Jarabe tapatío
La falta de conocimiento de la política nacional, ha puesto a prueba la eficiencia del secretario de Gobernación
En sólo cuatro meses, Francisco Ramírez Acuña demostró que saltar a la Secretaría de Gobernación después de una larga, fructífera y muy local carrera política, puede ser bastante desventajoso. Sobre todo si no se ha enterado que desde 1989 esa superpoderosa secretaría comenzó a ser desmantelada. Carlos Salinas le empezó a quitar atribuciones y funciones que trasladó a Los Pinos; Ernesto Zedillo, que prácticamente no le movió nada, tuvo en su secretario particular a su mejor operador político, y Vicente Fox la remató dejándola formalmente sin los recursos disuasivos de fuerza para hacer más fácil la gobernabilidad. Ramírez Acuña, que esperaba recibir las llaves de la locomotora política gubernamental, se encontró con una carcacha que hace tiempo descontinuaron, lo que lo tiene muy molesto.
Dentro del gabinete, el enojo de Ramírez Acuña está siendo comentado entre sonrisas y temores, porque algunas de sus actitudes son vistas como cándidas, pero reconocen su estrecha cercanía con el presidente Felipe Calderón por el apoyo firme cuando nadie, incluso dentro del PAN, pensaba que se haría de la candidatura presidencial y del respaldo decisivo que le dio como gobernador de Jalisco para derrotar a Andrés Manuel López Obrador. De hecho, fue el primer secretario en enterarse de su nuevo cargo, dos semanas antes de que se anunciara.
Ramírez Acuña no lo dice, pero su comportamiento es como si aspirara a ser el candidato panista en 2012. Mantiene un perfil excesivamente bajo, y se cuida tanto con Calderón que jamás va a un acto público donde vaya el Presidente, salvo aquellos por invitación expresa de Los Pinos. Con un aire bonachón, ha tratado de proyectar una imagen de civilidad política para contrarrestar la fama de gobernador atrabiliario con la que llegó de Jalisco. "No tengo la mano dura, sino firme", repite con una sonrisa.
En privado, sin embargo, ha proyectado más dureza que firmeza. En un encuentro con empresarios dijo que no olvidaran que varios de los ahí presentes habían apoyado a López Obrador durante la campaña. Pareció amenaza, aunque varios de los empresarios ahí convocados quedaron más confundidos porque no completó la faena política. Nadie le aconsejó a Ramírez Acuña que si estaba listo para tal desplante, tendría que haberse seguido de frente, pues de lo contrario lo único que podrían pensar de él es que fue un muy desafortunado inicio de gestión, confirmando la especie que precisamente ha tratado de borrar. Por lo que toca a la mano firme, se podría decir que Ramírez Acuña trae un problema de Parkinson.
La única función real, concreta y relevante que tiene el secretario de Gobernación hoy en día es tratar con los gobernadores los asuntos de la gobernabilidad nacional. Pero los gobernadores, o cuando menos una buena parte de ellos, no quieren tratar con él. Tienen una interlocución formal, pero no real. No han encontrado en Ramírez Acuña un buen conducto para llegar al Presidente, y prefieren otras vías, como la del superconsejero presidencial Juan Camilo Mouriño, a quien ya saben que Calderón sí escucha, y que, como sucedía con Fernando Gutiérrez Barrios, cuando dice sí se compromete, de la misma forma que cuando dice no significa que por ese camino las cosas no van a avanzar. Mouriño no es la única opción que tienen los gobernadores, quienes también recurren a otras personas allegadas a Calderón, que les han dado resultados, como César Nava, secretario particular del Presidente.
Las mismas vías han preferido utilizar en el Congreso. Ramírez Acuña ha tenido muchos problemas para establecer una relación política confiable con los líderes en las cámaras, en particular porque tomó como enlace con San Lázaro y Xiconténcatl al subsecretario Armando Salina Torre, que ya ocupó un cargo similar en la gestión de Santiago Creel, sin pena y con mucha menos gloria. Salina Torre ha empeorado en su trato, de acuerdo con su hoja de récord de enlace más reciente. Los legisladores tienen una molestia creciente con él por una ideologización de las leyes que raya en lo absurdo. En cuando menos una ocasión le hizo saber al Congreso que no se publicaría una ley en el Diario Oficial -para que entrara en vigor-, porque atentaba contra los principios del PAN. La respuesta de varios legisladores fue que el subsecretario estaba tan confundido que no entendía la aberración legal y política en la que incurría. Otros perdieron menos tiempo y comunicaron que jamás volverían a tratar temas relevantes con él.
