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jueves, 22 de abril de 2010

El extremismo dominante: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
El extremismo dominante
Lorenzo Meyer
22 Abr. 10

El extremismo político que realmente campea en México, y desde hace tiempo, es el de la derecha y refleja bien su inspiración externa.

Esta columna hace votos porque sea pronta la recuperación de Monsiváis, "El Indispensable".

Preámbulo

Las ideas realmente originales sobre la naturaleza de la sociedad son pocas. Generalmente, para interpretar el mundo tomamos percepciones, conceptos o propuestas de quienes nos antecedieron. La crítica a la naturaleza de la sociedad actual no parte de ideas novedosas pues todos los problemas a los que buscamos explicación y solución -pobreza, explotación, desigualdad y un largo etcétera- han sido objeto de larga discusión, en algunos casos desde hace siglos o milenios. Sin embargo, como la realidad siempre está cambiando, se requiere poner al día los instrumentos con los que se le ha de examinar.

Tony Judt es un historiador británico especialista en la Europa del siglo XX que vive en Estados Unidos y se identifica con las posiciones de la social democracia europea. Judt ha escrito varios ensayos en torno a la problemática de las estructuras sociales y de poder actuales echando mano de una comparación metódica entre los sistemas y procesos norteamericano y europeos. Sus conclusiones bien pueden extenderse y ser usadas para entender otras realidades como la nuestra.

Su último libro, y con el que ya completó la docena, Ill Fares the Land (Nueva York: Penguin, 2010), tiene un título inspirado en un autor poco apreciado del siglo XVIII, el irlandés Oliver Goldsmith, que vivió en carne propia los efectos de la pobreza y que sentenció: "Desafortunada la tierra donde la riqueza se acumula y los hombres decaen, porque apresura así su desdicha". Goldsmith se refería a la Inglaterra de los Hanover donde el 40% de la población sobrevivía con el 15% de los ingresos, pero igual podría aplicarse al México de hoy.



La derecha inteligente y la ya no tanto

Judt señala que de la Segunda Guerra Mundial a 1975 los países de Europa Occidental y Estados Unidos desarrollaron la amplia red de protección social que conocemos como Estado de Bienestar, pero la llegada de la derecha dura al poder encabezada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan -que accedió al pináculo político en parte criticando la burocratización de ese Estado Benefactor pero también como resultado no previsto de la crítica que la "Nueva Izquierda" hizo de la antigua- convirtió en virtud la búsqueda individual del éxito material a cualquier costo, predicó la no regulación de los mercados, desdeñó al sector público y alimentó la ilusión del crecimiento material sin límites.

De 1945 a la fecha la marcha del mundo occidental fue dirigida por dos derechas, una juiciosa y flexible -Judt no la llama derecha- y otra que asumió las ideas de emigrantes centro europeos traumados por su experiencia con el autoritarismo -Von Mises, Hayek, Schumpeter, Popper y Drucker- y que acortó sus miras hasta llegar a una conveniente simpleza irresponsable y abusiva.

De 1945 a 1975 dominó la herencia de John Maynard Keynes, el padre intelectual del intervencionismo estatal que no era un socialista sino un conservador refinado e inteligente. La intervención del Estado sobre las fuerzas del mercado que Keynes propuso y justificó teóricamente fue producto de la urgencia política de enfrentar los efectos de la Gran Depresión y de las exigencias de la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto, se afianzó la propuesta de ponerle freno al mercado y crear una red de seguridad social que amparara a las clases medias y proletarias y que fue bien utilizada por una derecha inteligente para neutralizar a su adversario: el socialismo. Entonces la derecha dura, simbolizada por el macartismo, sólo sirvió para estorbar y hacer el ridículo.

A partir de la segunda mitad de los 1970 -última etapa de la Guerra Fría e inicio del triunfo rotundo de Estados Unidos- la batuta del sistema mundial la perdió el keynesianismo y la tomó la derecha conservadora y simplista. El resultado final fue un gran esfuerzo por revivir el espíritu capitalista del siglo XIX. La nueva derecha encontró su vocación en la concentración acelerada de la riqueza y su consecuencia: la polarización social y el crecimiento de la desigualdad. En Estados Unidos de 1968 el director de General Motors ganaba 66 veces lo que el obrero promedio de la empresa pero hoy su contraparte en Wal-Mart gana 900 veces ese salario promedio y el 1% de quienes recibieron ingresos en 2005 concentraron el 21.2% del Producto Interno Bruto de ese país. En nombre de la eficiencia y la libertad esa derecha se propuso favorecer la acumulación privada a expensas del sentido de comunidad. Esa derecha es la que finalmente llevó a Estados Unidos y a la economía mundial a la crisis global del año pasado y que hoy combate con ferocidad el proyecto de Barack Obama de meter en cintura al abusivo sector financiero y expandir los beneficios del sistema de salud.



