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Raymundo Riva Palacio
Vecinos muy distantes
Viernes, 17 de Abril de 2009
Abordo del Air Force One, cuando el presidente Barack Obama surcaba los aires rumbo a la ciudad de México, un intercambio dibujó de lo que se trataría la corta visita de menos de 24 horas. Recordando que durante días funcionarios estadounidenses que llegaron a preparar el viaje decían que en esta escala rumbo a Trinidad y Tobago, sólo se trataría de un gesto simbólico de Obama para con su homólogo Felipe Calderón, un periodista preguntó: "¿Habrá algo más concreto más allá de lo simbólico?". Robert Gibbs, el vocero de la Casa Blanca, respondió: "Creo que los hemos echado a perder en los primeros 80 días de este gobierno, y que cada vez que el avión se eleva a tres mil metros de altura, es para que ustedes tengan cuatro noticias". Y todos rieron.
El libreto de la visita de Obama a México, anunciado desde hace días en Washington, se cumplió. Habría pláticas generales en materia de economía, formas para enfrentar la crisis económica global, migración, energía, cambio climático –con un acuerdo marco que ya discutido informalmente en vísperas de la toma de posesión del mandatario estadounidense-, y un énfasis en especial en la seguridad, donde el principal mensaje sería sobre el valor del presidente Calderón en la lucha contra las drogas. "El propósito del viaje –subrayó Gibbs-, es para mostrar nuestro apoyo de re-compromiso con un socio comercial valioso y un aliado valioso". Así fue. La despresurización total. Nada concreto, conforme lo prometido. Nada nuevo, de acuerdo a lo anticipado. Todo simbólico.
Horas antes, Peter Baker, escribió en el diario The New York Times que aunque la forma de Obama era muy diferente a la de su predecesor George Bush, la sustancia era la misma. Incluido, apuntó, todo aquello del falso nuevo discurso sobre el reconocimiento de la responsabilidad compartida en la lucha contra las drogas, inmortalizada en el lenguaje político por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien a punto de aterrizar en México dijo a la prensa que el apetito de sus compatriotas por las drogas era "insaciable". Eso se vio como un giro radical en la postura política del gobierno de Estados Unidos, pero Baker recordó que Bush, hace dos años, dijo: "Estados Unidos tiene una responsabilidad en la lucha contra las drogas, porque donde hay demanda, hay suministro". En castellano puro, la misma gata pero revolcada.
En efecto, la visita de Obama, por más ornamental y coreografiada que parezca, con sus pegajosos sound bites de la entrevista con CNN por la mañana donde llamó "heroica" la gesta de Calderón, y el anuncio que pediría al Senado la ratificación del Tratado contra la manufactura y el comercio ilegal de armas, municiones y explosivos, congelado desde 1998 en el Capitolio, sí muestra las profundas diferencias, conceptuales y políticas entre Obama y Calderón, y el enorme abismo en temas de preocupación mutua y soluciones recíprocas, entre México y Estados Unidos. Su viaje a es un símbolo, cierto, pero muy ominoso de lo que viene. De lo que se dijo públicamente y de lo que no trascendió, está claro: no hay ningún acuerdo en lo sustancial. Parafraseando a Baker, tan sustancial Obama como Bush, tan lejos de Calderón. Detrás de la retórica melosa, la realidad histórica de qué piensa Estados Unidos de México.
El punto central para México, el enorme poder de fuego que tienen los cárteles de las drogas con el armamento más letal comprado en el mercado negro de la industria militar estadounidense y por la corrupción en los cuarteles en Estados Unidos, quedó en donde siempre ha estado. Ni reformas a la ley, ni prohibición de venta para las armas de asalto. Calderón dijo este jueves que esas armas apuntan a los funcionarios mexicanos. La Casa Blanca -porque ni siquiera Obama-, respondió que con el reforzamiento de las leyes existentes, resolverán el problema. Peticiones al vacío. Reclamos soslayados. Obama no avanzó ni un centímetro más al plan de seguridad fronteriza que anunció su secretaria de Seguridad Territorial, Janet Napolitano, hace dos semanas.
Sobre la migración, lo mismo que planteó Obama desde mediados del año pasado. Ningún indocumentado. Legalización parcial a todos aquellos que puedan documentar más de cinco años de residencia, que "salgan de las sombras" paguen multas, impuestos, aprendan inglés y luego veremos. Que México avance en el desarrollo económico para ir eliminando sus plataformas migratorias. Un detonante de ese desarrollo es el Tratado de Libre Comercio, donde hay un diferendo porque Obama canceló la entrada de transportes mexicanos a territorio estadounidense. Tampoco se movió un ápice, ni trajo nada en el portafolio para dibujar una salida. Nuevamente, la Casa Blanca fue la que respondió: no va a haber acuerdo en lo inmediato, ni necesariamente en el futuro, pero algo habrá. O sea, que los mexicanos aguanten, al fin que la forma siempre aplasta al fondo.
