Sergio Aguayo Quezada
10 Jun. 09
Con el arrojo de los mosqueteros, las fuerzas vivas se lanzaron, todas a una, contra el movimiento proanulación del voto. Van algunas reflexiones sobre un consenso tan portentoso.
Por falta de espacio, no comento las pertinentes reflexiones, a favor y en contra, de diversos colegas. Me concentro en los protagonistas de la política que coincidieron en zarandear a quienes apoyamos la anulación del voto: el PAN, el PRD, Convergencia, el PT, los verdes, los socialdemócratas, los obispos y cardenales, Andrés Manuel López Obrador y hasta Marta Sahagún nos han calificado de "antidemocráticos", "simplistas", "dinamiteros", "irresponsables", "demagogos", "perversos", "instrumentos de la derecha" y, en suma, de empujar a nuestra democracia hacia un "suicidio político". Hubo, por supuesto, voces mesuradas como la de la priista Beatriz Pagés, quien reconoció que "la ciudadanía es rehén y víctima de la partidocracia".
Me sorprendió, confieso, lo primario de una réplica que ignoró gradaciones y negó toda legitimidad a una protesta tan espontánea y disímbola en sus orígenes y propósitos. Sin negar la posibilidad de que exista una franja con fines aviesos, hasta donde mi comprensión alcanza, sostengo que se trata de una movilización pacífica nacida de agravios reales, y apegada a la legalidad y a la legitimidad democrática.
Tomo, a manera de ejemplo, la propuesta que estoy respaldando. Por no gustarme las candidaturas, escribiré en la boleta el nombre de Esperanza (una candidata ficticia). El artículo 252 de la ley electoral permite poner a un candidato no registrado (y existen varias posibilidades) y eso posibilitará contabilizar los votos de protesta.
La mayoría de quienes protestaremos de ésta u otra manera no queremos incinerar en plaza pública a los partidos y a la clase política; es una forma de exigirles eficiencia, austeridad y honestidad, una mejor oferta de candidatos y mayor preocupación por el interés general en sus propuestas y en la forma en que ejercen sus cargos. Son, de hecho, las peticiones más elementales que les asigna la teoría política, las leyes y el sentido común.
Por ello resulta tan lamentable su reacción inicial. O nos descalifican, o nos piden paciencia y otro cheque al portador. Santiago Creel propone a las "organizaciones o líderes de opinión que están promoviendo la idea del voto en blanco, que expresen en qué no están de acuerdo con el sistema político, que planteen una agenda de compromisos y que todos los partidos y candidatos la suscriban y la lleven a cabo en los próximos años". Se oye bien, pero es un guión repetido hasta la saciedad.
En 1908, Porfirio Díaz declaró a James Creelman que el pueblo de México ya estaba listo para la democracia y que él respetaría el veredicto. Cuando Francisco I. Madero le tomó la palabra e incendió México con su prédica cívica, Díaz y sus aliados entraron en un arrebato de arrepentimiento. Y se cometió un fraude monumental y tuvimos una Revolución y llevamos un siglo esperando elecciones confiables, Estado de derecho y una reducción de la impunidad, la corrupción y las desigualdades. ¿Cuánto más quieren que esperemos?
Oportunidades han tenido. Estaría la Mesa de Estudios sobre la Reforma del Estado inaugurada por Vicente Fox en agosto del 2000, cuando el país hervía de entusiasmo. En unas cuantas semanas quedó listo el compendio de las esperanzas centenarias. ¡Cuánto civismo, entusiasmo y generosidad! Y cuán cruel fue el desencanto vivido cuando Vicente Fox y Santiago Creel, entre otros, pactaron con los poderes fácticos del viejo régimen, y cancelaron las reformas pidiéndonos, eso sí, más paciencia y más confianza.
Todos hemos colaborado, por acción u omisión, a esa corrupción sistémica de la cual maman los partidos y los poderosos. Los resultados están a la vista y uno desearía que las grandes formaciones políticas, y algunos de sus líderes, reconocieran que México sigue siendo un invernadero de inequidades e impunidades en espera de ser extirpadas. Por ahora, su respuesta es la de una enhiesta defensa del orden establecido y de sus privilegios, y la indiferencia o la descalificación a quienes los criticamos o les pedimos que cambien.
Bien por los foros organizados por el Instituto Federal Electoral para discutir el voto nulo. Ojalá que en ellos se aborden las preguntas relevantes de las cuales nace la inconformidad: ¿por qué está fallando la mayoría de las instituciones democráticas? ¿Por qué sigue teniendo tanta fuerza la cultura de la corrupción y el fraude? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer, gobierno y sociedad, para que la democracia funcione?
Vistas así las cosas, me pregunto ¿quiénes empujan a la democracia al "suicidio"?: quienes protestamos por el estado de la democracia o quienes usan su poder para torpedear sus reglas más elementales.
Alberto Serdán Rosales sistematizó la información aparecida en la prensa capitalina. José Antonio Crespo hizo algunas precisiones fundamentales.
