Raymundo Riva Palacio
Bienvenido, welcome
Miércoles, 15 de Abril de 2009
EL MAS VENDEPATRIAS AL MEJOR POSTOR, SI.
ANTIPATRIOTA, ANTIMEXICANO.
Diversas interpretaciones históricas e ideológicas han circulado esta semana por los medios para ubicar a Felipe Calderón como el presidente más antinorteamericano que ha habido en más de una generación. Las lecturas no dejan claro, sin embargo, si esa postura de Calderón, primero ante el presidente George Bush, y ahora ante el nuevo jefe de la Casa Blanca, Barack Obama, es buena o es mala. Tampoco exploran si anteriores presidentes, por definición más pro norteamericanos que Calderón, tuvieron un resultado que justificara esa posición.
¿Qué sucedió en el pasado?
Gustavo Díaz Ordaz fue un pro norteamericano y anticomunista, cuando esas líneas marcaban los años gélidos de la Guerra Fría. Díaz Ordaz tenía varios confidentes. Uno de los más cercanos, Winston Scott, el jefe de la CIA en México, lo procuró desde que era secretario de Gobernación y lo convirtió en un "activo" para la agencia de espionaje. Pero cuando Díaz Ordaz alentó una ley contra las trasnacionales que afectaba a empresas de Estados Unidos, la misma CIA le montó una operación de desestabilización por 1967 para debilitarlo y obligarlo a reformarla, lo que finalmente no sucedió.
Luis Echeverría, que como secretario de Gobernación en el sexenio de Díaz Ordaz era el enlace oficial de Scott, también fue seducido por el legendario espía. Le sirvió expulsando a casi dos decenas de diplomáticos soviéticos del país, y frenando a cubanos y europeos del Este. Pero cuando apoyó el ingreso de China a la ONU, el presidente Richard Nixon lo amenazó por teléfono si continuaba con el respaldo. Echeverría, en un gesto típico, se la jugó con China. Nixon no tomó ninguna represalia, pero menos de dos meses después de haber dejado la Presidencia, The Washington Post publicó cómo y por cuánto tiempo, Echeverría había cobrado en la nómina de la CIA.
José López Portillo, que después del desastre económico de Echeverría llegó mejor arropado con los estadounidenses, pronto vio su suerte. James Schlesinger, el secretario de Energía, negoció con majaderías y los pies sobre la mesa el acuerdo de gas natural, y luego no le gustó a Washington el respaldo a la guerrilla salvadoreña. Menos aún que legalizara a la izquierda, y en vísperas del trámite legislativo sucedieron una serie de atentados y un trágico secuestro atribuido a la guerrilla, que dejó sembrada la sospecha del verdadero origen, por la analogía italianas donde cada vez que se acercaba un pacto entre comunistas y democristianos, algo terrible sucedía que lo frustraba –como el secuestro y asesinato de Aldo Moro- estando siempre la mano de la CIA detrás.
Miguel de la Madrid sufrió por Centroamérica. Un emisario de Ronald Reagan llegó a México para avisarle que la invasión a Nicaragua sería cuestión de días. De la Madrid ordenó una ofensiva diplomática que lo evitara, aceleró a Contadora, por lo que el secretario de Estado, George Shultz, trató a gritos y manotazos al canciller Bernardo Sepúlveda, sin lograrlo intimidarlo. Pero se la cobraron. En vísperas de una visita de Estado a Washington, el columnista Jack Anderson publicó en The Washington Post y otros 400 periódicos sobre una supuesta fortuna de origen ilegal del presidente en Suiza, de 250 millones de dólares.
Carlos Salinas decía que del cómo se tratara a Estados Unidos, resultaría en otro tipo de relación bilateral. Así lo hizo, y estableció una estrechísima relación –hasta la fecha con George Bush padre-, y amarró con Bill Clinton el Tratado de Libre Comercio. Pero cuando el PRI ayudó con camisetas y lápices al Frente Sandinista de Liberación Nacional, el embajador John D. Negroponte le protestó al superasesor José Córdoba presidencial, y el jefe de la CIA, Morton Palmer, hizo lo mismo con el secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios. Acto seguido, le filtraron a The New York Times una información magnificada para desprestigiar al gobierno salinista.
Ernesto Zedillo entró con una crisis financiera y acudió por la ayuda de Clinton. Por razones de seguridad nacional, lo respaldó y le recetó el Consenso de Washington. Zedillo no tuvo mayor problema en seguir el libreto, y en agradecimiento posterior, lo colocaron en más de 10 consejos de administración, avalaron su entrada a la ONU, y le dieron el respaldo para un cargo de relevancia que le ofreció la Universidad de Yale. Vicente Fox, que parecía que tendría otro derrotero con su par George Bush hijo, vio su naufragio el 11 de septiembre de 2001, cuando se olvidaron por completo de la empatía de los vaqueros, le enviaron sin avisarle decenas de agentes tras los atentados terroristas y luego difundieron que uno de sus principales miembros del gabinete, protegía al cártel de drogas más violento.
Calderón inicia la relación con un nuevo presidente después de ignorar a Bush. Sus principales preocupaciones son la corresponsabilidad en la guerra contra los cárteles, un tema que ya se convirtió en trasnacional, y la crisis financiera, que es global. Dadas las circunstancias, su posición frente a Obama es la mejor que haya tenido presidente mexicano alguno en muchos años. Por primera vez, los problemas de alta prioridad para México son los mismos de Estados Unidos. En este sentido, que sea el más antinorteamericano de todos quienes le antecedieron por más de una generación, viene siendo irrelevante. Así como los estadounidenses no tienen amigos sino intereses, también los mexicanos debemos ver a los estadounidenses no en función de amigos, sino de nuestros intereses. Después de todo, lo que más nos duele hoy, también les duele a ellos. Aprovechemos la coyuntura.
