¿Rumbo?
El optimismo mostrado ayer por el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, quien afirmó que ante la crisis económica mundial México tiene “rumbo firme” y que “sale adelante gracias a lo mejor de sus mujeres y de sus hombres”, contrasta con la preocupación y hasta con la alarma de diversos gobiernos y organismos internacionales ante el grave desarreglo de las finanzas planetarias. Una confianza semejante manifestó Calderón en Washington, al término del encuentro del Grupo de los 20 (G-20), cuando descartó la aplicación de nuevas regulaciones para frenar la especulación en el sistema financiero del país, el cual, a su juicio, dispone de “solidez”, de “amortiguadores” y de instrumentos de “modulación” para hacer frente a la recesión que se extiende por el mundo.
Resulta inevitable recordar, en la circunstancia presente, el comentario vertido por el propio Calderón a comienzos de este año en el sentido de que la recesión en Estados Unidos lo “emocionaba” por el desafío que representa, así como el aserto posterior del secretario de Hacienda, Agustín Carstens, de que los quebrantos económicos del país vecino se traducirían en un simple “catarrito” para México.
El optimismo oficial parece fuera de lugar porque, si bien hasta ahora en nuestro país no se han sentido en toda su crudeza los efectos del desastre financiero que vive el mundo, ya existe una afectación severa para centenares de miles de personas que han perdido su trabajo y para miles de empresas, sobre todo medianas y pequeñas, que han visto amenazada su subsistencia, ya sea por una baja en sus ventas, por el encarecimiento de sus importaciones –derivado de la devaluación de la moneda nacional– y de sus costos –debido a la inflación registrada en el curso de este año–, por la escasez de crédito o por una combinación de esos factores. Tras las dificultades por las que atraviesan personas físicas y morales hay historias de sufrimiento humano ante las cuales el gobierno federal tendría que mostrar, así fuera por razones de imagen, un mínimo de sensibilidad.
Por añadidura, la insistencia gubernamental en mantener una orientación que concentra en los capitales especuladores un desmesurado poder decisorio sobre el rumbo de la economía, así como su empeño en proseguir la transferencia a manos privadas de atribuciones y facultades del sector público, dan cuenta de un equipo de gobierno aferrado a directrices que son, precisamente, las responsables del actual desbarajuste. Mientras los neoliberales más connotados –con la excepción de Ernesto Zedillo– reconocen que fue un error apostar todo a la desregulación, el libertinaje del mercado y la globalización sin cortapisas, las autoridades mexicanas parecen estar viviendo un año antes de la presente coyuntura. Si ése es el “rumbo firme” ofrecido por Calderón, es posible que sus expresiones, lejos de dar tranquilidad a la sociedad y a los mercados, incrementen la incertidumbre y el desasosiego.
Amplios sectores de la opinión pública perciben que en materia económica, como ocurre en el ámbito de la seguridad pública y el combate a la delincuencia, hay una separación creciente entre el discurso oficial y la realidad, y ven en ello un rasgo exasperante de continuidad con respecto al sexenio pasado.
Resulta inevitable recordar, en la circunstancia presente, el comentario vertido por el propio Calderón a comienzos de este año en el sentido de que la recesión en Estados Unidos lo “emocionaba” por el desafío que representa, así como el aserto posterior del secretario de Hacienda, Agustín Carstens, de que los quebrantos económicos del país vecino se traducirían en un simple “catarrito” para México.
El optimismo oficial parece fuera de lugar porque, si bien hasta ahora en nuestro país no se han sentido en toda su crudeza los efectos del desastre financiero que vive el mundo, ya existe una afectación severa para centenares de miles de personas que han perdido su trabajo y para miles de empresas, sobre todo medianas y pequeñas, que han visto amenazada su subsistencia, ya sea por una baja en sus ventas, por el encarecimiento de sus importaciones –derivado de la devaluación de la moneda nacional– y de sus costos –debido a la inflación registrada en el curso de este año–, por la escasez de crédito o por una combinación de esos factores. Tras las dificultades por las que atraviesan personas físicas y morales hay historias de sufrimiento humano ante las cuales el gobierno federal tendría que mostrar, así fuera por razones de imagen, un mínimo de sensibilidad.
Por añadidura, la insistencia gubernamental en mantener una orientación que concentra en los capitales especuladores un desmesurado poder decisorio sobre el rumbo de la economía, así como su empeño en proseguir la transferencia a manos privadas de atribuciones y facultades del sector público, dan cuenta de un equipo de gobierno aferrado a directrices que son, precisamente, las responsables del actual desbarajuste. Mientras los neoliberales más connotados –con la excepción de Ernesto Zedillo– reconocen que fue un error apostar todo a la desregulación, el libertinaje del mercado y la globalización sin cortapisas, las autoridades mexicanas parecen estar viviendo un año antes de la presente coyuntura. Si ése es el “rumbo firme” ofrecido por Calderón, es posible que sus expresiones, lejos de dar tranquilidad a la sociedad y a los mercados, incrementen la incertidumbre y el desasosiego.
Amplios sectores de la opinión pública perciben que en materia económica, como ocurre en el ámbito de la seguridad pública y el combate a la delincuencia, hay una separación creciente entre el discurso oficial y la realidad, y ven en ello un rasgo exasperante de continuidad con respecto al sexenio pasado.
Kikka Roja
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