron durante el gobierno de Ernesto Zedillo.

En varias ocasiones, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha sostenido que Salinas fue personaje central en la maquinación para impedir que él, en tanto candidato de la izquierda y favorito en las encuestas, triunfara en la elección del 2006. De acuerdo con AMLO, Salinas sigue siendo uno de "los que mandan" en México. Por su parte, Carlos Ahumada, el ex contratista del gobierno capitalino, describe al detalle en el libro Derecho de réplica, la manera en que Salinas intervino en 2004 para lograr que las videograbaciones hechas por Ahumada al momento de entregar dinero a personas cercanas a AMLO llegaran al gobierno, a Televisa y se difundieran de manera que lograran hacer el mayor daño a la imagen de AMLO.

En las últimas semanas los medios -ver, por ejemplo, Reporte Índigo- documentaron la forma como Salinas movió a los suyos dentro del PRI para hacer que el ex presidente Miguel de la Madrid, aduciendo una supuesta incapacidad mental, se retractara públicamente de lo que había declarado a Carmen Aristegui en torno a Salinas y sus hermanos: su falta de honradez en el manejo de los recursos públicos durante el sexenio 1988-1994 y sus posibles ligas con el narcotráfico.

Si fijamos la vista en las élites, una buena parte de la historia política mundial puede explicarse vía la influencia de "poderes tras el trono", a veces como simple resultado de su cercanía al personaje en posición de mando -esposas, amantes o amigos con derecho de picaporte-, reforzada por la mezcla de carácter fuerte del influyente y débil del influido. Así, las grandes decisiones de Justiniano encaminadas a recrear desde Bizancio la grandeza del Imperio Romano en el siglo VI no se entienden si se hace a un lado la influencia que sobre el emperador tuvo Teodora, su dura y astuta esposa. En el siglo pasado, un ejemplo de la cónyuge que asumió el papel de tomadora de decisiones políticas, es Edith Bolling Galt, esposa del presidente norteamericano Woodrow Wilson en la etapa final de su gobierno (1919-1921), especialmente cuando el mandatario quedó recluido, como resultado de un mal cardiaco. A una escala mucho más baja, sin tomar en cuenta la influencia de su esposa, Marta Sahagún, tampoco es posible entender a cabalidad la forma tan irresponsable y mezquina como Vicente Fox desperdició la oportunidad histórica que tuvo de cambiar el carácter de la política mexicana a partir de su triunfo en la elección presidencial del 2000.

Nuestra tradición

En el siglo XIX mexicano hay abundancia de "poderes tras el trono" justo porque la vida institucional era precaria en extremo. En realidad, la capacidad de ciertos caciques de ejercer poder sin estar investidos formalmente con el manto de la autoridad es un indicador del pobre desarrollo político mexicano de la época. Para empezar, está el caso del ministro norteamericano Joel R. Poinsett, que se convirtió en el líder de la logia yorquina mexicana -el "partido popular"- y su influencia llegó al punto que fue necesario su retiro en 1829. Desde luego, el general Antonio López de Santa Anna pudo, en ocasiones, dejar la Presidencia y el mando del Ejército y retirarse a su hacienda "Manga de Clavo" en Veracruz y desde ahí mantenerse como el verdadero amo del país (en la medida en que había país y que éste permitía algún tipo de amo). Sólo la rebelión de Ayutla pudo sacarle de nuestra historia. A mediados de ese siglo, Mariano Riva Palacio fue el factotum político del estado de México por casi un cuarto de siglo; dos veces fungió como gobernador, pero cuando no lo era siguió ejerciendo el poder.

El Porfiriato

Fue durante el liberalismo maduro -el Porfiriato- cuando las instituciones del Estado mexicano dejaron de ser meras entelequias para convertirse en marcos más o menos organizadores de la sociedad. Sin embargo, los "poderes tras el trono" de carácter caciquil se mantuvieron. Por ejemplo, en el norte del país los generales Gerónimo Treviño, Francisco Naranjo o Bernardo Reyes ejercieron una influencia que fue siempre más allá de sus cargos formales al punto de subordinar a varios gobernadores de "estados libres y soberanos".

