José A. Crespo
¡Dios la pintó!
No había motivo por el cual bautizaran a la Virgen mexicana como “de Guadalupe”, pues ese es el pueblo español donde se apareció la de allá.
(ah ah, ser un chiste mister)
Al visitar Hillary Clinton la Basílica de Guadalupe, preguntó a monseñor Diego Monroy quién la había pintado, a lo que éste respondió que Dios lo había hecho. Dijo Hillary que tras esa visita entendió mejor a México. Seguro que sí, el México mágico y alucinógeno. También le hubiera interesado saber del extraordinario paralelismo de la historia de nuestra Guadalupana con la española, del mismo nombre, pero eso le hubiera metido la duda de que, en efecto, Dios haya pintado a la Virgen mexicana. La Virgen de Guadalupe original es oriunda de Extremadura, la misma de Cortés, Pizarro (que eran primos) y de muchos de los conquistadores. Dice la leyenda que en 1322 esa Virgen se le apareció a un pastorcillo, allá en la Sierra de Guadalupe. El pastor lo comunicó a los clérigos del lugar que, evidentemente, no le creyeron. Le acompañan al lugar y encuentran una estatua de la Virgen, a la que no se le atribuye autoría humana (Dios la esculpió). En el lugar se levantó un santuario, según había pedido la Señora al pastor. De lo cual surge una ironía histórica: Cortés era guadalupano, igual que Hidalgo y Morelos. Conquistadores e insurgentes, todos devotos de la Virgen de Guadalupe (aunque cada quien de la de su respectivo país). De hecho, no había motivo por el cual bautizaran a la Virgen mexicana como “de Guadalupe”, pues ese es el pueblo español donde se apareció la de allá; aquí, en estricto sentido, debió llamarse sólo Virgen del Tepeyac, como lo sugerían algunos frailes.
Lo cual históricamente ha llevado a muchos a sospechar que la historia del Tepeyac (una “leyenda piadosa”, según fray Servando Teresa de Mier) fue una de las muchas importaciones que los españoles trajeron con la Conquista, debidamente adaptada para facilitar la conversión de los indios al catolicismo. Dice la narración del Tepeyac que cuando san Juan Diego (a quien la Iglesia contemporánea decidió dibujar con rasgos físicos más españoles que indígenas) fue a cortar las rosas de Castilla que le pidieron los clérigos como prueba de las apariciones, las puso en su tilma, y al soltar ésta, ya frente a fray Juan de Zumarraga (primer obispo de México), apareció la imagen de la Virgen. Ante lo cual, el colega Luis González de Alba sugiere que: “Tuvo que ver fray Juan el momento mismo en que la imagen comenzaba a formarse milagrosamente, quizá entre luces y coros angélicos, pues, de otra manera, si Juan Diego entrega las rosas enviadas por la señora al obispo, y con eso descubre una imagen pintada en su capa, Zumárraga se habría limitado a comentar ‘Que bella imagen traes allí pintada, hijo mío’” (Las mentiras de mis maestros, 2002). Y, probablemente, fray Juan también hubiera preguntado “¿Quién la pintó?”, como hizo Hillary.
Lo que llama la atención a muchos es que el propio Zumárraga, presunto testigo del milagro guadalupano, escribiera en su Regla Cristiana, nueve años después del acontecimiento divino, sobre la imposibilidad de los milagros en la época contemporánea (es decir, la de él): “Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra Santa Fe tan fundada por millares de milagros como tenemos en el Testamento Nuevo y Viejo”. Pero si ya no eran menester los milagros, y por ende el Redentor ya no quería que ocurrieran, ¿por qué hubo uno en el Tepeyac, del cual él mismo fue principal testigo y aval? Es extraño también que en los archivos de la mitra, a cargo de Zumárraga, no apareciera noticia alguna de la milagrosa aparición o de su estampado en el palio de san Juan Diego, siendo algo tan extraordinario y, en cambio, sí están registradas hasta las más pormenorizadas cuentas administrativas. ¿Le parecían más relevantes los diezmos al obispo que la aparición de la Virgen morena? Y tampoco la menciona en su correspondencia: “Las cartas del testigo principal del portento no dicen absolutamente nada”, comenta González de Alba. Tampoco aparecen en sus archivos y cartas el nombre de Juan Diego, del que se empezó hablar hasta un siglo después.
