Raymundo Riva Palacio
El paradigma de Calderón
Miércoles, 25 de Febrero de 2009
El presidente se enoja y todo retiembla a su alrededor. Estalla contra los medios y contra su equipo. Recrimina a los políticos, se enfrenta con los empresarios y a los periodistas le echa en cara que no lo entiendan. A su equipo le reclama que en la lucha contra el narco ha perdido totalmente el frente de la comunicación. La paja en el ojo ajeno, como dice el refrán, es el mal de Felipe Calderón, que por más extraño que parezca en un político de su experiencia, no está viendo que buena parte de lo que está sucediendo en su administración –con la notoria excepción de la crisis económica- es consecuencia de sus actos y de aquéllos en que lo han metido sus cercanos.
El presidente no se dice derrotado, pero así parece. Ya no es sólo el discurso reiterativo de que van ganando los buenos sobre los malos, tan desgastado que la percepción de que los malos le van ganando ya se internacionalizó. Es su trato con los interlocutores. A empresarios de Ciudad Juárez, quienes le expresaron en el segundo semestre del año pasado su preocupación por la violencia, les dijo en un gesto rápido de intolerancia que las cosas se iban a poner peor. Y cuando admitió que el gobierno no podía proveerles las garantías de seguridad que le exigían, les recomendó que hicieran lo que los empresarios de Monterrey: contratar escoltas.
Pero cuando un regio importante, el propietario principal del Grupo Reforma, Alejandro Junco, lo fue a ver a Los Pinos con un video amenazante que mostraba un día en la vida de su esposa, sus hijos y sus nietos –de aparente manufactura del Cártel del Golfo-, el presidente le dijo que no podía hacer nada, y que en efecto, las cosas se pondrían peor. Junco y toda su familia, se fueron al autoexilio en Estados Unidos, como también lo hicieron varios de los empresarios de Juárez que hablaron con Calderón. Ante la claudicación del presidente para proveerles seguridad, varios de los más grandes empresarios del país evalúan la contratación de guardias blancas en países generadores de este tipo de soldados, como Israel y Sudáfrica.
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La crítica sobre la estrategia de la lucha contra el narcotráfico es que la estrategia no está funcionando. El presidente dice lo contrario, aunque la percepción de inseguridad crece exponencialmente. Es verdad que no hay balaceras en todas las calles del país, como dijo en un discurso secreto ante la asamblea plenaria de Banamex el viernes pasado, pero en la política, la percepción siempre construye la realidad para gobernar. Si no se domina la percepción, la realidad termina por atropellar al gobierno.
Lo vimos la semana pasada, cuando en un intento por arropar al presidente, los secretarios de Turismo, Relaciones Exteriores y Economía, además del líder nacional del PAN, saltaron a la tribuna pública para exponer las molestias que ha expresado en privado el presidente, que la cobertura de medios es excesiva y lacerante, que los muertos se encuentran focalizados en las zonas donde los cárteles disputan los territorios después de que se desintegró la Federación, que la creciente penetración del narco en la política, llevado al extremo para argumentación, podría terminar imponiendo a un presidente, y que el fenómeno no nació con el gobierno calderonista, sino que arrastra una falta de acción, o exceso de iniciativa hacia el lado malo, desde hace varias décadas.
Sin embargo, hay indicadores de que el presidente no está viendo el bosque, sino el árbol. Argumenta internamente que el problema es de comunicación. Su director de Comunicación Social, Max Cortázar, reaccionó y el viernes pasado convocó a todos los responsables de comunicación en el gobierno federal para pedirles que refuercen la estrategia, enfocándose a la seguridad y la economía. El lunes los volvió a llamar para lo mismo, y este jueves tiene programada una nueva reunión. Siente que su pescuezo está a punto de llegar a la guillotina, y trata de salvarlo. Pero la comunicación no lo es todo. La política, que debe de dar sentido y dirección a la comunicación, es lo que está faltando.
La política no ha funcionado, por tanto ni la comunicación, ni el discurso ni la estrategia, que ya no tienen rumbo. De acuerdo con sus interlocutores fuera del gobierno, Calderón está cada vez más irritable. La semana pasada tuvo un enfrentamiento con varios gobernadores priistas a propósito de la violencia en varios estados, y se tradujo, en el caso de Chihuahua, en una declaración del secretario de Gobernación de que el problema no era federal, sino de los chihuahuenses, y en otra afirmación más del líder nacional del PAN de que eran los gobiernos priistas los que deseaban negociar con el narco.
El choque no es saludable para nadie, y mucho menos para Calderón si quiere mantener la gobernabilidad que los líderes priistas le han dado durante su atribulada primera parte de sexenio. Pero el problema no para ahí. Su asesor de seguridad nacional dijo en enero que se debía pactar con el narcotráfico, aunque luego rectificó. No le dijo nada el presidente, que tampoco ha sido capaz de resolver el conflicto entre su secretario de Seguridad Pública y su procurador, a quien no ha cambiado porque, le ha dicho a más de uno, no hay nadie que quiera aceptar el cargo.
