La verdad
23 de mayo de 2009
Es raro qué consideramos que es la verdad, para qué la usamos y que hemos aceptado hacer con ella.
Me explico:
En días anteriores vimos cómo la prensa se dedicó a repetir con insistencia algo que ya era cierto hasta que se convirtió en alarma: la gente enferma de gripa. Como si fuera un descubrimiento. Y de este modo el espectador alcanzó, durante la crisis de la gripa porcina, grados de perplejidad y de espanto ante una verdad que ya conocía.
Ese es uno de los métodos con el que la autoridad, pública o política, puede hacernos sentir desarmados.
Aunque apenas tuvimos tiempo de reponernos. Porque inmediatamente después el país se sacudió de nuevo. Si bien, en esta ocasión, sucumbimos ante un método opuesto de desconcierto.
Y nos sucedió, exactamente, lo contrario a lo que ocurre cuando repetimos una verdad hasta que pierde el sentido. Porque en estos últimos días la verdad está siendo (re)silenciada. No repetida hasta causar perplejidad. Sino callada. Y esto, a pesar de que no pueda sorprendernos tanto y de que esta nueva verdad a la que nos enfrentamos no sea un descubrimiento sino una constatación.
De nuevo, me explico:
La justicia a veces estorba para ejercer el poder, ha dicho recientemente el ex presidente Miguel De la Madrid. Y ha dicho también que la impunidad es condición necesaria para que la maquinaria siga funcionando en México.
Lo sabíamos.
Pero hay más: en la entrevista que le concedió hace unos días a Carmen Aristegui, el ex presidente dijo además sentirse decepcionado de haber apoyado a Carlos Salinas de Gortari como su sucesor. Y aseguró que Raúl Salinas tenía vínculos con el narcotráfico y que Carlos Salinas se robó la mitad de la partida secreta del presupuesto presidencial.
Y aunque esto también lo sospechábamos, Miguel De la Madrid se retractó. Diciendo que sus respuestas carecían de validez y exactitud porque en la actualidad se encontraba convalesciendo de un estado de salud que no le permite procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos.
Y esto es triste por varias razones:
En primer lugar porque todo parece indicar que las declaraciones de un ex presidente ante una de las periodistas más valiosas de México quedarán en nada. Anuladas con impunidad. Es decir: sucede esto y no sucede nada.
En segundo lugar, porque deberíamos indignarnos al constatar que hay quien se calla cosas que tal vez tenga la responsabilidad moral de decir(nos).
Y, finalmente, resulta triste la carta con la que el ex presidente Carlos Salinas quiere expresarle a Carmen Aristegui, dice, su dolor y su indignación. Dolor, explica, porque confirmó la desfavorable situación de salud y la limitación de las capacidades del ex presidente Miguel De la Madrid.
Indignación por la falta de respeto con él y con la audiencia que demostró tener Carmen Aristegui por haber mostrado así a quien tuvo bajo su responsabilidad la conducción de la República en tiempos complejos. Pero, con todo, lo más preocupante no es sólo esta descalificación a la que nos vemos sometidos como sociedad pensante. Sino nuestra tendencia a la indignación y la resignación ante la certeza de que en México las cosas funcionan así y no hay nada que hacer.
Para gobernar México es necesario mucho cinismo, dijo Miguel De la Madrid en el transcurso de la famosa entrevista.
Y yo añadiría: quizás, para vivir en México –si bien la responsabilidad es otra–, lamentablemente, también.
Porque el conocimiento histórico de primera mano del ex presidente Miguel De la Madrid, el silencio que ha mantenido hasta ahora, el silencio al que ha regresado tras retractarse de sus afirmaciones y la indignación de la que Carlos Salinas hizo partícipe a Carmen Aristegui con su carta, convierten, de nuevo y más que nunca, nuestra capacidad de reacción en algo absolutamente imprescindible e incuestionable.