Por falta de espacio, no comento las pertinentes reflexiones, a favor y en contra, de diversos colegas. Me concentro en los protagonistas de la política que coincidieron en zarandear a quienes apoyamos la anulación del voto: el PAN, el PRD, Convergencia, el PT, los verdes, los socialdemócratas, los obispos y cardenales, Andrés Manuel López Obrador y hasta Marta Sahagún nos han calificado de "antidemocráticos", "simplistas", "dinamiteros", "irresponsables", "demagogos", "perversos", "instrumentos de la derecha" y, en suma, de empujar a nuestra democracia hacia un "suicidio político". Hubo, por supuesto, voces mesuradas como la de la priista Beatriz Pagés, quien reconoció que "la ciudadanía es rehén y víctima de la partidocracia".
Me sorprendió, confieso, lo primario de una réplica que ignoró gradaciones y negó toda legitimidad a una protesta tan espontánea y disímbola en sus orígenes y propósitos. Sin negar la posibilidad de que exista una franja con fines aviesos, hasta donde mi comprensión alcanza, sostengo que se trata de una movilización pacífica nacida de agravios reales, y apegada a la legalidad y a la legitimidad democrática.
Tomo, a manera de ejemplo, la propuesta que estoy respaldando. Por no gustarme las candidaturas, escribiré en la boleta el nombre de Esperanza (una candidata ficticia). El artículo 252 de la ley electoral permite poner a un candidato no registrado (y existen varias posibilidades) y eso posibilitará contabilizar los votos de protesta.
La mayoría de quienes protestaremos de ésta u otra manera no queremos incinerar en plaza pública a los partidos y a la clase política; es una forma de exigirles eficiencia, austeridad y honestidad, una mejor oferta de candidatos y mayor preocupación por el interés general en sus propuestas y en la forma en que ejercen sus cargos. Son, de hecho, las peticiones más elementales que les asigna la teoría política, las leyes y el sentido común.
Por ello resulta tan lamentable su reacción inicial. O nos descalifican, o nos piden paciencia y otro cheque al portador. Santiago Creel propone a las "organizaciones o líderes de opinión que están promoviendo la idea del voto en blanco, que expresen en qué no están de acuerdo con el sistema político, que planteen una agenda de compromisos y que todos los partidos y candidatos la suscriban y la lleven a cabo en los próximos años". Se oye bien, pero es un guión repetido hasta la saciedad.
En 1908, Porfirio Díaz declaró a James Creelman que el pueblo de México ya estaba listo para la democracia y que él respetaría el veredicto. Cuando Francisco I. Madero le tomó la palabra e incendió México con su prédica cívica, Díaz y sus aliados entraron en un arrebato de arrepentimiento. Y se cometió un fraude monumental y tuvimos una Revolución y llevamos un siglo esperando elecciones confiables, Estado de derecho y una reducción de la impunidad, la corrupción y las desigualdades. ¿Cuánto más quieren que esperemos?
Oportunidades han tenido. Estaría la Mesa de Estudios sobre la Reforma del Estado inaugurada por Vicente Fox en agosto del 2000, cuando el país hervía de entusiasmo. En unas cuantas semanas quedó listo el compendio de las esperanzas centenarias. ¡Cuánto civismo, entusiasmo y generosidad! Y cuán cruel fue el desencanto vivido cuando Vicente Fox y Santiago Creel, entre otros, pactaron con los poderes fácticos del viejo régimen, y cancelaron las reformas pidiéndonos, eso sí, más paciencia y más confianza.
Todos hemos colaborado, por acción u omisión, a esa corrupción sistémica de la cual maman los partidos y los poderosos. Los resultados están a la vista y uno desearía que las grandes formaciones políticas, y algunos de sus líderes, reconocieran que México sigue siendo un invernadero de inequidades e impunidades en espera de ser extirpadas. Por ahora, su respuesta es la de una enhiesta defensa del orden establecido y de sus privilegios, y la indiferencia o la descalificación a quienes los criticamos o les pedimos que cambien.
Bien por los foros organizados por el Instituto Federal Electoral para discutir el voto nulo. Ojalá que en ellos se aborden las preguntas relevantes de las cuales nace la inconformidad: ¿por qué está fallando la mayoría de las instituciones democráticas? ¿Por qué sigue teniendo tanta fuerza la cultura de la corrupción y el fraude? Y, sobre todo, ¿qué podemos hacer, gobierno y sociedad, para que la democracia funcione?
Vistas así las cosas, me pregunto ¿quiénes empujan a la democracia al "suicidio"?: quienes protestamos por el estado de la democracia o quienes usan su poder para torpedear sus reglas más elementales.
Alberto Serdán Rosales sistematizó la información aparecida en la prensa capitalina. José Antonio Crespo hizo algunas precisiones fundamentales.
Correo electrónico: saguayo@colmex.mx
kikka-roja.blogspot.com/
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