Juan Villoro
29 Ene. 10
"¿De qué otra cosa podemos hablar?", tal es el título de la acción que la artista Teresa Margolles presentó en la reciente Bienal de Venecia. La obra surgió de una conversación telefónica entre la artista y el curador Cuauhtémoc Medina. Hablaban de la violencia en México cuando Margolles exclamó: "¿De qué otra cosa podemos hablar?".
Medina contó esta experiencia en el coloquio La creatividad redistribuida, que se presentó en el Centro Cultural de España. Al inicio de su intervención, citó las palabras que Felipe Calderón dirigió al cuerpo diplomático, pidiendo que difundieran una opinión positiva de México. Luego describió la acción de Margolles en Venecia: durante la Bienal, las salas vacías de un palacio fueron "limpiadas" con una mezcla de agua y sangre de víctimas del crimen organizado. El resultado fue la puesta en valor del hueco dejado por las víctimas. Posteriormente, Medina narró un crimen que ocurrió frente a su departamento, en un Starbucks donde unos sicarios balacearon a un testigo protegido. La violencia no sucede en desiertos remotos; está cada vez más cerca de nosotros. A modo de corolario, el curador leyó otra declaración del presidente Calderón en la que invitaba a hablar bien de México: "nunca he oído a un brasileño hablar mal de Brasil", comentó el mandatario, en encomio de los cariocas que publicitan a su patria.
Sin cuestionar el tipo de brasileños que frecuenta el hombre de Los Pinos, podemos preguntarnos qué significa hablar bien de México. ¿Elogiar al gobierno en turno, decir que no tenemos ningún problema y que los balazos no interrumpen el jolgorio? Por supuesto que no. Cerrar los ojos en nombre de la patria no es el compromiso de los periodistas.
Ayer el jurado del Premio Internacional de Periodismo Rey de España premió mi crónica "La alfombra roja", que fue propuesta por El Periódico de Catalunya.
"La alfombra roja" es una instalación de la artista sinaloense Rosa María Robles. Robles consiguió mantas con sangre de "encobijados". Aunque se trataba de pruebas periciales las pudo sacar de los separos para llevarlas a una galería de Culiacán. En vez de la alfombra roja de las celebridades de Hollywood, ofreció una versión local del tema, una red carpet teñida por los muertos. La eficacia de la muestra levantó polémica y las cobijas fueron retiradas. Entonces la artista compró otras y las tiñó con su propia sangre. Así logró una metáfora indeleble: durante un tiempo recurrimos a una distracción defensiva, pensando que los narcos se mataban entre sí; ahora sabemos que la sangre puede ser nuestra.
Como Margolles, Robles reacciona desde el arte ante una realidad que amenaza con sumirnos en el sinsentido. En mi crónica, traté de hablar de la gramática del miedo que determina nuestra cotidianidad, pero también de las pruebas de vitalidad y resistencia que se dan desde la cultura.
Esta reflexión sería imposible sin los colegas que informan desde la línea de fuego. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México es, junto con Iraq, el país más peligroso para ejercer el periodismo. Esto no ha detenido a quienes buscan la verdad en dolorosas "crónicas de sangre", para usar la expresión del periodista especializado en narcotráfico Ricardo Ravelo.
Las reflexiones sociológicas de Luis Astorga y los estudios de campo de Rossana Reguillo también son decisivos para entender la guerra santa que atravesamos, donde la muerte no es un freno sino un extraño estímulo en la intensa vida breve del sicario (cuyo saldo "favorable" consiste en morir dejándole una casa a su madre).
Élmer Mendoza, Yuri Herrera y Mario González Suárez han explorado el tema desde la novela, como Cutberto López lo hizo en el teatro con Yamaha 300 y Sergio González Rodríguez en el ensayo con El hombre sin cabeza.
Decano del periodismo independiente en México, Julio Scherer García cubrió el caso de Sandra Ávila en La Reina del Pacífico. La trayectoria de Ávila pertenece a una subcultura ya habitual en el país. Su culpabilidad fue crecer, estudiar y casarse en un ambiente determinado por el narco.
"La alfombra roja" procura integrar estas voces. El Premio Rey de España las reconoce a ellas. En medio de la aniquilación, hay un discurso que resiste. Hablar bien de México significa criticar el horror y construir una zona alterna, donde la solidaridad y el sentido ocupen un espacio.
No sería fiel al tema de la crónica, si no compartiera el monto del premio con un proyecto que busca mitigar los abusos de la violencia. Me refiero al CIAM, albergue para niños y mujeres que han sufrido maltratos, y que encabeza Lydia Cacho, periodista amenazada por su combate a la impunidad. Hace unos meses, la camioneta de Lydia amaneció cubierta de sangre y empapelada con un texto donde ella narra su secuestro. El mensaje era obvio: las palabras se pagan con sangre.
