Rafael Loret de Mola.
| 03-01-2012 | 22:24
Distrito Federal– Todos tienen miedo, incluso en aquellas naciones del primer mundo en donde se presume por poder caminar, hasta muy tarde, por las vías céntricas sin temor aparente a ser asaltado con violencia. En Madrid, por ejemplo, no hay quienes saquen armas al paso de los peatones pero sí, en cambio, son frecuentes los “alunizajes”, llamados así porque se incrustan contra las vidrieras –o lunas– de los aparadores para luego consumar atracos millonarios a joyerías y casas de marcas de renombre en las que un bolso puede costar más de dos mil euros. El valor “chic” de las mercancías con firma se ha convertido en un mercado similar al dramático escenario de los diamantes en África.
Hay miedo, además, por la recesión que se nos viene encima y ya anunció, adelantándose para abrir boca, el nuevo gobierno de España. El desarrollo de este 2012, con la culminación legendaria –mal interpretada, subrayamos– del Apocalipsis maya, no se espera con optimismo alguno a pesar de que es natural la dificultad para remontar, cada año, la difícil cuesta de enero. En cada nación, la problemática casi obliga al repliegue de una sociedad acosada por las malas administraciones, los reacomodos financieros y, sobre todo, la tremenda diferencia de ingresos entre quienes mandan y cuantos obedecen, con la única excepción de los deportistas, sobre todo los futbolistas, cuyos honorarios inalcanzables los convierten en héroes de barro.
No sorprende, por ejemplo, el sueldo del célebre Rodrigo Rato, ex presidente del Fondo Monetario Internacional en donde forjó, a su medida, al mexicano Agustín Carstens, la gran decepción del gabinete calderonista cuando ocupó la cartera de Hacienda y no pudo paliar la crisis de 2008 a la que comenzó comparándola con un pobre catarrito hasta que la infección casi nos conduce a la morgue. Rato gana, de acuerdo a las estimaciones, nada menos que dos millones 400 mil euros al año –unos cuarenta y cuatro millones de pesos– equivalentes a veinte veces más de la percepción, en bruto, destinada al Rey Juan Carlos I quien ha reconocido que su sueldo es de 140 mil euros cada doce meses, además, claro, de los múltiples apoyos del gobierno para la manutención de sus palacios, el transporte y la seguridad de la hoy muy cuestionada Casa Real.
Pero sí debe meditarse sobre los ingresos de personajes del futbol, como Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, cuyos ingresos se elevan a ¡once millones de euros, nada menos que cinco tantos más de lo que recibe el sabio financiero mayor de la Iberia brava. La sola desproporción plantea una de las más severas conflictivas del mundo presente: la tremenda desproporción en los ingresos y, sobre todo, en la fiscalización de los mismos. A nadie le molesta, por ejemplo, que un heredero, sin haber trabajado en su vida, reciba millones que jamás podrá gastarse y que incrementa con el solo movimiento de las bolsas o la inercia misma de los mercados. En cambio, ¡cuánta furia nos produce que los funcionarios públicos se vistan de gala o estrenen automóvil y residencia Claro, los segundos deben responder de sus ingresos al gran mandante, esto es la soberanía popular, y los personajes que viven al amparo de su privacidad no dan cuentas a nadie, trastocan las del fisco y especulan a sus anchas. A éstos hay que temerles más que a los zombies de la política.
Precisamente por lo anterior, una de nuestras insistencias ha sido la urgencia de regular los dineros y aportaciones de campaña –como apenas comenzó a hacerse en Morelia para atemperar la furia presidencial por la derrota de su hermana mayor–, sobre todo para evitar la intromisión, que sabemos existe aunque el llamado mandatario federal no se atreva a hacer las denuncias concretas a las que está obligado luego de descalificar los comicios de su entidad natal, de los grupos amafiados con dominio territorial en no pocas entidades del país, incluso aquellas en donde poco ruido se hace –digamos Yucatán–, como si se tratara de paraísos para los cárteles y “capos” habilidosos listos a guarecerse en donde mejor los tratan. La fórmula les ha resultado estupendamente: mientras se les busca por Sinaloa y Durango, bucean en el Caribe mexicano o fincan en la alma Mérida al amparo de una gobernadora dispuesta siempre a modelar las sofisticadas prendas con grecas yucatecas que le quedan ni pintadas. Factores distractores ante una gran emergencia nacional.