No es de extrañar, entonces, que muchos clérigos en aquélla época dudaran de que el milagro había en efecto ocurrido, y hasta expresaran su protesta por la impostura a los indios. El franciscano fray Antonio de Hueste reprobó que el Arzobispado de México predicara un milagro no comprobado. También veían en el nuevo culto guadalupano la reedición del paganismo a ídolos precristianos, contra lo cual la Iglesia hace mucho se había pronunciado. Así, en 1556 fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos en Nueva España, se quejaba de que, tras enseñar a los indios que no debía rendirse culto a ningún ídolo o imagen, “venir ahora a decirles… que (hace milagros) una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos (Cipac de Aquino)”, pues eso implicaba “sembrar gran confusión y deshacer lo bueno que se había plantado”.
Por su parte, al célebre historiador fray Bernardino de Sahagún le surgió la duda por ocurrir el milagro justo donde antes había un santuario para adorar a Tonantzin (vocablo nahua que significa “Nuestra Madre”). Por eso todavía muchos llaman a la Virgen Guadalupe-Tonantzin, símbolo perfecto del sincretismo religioso. Haber ubicado el lugar del milagro y, por tanto, del templo, donde antes se adoraba a Tonatzin, le pareció en 1570 a Sahagún “una invención satánica para paliar la idolatría bajo la equivocación de este nombre Tonantzin”. Se le hacía extraño que “los indios vienen de muy lejos, tan lejos como antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente”. Pero justo ese parece haber sido el propósito de reproducir aquí la leyenda guadalupana de España; que los indios aceptaran, bajo ese ardid, la fe católica.
kikka-roja.blogspot.com/
(ah ah, ser un chiste mister)
Al visitar Hillary Clinton la Basílica de Guadalupe, preguntó a monseñor Diego Monroy quién la había pintado, a lo que éste respondió que Dios lo había hecho. Dijo Hillary que tras esa visita entendió mejor a México. Seguro que sí, el México mágico y alucinógeno. También le hubiera interesado saber del extraordinario paralelismo de la historia de nuestra Guadalupana con la española, del mismo nombre, pero eso le hubiera metido la duda de que, en efecto, Dios haya pintado a la Virgen mexicana. La Virgen de Guadalupe original es oriunda de Extremadura, la misma de Cortés, Pizarro (que eran primos) y de muchos de los conquistadores. Dice la leyenda que en 1322 esa Virgen se le apareció a un pastorcillo, allá en la Sierra de Guadalupe. El pastor lo comunicó a los clérigos del lugar que, evidentemente, no le creyeron. Le acompañan al lugar y encuentran una estatua de la Virgen, a la que no se le atribuye autoría humana (Dios la esculpió). En el lugar se levantó un santuario, según había pedido la Señora al pastor. De lo cual surge una ironía histórica: Cortés era guadalupano, igual que Hidalgo y Morelos. Conquistadores e insurgentes, todos devotos de la Virgen de Guadalupe (aunque cada quien de la de su respectivo país). De hecho, no había motivo por el cual bautizaran a la Virgen mexicana como “de Guadalupe”, pues ese es el pueblo español donde se apareció la de allá; aquí, en estricto sentido, debió llamarse sólo Virgen del Tepeyac, como lo sugerían algunos frailes.
Lo cual históricamente ha llevado a muchos a sospechar que la historia del Tepeyac (una “leyenda piadosa”, según fray Servando Teresa de Mier) fue una de las muchas importaciones que los españoles trajeron con la Conquista, debidamente adaptada para facilitar la conversión de los indios al catolicismo. Dice la narración del Tepeyac que cuando san Juan Diego (a quien la Iglesia contemporánea decidió dibujar con rasgos físicos más españoles que indígenas) fue a cortar las rosas de Castilla que le pidieron los clérigos como prueba de las apariciones, las puso en su tilma, y al soltar ésta, ya frente a fray Juan de Zumarraga (primer obispo de México), apareció la imagen de la Virgen. Ante lo cual, el colega Luis González de Alba sugiere que: “Tuvo que ver fray Juan el momento mismo en que la imagen comenzaba a formarse milagrosamente, quizá entre luces y coros angélicos, pues, de otra manera, si Juan Diego entrega las rosas enviadas por la señora al obispo, y con eso descubre una imagen pintada en su capa, Zumárraga se habría limitado a comentar ‘Que bella imagen traes allí pintada, hijo mío’” (Las mentiras de mis maestros, 2002). Y, probablemente, fray Juan también hubiera preguntado “¿Quién la pintó?”, como hizo Hillary.
