Horizonte político
José A. Crespo
Para abatir la abstención
Ésta y el voto nulo son dos fenómenos emparentados, pero con grandes diferencias teóricas, simbólicas y políticas.
Prácticamente todos los encuestadores coinciden en que el nivel de abstención electoral será elevado. La pregunta clave es si será superior al registrado en 2003. Los cálculos apuntan hacia allá, pero no se sabe qué tanto (pues es más difícil detectar con precisión la abstención que la intención de voto por los partidos). Sin embargo, también algunas encuestas han incluido preguntas para proyectar cuánto voto deliberadamente nulo podría haber. La abstención y el voto nulo son dos fenómenos emparentados, mas con grandes diferencias teóricas, simbólicas y políticas. La primera denota esencialmente apatía, desmovilización, desconfianza —no del todo injustificada— hacia las instituciones electorales o bien un rechazo consciente y franco a todo el sistema político. El voto deliberadamente nulo (para diferenciarlo del que se anula por error) refleja en cambio una protesta abierta, un voto de rechazo al sistema de partidos y de castigo a todos ellos, pero no necesariamente al sistema político en su conjunto. Hay, pues, tres grandes segmentos del electorado (cuyos porcentajes aún desconocemos) en torno a qué hacer frente a los comicios: votar por algún partido, así sea el “menos malo” (como hará, según el diario Reforma, 70% de los votantes), anular el voto o simplemente abstenerse. Se ha dado un debate cada vez más amplio, en el que adeptos de cada una de esas opciones tratan de convencer de su respectiva estrategia. Cada segmento partiendo de diferentes premisas que, por eso mismo, los llevan a conclusiones distintas. Es posible que algunos ciudadanos cambien de parecer de aquí al 5 de julio. Y eso explica el nutrido bombardeo del IFE para llamar a votar a los ciudadanos, probablemente con poca eficacia (en parte por lo poco convincente de los argumentos usados y por la mala calidad de los promocionales).
Mi posición ha sido, en primer lugar, que cada opción es válida a partir de la libertad de sufragio, incluida la abstención. Y que quienes consideren que el sistema de partidos funciona suficientemente bien, racionalmente deben sufragar por el partido de su preferencia. Pero también que, a quienes consideren el sistema de partidos como esencialmente ineficaz en sus funciones de representación, no les conviene extenderle un renovado aval, un nuevo voto de confianza, sino hasta cuando se hagan reformas que incorporen a los ciudadanos en mayor medida, proporcionando más instrumentos para llamar a cuentas eficazmente a nuestros representantes y gobernantes. Considero el voto nulo como la mejor forma de protestar contra el sistema de partidos y presionar a éstos a aceptar aquellas reformas, además de ser una expresión institucional y perfectamente legítima en varias democracias, avanzadas y no tanto.
Pero una pregunta clave para quienes están en el segmento participacionista (incluidos los partidos y el IFE) es: ¿consideran igual de dañina la abstención que el voto nulo? ¿Piensan que ambas expresiones son igualmente perjudiciales desde una perspectiva institucional y democrática o consideran a alguna de ellas como “menos mala”? Por diversas conversaciones, tengo la impresión de que los participacionistas ven con menos rechazo el voto nulo que la franca abstención (y que eso explique precisamente que en muchas democracias exista el “voto en blanco” en la boleta, como opción institucional y legítima). También he podido detectar que varios ciudadanos que consideran seriamente abstenerse, al oír sobre la posibilidad de anular el voto, cambian su posición a favor de esa forma de protesta. Hablo de personas de diferentes niveles socio-económicos, edades y escolaridad. De lo que se puede inferir que, si algunos de los ciudadanos que piensan abstenerse y a quienes ni los promocionales de los partidos ni los del IFE convencerán de votar, son debidamente informados sobre la opción de voto nulo y lo que implica políticamente, podrían cambiar de estrategia (en vez de abstenerse, anular su voto). He atestiguado varios casos. La promoción del voto nulo como mejor opción que el abstencionismo tiene grandes límites, pues no cuenta ni de lejos con los canales de difusión ni con el respaldo institucional del que goza la postura participacionista. Se mueve en páginas y redes de internet o se expresa en algunos medios, sobre todo escritos.
