Perros acosados
Roberto Zamarripa
21 Sep. 09
Otra vez enconchados, dudosos, con señales encontradas, brazos caídos y ánimos al suelo, los panistas, los del gobierno federal y los del Legislativo, los militantes y los gobernadores, enfrentan una de las crisis más severas de su septuagenaria historia.
Sí, como perros acosados. La actitud que Carlos Castillo Peraza acuñó en 1993 cuando arribó a la dirigencia nacional panista en medio de cuestionamientos internos y externos por la política de acercamiento con el gobierno salinista. Castillo decía entonces que aquellos ataques perseguían avergonzar a los panistas de su militancia y por ello prometía dirigir un partido bajo la lógica de la apuesta propia. Dejar el síndrome de los perros acosados para pasar a la apuesta por sus propios recursos e historia.
Que ahora Humberto Benítez Treviño espete desde la tribuna de la Cámara de Diputados al secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, el incumplimiento en las políticas de seguridad federales y ningún diputado panista le respingue es la viva imagen de la medrosidad que permea a los panistas. Ya no importa quién lo diga (Benítez, cuya gestión como secretario de Gobierno en el estado de México cobijó un repunte de las ejecuciones, la proliferación de cárteles como La Familia o los Zetas, el liderazgo en la entidad en robo de autos y en feminicidios y la corrupción en los aparatos policiacos) sino el pasmo panista para repelerlo.
Admitido por el propio presidente de la República, van tarde en la defensa de su políticas y propuestas. La circunstancia crítica que agobia al gobierno panista y a sus seguidores tiene que ver con la paulatina pérdida de apoyos y la incapacidad de suturar la honda herida de legitimidad adquirida en el 2006. El gobierno tiene empantanada su relación con los jerarcas de las telecomunicaciones, con los concesionarios que lo retan y se burlan y que a la vez han decidido impulsar los tours mediáticos de los adversarios del panismo (Peña y gobernadores que lo imitan, del lado priista, y Marcelo Ebrard, cada vez más cómodo en el estudio de televisión que en la interlocución ciudadana).
La crisis económica internacional impactó en México en las zonas vulnerables; la pobreza es ahora el problema a resolver por encima de la inseguridad. ¿Ahora dónde está el peligro, en los pobres que urgen recursos, en las influenzas que desestabilizan a todo un sistema de salud, en la sed de la sequía o el ahogo de la inundación, o en las fauces de los criminales adscritos a los cárteles que fueron a receso en elecciones y retornan con bríos de burla para reposicionar sus territorios?
Lo que antes era eje comienza a ser estorbo. La política de seguridad transita entre tensiones de los responsables de aplicarla. Primero, la lucha, ya definida a dos de tres caídas entre Genaro García y Eduardo Medina, donde el referí alzó la mano al leal antes que al efectivo. El ocultamiento desde la PGR de las indagatorias contra el equipo clandestino de espionaje que desde el estado de México operaban burócratas al servicio de Enrique Peña y Alfonso Navarrete enervó a los habitantes de la casa presidencial.
En el peor escenario a Calderón se le vinieron encima los tiempos. Está presionado por adelantar una sucesión presidencial que los opositores simulan tener resuelta. Eso exacerba la duda.
Un Presidente que un día dice avancen y al otro ordena retroceso. Que ante la falta de votos se recarga en las encuestas de popularidad. Que acude a la retórica porque no tiene la fuerza para los cambios. Que en la retórica bosqueja un país ideal porque no gobierna el real. Que en el discurso pide como gobierno cambios que en la realidad pelea como si fuera oposición. Acude a la etérea opinión pública porque le plantaron cara los factores reales de poder.
El Presidente duda y contagia. Los suyos, los leales, no tienen ánimo para defender un paquete económico perdido pero tampoco para pelear contra sus antagonistas del inmovilismo. No abrazan el discurso de cambio. No asumen su historia ni su reto. Están, efectivamente, como perros acosados. Y el Presidente, su Jefe, duda -con razón- si pueden apostar por ellos mismos.
