Hervor de sangre
René Delgado
24 Oct. 09
Es una tras otra... y ya son muchas. La novedad es que, ahora, son cada vez más frecuentes y cínicas, pero tantas burlas, tantas groserías, tantos agravios cometidos contra la ciudadanía comienzan a hacer hervir la sangre.
Desde luego, a la élite política le da lo mismo. Muy poco le importa añadir un gramo, un kilo o una tonelada de malestar a la inconformidad y al descontento social que aumentan día con día. Su indiferencia es explicable. En contraste con la ciudadanía que no acaba de encontrar cómo participar de conjunto en la construcción de su propio destino, esa élite ha tejido una compleja red de complicidades que la asegura en el poder, haciéndola no sólo inamovible sino también incontrolable.
Es imposible de pronosticar el desenlace de la situación que está engendrando esa élite ensoberbecida, pero el divorcio entre ella y la ciudadanía agraviada adquiere de más en más el perfil de una ruptura.
* * *
Semana a semana, si no es que diario, la desconsideración de esa élite hacia quienes supuestamente representa se manifiesta. Se puede buscar como alivio ciudadano lo excepcional y, entonces, celebrar que por ahí hay algo que aplaudir... Sin embargo, la normalidad aniquila ese ejercicio. El catálogo de groserías es inmenso. Esta semana, es difícil seleccionar la mejor de ellas.
¿Cuál es la ganadora? ¿El aviso hecho a la ciudadanía de que acepte y pague los impuestos sin chistar, y deje a esa élite gastar o despilfarrar a gusto lo recaudado? ¿El opaco nombramiento de las comisionadas encargadas de salvaguardar la transparencia? ¿La comparecencia del secretario del Trabajo que en vez de crear empleos, los liquida; una sesión a cargo del ex secretario del Trabajo que no pudo rescatar a los mineros sepultados en Pasta de Conchos? ¿La cachaza del panista César Nava aventándole al PRI la responsabilidad del mazacote fiscal de su gobierno? ¿El penúltimo despilfarro de José Luis Soberanes en spots para presumir cuán confiable es? ¿El diputado Gerardo Fernández Noroña que ha hecho leña de su curul para alimentar las piras que construye? ¿Cuál grosería es la ganadora?
Lo más obsceno de esa agresión sin fin a la ciudadanía es el aplauso que a sí misma se brinda la élite política. Se aplauden entre ellos y si no a solas frente a un espejo, después del nuevo agravio cometido. Están fascinados en su juego.
Los diputados priistas y los panistas aplauden a más no poder el mazacote fiscal aprobado porque, sin pretenderlo, ese paquete resultó profundamente democrático: a todo mundo dejó descontento. César Nava está orgullosísimo de su desempeño: ha hecho en semanas lo que a Germán Martínez le tomó meses. Gerardo Fernández Noroña está que no cabe de gusto, es el primer parlamentario sin parlamento.
* * *
Es tal el cúmulo de agravios que la ciudadanía no acaba de reponerse y reaccionar frente al más reciente, cuando la élite le estampa otro.
A nadie, es cierto, le gusta pagar impuestos, pero pesa más hacerlo cuando no se sabe en qué y cómo van a gastarse. Tapar así el boquete de 300 mil millones de pesos, de pronto, es un sinsentido. Y lo es porque como el gobierno carece de proyecto y equipo, la recaudación termina siendo el caldo del gasto no ejercido que, para no perderlo, se despilfarra nomás para que no baje su monto el próximo año.
Ahí está como monumento al derroche, la barda perimetral derruida y reconstruida en el IFE junto con los baños de la institución. Ni lo uno ni lo otro se requerían, pero como el recurso ahí estaba había que derrocharlo en algo. Acreditar la imposibilidad de reducir el presupuesto.
Ahí está la reforma petrolera que más de una vez colocó al país al borde de una crisis institucional. Salió lo que podía salir, la élite política la aplaudió primero, después la consideró insatisfactoria y, sin haberla instrumentado, ahora pretende la reforma de la reforma. ¿Por qué la grosería?
