Juan Villoro
17 Jul. 09
Como los personajes de Pedro Páramo, el PRI tenía que sucumbir para alcanzar la ambigua supervivencia de los fantasmas, los vampiros y las almas en pena.
Las elecciones del pasado 5 de julio marcan el regreso del partido que durante 71 años detentó la Presidencia sin asomarse al desarrollo. El PRI recuperó la mayoría en la Cámara de Diputados y es favorito para las elecciones presidenciales de 2012. En su campaña a la Presidencia, Vicente Fox pateó un ataúd con el escudo del PRI. Ahora el muerto está en forma.
Ajeno a la rendición de cuentas, el antiguo Partido Oficial no necesitó de autocrítica ni de ideas para reanimarse. Se mueve como zombi indestructible, y eso le basta a los votantes. Franken-PRI avanza, sin otro proyecto que sus pisotones.
En el emblemático año 2000, la caída del PRI desató ilusiones esotéricas: todo mejoraría de inmediato. Ante un proceso electoral asombrosamente confiable, pensamos que la voluntad popular sería magnífica.
Algunos años antes, un grupo de periodistas tratamos de prefigurar desde las páginas de La Jornada Semanal cómo sería la transición a la democracia. En un diálogo con Ciro Gómez Leyva, Héctor Aguilar Camín lanzó una bengala de advertencia: "Que haya democracia y que gane el peor". La frase no era una crítica al proceso electoral ni una ironía sobre la falta de espíritu olímpico en los comicios; expresaba una posibilidad concreta que casi nadie tenía en mente. Entusiasmados con las virtudes del novedoso mecanismo, descartábamos que la libertad de elegir pudiera empeorar las cosas.
Los gobiernos del PAN le han ahorrado al PRI el desgaste de gobernar un país que se desgaja. Una frase se vuelve letanía: "Estábamos mejor contra el PRI". Las elecciones del 5 de julio reflejan una nostalgia del viejo orden. La impunidad del antiguo régimen se defiende con un cínico refrán: "Ellos sí sabían robar".
El PRI integró la más estable comunidad disfuncional de nuestra historia, la Gran Familia Revolucionaria. Este contradictorio elenco confundió lo público con lo privado y perfeccionó el tráfico de influencias.
A la distancia, el PRI es visto por muchos como el padre impositivo que se ausentaba para atender a sus amantes, pero mantenía la disciplina en el almuerzo y daba monedas discrecionales a los hijos.
Esta dominación patriarcal fue relevada por la inoperancia. Sería simplista decir que la gente extraña los defectos del PRI. Sencillamente, esos defectos le parecen menos graves que otros.
Sin duda alguna, la violencia pesa en los votantes. Las verdaderas jurisdicciones del país no son los estados sino los cárteles. En un territorio donde el mal encarna en la tortura, el secuestro y la decapitación, la pillería de los políticos de antaño se desdibuja y pierde importancia.
En su extraordinario documental Los ladrones viejos, Everardo González logra que el espectador añore a los arriesgados rufianes de los años sesenta que entraban en una mansión sin más arma que una ganzúa. Algo parecido ocurre con las fechorías de los priistas; parecen poca cosa en comparación con los narcos. Así se olvida que el crimen organizado surgió durante los gobiernos del PRI.
Ningún otro partido tiene tanto pasado. Por eso su campaña electoral fue una extraña lucha contra su reputación: "a los que nos insultan les respondemos con propuestas...". Consciente de su mala fama, el PRI convierte las críticas en los elogios al revés que reciben los monstruos de leyenda.
En la tradición vernácula, "nadar de muerto" es una forma de avanzar sin ser visto. El partido tricolor agonizó lo suficiente para avanzar sin sospechas en la patria donde el poeta José Gorostiza concibió su Muerte sin fin.
Como un personaje de leyenda que se ufana de lo mucho que murió, el PRI no pretende cambiar para volver. Es el espectro de lo que ya sucedió, un fantasma que trabaja de embalsamador: el viejo PRI prepara la novedosa momia de sí mismo.
Llegar a la salud a través de la agonía no es fácil. Para ello, el PRI cuenta con la ayuda de los demás partidos. Lastimado por luchas intestinas, el PRD padece de autocombustión, y el PVE ha crecido por motivos que hacen ver sensato al PRI.
La propuesta de pena de muerte a secuestradores capitalizó la indignación del 6.5 por ciento de los votantes. Estamos ante el único partido ecologista cuyo principal objetivo es eliminar vidas. Más allá de este récord, la propuesta de venganza primitiva tiene la ventaja de que no será puesta en práctica. Se trata de un arrebato sin desgaste político que permite puestos en la Cámara y subsidios que dan para varios viajes a Hawai.
Situado entre dos polos candentes (las balas del narco y el llamado al paredón del PVE), el PRI no parece tan dañino.
La alternancia a la democracia funcionó como un juguete chino. Demasiado pronto las piezas se zafaron. No tenemos refacciones ni garantía. El modelo anterior duraba más, de eso no hay duda.