La Revolución

Durante la guerra civil, cada caudillo ejerció el poder que le permitieron sus armas. Iniciada la institucionalización, la situación cambió pero más en el papel que en la realidad. En el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928), la sombra del gran caudillo, Álvaro Obregón, se proyectó al punto de opacar al Presidente y crear una diarquía. Tras el asesinato de Obregón como Presidente electo en 1928, Calles reintrodujo el principio de la "no reelección" y cumplió escrupulosamente con sus términos formales, pero a nadie escapó que el verdadero centro de poder en México no era el Presidente en turno -de Emilio Portes Gil a Abelardo Rodríguez- sino el creador del gran partido oficial (PNR) y "Jefe Máximo de la Revolución Mexicana", es decir, Calles. Sólo cuando, en 1936, el presidente Lázaro Cárdenas expropió al expropiador su capacidad de decidir sobre los asuntos del gobierno, el poder formal y el real volvieron a ser casi equivalentes.

La autonomía sexenal

Como ex presidentes, Cárdenas y en menor medida Miguel Alemán, también proyectaron sombra sobre sus sucesores, pero ya nunca con la intensidad que lo había hecho Calles. A partir de 1940 se logró eso que Porfirio Muñoz Ledo llamó la "autonomía sexenal" del Presidente en turno. Sin embargo, a nivel local persistieron "poderes tras el trono". Ésos fueron los casos, entre otros, de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí o más tarde de Joaquín Hernández Galicia La Quina en la región petrolera del Golfo. Ellos, y otros como ellos, subsistieron en tanto no estorbaran al poder presidencial.

La situación actual

A partir del 2000, al concluir el priato a nivel nacional e iniciarse el panato, la pérdida relativa del poder presidencial se convirtió en un juego suma cero y parte del gran poder que había ejercido la Presidencia autoritaria abandonó "Los Pinos" y migró a otras zonas y no precisamente ciudadanas. Fue así que los "poderes tras el trono" volvieron por sus fueros. Uno de ellos, como ya se señaló, es Carlos Salinas, jefe de facto de una parte del PRI y con quien están en deuda otros partidos, empresarios de altos vuelos, dirigentes religiosos o sindicales, intelectuales y, sin duda, los dos últimos presidentes.

No es ésta la única fuerza que desborda hoy el marco institucional. La maestra Elba Esther Gordillo, líder indiscutible del poderoso SNTE, es otro notorio "poder tras el trono", pues ella es el actor dominante en la Secretaría de Educación, en el Partido Nueva Alianza o en zonas del PRI y del IFE, entre otras. Difícil pensar que en Pemex se puedan tomar decisiones como la construcción de una nueva refinería sin tener la anuencia del líder del SNTPRM, Carlos Romero Deschamps. La misma situación se repite en materia de la legislación sobre radio y televisión; en su momento, la llamada "Ley Televisa" pasó tal y como las dos grandes televisoras privadas quisieron y no como lo hubiera determinado una libre discusión y voluntad de los supuestos representantes de la "soberanía nacional" en el Congreso. Finalmente, si se confirman las causas que llevaron al arraigo de una decena de presidentes municipales en Michoacán, entonces quedaría claro que es el crimen organizado y no la autoridad electa quien realmente maneja la cosa pública en algunas estructuras que forman la base de la organización política mexicana.

En suma

En materia de responsabilidad política no estamos de regreso al siglo XIX, pero tampoco estamos donde podríamos y deberíamos estar: hoy nos sobran muchos "poderes tras el trono".