Ahí está el magnánimo gesto de los representantes con sus representados. Nomás pa' demostrar qué tan conscientes son de la adversidad económica y cómo se sacrifican junto con la ciudadanía, esta vez no mandarán hacer en oro su fistol. La ciudadanía les queda profundamente agradecida. Por favor, mantengan y, si pueden, eleven el gasto en otros rubros. El detalle del fistol exige recompensarlos de algún modo.
Nomás no embona el discurso del cambio estructural con la política del parche fiscal. Nomás no embona la promesa de voten no anulen cuando, arrellanados en su curul, los diputados se conducen como siempre, distantes de la ciudadanía que presumen representar. Nomás no embona la creación de institutos autónomos para garantizar el voto, los derechos humanos o el acceso a la información cuando al final los integrantes de esos organismos sellan su credencial en el club de la élite política.
* * *
En todos los campos, en todos los poderes de la Unión y de la Federación, día a día, se comete algún agravio contra la ciudadanía y, lo peor, la acumulación de éstos no escribe el prólogo de una sacudida social que reencauce al país por el sendero del bienestar, la certeza jurídica, la garantía de la seguridad, la certidumbre política así como de la convivencia civilizada y pacífica.
Cada sector ciudadano reacciona como puede, sin articular la suma del malestar y la inconformidad, y vela, entonces, sólo por su interés grupal, gremial, vecinal sin conseguir ver al país en su conjunto. Malo eso, peor resulta advertir que en el marco de la polarización y el encono sembrados por la élite política, a veces esos sectores ciudadanos buscan en otro sector de la propia ciudadanía la causa de su malestar. Se trenza entre sí y se vulnera así la posibilidad de sumar y organizar esa energía para actuar contra la élite política a la que, en esa confusión ciudadana, resella el salvoconducto de su sobrevivencia.
Hierve la sangre pero ese hervor no promete acciones ciudadanas, organizadas y articuladas, en la dirección de desplazar a esa élite política que frustra la energía, la creatividad, la gana de realizar un país capaz de insertarse en la competencia de aquellas otras naciones que, ahora, vemos con sana envidia.
* * *
Es claro que cuando un país anda en busca de héroes capaces de realizar una hazaña es porque arrastra problemas de enorme magnitud y porque, a fin de cuentas, no encuentra en la cotidianeidad y la colectividad el camino hacia la prosperidad y el bienestar que anhela. Hierve la sangre pero no basta sólo eso. ¿A dónde vamos?
Desde luego, a la élite política le da lo mismo. Muy poco le importa añadir un gramo, un kilo o una tonelada de malestar a la inconformidad y al descontento social que aumentan día con día. Su indiferencia es explicable. En contraste con la ciudadanía que no acaba de encontrar cómo participar de conjunto en la construcción de su propio destino, esa élite ha tejido una compleja red de complicidades que la asegura en el poder, haciéndola no sólo inamovible sino también incontrolable.
Es imposible de pronosticar el desenlace de la situación que está engendrando esa élite ensoberbecida, pero el divorcio entre ella y la ciudadanía agraviada adquiere de más en más el perfil de una ruptura.
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Semana a semana, si no es que diario, la desconsideración de esa élite hacia quienes supuestamente representa se manifiesta. Se puede buscar como alivio ciudadano lo excepcional y, entonces, celebrar que por ahí hay algo que aplaudir... Sin embargo, la normalidad aniquila ese ejercicio. El catálogo de groserías es inmenso. Esta semana, es difícil seleccionar la mejor de ellas.
¿Cuál es la ganadora? ¿El aviso hecho a la ciudadanía de que acepte y pague los impuestos sin chistar, y deje a esa élite gastar o despilfarrar a gusto lo recaudado? ¿El opaco nombramiento de las comisionadas encargadas de salvaguardar la transparencia? ¿La comparecencia del secretario del Trabajo que en vez de crear empleos, los liquida; una sesión a cargo del ex secretario del Trabajo que no pudo rescatar a los mineros sepultados en Pasta de Conchos? ¿La cachaza del panista César Nava aventándole al PRI la responsabilidad del mazacote fiscal de su gobierno? ¿El penúltimo despilfarro de José Luis Soberanes en spots para presumir cuán confiable es? ¿El diputado Gerardo Fernández Noroña que ha hecho leña de su curul para alimentar las piras que construye? ¿Cuál grosería es la ganadora?