No son, por supuesto, sus únicos problemas.
En las últimas semanas, cuando estalló un conflicto dentro de la Secretaría de Seguridad Pública entre el titular Genaro García Luna, y el comisionado de la Policía Federal Preventiva y director de la Agencia Federal de Investigaciones, Ardelio Vargas, el hilo se rompió, como siempre, por lo más delgado. Quien estaba destinado a ser el jefe de la policía nacional presentó su renuncia y el Presidente se la aceptó. Antes de que se hiciera pública la disputa y su conclusión, Ramírez Acuña se movió para que, toda vez que carecía de recursos disuasivos para ejercer la gobernabilidad en los términos como él la concebía, lograra que uno de los suyos, Gerardo Solís, quien había sido su procurador, secretario de Gobierno y gobernador interino cuando él aceptó ir a Gobernación, fuera nombrado en ese puesto. Pero Ramirez Acuña perdió sin que nadie le disparara. Nunca presentó su nombre formalmente a nadie, y en política, las cosas se logran con amarres, no telegrafiando sus intenciones. Solís se tuvo que conformar con la coordinación de asesores del secretario de Gobernación.
Las cosas no salen, quizás por los estereotipos en la cabeza de Ramírez Acuña. Uno de ellos quedo demostrado cuando el secretario de Seguridad Doméstica de Estados Unidos, Michael Chertoff, realizó una visita a México apenas iniciado este gobierno. Varios funcionarios recuerdan que Ramírez Acuña vio en Chertoff un par de "mano dura", por lo que cuando días después pronunció un discurso negativo contra México en la frontera, el tapatío jamás pudo entender que iba dirigido a una audiencia estadounidense, lo que puso en riesgo su participación en un encuentro ministerial en Ottawa, donde quería dejar asentada su molestia. Al final, el secretario se ahorró un desaguisado y un bochorno seguro para el gobierno de Calderón.
Pero son demasiados incidentes para tan poco tiempo de nuevo gobierno. Ramírez Acuña tiene que hacer algo, como tomar lecciones rápidas de cómo hacer política federal que le permitan restituir el diálogo con los actores nacionales, destrabar los nudos que él mismo atoró y recuperar la interlocución. De otra manera, seguirán bailando todos el jarabe tapatío sobre él, por ahora, y se reirán de su candidez e ineficiencia cuando terminen de perderle el respeto.
Dentro del gabinete, el enojo de Ramírez Acuña está siendo comentado entre sonrisas y temores, porque algunas de sus actitudes son vistas como cándidas, pero reconocen su estrecha cercanía con el presidente Felipe Calderón por el apoyo firme cuando nadie, incluso dentro del PAN, pensaba que se haría de la candidatura presidencial y del respaldo decisivo que le dio como gobernador de Jalisco para derrotar a Andrés Manuel López Obrador. De hecho, fue el primer secretario en enterarse de su nuevo cargo, dos semanas antes de que se anunciara.
Ramírez Acuña no lo dice, pero su comportamiento es como si aspirara a ser el candidato panista en 2012. Mantiene un perfil excesivamente bajo, y se cuida tanto con Calderón que jamás va a un acto público donde vaya el Presidente, salvo aquellos por invitación expresa de Los Pinos. Con un aire bonachón, ha tratado de proyectar una imagen de civilidad política para contrarrestar la fama de gobernador atrabiliario con la que llegó de Jalisco. "No tengo la mano dura, sino firme", repite con una sonrisa.
En privado, sin embargo, ha proyectado más dureza que firmeza. En un encuentro con empresarios dijo que no olvidaran que varios de los ahí presentes habían apoyado a López Obrador durante la campaña. Pareció amenaza, aunque varios de los empresarios ahí convocados quedaron más confundidos porque no completó la faena política. Nadie le aconsejó a Ramírez Acuña que si estaba listo para tal desplante, tendría que haberse seguido de frente, pues de lo contrario lo único que podrían pensar de él es que fue un muy desafortunado inicio de gestión, confirmando la especie que precisamente ha tratado de borrar. Por lo que toca a la mano firme, se podría decir que Ramírez Acuña trae un problema de Parkinson.