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jueves, 28 de mayo de 2009

Un país de los pocos: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Un país de los pocos
Lorenzo Meyer
28 May. 09

México sigue siendo un país de millones dominado por los intereses de un puñado, igual que en 1810 y 1910. Conviene sacar en eso una conclusión

Un tema que nos definió de origen

En un artículo sobre Carlos Slim que aparecerá en The New Yorker (1o. de junio) Lawrence Wright cita a un corresponsal de The New York Times que, al saber del préstamo por 250 millones de dólares que el magnate mexicano acababa de hacer (enero, 2009) a su periódico -y de las duras condiciones impuestas por Slim al prestigiado pero endeudado diario-, se pregunta si a esa venerable empresa periodística le convenía asociarse con "un monopolista consumado" como Slim. Wright aprovecha la observación para definir al fundador del Grupo Carso como algo más que un monopolista: "nadie en la historia moderna ha dominado una economía de las dimensiones de México -un país de ciento diez millones de habitantes con un ingreso per capita superior a los diez mil dólares- como lo ha hecho Carlos Slim".

El ingeniero mexicano de origen libanés es el eslabón más reciente -y el más notable- de una cadena de personajes similares que viene de muy atrás. En realidad, una manera de resumir la historia de México -lo mismo política que económica, social o cultural- es la narración de lo sucedido en un país que siempre ha sido posesión efectiva de un puñado. Desde que hay memoria histórica, a nuestra sociedad se le puede definir como una estructura de poder diseñada para organizar y explotar la desigualdad social extrema. Y esta definición es válida lo mismo para el periodo indígena que para el colonial, el independiente o el actual.

En el pasado profundo, el dominio de los muchos por los muy pocos fue aceptado como natural, como legítimo, pero a partir de la independencia cada vez menos. Esa pérdida progresiva de legitimidad del poder de las minorías en un país estructurado de siglos por y para beneficio de los pocos, es lo que en gran medida explica la dinámica de la historia política de México en su etapa nacional.

Bicentenario y centenario

La propuesta de celebrar el año entrante el bicentenario del inicio de la insurrección de independencia de México y el centenario de la que derrocó la dictadura de Porfirio Díaz representa un problema para nuestra élite del poder. El sentido profundo de ambos acontecimientos -estallidos justos de violencia social- fue el rechazo de los sectores mayoritarios a la permanencia de su estatus como eternos explotados, como meros objetos cuya única razón de ser era el servicio a unos supuestos "superiores naturales". Seguramente es por eso que hoy la maquinaria burocrática encargada de la "celebración" de dichas insurrecciones tiene el perfil más bajo posible. Y es que exaltar el espíritu de rebeldía de los muchos contra los pocos no cuadra bien con los que manejan el poder en el México actual.

Es frecuente en la plática informal escuchar la pregunta (¿el deseo?) de que quizá la magia del número 10 se vuelva repetir en este siglo: "1810, 1910, y ¿2010?". Por un lado, razones sobran para que el mexicano normal considere que siguen presentes en el México actual motivos como los que llevaron a los estallidos que pronto celebraremos. Por el otro, lo probable es que el 2010 pasará a nuestra historia como el año en que simplemente se ahondó la actual crisis económica, social y política y no como el que dio inicio a otra revolución. Y esto último es así porque las revoluciones ya no se ven como solución o porque, como lo señalara hace mucho Crane Brinton (Anatomy of Revolution, Nueva York, 1938), éstas no suelen estallar en sociedades exhaustas, que viven una etapa de depresión, sino en aquellas que combinan un agudo sentido de agravio, de injusticia colectiva con el empuje de una economía en ascenso.

En México el empuje económico se perdió en 1983 y desde entonces no se ha recuperado pero, por otro lado, el sentido de la injusticia va en ascenso. ¿Cuál de los dos términos de la ecuación de Brinton es más importante? El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, acaba de señalar que debido a los efectos negativos en el empleo de la crisis financiera mundial, "hay riesgo de una grave crisis social" en el sistema global (El País, 24 de mayo). Por otra parte, México y Centroamérica, por depender desproporcionadamente de la economía de Estados Unidos, no saldrán de su depresión hasta que ese país se recupere... y la recuperación norteamericana será muy lenta.

