Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Padezcamos, en aras de confeccionar una fácil pero lapidaria definición, algo de sana paranoia en esta tierra de coincidencias burdas: la televisión privada en México forma parte de un complot, zafio pero no falto de recursos, ni con visos de agotamiento en contra de todo lo que huela a gestión social o resulte adverso al proyecto que desde hace cosa de veinte años los dueños de Televisa y tv Azteca han suscrito con sus contlapaches sexenales. Es anatema todo lo que huela a perredismo, a disidencia auténtica a partir del cisma priyista de 1988 y su resabio electorero, hoy sutilmente redivivo. Tenemos entonces una televisión, cosa conocida hasta la náusea, aliada de la derecha excepto cuando algún gran empresario se convierte en contrincante de los otros más grandes empresarios, dueños de esas televisoras o sus socios. Aquél que intente, sin hacerlos partícipes, impulsar otro proyecto televisivo privado que suponga competencia se verá denostado en sus canales de televisión por sus locutores expertos del denuesto por contrato y la diatriba por honorarios. La televisión mexicana privada cuenta con un pequeño ejército de comentaristas de noticias que sirven no a la información y cuantimenos a la verdad, amorfa entidad de apariencia siempre rebatible, ni al anónimo, crédulo pueblo, masa útil para la propaganda y el mantenimiento de espejismos sino, por lógica pueril, a sus amos. Es característica venal de los correveidiles el pavor a perder la chamba, el salario, el huesito de la fama que abre todas las puertas. Por eso, maniquea y manipuladora, la televisión mexicana es capaz de decir cualquier cosa para demoler a sus propios adversarios o a los de su gobierno. Allí la suerte de Canal 40 y de Javier Moreno Valle, destazados por la tv Azteca de los Salinas. Allí los ataques de Televisa a uno de los más poderosos intermediarios farmacéuticos, cuando recientemente ha estado impulsando su propio proyecto de telecomunicaciones. La competencia leal en este país es letra muerta, cuestión de monopólicas dentelladas presupuestarias entre tiburones fiduciarios.
Campañas de esa especie van y vienen, pequeñas puntas que apenas nos muestran la enormidad de la batalla que se libra bajo la superficie, secretos agarrones, silenciosos berrinches, disimulados juramentos de venganza en las cúpulas a las que el pueblo nunca asoma. La campaña que allí sigue, sempervirente, es la campaña del sistema, de esa alianza lamentable entre el priyismo abyecto, el panismo traidor, la oligarquía financiera, empresarial y mediática y un clero vengativo que sigue sin perdonar los muy dignos lances del laicismo y la izquierda, cuando esa izquierda se llamaba liberalismo juarista o proyecto social cardenista (clero que llegó al aberrante extremo de traicionarse a sí mismo al acatar, en una nación de pobres y miserables, el rechazo a la opción preferencial por los pobres decretado por Karol Wojtyla y alinearse en la opción preferencial por los ricos; allí el Yunque y la indebida cercanía de la ex señora presidenta con cierta orden católica que chapotea entre nauseabundas acusaciones de violaciones a niños, entre otras muy santas lindezas, pero que es famosa por la cuantía de sus arcas) contra los proyectos de orientación social.
La televisión muestra todos los días cómo la violencia brutal deja calles salpicadas de muertos, sobre todo en lugares gobernados por la izquierda, y llega a sugerir (Carlos Loret de Mola lo hizo mientras entrevistaba al secretario de Seguridad Pública) con destilada dosis de inquina si un alcalde de extracción perredista, viejo enemigo de la derecha (de hecho, víctima al menos en un par de ocasiones de atentados asesinos por parte del priyismo caciquil) no será, qué casualidad, socio del narcotráfico. ¿Por qué no habla la televisión de las corruptelas, esas sí probables, en ayuntamientos panistas como Veracruz?
¿Y en Guanajuato, Querétaro, ¡Jalisco o Nuevo León!, no hay corrupción?, ¿no hay narcopolítica?, ¿no hay alcaldes con las manos puercas?, ¿por qué parece que los vínculos entre el gobierno poblano y la élite pederasta desaparecieron por arte de magia?
Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Las nuevas criaturas de Craig McCracken
Cada que aborda el género, este aporreateclas padece reconcomios por no poder hablar de autorías mexicanas o iberoamericanas que no sean marginales, pero habrá de reconocer, aunque ello valga morderse las uñas y mirarse uno la punta del huarache, masticando resignaciones, que al otro lado de la Barda Imperial sí hay voluntad para estas lides. Y visión, apoyo a la creatividad y ganas de convertir una expresión infantil pero artística, como puede decirse de algunos monitos, en negocio que justifique su permanencia en la olvidadiza televisión. En 2004 la cadena estadunidense Cartoon Network lanzó por primera vez una animación un tanto extraña, para niños pero dotada de rasgos humorísticos no precisamente pueriles y sí con tintes de humor negro, como Los Simpson o American Dad aunque sin llegar a los extremos explícitamente adultos de, digamos, Southpark. Se llama Foster´s Home for Imaginary Friends (Mansión Foster para Amigos Imaginarios), y para quien no la conoce, el primer atractivo es su tratamiento estético, que aunque tradicional, en dos dimensiones, está bien logrado y cacha el ojo. El entorno se concentra en vistas generales de una casona y abundantes "tomas" interiores. La apuesta estilística rezuma por todos lados, y no es casualidad, puesto que su creador admite inspirarse en su admiración sesentera por los Beatles, que recuerda añejas caricaturas de notable influencia postbeatnick, como aquella en que el Pato Lucas se enfrenta al temible pistolero del Viejo Oeste, Canasta, o los episodios parisinos del zorrillo eternamente enamorado del gato negro rayado accidentalmente con pintura blanca, o la original y psicodélica Pantera Rosa de Friz Freleng, esto es, estructuras ambientales –árboles, barandales, capiteles, patas de mesa, pantorrillas ábsides o arquivoltas– estiradas hasta una delgadez imposible, con adornos atisuados, sutilmente sugeridos al rematar tales estructuras –pararrayos, antenas, veletas, sombreros. Un atractivo más es el cuidadoso trabajo de los coloristas, con miras a conseguir un equilibrio estilístico completo que sin duda la pista musical redondea con tino (las melodías incidentales recuerdan el Magical Mistery Tour del cuarteto de Liverpool). Pero lo mejor, cual debe, es la combinación de contexto y personajes. La mansión es propiedad de una minúscula octogenaria, Madame Foster, quien acoge en su casa, convertida en refugio y santuario, a los amigos imaginarios que los niños del mundo, por la razón que sea, ya no quieren consigo, de modo que permanecerán en la mansión hasta que se les consiga una nueva familia, esta vez adoptiva, entre aquellas personas que carecen de imaginación pero tienen ganas de convivir con una criatura diferente, la más de las veces sin importar qué tan disparatada sea su naturaleza o qué tan irritantes puedan llegar a ser sus cotidianos hábitos y necesidades. Entre los principales personajes se destacan la dueña y su conejo imaginario, convertido con los años en severo regente de la mansión, flemático, extremadamente puntilloso como si lo hubiera inventado Alberto Manguel; Mac, un chamaco de diez años creador de Bloo, un ser azul, amorfo como un desodorante de bolita, extremadamente creativo, comodón y ególatra, Wildo (contracción del inglés will do, haré, aceptaré), larguirucho personaje rojo, manco, experto en deportes que cede a todo lo que se le pida, incapaz de decir no a nadie, por lo que suele sobrar quien se aproveche de él; Coco, una voluntariosa quimera parte avión, parte avestruz, parte palmera que pone huevos mágicos cuando se pone nerviosa y pueden contener lo mismo burbujas que chatarra; Eduardo, ogro extranjero, posiblemente latino, terriblemente miedoso y cortés y Frankie, la nieta veinteañera de Madame Foster, quien es el ama de llaves y pelea continuamente con su jefe el conejo. Es curioso que Mansión Foster... sea creación del mismo animador, Craig McCracken (Frankie está inspirada en su mujer y coguionista, Lauren Faust), que inventó personajes tan violentos y exentos de didáctica, por definirlas generosamente, como las Chicas Superpoderosas (Power Puff Girls) que no por exitosas son precisamente una influencia positiva en los niños.
Una impresión, o mensaje, deja al final de cada capítulo la cambiante, siempre extraña fauna de la casona y se trata de una virtud urgente, tan cara a una sociedad racista y segregacionista como la gringa (y la occidental toda): tolerancia. Y sólo por eso vale la pena echarle un ojo.
Kikka Roja
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