Sí, como perros acosados. La actitud que Carlos Castillo Peraza acuñó en 1993 cuando arribó a la dirigencia nacional panista en medio de cuestionamientos internos y externos por la política de acercamiento con el gobierno salinista. Castillo decía entonces que aquellos ataques perseguían avergonzar a los panistas de su militancia y por ello prometía dirigir un partido bajo la lógica de la apuesta propia. Dejar el síndrome de los perros acosados para pasar a la apuesta por sus propios recursos e historia.
Que ahora Humberto Benítez Treviño espete desde la tribuna de la Cámara de Diputados al secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, el incumplimiento en las políticas de seguridad federales y ningún diputado panista le respingue es la viva imagen de la medrosidad que permea a los panistas. Ya no importa quién lo diga (Benítez, cuya gestión como secretario de Gobierno en el estado de México cobijó un repunte de las ejecuciones, la proliferación de cárteles como La Familia o los Zetas, el liderazgo en la entidad en robo de autos y en feminicidios y la corrupción en los aparatos policiacos) sino el pasmo panista para repelerlo.
Admitido por el propio presidente de la República, van tarde en la defensa de su políticas y propuestas. La circunstancia crítica que agobia al gobierno panista y a sus seguidores tiene que ver con la paulatina pérdida de apoyos y la incapacidad de suturar la honda herida de legitimidad adquirida en el 2006. El gobierno tiene empantanada su relación con los jerarcas de las telecomunicaciones, con los concesionarios que lo retan y se burlan y que a la vez han decidido impulsar los tours mediáticos de los adversarios del panismo (Peña y gobernadores que lo imitan, del lado priista, y Marcelo Ebrard, cada vez más cómodo en el estudio de televisión que en la interlocución ciudadana).
La crisis económica internacional impactó en México en las zonas vulnerables; la pobreza es ahora el problema a resolver por encima de la inseguridad. ¿Ahora dónde está el peligro, en los pobres que urgen recursos, en las influenzas que desestabilizan a todo un sistema de salud, en la sed de la sequía o el ahogo de la inundación, o en las fauces de los criminales adscritos a los cárteles que fueron a receso en elecciones y retornan con bríos de burla para reposicionar sus territorios?
Lo que antes era eje comienza a ser estorbo. La política de seguridad transita entre tensiones de los responsables de aplicarla. Primero, la lucha, ya definida a dos de tres caídas entre Genaro García y Eduardo Medina, donde el referí alzó la mano al leal antes que al efectivo. El ocultamiento desde la PGR de las indagatorias contra el equipo clandestino de espionaje que desde el estado de México operaban burócratas al servicio de Enrique Peña y Alfonso Navarrete enervó a los habitantes de la casa presidencial.
En el peor escenario a Calderón se le vinieron encima los tiempos. Está presionado por adelantar una sucesión presidencial que los opositores simulan tener resuelta. Eso exacerba la duda.
Un Presidente que un día dice avancen y al otro ordena retroceso. Que ante la falta de votos se recarga en las encuestas de popularidad. Que acude a la retórica porque no tiene la fuerza para los cambios. Que en la retórica bosqueja un país ideal porque no gobierna el real. Que en el discurso pide como gobierno cambios que en la realidad pelea como si fuera oposición. Acude a la etérea opinión pública porque le plantaron cara los factores reales de poder.
El Presidente duda y contagia. Los suyos, los leales, no tienen ánimo para defender un paquete económico perdido pero tampoco para pelear contra sus antagonistas del inmovilismo. No abrazan el discurso de cambio. No asumen su historia ni su reto. Están, efectivamente, como perros acosados. Y el Presidente, su Jefe, duda -con razón- si pueden apostar por ellos mismos.
tolvanera06@yahoo.com.mx
kikka-roja.blogspot.com/
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