Pipí para Sinatra
26 de agosto de 2009
En plena Segunda Guerra Mundial, el último día de 1942, en Nueva York, en el Teatro Paramount, en Times Square, enfrente de 3600 butacas llenas, un flaquillo solista, casi treintañero, tuvo la oportunidad de su vida.
¿Por qué este hombre joven y sano no estaba en las trincheras europeas? No lo habían reclutado porque tenía un tímpano perforado. Además, la revisión médica militar asentaba: “el individuo es inaceptable para el servicio militar desde un punto de vista siquiátrico”. ¿Sabrían los doctores que de adolescente fue expulsado de la preparatoria por mala conducta, sólo 47 días después de haberla comenzado? Hijo único de una pareja de inmigrantes italianos, creció en uno de los barrios más pobres de Hoboken, Nueva Jersey (el escenario real de Nido de ratas de Kazan). Su mamá, demócrata y progresista, practicaba abortos clandestinos en casa y cumplió por lo mismo su temporada en la cárcel.
El Paramount era el teatro de moda. La audiencia tenía un perfil novísimo: la mayoría eran mujeres muy jóvenes, de 16 ó 17 años, o incluso menores. Los hombres luchaban contra el Eje, ellas cubrían los espacios laborales y, al terminar la jornada, salían a divertirse. Ganaban dinero, eran dueñas de su tiempo libre.
El auditorio se rinde ante los encantos de Sinatra. En segundos, las espectadoras gritan enloquecidas. ¿Porqué el desgañite enloquecido? Las jovencérrimas trabajadoras expresan por primera vez su gusto: Sinatra les rompe el corazón. No es el típico héroe forzudo y varonil, sino un flacucho problemático, hijo de inmigrantes italianos (hay que recordar que en esos años éstos todavía eran vistos muy por arriba del hombro).
La reacción toma por sorpresa al empresario y a la (supuesta) estrella de la noche, Benny Goodman, relegado inesperadamente por la audiencia electrizada por Sinatra.
El entusiasmo sube de tono: las jovencitas se orinan de emoción –según los encargados de la limpieza del Teatro Paramount, los pisos quedan bañados de orina, “más pipí había en las butacas y el piso, que en los baños”. Las jóvenes manifiestan su placer, de una manera, por decir lo menos, incorrecta. Lo primero que se aprende para socializar, es no hacerse pipí en los calzones. En el Paramount, brota pipí y a mares, las jóvenes se orinan “sin querer” manifestando así (involuntariamente) que llevan la contra al orden social preestablecido.
Los padres pierden control sobre las hijas de carteras autosuficientes. Las jóvenes de la Segunda Guerra no son Penélopes (bordando mientras esperaban al marido) y si cosen será por hacer cosas útiles para enviar al frente o por ganarse la vida en fábricas o maquiladoras. Tampoco son Lisistratas (en huelga de sexo para forzar a los varones a dejar la guerra), sino Victory Girls; se acuestan con desconocidos uniformados a punto de embarcar hacia el frente, un acto patriótico —enfadando a los defensores de las buenas costumbres y causando un crecimiento de 204% de sífilis entre 1941 a 1944, en mujeres entre 15 y 19 años. Aunque el coito no tenga fines comerciales, de vez en cuando la policía cae sobre las entusiastas practicantes, tomándolas presas por “delincuentes”, “prostitutas”.
(No me voy con la leyenda de que fue la mafia quien le compra el camino al éxito, según algunos difundidos para desprestigiar a Sinatra por izquierdista: el principio de su carrera lo coronó el baño de pipí de esas mujeres libres y con dinero: ellas compraron sus discos, las revistas y las canciones.)
Sinatra fue el ídolo de las “nuevas” jovencitas hasta el término de la Segunda Guerra. Su prestigio se desploma con la firma de la paz; los hombres regresan, dispuestos a recuperar sus empleos, sus costumbres y modos de vida pre-guerra, desplazando a las mujeres de las fuentes de empleo dejándoles una vez vueltas seres de carteras dependientes.