Lo más obsceno de esa agresión sin fin a la ciudadanía es el aplauso que a sí misma se brinda la élite política. Se aplauden entre ellos y si no a solas frente a un espejo, después del nuevo agravio cometido. Están fascinados en su juego.
Los diputados priistas y los panistas aplauden a más no poder el mazacote fiscal aprobado porque, sin pretenderlo, ese paquete resultó profundamente democrático: a todo mundo dejó descontento. César Nava está orgullosísimo de su desempeño: ha hecho en semanas lo que a Germán Martínez le tomó meses. Gerardo Fernández Noroña está que no cabe de gusto, es el primer parlamentario sin parlamento.
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Es tal el cúmulo de agravios que la ciudadanía no acaba de reponerse y reaccionar frente al más reciente, cuando la élite le estampa otro.
A nadie, es cierto, le gusta pagar impuestos, pero pesa más hacerlo cuando no se sabe en qué y cómo van a gastarse. Tapar así el boquete de 300 mil millones de pesos, de pronto, es un sinsentido. Y lo es porque como el gobierno carece de proyecto y equipo, la recaudación termina siendo el caldo del gasto no ejercido que, para no perderlo, se despilfarra nomás para que no baje su monto el próximo año.
Ahí está como monumento al derroche, la barda perimetral derruida y reconstruida en el IFE junto con los baños de la institución. Ni lo uno ni lo otro se requerían, pero como el recurso ahí estaba había que derrocharlo en algo. Acreditar la imposibilidad de reducir el presupuesto.
Ahí está la reforma petrolera que más de una vez colocó al país al borde de una crisis institucional. Salió lo que podía salir, la élite política la aplaudió primero, después la consideró insatisfactoria y, sin haberla instrumentado, ahora pretende la reforma de la reforma. ¿Por qué la grosería?
Ahí está el magnánimo gesto de los representantes con sus representados. Nomás pa' demostrar qué tan conscientes son de la adversidad económica y cómo se sacrifican junto con la ciudadanía, esta vez no mandarán hacer en oro su fistol. La ciudadanía les queda profundamente agradecida. Por favor, mantengan y, si pueden, eleven el gasto en otros rubros. El detalle del fistol exige recompensarlos de algún modo.
Nomás no embona el discurso del cambio estructural con la política del parche fiscal. Nomás no embona la promesa de voten no anulen cuando, arrellanados en su curul, los diputados se conducen como siempre, distantes de la ciudadanía que presumen representar. Nomás no embona la creación de institutos autónomos para garantizar el voto, los derechos humanos o el acceso a la información cuando al final los integrantes de esos organismos sellan su credencial en el club de la élite política.
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En todos los campos, en todos los poderes de la Unión y de la Federación, día a día, se comete algún agravio contra la ciudadanía y, lo peor, la acumulación de éstos no escribe el prólogo de una sacudida social que reencauce al país por el sendero del bienestar, la certeza jurídica, la garantía de la seguridad, la certidumbre política así como de la convivencia civilizada y pacífica.
Cada sector ciudadano reacciona como puede, sin articular la suma del malestar y la inconformidad, y vela, entonces, sólo por su interés grupal, gremial, vecinal sin conseguir ver al país en su conjunto. Malo eso, peor resulta advertir que en el marco de la polarización y el encono sembrados por la élite política, a veces esos sectores ciudadanos buscan en otro sector de la propia ciudadanía la causa de su malestar. Se trenza entre sí y se vulnera así la posibilidad de sumar y organizar esa energía para actuar contra la élite política a la que, en esa confusión ciudadana, resella el salvoconducto de su sobrevivencia.
Hierve la sangre pero ese hervor no promete acciones ciudadanas, organizadas y articuladas, en la dirección de desplazar a esa élite política que frustra la energía, la creatividad, la gana de realizar un país capaz de insertarse en la competencia de aquellas otras naciones que, ahora, vemos con sana envidia.
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Es claro que cuando un país anda en busca de héroes capaces de realizar una hazaña es porque arrastra problemas de enorme magnitud y porque, a fin de cuentas, no encuentra en la cotidianeidad y la colectividad el camino hacia la prosperidad y el bienestar que anhela. Hierve la sangre pero no basta sólo eso. ¿A dónde vamos?
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