Horizonte político José A. Crespo Camaleonismo energético En torno al debate sobre la eventual reforma de Pemex, me parece conveniente tomar ejemplo de las empresas petroleras de Brasil o Noruega, las que, siendo también paraestatales, a veces compiten con el capital privado y otras se asocian con él para la realización de ciertos proyectos concretos y compartir riesgos. En esos países y en algunos más la empresa petrolera nacional se rige bajo un esquema “estatal dominante”, más flexible que nuestro modelo “estatal monopólico”, que ha resultado sumamente ineficiente y no debería continuar así. Los modelos brasileño o noruego me parecen, pues, adecuados para mantener equilibrio entre inversión pública y privada, aun extranjera. Algo no muy distinto a lo que el general Lázaro Cárdenas decretó en 1938. No sé cuántos legisladores de qué partidos estén pensando en ello, pues no son nada claros al respecto. El PRD ha decidido no presentar una iniciativa propia, pues teme que se le agreguen y quiten elementos con los que no concuerde, para después decir que es la propuesta del PRD y legitimar de esa manera la reforma, presentándola incluso como de “consenso”. Y el PRI busca dejar al gobierno el costo de presentar cualquier iniciativa de reforma petrolera. El PAN y el gobierno parecen estar esperando a que pasen los momentos álgidos de la elección interna del PRD y el 70 aniversario de la nacionalización petrolera, antes de presentar alguna propuesta concreta. Al respecto, en la colaboración del viernes pasado, afirmaba yo que las posiciones del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en torno a la reforma de Pemex eran, hasta no hace mucho, semejantes a las que hoy sostiene Andrés López Obrador. Recibí el comentario de varios lectores y conocidos en el sentido de que no es así, que Cárdenas hace tiempo mantiene posiciones más flexibles que las de López Obrador en materia energética. El ingeniero señaló, el jueves pasado, en San Lázaro, que el debate no debe quedar enmarcado entre sus extremos: privatización absoluta o estatización completa. Que bajo esa polarización se vicia el debate y se pierde objetividad para tomar las decisiones más convenientes al país. Coincido con ello. Igualmente ha dicho Cárdenas que López Obrador rechaza una privatización que nadie ha propuesto como tal. También de acuerdo. Pero es algo no muy distinto a lo que él mismo decía durante su campaña presidencial en el año 2000. Como hoy el Peje, el ingeniero empezó a pelear contra el fantasma de la privatización que Fox no proponía, al menos no en esos términos (por cierto, también Francisco Labastida acusaba a Fox de querer privatizar Pemex). Es cierto que Fox hacía declaraciones contradictorias y ambiguas, lo que alimentaba la suspicacia. Decía el ranchero, con pragmatismo electoral: “Pemex y la Virgen de Guadalupe sabemos lo que significan; son símbolos para los mexicanos que se deben manejar con cuidado. Pedirle a un candidato que acepte privatizar Pemex, es evitar que llegue a la Presidencia”. Pero dejaba la puerta entreabierta: “Quiero ser Presidente, así que Pemex se queda con más de lo mismo... por el momento” (19/III/2000). Y más tarde: “Jamás, jamás, privatizaré esta paraestatal. Es la riqueza de todos los mexicanos y jamás debemos perderla… No soy un privatizador, salvo que lo decida el pueblo a través de un referéndum o un plebiscito” (25/III/2000). Incluso recurría a la burla como recurso evasivo: “¿Qué Pémex quieren que vendamos, si ya no nos dejaron nada?” (29/III/2000). Prometía, en cambio, sacar a los políticos corruptos de la paraestatal (por lo cual, nombró como director a un honesto funcionario, Ramón Muñoz Leos, mientras el PAN colaboraba con el PRI para proteger en el Congreso tanto a Ricardo Aldana como a Carlos Romero Deschamps, aprovechando el fuero legislativo de esos líderes petroleros). No hizo, entonces, gran cosa Fox para terminar con la corrupción en la empresa petrolera, como lo ofreció. Por su parte, Cárdenas replicaba con un discurso que, insisto, se asemeja mucho al de López Obrador hoy en día: “En el caso de que el PRI o el PAN triunfen en las elecciones del 2 de julio, se corre el riesgo de que la industria petrolera se privatice y vuelva a manos extranjeras, como antes de la expropiación de 1938” (13/III/2000). Y en la conmemoración de la nacionalización petrolera, en 2000, exclamó: “Que se oiga recio: el petróleo es nuestro, México es nuestro, nuestro porvenir es nuestro, no los entreguemos a los corruptos e incapaces, a los que sólo han sido y quieren seguir siendo mozos de estribo de grandes consorcios extranjeros… Intereses geopolíticos, igualmente poderosos, quieren convertir las reservas petroleras mexicanas en reserva estratégica de una nación extranjera… Los candidatos presidenciales del PRI y del PAN están decididos a apoyar en el próximo Congreso las privatizaciones de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad” (19/III/2000). Incluso, en más de una ocasión llegó también a acusar de traición a la patria a quienes pensaban distinto que él en torno a este tema: “Este 2 de julio pondremos fin a los gobiernos entreguistas, a los gobernantes que traicionan sus compromisos con la patria” (13/III/2000). Su actual moderación, que contrasta con su radicalismo de hace ocho años, a saber a qué responda. También es cierto que, no hace tanto, López Obrador hablaba de explorar la complementación de la inversión pública y la privada en el sector energético, dentro del marco constitucional: “Tampoco deberíamos descartar que inversionistas nacionales… participen en la expansión y modernización del sector energético… siempre y cuando lo permitan las normas constitucionales” (Un proyecto alternativo de nación, 2004). Es que los políticos, ya lo sabemos, modifican su discurso según las circunstancias lo recomiendan. |
Kikka Roja