(La paradoja es que, para mi generación, Sinatra era más convencional, cosa de mamás, la cereza de lo “fresa”. Nada de orines fuera de lugar, ni desgañites histéricos, una momia comparado con Janis Joplin.)
kikka-roja.blogspot.com/
¿Por qué este hombre joven y sano no estaba en las trincheras europeas? No lo habían reclutado porque tenía un tímpano perforado. Además, la revisión médica militar asentaba: “el individuo es inaceptable para el servicio militar desde un punto de vista siquiátrico”. ¿Sabrían los doctores que de adolescente fue expulsado de la preparatoria por mala conducta, sólo 47 días después de haberla comenzado? Hijo único de una pareja de inmigrantes italianos, creció en uno de los barrios más pobres de Hoboken, Nueva Jersey (el escenario real de Nido de ratas de Kazan). Su mamá, demócrata y progresista, practicaba abortos clandestinos en casa y cumplió por lo mismo su temporada en la cárcel.
El Paramount era el teatro de moda. La audiencia tenía un perfil novísimo: la mayoría eran mujeres muy jóvenes, de 16 ó 17 años, o incluso menores. Los hombres luchaban contra el Eje, ellas cubrían los espacios laborales y, al terminar la jornada, salían a divertirse. Ganaban dinero, eran dueñas de su tiempo libre.
El auditorio se rinde ante los encantos de Sinatra. En segundos, las espectadoras gritan enloquecidas. ¿Porqué el desgañite enloquecido? Las jovencérrimas trabajadoras expresan por primera vez su gusto: Sinatra les rompe el corazón. No es el típico héroe forzudo y varonil, sino un flacucho problemático, hijo de inmigrantes italianos (hay que recordar que en esos años éstos todavía eran vistos muy por arriba del hombro).
La reacción toma por sorpresa al empresario y a la (supuesta) estrella de la noche, Benny Goodman, relegado inesperadamente por la audiencia electrizada por Sinatra.
El entusiasmo sube de tono: las jovencitas se orinan de emoción –según los encargados de la limpieza del Teatro Paramount, los pisos quedan bañados de orina, “más pipí había en las butacas y el piso, que en los baños”. Las jóvenes manifiestan su placer, de una manera, por decir lo menos, incorrecta. Lo primero que se aprende para socializar, es no hacerse pipí en los calzones. En el Paramount, brota pipí y a mares, las jóvenes se orinan “sin querer” manifestando así (involuntariamente) que llevan la contra al orden social preestablecido.
Los padres pierden control sobre las hijas de carteras autosuficientes. Las jóvenes de la Segunda Guerra no son Penélopes (bordando mientras esperaban al marido) y si cosen será por hacer cosas útiles para enviar al frente o por ganarse la vida en fábricas o maquiladoras. Tampoco son Lisistratas (en huelga de sexo para forzar a los varones a dejar la guerra), sino Victory Girls; se acuestan con desconocidos uniformados a punto de embarcar hacia el frente, un acto patriótico —enfadando a los defensores de las buenas costumbres y causando un crecimiento de 204% de sífilis entre 1941 a 1944, en mujeres entre 15 y 19 años. Aunque el coito no tenga fines comerciales, de vez en cuando la policía cae sobre las entusiastas practicantes, tomándolas presas por “delincuentes”, “prostitutas”.
(No me voy con la leyenda de que fue la mafia quien le compra el camino al éxito, según algunos difundidos para desprestigiar a Sinatra por izquierdista: el principio de su carrera lo coronó el baño de pipí de esas mujeres libres y con dinero: ellas compraron sus discos, las revistas y las canciones.)
Sinatra fue el ídolo de las “nuevas” jovencitas hasta el término de la Segunda Guerra. Su prestigio se desploma con la firma de la paz; los hombres regresan, dispuestos a recuperar sus empleos, sus costumbres y modos de vida pre-guerra, desplazando a las mujeres de las fuentes de empleo dejándoles una vez vueltas seres de carteras dependientes.
(La paradoja es que, para mi generación, Sinatra era más convencional, cosa de mamás, la cereza de lo “fresa”. Nada de orines fuera de lugar, ni desgañites histéricos, una momia comparado con Janis Joplin.)
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