Lo que llama la atención a muchos es que el propio Zumárraga, presunto testigo del milagro guadalupano, escribiera en su Regla Cristiana, nueve años después del acontecimiento divino, sobre la imposibilidad de los milagros en la época contemporánea (es decir, la de él): “Ya no quiere el Redentor del mundo que se hagan milagros, porque no son menester, pues está nuestra Santa Fe tan fundada por millares de milagros como tenemos en el Testamento Nuevo y Viejo”. Pero si ya no eran menester los milagros, y por ende el Redentor ya no quería que ocurrieran, ¿por qué hubo uno en el Tepeyac, del cual él mismo fue principal testigo y aval? Es extraño también que en los archivos de la mitra, a cargo de Zumárraga, no apareciera noticia alguna de la milagrosa aparición o de su estampado en el palio de san Juan Diego, siendo algo tan extraordinario y, en cambio, sí están registradas hasta las más pormenorizadas cuentas administrativas. ¿Le parecían más relevantes los diezmos al obispo que la aparición de la Virgen morena? Y tampoco la menciona en su correspondencia: “Las cartas del testigo principal del portento no dicen absolutamente nada”, comenta González de Alba. Tampoco aparecen en sus archivos y cartas el nombre de Juan Diego, del que se empezó hablar hasta un siglo después.
No es de extrañar, entonces, que muchos clérigos en aquélla época dudaran de que el milagro había en efecto ocurrido, y hasta expresaran su protesta por la impostura a los indios. El franciscano fray Antonio de Hueste reprobó que el Arzobispado de México predicara un milagro no comprobado. También veían en el nuevo culto guadalupano la reedición del paganismo a ídolos precristianos, contra lo cual la Iglesia hace mucho se había pronunciado. Así, en 1556 fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos en Nueva España, se quejaba de que, tras enseñar a los indios que no debía rendirse culto a ningún ídolo o imagen, “venir ahora a decirles… que (hace milagros) una imagen pintada ayer por un indio llamado Marcos (Cipac de Aquino)”, pues eso implicaba “sembrar gran confusión y deshacer lo bueno que se había plantado”.
Por su parte, al célebre historiador fray Bernardino de Sahagún le surgió la duda por ocurrir el milagro justo donde antes había un santuario para adorar a Tonantzin (vocablo nahua que significa “Nuestra Madre”). Por eso todavía muchos llaman a la Virgen Guadalupe-Tonantzin, símbolo perfecto del sincretismo religioso. Haber ubicado el lugar del milagro y, por tanto, del templo, donde antes se adoraba a Tonatzin, le pareció en 1570 a Sahagún “una invención satánica para paliar la idolatría bajo la equivocación de este nombre Tonantzin”. Se le hacía extraño que “los indios vienen de muy lejos, tan lejos como antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente”. Pero justo ese parece haber sido el propósito de reproducir aquí la leyenda guadalupana de España; que los indios aceptaran, bajo ese ardid, la fe católica.
LE PINTÓ... MIS GÜEVOS, LE PINTÓ CREMAS A LA INTELIGENCIA, LA IGLESIA CATOLICA COSTAL DE MENTIRAS, PUEBLOS ENTEROS SAQUEADOS, ROBADOS, ATEMORIZADOS A LO PENDEJO POR LOS CURAS DEPREDADORES. GOBIERNOS CÓMPLICES DE DELINCUENTES. LA HILARIA VINO A INFORMARSE DE CÓMO VAN SUS NEGOCIOS.