En México

Al observar el caso mexicano desde el enfoque de Judt queda claro que entre nosotros el extremismo y auténtico "peligro para México" es la contrapartida local de la derecha internacional.

La construcción del equivalente mexicano del Estado Benefactor se inició con el gobierno de Lázaro Cárdenas. Su plataforma, el "Plan Sexenal", se elaboró antes que el New Deal estadounidense y se desarrolló a la par. La derecha que sucedió a Cárdenas fue lo suficientemente inteligente como para mantener e incluso seguir con la construcción de la débil red de protección social, a la que reforzó lo mismo con el IMSS de Ávila Camacho que con el reparto de utilidades de López Mateos o el fallido Sistema Alimentario Mexicano de López Portillo. Sin embargo, la crisis económica de 1982 hizo que esa derecha dúctil buscara la salida en asimilarse a su contraparte norteamericana. Carlos Salinas tomó como brújula para ganar el futuro el decálogo del "Consenso de Washington" de 1989: privatización y una apertura comercial que culminó en 1993 con la firma del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte (TLCAN). El rumbo fijado entonces se mantiene.



El extremismo al poder

En el 2006, la gran alianza conservadora acusó de extremista a una izquierda realmente moderada encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y cuya propuesta no era modificar la estructura de propiedad dominante ni poner fin a la economía de mercado, sino simplemente controlarla y empezar a rehacer el desgarrado tejido de la red de protección social mexicana. Con el "Primero los Pobres", AMLO proponía empezar la reconstrucción del sentido de comunidad nacional -un sentido siempre precario- que había sido el corazón del cardenismo. La idea era volver a ese centro abandonado por los tres últimos gobiernos del PRI (1982-2000) y los siguientes del PAN (2000-?), que ya corresponden plenamente a un empeño de derecha por meter al país en las pautas marcadas por las fuerzas dominantes neoconservadoras norteamericanas para países periféricos como México y resumido en los mandamientos del mencionado "Consenso de Washington" que en realidad se pueden sintetizar en tres: reducir el gasto público, privatizar y liberalizar.

El resultado del proyecto neoliberal en México ha sido el desmantelamiento del Estado y el retorno a las viejas, históricas, tendencias a la desigualdad social. Sin embargo, los extremistas del simple "dejar hacer, dejar pasar" no han cumplido ni de lejos con la contraparte de su credo privatizador: esa que sí se dio en Estados Unidos y que fue el crecimiento económico. Los cálculos del crecimiento real del PIB mexicano de 1994 -el año que entró en vigor la joya de la corona neoliberal, el TLCAN- al 2009 hechos por un colega, Gerardo Esquivel, arrojan como promedio anual un incremento menor al 1% (0.89%). Así pues, aquí se copió a los neoconservadores norteamericanos en la concentración del ingreso en unas cuantas manos -las mencionadas en Forbes- y en el debilitamiento de la red de protección social pero sin cumplir, al menos, con la promesa del crecimiento del empleo.


Conclusión

Para Judt, y muchos otros, el socialismo fracasó como forma radical de fortalecer el sentido de comunidad. Pero igualmente ha fracasado la derecha neoconservadora que ha estado a cargo del timón mundial desde que cayó el Muro de Berlín. En virtud de lo anterior, la única vía que hoy se muestra compatible con la libertad y la solidaridad es aceptar que si por ahora no hay una alternativa realista a la economía de mercado, hay que volver a dar al Estado democrático la responsabilidad de limitar los excesos y errores del mercado y asumir que la dirección del desarrollo debe guiarse por la equidad y el sentido de comunidad. Algunos países ya van por ese camino pero no México. Sin embargo, tendríamos que hacerlo pronto, so pena de seguir siendo la tierra donde "la riqueza se acumula y los hombres decaen" de Goldsmith.

kikka-roja.blogspot.com/

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