Juan Villoro
31 Jul. 09
Al triunfo de México sobre Estados Unidos sólo le faltó una cosa para ser perfecto: que la derrota le doliera a nuestros vecinos. Los cinco goles de la selección no entristecieron al ciudadano común. La victoria sólo será ideal cuando las calles norteamericanas se vacíen por la tristeza y ningún vendedor se anime a empujar un carrito de hot-dogs.
La situación me hace pensar los seis meses en los que le hice la "ley del hielo" a un pariente sin que él se diera por enterado. El arma más terrible de que dispone un enemigo es la indiferencia.
En México, Brasil o Colombia, un triunfo futbolístico puede desembocar en un festejo con varios muertos, es decir, en una tragedia donde se baila. ¿Cómo es posible que los norteamericanos no reaccionen?
Estamos ante una clara asimetría sentimental. El público se vuelca a favor del Tri. México siempre juega de local porque en Chicago, Los Ángeles y Nueva York los estadios se llenan de chicanos. Desde el punto de vista de la pasión, sólo hay un protagonista.
Pertenecemos a un país donde la memoria reciente se desvanece y nadie reconoce su firma en un documento comprometedor, pero donde ningún agravio tiene fecha de caducidad. Estados Unidos se quedó con la mitad de nuestro territorio y tuvo el pésimo gusto de devolvernos El Chamizal (sólo hay algo peor al despojo: que luego te den propina).
Los motivos para derrotar a la nación más poderosa y cercana de la Tierra son tantos que nos ponen muy nerviosos. William Faulkner escribió la historia de un médico que opera a su mujer. Está tan obsesionado por salvarla que la mata. El exceso de interés en lograr algo puede ser nefasto. El ansia de ganarle a Estados Unidos es tan grande que cuesta trabajo administrarla y acababa convirtiéndose en un cabezazo de Rafa Márquez a Cobi Jones.
En Pulp Fiction, Quentin Tarantino resume el papel que los mexicanos desempeñan en Estados Unidos. Unos asaltantes entran a una cafetería y gritan: "¡Saquen a los mexicanos de la cocina!". No saben cuánta gente hay ahí dentro, pero sólo pueden ser mexicanos.
¿Cómo enfrentar en un plano simbólico una vecindad de agravios? Estados Unidos lo hizo a través de una instalación involuntaria, el muro que recorre el sur de su frontera. No se trata de un mecanismo para detener a los migrantes, sino de una advertencia de que pueden ser detenidos. Nuestra venganza simbólica es golearlos, pero ellos ni se enteran.
¿Por qué a Estados Unidos no le apasiona el futbol? Tal vez porque carece de pausas para ir por botanas, ver el show paralelo de las porristas, contemplar jugadas en video y comprar souvenirs. El futbol sólo tiene un descanso, que resulta bastante incómodo, porque todo el estadio quiere ir al baño.
Una razón más profunda para que el futbol sea visto con desconfianza es que puede terminar en empate a cero. En su libro Entre los vándalos, el periodista Bill Buford analiza el fenómeno de los hooligans y llega a la conclusión de que la primera trifulca derivó de un empate a cero porque el público deseaba resolver por su cuenta lo que no se resolvió en la cancha. Como buen norteamericano, Buford atribuye la tensión a la falta de un ganador del partido. En una lógica triunfalista es decisivo que alguien resulte vencedor, así sea el rival. Para Buford, un 0-0 equivale a un enigma del budismo zen, a un "no resultado".
Un partido de beisbol puede llegar empatado a la última entrada, pero para eso están los extra-innings.
Estados Unidos vive para la success story, desde su Constitución, que garantiza el derecho a buscar la felicidad, hasta las películas de Hollywood. ¿Qué noción de éxito despierta un empate a cero?
El aficionado al balompié acepta que no haya goles o que lleguen con avaricia. Este estoicismo se ve reforzado por otro que difícilmente encaja con la moral de nuestros vecinos: el futbol tiene un sistema judicial muy deficiente. Es el deporte donde el árbitro se equivoca más. La realidad puede ser refutada por la ficción del silbante. ¿Es posible que el destino de la tribu se delegue en algo tan azaroso? El aficionado de raza, es decir, el filósofo estoico, responde: "¡Es necesario!".
Idéntico a la vida, el futbol brinda recompensas y calvarios que no siempre son justos. El árbitro es el enviado del destino. Tiene un segundo para decidir si la borrosa jugada que ocurrió a 20 metros fue penalti o no. Silba como Dios le dio a entender, con la arbitrariedad con que nos toca un billete premiado de lotería o un cálculo en el riñón.
Max Weber estudió la influencia del protestantismo ascético en el surgimiento del capitalismo. Ahí están las razones para entender por qué un juego tan imprevisible como el futbol no triunfa en el ánimo norteamericano.
Pero quizá haya una última razón por la que Estados Unidos da la espalda al frenesí futbolístico: no quiere sufrir nuestra superioridad.