La única función real, concreta y relevante que tiene el secretario de Gobernación hoy en día es tratar con los gobernadores los asuntos de la gobernabilidad nacional. Pero los gobernadores, o cuando menos una buena parte de ellos, no quieren tratar con él. Tienen una interlocución formal, pero no real. No han encontrado en Ramírez Acuña un buen conducto para llegar al Presidente, y prefieren otras vías, como la del superconsejero presidencial Juan Camilo Mouriño, a quien ya saben que Calderón sí escucha, y que, como sucedía con Fernando Gutiérrez Barrios, cuando dice sí se compromete, de la misma forma que cuando dice no significa que por ese camino las cosas no van a avanzar. Mouriño no es la única opción que tienen los gobernadores, quienes también recurren a otras personas allegadas a Calderón, que les han dado resultados, como César Nava, secretario particular del Presidente.
Las mismas vías han preferido utilizar en el Congreso. Ramírez Acuña ha tenido muchos problemas para establecer una relación política confiable con los líderes en las cámaras, en particular porque tomó como enlace con San Lázaro y Xiconténcatl al subsecretario Armando Salina Torre, que ya ocupó un cargo similar en la gestión de Santiago Creel, sin pena y con mucha menos gloria. Salina Torre ha empeorado en su trato, de acuerdo con su hoja de récord de enlace más reciente. Los legisladores tienen una molestia creciente con él por una ideologización de las leyes que raya en lo absurdo. En cuando menos una ocasión le hizo saber al Congreso que no se publicaría una ley en el Diario Oficial -para que entrara en vigor-, porque atentaba contra los principios del PAN. La respuesta de varios legisladores fue que el subsecretario estaba tan confundido que no entendía la aberración legal y política en la que incurría. Otros perdieron menos tiempo y comunicaron que jamás volverían a tratar temas relevantes con él.
No son, por supuesto, sus únicos problemas.
En las últimas semanas, cuando estalló un conflicto dentro de la Secretaría de Seguridad Pública entre el titular Genaro García Luna, y el comisionado de la Policía Federal Preventiva y director de la Agencia Federal de Investigaciones, Ardelio Vargas, el hilo se rompió, como siempre, por lo más delgado. Quien estaba destinado a ser el jefe de la policía nacional presentó su renuncia y el Presidente se la aceptó. Antes de que se hiciera pública la disputa y su conclusión, Ramírez Acuña se movió para que, toda vez que carecía de recursos disuasivos para ejercer la gobernabilidad en los términos como él la concebía, lograra que uno de los suyos, Gerardo Solís, quien había sido su procurador, secretario de Gobierno y gobernador interino cuando él aceptó ir a Gobernación, fuera nombrado en ese puesto. Pero Ramirez Acuña perdió sin que nadie le disparara. Nunca presentó su nombre formalmente a nadie, y en política, las cosas se logran con amarres, no telegrafiando sus intenciones. Solís se tuvo que conformar con la coordinación de asesores del secretario de Gobernación.
Las cosas no salen, quizás por los estereotipos en la cabeza de Ramírez Acuña. Uno de ellos quedo demostrado cuando el secretario de Seguridad Doméstica de Estados Unidos, Michael Chertoff, realizó una visita a México apenas iniciado este gobierno. Varios funcionarios recuerdan que Ramírez Acuña vio en Chertoff un par de "mano dura", por lo que cuando días después pronunció un discurso negativo contra México en la frontera, el tapatío jamás pudo entender que iba dirigido a una audiencia estadounidense, lo que puso en riesgo su participación en un encuentro ministerial en Ottawa, donde quería dejar asentada su molestia. Al final, el secretario se ahorró un desaguisado y un bochorno seguro para el gobierno de Calderón.
Pero son demasiados incidentes para tan poco tiempo de nuevo gobierno. Ramírez Acuña tiene que hacer algo, como tomar lecciones rápidas de cómo hacer política federal que le permitan restituir el diálogo con los actores nacionales, destrabar los nudos que él mismo atoró y recuperar la interlocución. De otra manera, seguirán bailando todos el jarabe tapatío sobre él, por ahora, y se reirán de su candidez e ineficiencia cuando terminen de perderle el respeto.
rriva@eluniversal.com.mx
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Kikka Roja
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