Los problemas de Calderón son más grandes de lo que parece. Uno es de manufactura externa, la economía. Otro es interno, donde los presupuestos con los que inició su estrategia contra el narco, han cambiado. Él no, por lo que se mantiene en su misma lógica. Con referentes distintos, su liderazgo debería de ser distinto. Al no ser así, el liderazgo ha naufragado, los desafíos crecen, su preocupación también y el enojo se eleva. Si hay tanto consenso en que su visión y proceder es lo que no está funcionando, lo que más sorprende es que no se esté dando cuenta. Calderón, puede uno argumentar, se ha metido a su propio Paradigma de la Rana.
El presidente no se dice derrotado, pero así parece. Ya no es sólo el discurso reiterativo de que van ganando los buenos sobre los malos, tan desgastado que la percepción de que los malos le van ganando ya se internacionalizó. Es su trato con los interlocutores. A empresarios de Ciudad Juárez, quienes le expresaron en el segundo semestre del año pasado su preocupación por la violencia, les dijo en un gesto rápido de intolerancia que las cosas se iban a poner peor. Y cuando admitió que el gobierno no podía proveerles las garantías de seguridad que le exigían, les recomendó que hicieran lo que los empresarios de Monterrey: contratar escoltas.
Pero cuando un regio importante, el propietario principal del Grupo Reforma, Alejandro Junco, lo fue a ver a Los Pinos con un video amenazante que mostraba un día en la vida de su esposa, sus hijos y sus nietos –de aparente manufactura del Cártel del Golfo-, el presidente le dijo que no podía hacer nada, y que en efecto, las cosas se pondrían peor. Junco y toda su familia, se fueron al autoexilio en Estados Unidos, como también lo hicieron varios de los empresarios de Juárez que hablaron con Calderón. Ante la claudicación del presidente para proveerles seguridad, varios de los más grandes empresarios del país evalúan la contratación de guardias blancas en países generadores de este tipo de soldados, como Israel y Sudáfrica.
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La crítica sobre la estrategia de la lucha contra el narcotráfico es que la estrategia no está funcionando. El presidente dice lo contrario, aunque la percepción de inseguridad crece exponencialmente. Es verdad que no hay balaceras en todas las calles del país, como dijo en un discurso secreto ante la asamblea plenaria de Banamex el viernes pasado, pero en la política, la percepción siempre construye la realidad para gobernar. Si no se domina la percepción, la realidad termina por atropellar al gobierno.
Lo vimos la semana pasada, cuando en un intento por arropar al presidente, los secretarios de Turismo, Relaciones Exteriores y Economía, además del líder nacional del PAN, saltaron a la tribuna pública para exponer las molestias que ha expresado en privado el presidente, que la cobertura de medios es excesiva y lacerante, que los muertos se encuentran focalizados en las zonas donde los cárteles disputan los territorios después de que se desintegró la Federación, que la creciente penetración del narco en la política, llevado al extremo para argumentación, podría terminar imponiendo a un presidente, y que el fenómeno no nació con el gobierno calderonista, sino que arrastra una falta de acción, o exceso de iniciativa hacia el lado malo, desde hace varias décadas.
Sin embargo, hay indicadores de que el presidente no está viendo el bosque, sino el árbol. Argumenta internamente que el problema es de comunicación. Su director de Comunicación Social, Max Cortázar, reaccionó y el viernes pasado convocó a todos los responsables de comunicación en el gobierno federal para pedirles que refuercen la estrategia, enfocándose a la seguridad y la economía. El lunes los volvió a llamar para lo mismo, y este jueves tiene programada una nueva reunión. Siente que su pescuezo está a punto de llegar a la guillotina, y trata de salvarlo. Pero la comunicación no lo es todo. La política, que debe de dar sentido y dirección a la comunicación, es lo que está faltando.
La política no ha funcionado, por tanto ni la comunicación, ni el discurso ni la estrategia, que ya no tienen rumbo. De acuerdo con sus interlocutores fuera del gobierno, Calderón está cada vez más irritable. La semana pasada tuvo un enfrentamiento con varios gobernadores priistas a propósito de la violencia en varios estados, y se tradujo, en el caso de Chihuahua, en una declaración del secretario de Gobernación de que el problema no era federal, sino de los chihuahuenses, y en otra afirmación más del líder nacional del PAN de que eran los gobiernos priistas los que deseaban negociar con el narco.
El choque no es saludable para nadie, y mucho menos para Calderón si quiere mantener la gobernabilidad que los líderes priistas le han dado durante su atribulada primera parte de sexenio. Pero el problema no para ahí. Su asesor de seguridad nacional dijo en enero que se debía pactar con el narcotráfico, aunque luego rectificó. No le dijo nada el presidente, que tampoco ha sido capaz de resolver el conflicto entre su secretario de Seguridad Pública y su procurador, a quien no ha cambiado porque, le ha dicho a más de uno, no hay nadie que quiera aceptar el cargo.
Los problemas de Calderón son más grandes de lo que parece. Uno es de manufactura externa, la economía. Otro es interno, donde los presupuestos con los que inició su estrategia contra el narco, han cambiado. Él no, por lo que se mantiene en su misma lógica. Con referentes distintos, su liderazgo debería de ser distinto. Al no ser así, el liderazgo ha naufragado, los desafíos crecen, su preocupación también y el enojo se eleva. Si hay tanto consenso en que su visión y proceder es lo que no está funcionando, lo que más sorprende es que no se esté dando cuenta. Calderón, puede uno argumentar, se ha metido a su propio Paradigma de la Rana.
r_rivapalacio@yahoo.com
kikka-roja.blogspot.com/
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