"Te gano y ni te enteras", así se podría llamar el bolero de lo que sucede cuando el gozo de México no se ve recompensado por el dolor de Estados Unidos.
kikka-roja.blogspot.com/
La situación me hace pensar los seis meses en los que le hice la "ley del hielo" a un pariente sin que él se diera por enterado. El arma más terrible de que dispone un enemigo es la indiferencia.
En México, Brasil o Colombia, un triunfo futbolístico puede desembocar en un festejo con varios muertos, es decir, en una tragedia donde se baila. ¿Cómo es posible que los norteamericanos no reaccionen?
Estamos ante una clara asimetría sentimental. El público se vuelca a favor del Tri. México siempre juega de local porque en Chicago, Los Ángeles y Nueva York los estadios se llenan de chicanos. Desde el punto de vista de la pasión, sólo hay un protagonista.
Pertenecemos a un país donde la memoria reciente se desvanece y nadie reconoce su firma en un documento comprometedor, pero donde ningún agravio tiene fecha de caducidad. Estados Unidos se quedó con la mitad de nuestro territorio y tuvo el pésimo gusto de devolvernos El Chamizal (sólo hay algo peor al despojo: que luego te den propina).
Los motivos para derrotar a la nación más poderosa y cercana de la Tierra son tantos que nos ponen muy nerviosos. William Faulkner escribió la historia de un médico que opera a su mujer. Está tan obsesionado por salvarla que la mata. El exceso de interés en lograr algo puede ser nefasto. El ansia de ganarle a Estados Unidos es tan grande que cuesta trabajo administrarla y acababa convirtiéndose en un cabezazo de Rafa Márquez a Cobi Jones.
En Pulp Fiction, Quentin Tarantino resume el papel que los mexicanos desempeñan en Estados Unidos. Unos asaltantes entran a una cafetería y gritan: "¡Saquen a los mexicanos de la cocina!". No saben cuánta gente hay ahí dentro, pero sólo pueden ser mexicanos.
¿Cómo enfrentar en un plano simbólico una vecindad de agravios? Estados Unidos lo hizo a través de una instalación involuntaria, el muro que recorre el sur de su frontera. No se trata de un mecanismo para detener a los migrantes, sino de una advertencia de que pueden ser detenidos. Nuestra venganza simbólica es golearlos, pero ellos ni se enteran.
¿Por qué a Estados Unidos no le apasiona el futbol? Tal vez porque carece de pausas para ir por botanas, ver el show paralelo de las porristas, contemplar jugadas en video y comprar souvenirs. El futbol sólo tiene un descanso, que resulta bastante incómodo, porque todo el estadio quiere ir al baño.
Una razón más profunda para que el futbol sea visto con desconfianza es que puede terminar en empate a cero. En su libro Entre los vándalos, el periodista Bill Buford analiza el fenómeno de los hooligans y llega a la conclusión de que la primera trifulca derivó de un empate a cero porque el público deseaba resolver por su cuenta lo que no se resolvió en la cancha. Como buen norteamericano, Buford atribuye la tensión a la falta de un ganador del partido. En una lógica triunfalista es decisivo que alguien resulte vencedor, así sea el rival. Para Buford, un 0-0 equivale a un enigma del budismo zen, a un "no resultado".
Un partido de beisbol puede llegar empatado a la última entrada, pero para eso están los extra-innings.
Estados Unidos vive para la success story, desde su Constitución, que garantiza el derecho a buscar la felicidad, hasta las películas de Hollywood. ¿Qué noción de éxito despierta un empate a cero?
El aficionado al balompié acepta que no haya goles o que lleguen con avaricia. Este estoicismo se ve reforzado por otro que difícilmente encaja con la moral de nuestros vecinos: el futbol tiene un sistema judicial muy deficiente. Es el deporte donde el árbitro se equivoca más. La realidad puede ser refutada por la ficción del silbante. ¿Es posible que el destino de la tribu se delegue en algo tan azaroso? El aficionado de raza, es decir, el filósofo estoico, responde: "¡Es necesario!".
Idéntico a la vida, el futbol brinda recompensas y calvarios que no siempre son justos. El árbitro es el enviado del destino. Tiene un segundo para decidir si la borrosa jugada que ocurrió a 20 metros fue penalti o no. Silba como Dios le dio a entender, con la arbitrariedad con que nos toca un billete premiado de lotería o un cálculo en el riñón.
Max Weber estudió la influencia del protestantismo ascético en el surgimiento del capitalismo. Ahí están las razones para entender por qué un juego tan imprevisible como el futbol no triunfa en el ánimo norteamericano.
Pero quizá haya una última razón por la que Estados Unidos da la espalda al frenesí futbolístico: no quiere sufrir nuestra superioridad.
"Te gano y ni te enteras", así se podría llamar el bolero de lo que sucede cuando el gozo de México no se ve recompensado por el dolor de Estados Unidos.
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