No sólo para escuchar, asumir y actuar ante afirmaciones como las de Miguel De La Madrid o las de Carlos Salinas. Y tampoco nada más para combatir la inercia hacia la resignación. Sino, sobre todo, para despejar verdades, dejar de relativizarlas y preguntarnos, con sinceridad, si a pesar de todo, y de todos, hay algo que nosotros podamos o queramos hacer. Algo que estemos listos para aprender a hacer de otro modo.
kikka-roja.blogspot.com/
Me explico:
En días anteriores vimos cómo la prensa se dedicó a repetir con insistencia algo que ya era cierto hasta que se convirtió en alarma: la gente enferma de gripa. Como si fuera un descubrimiento. Y de este modo el espectador alcanzó, durante la crisis de la gripa porcina, grados de perplejidad y de espanto ante una verdad que ya conocía.
Ese es uno de los métodos con el que la autoridad, pública o política, puede hacernos sentir desarmados.
Aunque apenas tuvimos tiempo de reponernos. Porque inmediatamente después el país se sacudió de nuevo. Si bien, en esta ocasión, sucumbimos ante un método opuesto de desconcierto.
Y nos sucedió, exactamente, lo contrario a lo que ocurre cuando repetimos una verdad hasta que pierde el sentido. Porque en estos últimos días la verdad está siendo (re)silenciada. No repetida hasta causar perplejidad. Sino callada. Y esto, a pesar de que no pueda sorprendernos tanto y de que esta nueva verdad a la que nos enfrentamos no sea un descubrimiento sino una constatación.
De nuevo, me explico:
La justicia a veces estorba para ejercer el poder, ha dicho recientemente el ex presidente Miguel De la Madrid. Y ha dicho también que la impunidad es condición necesaria para que la maquinaria siga funcionando en México.
Lo sabíamos.
Pero hay más: en la entrevista que le concedió hace unos días a Carmen Aristegui, el ex presidente dijo además sentirse decepcionado de haber apoyado a Carlos Salinas de Gortari como su sucesor. Y aseguró que Raúl Salinas tenía vínculos con el narcotráfico y que Carlos Salinas se robó la mitad de la partida secreta del presupuesto presidencial.
Y aunque esto también lo sospechábamos, Miguel De la Madrid se retractó. Diciendo que sus respuestas carecían de validez y exactitud porque en la actualidad se encontraba convalesciendo de un estado de salud que no le permite procesar adecuadamente diálogos o cuestionamientos.
Y esto es triste por varias razones:
En primer lugar porque todo parece indicar que las declaraciones de un ex presidente ante una de las periodistas más valiosas de México quedarán en nada. Anuladas con impunidad. Es decir: sucede esto y no sucede nada.
En segundo lugar, porque deberíamos indignarnos al constatar que hay quien se calla cosas que tal vez tenga la responsabilidad moral de decir(nos).
Y, finalmente, resulta triste la carta con la que el ex presidente Carlos Salinas quiere expresarle a Carmen Aristegui, dice, su dolor y su indignación. Dolor, explica, porque confirmó la desfavorable situación de salud y la limitación de las capacidades del ex presidente Miguel De la Madrid.
Indignación por la falta de respeto con él y con la audiencia que demostró tener Carmen Aristegui por haber mostrado así a quien tuvo bajo su responsabilidad la conducción de la República en tiempos complejos. Pero, con todo, lo más preocupante no es sólo esta descalificación a la que nos vemos sometidos como sociedad pensante. Sino nuestra tendencia a la indignación y la resignación ante la certeza de que en México las cosas funcionan así y no hay nada que hacer.
Para gobernar México es necesario mucho cinismo, dijo Miguel De la Madrid en el transcurso de la famosa entrevista.
Y yo añadiría: quizás, para vivir en México –si bien la responsabilidad es otra–, lamentablemente, también.
Porque el conocimiento histórico de primera mano del ex presidente Miguel De la Madrid, el silencio que ha mantenido hasta ahora, el silencio al que ha regresado tras retractarse de sus afirmaciones y la indignación de la que Carlos Salinas hizo partícipe a Carmen Aristegui con su carta, convierten, de nuevo y más que nunca, nuestra capacidad de reacción en algo absolutamente imprescindible e incuestionable.
No sólo para escuchar, asumir y actuar ante afirmaciones como las de Miguel De La Madrid o las de Carlos Salinas. Y tampoco nada más para combatir la inercia hacia la resignación. Sino, sobre todo, para despejar verdades, dejar de relativizarlas y preguntarnos, con sinceridad, si a pesar de todo, y de todos, hay algo que nosotros podamos o queramos hacer. Algo que estemos listos para aprender a hacer de otro modo.
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