¿Puede el relato de la sangre cobrar otro sentido? Así lo propone Octavio Paz en "Piedra de sol": "arco de sangre, puente de latidos/ llévame al otro lado de esta noche/ adonde yo soy tú somos nosotros/ al reino de pronombres enlazados".
kikka-roja.blogspot.com/
Medina contó esta experiencia en el coloquio La creatividad redistribuida, que se presentó en el Centro Cultural de España. Al inicio de su intervención, citó las palabras que Felipe Calderón dirigió al cuerpo diplomático, pidiendo que difundieran una opinión positiva de México. Luego describió la acción de Margolles en Venecia: durante la Bienal, las salas vacías de un palacio fueron "limpiadas" con una mezcla de agua y sangre de víctimas del crimen organizado. El resultado fue la puesta en valor del hueco dejado por las víctimas. Posteriormente, Medina narró un crimen que ocurrió frente a su departamento, en un Starbucks donde unos sicarios balacearon a un testigo protegido. La violencia no sucede en desiertos remotos; está cada vez más cerca de nosotros. A modo de corolario, el curador leyó otra declaración del presidente Calderón en la que invitaba a hablar bien de México: "nunca he oído a un brasileño hablar mal de Brasil", comentó el mandatario, en encomio de los cariocas que publicitan a su patria.
Sin cuestionar el tipo de brasileños que frecuenta el hombre de Los Pinos, podemos preguntarnos qué significa hablar bien de México. ¿Elogiar al gobierno en turno, decir que no tenemos ningún problema y que los balazos no interrumpen el jolgorio? Por supuesto que no. Cerrar los ojos en nombre de la patria no es el compromiso de los periodistas.
Ayer el jurado del Premio Internacional de Periodismo Rey de España premió mi crónica "La alfombra roja", que fue propuesta por El Periódico de Catalunya.
"La alfombra roja" es una instalación de la artista sinaloense Rosa María Robles. Robles consiguió mantas con sangre de "encobijados". Aunque se trataba de pruebas periciales las pudo sacar de los separos para llevarlas a una galería de Culiacán. En vez de la alfombra roja de las celebridades de Hollywood, ofreció una versión local del tema, una red carpet teñida por los muertos. La eficacia de la muestra levantó polémica y las cobijas fueron retiradas. Entonces la artista compró otras y las tiñó con su propia sangre. Así logró una metáfora indeleble: durante un tiempo recurrimos a una distracción defensiva, pensando que los narcos se mataban entre sí; ahora sabemos que la sangre puede ser nuestra.
Como Margolles, Robles reacciona desde el arte ante una realidad que amenaza con sumirnos en el sinsentido. En mi crónica, traté de hablar de la gramática del miedo que determina nuestra cotidianidad, pero también de las pruebas de vitalidad y resistencia que se dan desde la cultura.
Esta reflexión sería imposible sin los colegas que informan desde la línea de fuego. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México es, junto con Iraq, el país más peligroso para ejercer el periodismo. Esto no ha detenido a quienes buscan la verdad en dolorosas "crónicas de sangre", para usar la expresión del periodista especializado en narcotráfico Ricardo Ravelo.
Las reflexiones sociológicas de Luis Astorga y los estudios de campo de Rossana Reguillo también son decisivos para entender la guerra santa que atravesamos, donde la muerte no es un freno sino un extraño estímulo en la intensa vida breve del sicario (cuyo saldo "favorable" consiste en morir dejándole una casa a su madre).
Élmer Mendoza, Yuri Herrera y Mario González Suárez han explorado el tema desde la novela, como Cutberto López lo hizo en el teatro con Yamaha 300 y Sergio González Rodríguez en el ensayo con El hombre sin cabeza.
Decano del periodismo independiente en México, Julio Scherer García cubrió el caso de Sandra Ávila en La Reina del Pacífico. La trayectoria de Ávila pertenece a una subcultura ya habitual en el país. Su culpabilidad fue crecer, estudiar y casarse en un ambiente determinado por el narco.
"La alfombra roja" procura integrar estas voces. El Premio Rey de España las reconoce a ellas. En medio de la aniquilación, hay un discurso que resiste. Hablar bien de México significa criticar el horror y construir una zona alterna, donde la solidaridad y el sentido ocupen un espacio.
No sería fiel al tema de la crónica, si no compartiera el monto del premio con un proyecto que busca mitigar los abusos de la violencia. Me refiero al CIAM, albergue para niños y mujeres que han sufrido maltratos, y que encabeza Lydia Cacho, periodista amenazada por su combate a la impunidad. Hace unos meses, la camioneta de Lydia amaneció cubierta de sangre y empapelada con un texto donde ella narra su secuestro. El mensaje era obvio: las palabras se pagan con sangre.
¿Puede el relato de la sangre cobrar otro sentido? Así lo propone Octavio Paz en "Piedra de sol": "arco de sangre, puente de latidos/ llévame al otro lado de esta noche/ adonde yo soy tú somos nosotros/ al reino de pronombres enlazados".
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