Por mucho tiempo los muchos han vivido sin futuro

Desde el gobierno y los círculos que le apoyan, se señala que la actual crisis económica viene de fuera y no es culpa de nuestra dirigencia. Sin embargo, el hecho rotundo e innegable es que México dejó de crecer desde 1983. La liga tan estrecha con Estados Unidos no es casualidad sino diseño de Carlos Salinas -el TLCAN- y nunca se tradujo en el crecimiento prometido para el país en su conjunto. La gran exportación hacia el mercado norteamericano nunca se hizo como parte de una cadena productiva ligada al resto de nuestra economía sino a importaciones, de ahí que el saldo comercial haya sido sistemáticamente negativo.

El TLCAN ha beneficiado sólo al México donde señorean los pocos, el México ligado a las exportaciones, el México ligado al sector financiero (que básicamente es extranjero), el México de las actividades monopólicas o cuasimonopólicas (teléfonos, televisión, cemento, etcétera), el México de la alta burocracia (alimentada por la renta petrolera). Sin embargo, hubo otro México mayoritario que no creció, que no crece porque su mercado, el interno, ha desaparecido o casi.

Los indicadores sobre la distribución del ingreso del INEGI nos dicen que hoy el 60% de las familias mexicanas se las tienen que haber con el 26% del ingreso disponible mientras el 10% superior dispone del 36% de ese ingreso. El salario, ya sea el mínimo o el promedio, ha caído desde el inicio de la crisis del modelo económico en 1982. Peor aún, los aumentos en la productividad, cuando los hubo, no pasaron mayoritariamente al trabajo sino al capital. Y es que, finalmente, la razón de fondo de la desigualdad creciente es la que señala el economista Ravi Batra de la Southern Methodist University de Estados Unidos ya citado antes por esta columna (23 de abril): el sistema neoliberal actual está expresamente diseñado para que el aumento de la productividad apenas si llegue a los trabajadores y el grueso se quede como ganancia del capital. Este fenómeno lo ha mostrado Enrique Dussel para nuestro país. Por ejemplo, Dussel sostiene en 2004 que en la industria automotriz "el empleo aumentó en 40.1% durante 1988-2001, los salarios reales disminuyeron en 17.3% y la productividad aumentó en 213.2%"
(http://www.jussemper.org/Inicio/Resources/DusselPetersBreviario.pdf).

¿Y la democracia?

Se supondría que con el advenimiento de la democracia política a nuestro país, por primera vez los muchos tendrían en sus manos el instrumento adecuado para empezar a revertir una situación que por siglos (¿milenios?) les ha sido desfavorable. Que mediante el voto, de manera pacífica, sin necesidad de repetir la violencia de hace un siglo y dos, podrían empezar a dar vuelta a la tortilla y hacer de México un país donde la mayoría se reconociera en el gobierno y en sus políticas al punto de hacer de este un país de todos o, al menos, de la mayoría. Sin embargo, no ha sido el caso.

Y es que los partidos y las estructuras dentro de las cuales se empezó a dar el actual juego electoral simplemente fueron capturados por la vieja red de minorías. El sistema de partidos se alejó y distorsionó hasta desaparecer su papel de aglutinador y transmisor de las demandas e intereses de la mayoría. En estas condiciones no extraña, por ejemplo, que en la encuesta de opinión ciudadana llevada a cabo por Reforma hace un año (20 de mayo, 2008) a la pregunta "Diría que su país es gobernado por los intereses de unos cuantos, para su propio beneficio, o es gobernado para el beneficio de toda la gente", el 83% respondiera que esa acción gubernamental está encaminada al beneficio de unos cuantos. Ese resultado sobre la naturaleza de la acción del gobierno se puede complementar con lo que encontró la Encuesta Nacional Sobre Cultura Política que llevó a cabo la Secretaría de Gobernación también en 2008: que apenas el 48% de los ciudadanos consideraba que México vivía en una democracia (www.encup.gob.mx).

En suma

La crisis económica ocupa hoy el centro del debate público. Ayer ese lugar lo tuvo la epidemia de influenza y antier el problema de la seguridad. Sin embargo, nuestra verdadera crisis es la incapacidad histórica para hacer que México transite del país de los pocos al de los muchos. Y ése es el tema, y lección, que nos deben recordar los dos aniversarios que se aproximan.
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