Las elecciones del 2012 deberían celebrarse el 2 de noviembre, Día de Muertos, para subrayar la nueva contribución mexicana a la política: el Partido Póstumo.
kikka-roja.blogspot.com/
Las elecciones del pasado 5 de julio marcan el regreso del partido que durante 71 años detentó la Presidencia sin asomarse al desarrollo. El PRI recuperó la mayoría en la Cámara de Diputados y es favorito para las elecciones presidenciales de 2012. En su campaña a la Presidencia, Vicente Fox pateó un ataúd con el escudo del PRI. Ahora el muerto está en forma.
Ajeno a la rendición de cuentas, el antiguo Partido Oficial no necesitó de autocrítica ni de ideas para reanimarse. Se mueve como zombi indestructible, y eso le basta a los votantes. Franken-PRI avanza, sin otro proyecto que sus pisotones.
En el emblemático año 2000, la caída del PRI desató ilusiones esotéricas: todo mejoraría de inmediato. Ante un proceso electoral asombrosamente confiable, pensamos que la voluntad popular sería magnífica.
Algunos años antes, un grupo de periodistas tratamos de prefigurar desde las páginas de La Jornada Semanal cómo sería la transición a la democracia. En un diálogo con Ciro Gómez Leyva, Héctor Aguilar Camín lanzó una bengala de advertencia: "Que haya democracia y que gane el peor". La frase no era una crítica al proceso electoral ni una ironía sobre la falta de espíritu olímpico en los comicios; expresaba una posibilidad concreta que casi nadie tenía en mente. Entusiasmados con las virtudes del novedoso mecanismo, descartábamos que la libertad de elegir pudiera empeorar las cosas.
Los gobiernos del PAN le han ahorrado al PRI el desgaste de gobernar un país que se desgaja. Una frase se vuelve letanía: "Estábamos mejor contra el PRI". Las elecciones del 5 de julio reflejan una nostalgia del viejo orden. La impunidad del antiguo régimen se defiende con un cínico refrán: "Ellos sí sabían robar".
El PRI integró la más estable comunidad disfuncional de nuestra historia, la Gran Familia Revolucionaria. Este contradictorio elenco confundió lo público con lo privado y perfeccionó el tráfico de influencias.
A la distancia, el PRI es visto por muchos como el padre impositivo que se ausentaba para atender a sus amantes, pero mantenía la disciplina en el almuerzo y daba monedas discrecionales a los hijos.
Esta dominación patriarcal fue relevada por la inoperancia. Sería simplista decir que la gente extraña los defectos del PRI. Sencillamente, esos defectos le parecen menos graves que otros.
Sin duda alguna, la violencia pesa en los votantes. Las verdaderas jurisdicciones del país no son los estados sino los cárteles. En un territorio donde el mal encarna en la tortura, el secuestro y la decapitación, la pillería de los políticos de antaño se desdibuja y pierde importancia.
En su extraordinario documental Los ladrones viejos, Everardo González logra que el espectador añore a los arriesgados rufianes de los años sesenta que entraban en una mansión sin más arma que una ganzúa. Algo parecido ocurre con las fechorías de los priistas; parecen poca cosa en comparación con los narcos. Así se olvida que el crimen organizado surgió durante los gobiernos del PRI.
Ningún otro partido tiene tanto pasado. Por eso su campaña electoral fue una extraña lucha contra su reputación: "a los que nos insultan les respondemos con propuestas...". Consciente de su mala fama, el PRI convierte las críticas en los elogios al revés que reciben los monstruos de leyenda.
En la tradición vernácula, "nadar de muerto" es una forma de avanzar sin ser visto. El partido tricolor agonizó lo suficiente para avanzar sin sospechas en la patria donde el poeta José Gorostiza concibió su Muerte sin fin.
Como un personaje de leyenda que se ufana de lo mucho que murió, el PRI no pretende cambiar para volver. Es el espectro de lo que ya sucedió, un fantasma que trabaja de embalsamador: el viejo PRI prepara la novedosa momia de sí mismo.
Llegar a la salud a través de la agonía no es fácil. Para ello, el PRI cuenta con la ayuda de los demás partidos. Lastimado por luchas intestinas, el PRD padece de autocombustión, y el PVE ha crecido por motivos que hacen ver sensato al PRI.
La propuesta de pena de muerte a secuestradores capitalizó la indignación del 6.5 por ciento de los votantes. Estamos ante el único partido ecologista cuyo principal objetivo es eliminar vidas. Más allá de este récord, la propuesta de venganza primitiva tiene la ventaja de que no será puesta en práctica. Se trata de un arrebato sin desgaste político que permite puestos en la Cámara y subsidios que dan para varios viajes a Hawai.
Situado entre dos polos candentes (las balas del narco y el llamado al paredón del PVE), el PRI no parece tan dañino.
La alternancia a la democracia funcionó como un juguete chino. Demasiado pronto las piezas se zafaron. No tenemos refacciones ni garantía. El modelo anterior duraba más, de eso no hay duda.
Las elecciones del 2012 deberían celebrarse el 2 de noviembre, Día de Muertos, para subrayar la nueva contribución mexicana a la política: el Partido Póstumo.
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