Y es ahí donde el IFE podría cumplir un papel esencial para estimular la concurrencia a las urnas, ayudando a transformar la abstención a secas en un voto nulo. No pretendo desde luego que el Instituto promueva activamente esa opción, pero sí podría ser que informara a la ciudadanía sobre las posibilidades legales de ello, como parte de su responsabilidad de promover el voto y dar información político-electoral (Art. 105 del Cofipe). Podría hacerlo por los días que restan para la elección. No el voto nulo como tal, pero sí una opción legal (contemplada por el artículo 252-2 del Código Electoral), de anotar a un candidato sin registro (para lo cual hay un espacio concreto en la boleta y en el acta electoral), como lo son por ahora Elisa de Anda o Marco Rascón. Eso, aclarando que dicho voto no tiene efectos jurídicos (de acuerdo con resoluciones del TEPJF), para no generar falsas expectativas. La candidatura no registrada, precisamente por su carácter legal, se contabiliza de manera diferenciada de los votos nulos (sean deliberados o por error). Estoy convencido de que, de esa manera, muchos abstencionistas potenciales podrían preferir concurrir a la urna —y expresar ahí su inconformidad con los partidos— en lugar de quedarse en casa. Claro, una propuesta tan extravagante y seguramente, para muchos, subversiva— podría prosperar sólo si al IFE le interesara seriamente reducir el abstencionismo, si optara por promover la participación informando a la ciudadanía de todas las opciones de sufragio que contempla la ley electoral, incluida la de votar por un candidato sin registro.
Mi posición ha sido, en primer lugar, que cada opción es válida a partir de la libertad de sufragio, incluida la abstención. Y que quienes consideren que el sistema de partidos funciona suficientemente bien, racionalmente deben sufragar por el partido de su preferencia. Pero también que, a quienes consideren el sistema de partidos como esencialmente ineficaz en sus funciones de representación, no les conviene extenderle un renovado aval, un nuevo voto de confianza, sino hasta cuando se hagan reformas que incorporen a los ciudadanos en mayor medida, proporcionando más instrumentos para llamar a cuentas eficazmente a nuestros representantes y gobernantes. Considero el voto nulo como la mejor forma de protestar contra el sistema de partidos y presionar a éstos a aceptar aquellas reformas, además de ser una expresión institucional y perfectamente legítima en varias democracias, avanzadas y no tanto.
Pero una pregunta clave para quienes están en el segmento participacionista (incluidos los partidos y el IFE) es: ¿consideran igual de dañina la abstención que el voto nulo? ¿Piensan que ambas expresiones son igualmente perjudiciales desde una perspectiva institucional y democrática o consideran a alguna de ellas como “menos mala”? Por diversas conversaciones, tengo la impresión de que los participacionistas ven con menos rechazo el voto nulo que la franca abstención (y que eso explique precisamente que en muchas democracias exista el “voto en blanco” en la boleta, como opción institucional y legítima). También he podido detectar que varios ciudadanos que consideran seriamente abstenerse, al oír sobre la posibilidad de anular el voto, cambian su posición a favor de esa forma de protesta. Hablo de personas de diferentes niveles socio-económicos, edades y escolaridad. De lo que se puede inferir que, si algunos de los ciudadanos que piensan abstenerse y a quienes ni los promocionales de los partidos ni los del IFE convencerán de votar, son debidamente informados sobre la opción de voto nulo y lo que implica políticamente, podrían cambiar de estrategia (en vez de abstenerse, anular su voto). He atestiguado varios casos. La promoción del voto nulo como mejor opción que el abstencionismo tiene grandes límites, pues no cuenta ni de lejos con los canales de difusión ni con el respaldo institucional del que goza la postura participacionista. Se mueve en páginas y redes de internet o se expresa en algunos medios, sobre todo escritos.
Y es ahí donde el IFE podría cumplir un papel esencial para estimular la concurrencia a las urnas, ayudando a transformar la abstención a secas en un voto nulo. No pretendo desde luego que el Instituto promueva activamente esa opción, pero sí podría ser que informara a la ciudadanía sobre las posibilidades legales de ello, como parte de su responsabilidad de promover el voto y dar información político-electoral (Art. 105 del Cofipe). Podría hacerlo por los días que restan para la elección. No el voto nulo como tal, pero sí una opción legal (contemplada por el artículo 252-2 del Código Electoral), de anotar a un candidato sin registro (para lo cual hay un espacio concreto en la boleta y en el acta electoral), como lo son por ahora Elisa de Anda o Marco Rascón. Eso, aclarando que dicho voto no tiene efectos jurídicos (de acuerdo con resoluciones del TEPJF), para no generar falsas expectativas. La candidatura no registrada, precisamente por su carácter legal, se contabiliza de manera diferenciada de los votos nulos (sean deliberados o por error). Estoy convencido de que, de esa manera, muchos abstencionistas potenciales podrían preferir concurrir a la urna —y expresar ahí su inconformidad con los partidos— en lugar de quedarse en casa. Claro, una propuesta tan extravagante y seguramente, para muchos, subversiva— podría prosperar sólo si al IFE le interesara seriamente reducir el abstencionismo, si optara por promover la participación informando a la ciudadanía de todas las opciones de sufragio que contempla la ley electoral, incluida la de votar por un candidato sin registro.
Es posible que algunos ciudadanos cambien de parecer de aquí al 5 de julio.
kikka-roja.blogspot.com/
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