Insisto: todos tienen miedo. Felipe Calderón, por ejemplo, teme ala inevitable llegada de diciembre próximo cuando, después de entregar la banda tricolor –si es que todo transcurre de manera institucional–, vivirá su propio, personal Apocalipsis sin intervención de mayistas expertos en descifrar los documentos de los sabios antiguos. Y los dirigentes partidistas se aterran ante la posibilidad de que las elecciones federales caigan en una espiral de violencia, como ya sucedió en Tamaulipas, o sean infiltradas por elementos al servicio de los grupos delincuenciales, capaces hasta de sentarse en Los Pinos a la vera del nuevo presidente o, cuando menos, pretendan hacerlo. Ya sed ha dicho que el verdadero temple de los hombres del poder lo da precisamente el ejercicio de éste. Así me lo han repetido, una y otra vez, cuantos han pasado por Los Pinos y reconocen que sólo estando allí pudieron poner su sello y mostrarse tal como son... aunque, a decir verdad, ninguno parezca haber salido bien del trance ante la pública y justificada satanización. El inframundo, como le he llamado, comienza con los cancerberos de Los Pinos y fueron éstos quienes censuraron, primero, y bloquearon después la circulación de mi obra de referencia, “Nuestro Inframundo. Los Siete Infiernos de México”. Respondí, claro, en pie de guerra. No fue sencillo 2011, pero salimos al fin de éste. Ahora viene el enorme desafío del miedo para un año que presenta todas las aristas negativas imaginables.
Debate
El año pasado fue evidente el desafío de las redes sociales que culminó en una suerte de debate sobre la libertad de las mismas, como si el espacio cibernético no formara parte de nuestro entorno y fuera una especie de soberanía sin gobierno, anarquista y absolutamente inviolable. Debiera recordarse que, junto a la evolución social y la modernización de la vida cotidiana, es menester adaptar la ley al dinamismo social para no sostener reglas que el tiempo se encargó de hacer inútiles superando añejos complejos y distorsiones al amparo de los autoritarismos que pretendemos, algún día, superar.
El comentario viene a colación por cuanto se festinó, hace unos días, la aparición del grupo llamado Anonymus, una especie de torquemadas cibernéticos, en el 2011. La filosofía de quienes lo integran es la defensa de una libertad absoluta en las redes aun cuando, como ha sucedido en varios casos, desciendan al nivel del terrorismo para amedrentar a la población y causar un caos general difundiendo especies absolutamente falsas. Un arma demasiado peligrosa si la consideramos de cara a los comicios federales o a los grandes resolutivos nacionales y mundiales que deberán tomarse a lo largo de los próximos 360 días. Giros, claro, de la misma proporción en grados.
La libertad absoluta sencillamente no existe. No la hay, por ejemplo, sobre los derechos de los demás. Y estoy cierto que la inmensa mayoría está a favor de avanzar por las vías pacíficas aun cuando nos impaciente la lentitud de las transformaciones... hasta que las examinamos en un contexto general. Hace dos décadas, por ejemplo, nadie creía en la posibilidad de que el PRI perdiera una elección federal y ahora hablamos de su posible retorno con todo y candidato imberbe.
Pese a ello, entiendo a los Anonymus. Son producto de la anarquía y del vacío del poder. Del cansancio ante la injusticia y la impunidad, de la falta de respeto al colectivo. Por ello, debemos ser muy cuidadosos al analizar el fenómeno aun cuando advirtamos sus posibles consecuencias.
FUENTE: diario
kikka-roja.blogspot.com/
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