¿Qué sucedió en el pasado?
Gustavo Díaz Ordaz fue un pro norteamericano y anticomunista, cuando esas líneas marcaban los años gélidos de la Guerra Fría. Díaz Ordaz tenía varios confidentes. Uno de los más cercanos, Winston Scott, el jefe de la CIA en México, lo procuró desde que era secretario de Gobernación y lo convirtió en un "activo" para la agencia de espionaje. Pero cuando Díaz Ordaz alentó una ley contra las trasnacionales que afectaba a empresas de Estados Unidos, la misma CIA le montó una operación de desestabilización por 1967 para debilitarlo y obligarlo a reformarla, lo que finalmente no sucedió.
Luis Echeverría, que como secretario de Gobernación en el sexenio de Díaz Ordaz era el enlace oficial de Scott, también fue seducido por el legendario espía. Le sirvió expulsando a casi dos decenas de diplomáticos soviéticos del país, y frenando a cubanos y europeos del Este. Pero cuando apoyó el ingreso de China a la ONU, el presidente Richard Nixon lo amenazó por teléfono si continuaba con el respaldo. Echeverría, en un gesto típico, se la jugó con China. Nixon no tomó ninguna represalia, pero menos de dos meses después de haber dejado la Presidencia, The Washington Post publicó cómo y por cuánto tiempo, Echeverría había cobrado en la nómina de la CIA.
José López Portillo, que después del desastre económico de Echeverría llegó mejor arropado con los estadounidenses, pronto vio su suerte. James Schlesinger, el secretario de Energía, negoció con majaderías y los pies sobre la mesa el acuerdo de gas natural, y luego no le gustó a Washington el respaldo a la guerrilla salvadoreña. Menos aún que legalizara a la izquierda, y en vísperas del trámite legislativo sucedieron una serie de atentados y un trágico secuestro atribuido a la guerrilla, que dejó sembrada la sospecha del verdadero origen, por la analogía italianas donde cada vez que se acercaba un pacto entre comunistas y democristianos, algo terrible sucedía que lo frustraba –como el secuestro y asesinato de Aldo Moro- estando siempre la mano de la CIA detrás.
Miguel de la Madrid sufrió por Centroamérica. Un emisario de Ronald Reagan llegó a México para avisarle que la invasión a Nicaragua sería cuestión de días. De la Madrid ordenó una ofensiva diplomática que lo evitara, aceleró a Contadora, por lo que el secretario de Estado, George Shultz, trató a gritos y manotazos al canciller Bernardo Sepúlveda, sin lograrlo intimidarlo. Pero se la cobraron. En vísperas de una visita de Estado a Washington, el columnista Jack Anderson publicó en The Washington Post y otros 400 periódicos sobre una supuesta fortuna de origen ilegal del presidente en Suiza, de 250 millones de dólares.
Carlos Salinas decía que del cómo se tratara a Estados Unidos, resultaría en otro tipo de relación bilateral. Así lo hizo, y estableció una estrechísima relación –hasta la fecha con George Bush padre-, y amarró con Bill Clinton el Tratado de Libre Comercio. Pero cuando el PRI ayudó con camisetas y lápices al Frente Sandinista de Liberación Nacional, el embajador John D. Negroponte le protestó al superasesor José Córdoba presidencial, y el jefe de la CIA, Morton Palmer, hizo lo mismo con el secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios. Acto seguido, le filtraron a The New York Times una información magnificada para desprestigiar al gobierno salinista.
Ernesto Zedillo entró con una crisis financiera y acudió por la ayuda de Clinton. Por razones de seguridad nacional, lo respaldó y le recetó el Consenso de Washington. Zedillo no tuvo mayor problema en seguir el libreto, y en agradecimiento posterior, lo colocaron en más de 10 consejos de administración, avalaron su entrada a la ONU, y le dieron el respaldo para un cargo de relevancia que le ofreció la Universidad de Yale. Vicente Fox, que parecía que tendría otro derrotero con su par George Bush hijo, vio su naufragio el 11 de septiembre de 2001, cuando se olvidaron por completo de la empatía de los vaqueros, le enviaron sin avisarle decenas de agentes tras los atentados terroristas y luego difundieron que uno de sus principales miembros del gabinete, protegía al cártel de drogas más violento.
Calderón inicia la relación con un nuevo presidente después de ignorar a Bush. Sus principales preocupaciones son la corresponsabilidad en la guerra contra los cárteles, un tema que ya se convirtió en trasnacional, y la crisis financiera, que es global. Dadas las circunstancias, su posición frente a Obama es la mejor que haya tenido presidente mexicano alguno en muchos años. Por primera vez, los problemas de alta prioridad para México son los mismos de Estados Unidos. En este sentido, que sea el más antinorteamericano de todos quienes le antecedieron por más de una generación, viene siendo irrelevante. Así como los estadounidenses no tienen amigos sino intereses, también los mexicanos debemos ver a los estadounidenses no en función de amigos, sino de nuestros intereses. Después de todo, lo que más nos duele hoy, también les duele a ellos. Aprovechemos la coyuntura.
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