La visita de Obama volvió a hacer florecer la chabacanería y el neocolonialismo mexicano, acentuado ahora porque el inquilino de la Casa Blanca es afroamericano. Los capitalinos maravillados por la "impotente" caravana de helicópteros en la comitiva aérea de Obama cuando iba rumbo a Los Pinos, narraron su asombro a la radio, el encanto de este nuevo Presidente. Por eso nos va tan mal, por ser tan políticamente frívolos. Jamás hay consenso detrás de un gobierno para enfrentar en ese campo a Estados Unidos. Jamás hay un frente unido, ni siquiera por coyuntura. Seguiremos siendo, irremediablemente, vecinos distantes.
El libreto de la visita de Obama a México, anunciado desde hace días en Washington, se cumplió. Habría pláticas generales en materia de economía, formas para enfrentar la crisis económica global, migración, energía, cambio climático –con un acuerdo marco que ya discutido informalmente en vísperas de la toma de posesión del mandatario estadounidense-, y un énfasis en especial en la seguridad, donde el principal mensaje sería sobre el valor del presidente Calderón en la lucha contra las drogas. "El propósito del viaje –subrayó Gibbs-, es para mostrar nuestro apoyo de re-compromiso con un socio comercial valioso y un aliado valioso". Así fue. La despresurización total. Nada concreto, conforme lo prometido. Nada nuevo, de acuerdo a lo anticipado. Todo simbólico.
Horas antes, Peter Baker, escribió en el diario The New York Times que aunque la forma de Obama era muy diferente a la de su predecesor George Bush, la sustancia era la misma. Incluido, apuntó, todo aquello del falso nuevo discurso sobre el reconocimiento de la responsabilidad compartida en la lucha contra las drogas, inmortalizada en el lenguaje político por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien a punto de aterrizar en México dijo a la prensa que el apetito de sus compatriotas por las drogas era "insaciable". Eso se vio como un giro radical en la postura política del gobierno de Estados Unidos, pero Baker recordó que Bush, hace dos años, dijo: "Estados Unidos tiene una responsabilidad en la lucha contra las drogas, porque donde hay demanda, hay suministro". En castellano puro, la misma gata pero revolcada.
En efecto, la visita de Obama, por más ornamental y coreografiada que parezca, con sus pegajosos sound bites de la entrevista con CNN por la mañana donde llamó "heroica" la gesta de Calderón, y el anuncio que pediría al Senado la ratificación del Tratado contra la manufactura y el comercio ilegal de armas, municiones y explosivos, congelado desde 1998 en el Capitolio, sí muestra las profundas diferencias, conceptuales y políticas entre Obama y Calderón, y el enorme abismo en temas de preocupación mutua y soluciones recíprocas, entre México y Estados Unidos. Su viaje a es un símbolo, cierto, pero muy ominoso de lo que viene. De lo que se dijo públicamente y de lo que no trascendió, está claro: no hay ningún acuerdo en lo sustancial. Parafraseando a Baker, tan sustancial Obama como Bush, tan lejos de Calderón. Detrás de la retórica melosa, la realidad histórica de qué piensa Estados Unidos de México.
El punto central para México, el enorme poder de fuego que tienen los cárteles de las drogas con el armamento más letal comprado en el mercado negro de la industria militar estadounidense y por la corrupción en los cuarteles en Estados Unidos, quedó en donde siempre ha estado. Ni reformas a la ley, ni prohibición de venta para las armas de asalto. Calderón dijo este jueves que esas armas apuntan a los funcionarios mexicanos. La Casa Blanca -porque ni siquiera Obama-, respondió que con el reforzamiento de las leyes existentes, resolverán el problema. Peticiones al vacío. Reclamos soslayados. Obama no avanzó ni un centímetro más al plan de seguridad fronteriza que anunció su secretaria de Seguridad Territorial, Janet Napolitano, hace dos semanas.
Sobre la migración, lo mismo que planteó Obama desde mediados del año pasado. Ningún indocumentado. Legalización parcial a todos aquellos que puedan documentar más de cinco años de residencia, que "salgan de las sombras" paguen multas, impuestos, aprendan inglés y luego veremos. Que México avance en el desarrollo económico para ir eliminando sus plataformas migratorias. Un detonante de ese desarrollo es el Tratado de Libre Comercio, donde hay un diferendo porque Obama canceló la entrada de transportes mexicanos a territorio estadounidense. Tampoco se movió un ápice, ni trajo nada en el portafolio para dibujar una salida. Nuevamente, la Casa Blanca fue la que respondió: no va a haber acuerdo en lo inmediato, ni necesariamente en el futuro, pero algo habrá. O sea, que los mexicanos aguanten, al fin que la forma siempre aplasta al fondo.
La visita de Obama volvió a hacer florecer la chabacanería y el neocolonialismo mexicano, acentuado ahora porque el inquilino de la Casa Blanca es afroamericano. Los capitalinos maravillados por la "impotente" caravana de helicópteros en la comitiva aérea de Obama cuando iba rumbo a Los Pinos, narraron su asombro a la radio, el encanto de este nuevo Presidente. Por eso nos va tan mal, por ser tan políticamente frívolos. Jamás hay consenso detrás de un gobierno para enfrentar en ese campo a Estados Unidos. Jamás hay un frente unido, ni siquiera por coyuntura. Seguiremos siendo, irremediablemente, vecinos distantes.
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