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viernes, 6 de abril de 2012

Corrupción: preguntas a los candidatos: Agustín Basave

Agustín Basave es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford. Su libro más reciente es Mexicanidad y esquizofrenia
05 de abril de 2012


A la memoria de Jorge Carpizo, un mexicano honesto

A hora que han iniciado las campañas, y que venturosamente se ha puesto en boga que la ciudadanía cuestione a los candidatos presidenciales, quiero hacerles algunas preguntas sobre lo que a mi juicio es el cáncer de México: la corrupción. Les aclaro que parto de un diagnóstico muy personal, pero les pido que vayan más allá de la típica prescripción para paliar los síntomas. ¿Creen que en nuestro país están dadas las condiciones para que sea más fácil y conveniente violar o evadir la ley que cumplirla? Si su respuesta es sí, ¿están de acuerdo en que, en semejantes condiciones, esperar que la mayoría de la gente actúe con honestidad es apostar a una sociedad de apóstoles? Si también a eso contestan afirmativamente: ¿piensan que la causa de esa situación es que la norma suele estar tan lejos de la realidad o ser tan alambicada que se han tenido que crear códigos de reglas no escritas que son los que realmente dan funcionalidad a nuestra convivencia social?

Si dan un tercer sí, supongo que es porque aceptan que tenemos incentivos perversos que castigan el apego a la legalidad y premian la conducta ilegal. Pero ¿creen que el mal empezó hace cinco siglos con el “acátese pero no se cumpla” de la Colonia, o al menos que hay una inercia cultural que revertir? Un cuarto sí vuelve pertinente preguntarles por sus estrategias: ¿qué harían para volver realista, sencilla y cumplible la legislación y qué para cambiar la mentalidad que asume que el que no transa no avanza y que el gandaya no batalla? Y lo más importante, si reconocen que las reglas informales son más funcionales que las formales, ¿cómo lograrían que la corrupción deje de beneficiar en mayor o menor medida a casi todos los mexicanos? 



Y es que cuando hablamos de corrupción generalmente evocamos al político o al líder sindical que se enriquece obscenamente otorgando contratos de obra pública o vendiendo plazas, y asumimos que todo mundo está en contra de las corruptelas. No nos suelen pasar por la mente los hijos del burócrata o del policía que pudieron contar con útiles escolares porque su papá cobró suficientes mordidas, o la hija del fabricante de productos pirata cuyas ganancias le permitieron tener su fiesta de 15 años, o la señora que pudo hacerse un trasplante de riñón gracias a que su esposo vendió kilos de 900 gramos en su changarro, o la madre que dejó de sufrir porque uno de sus sobrinos sobornó a un juez para sacar a su primo de la cárcel. Y si escalamos el ejercicio mental para llegar al máximo poder corruptor, el del crimen organizado, nos ganará el horror de las escenas de violencia y no repararemos en los campesinos que ya no se mueren de hambre porque cultivan droga o en la cantidad de familias que elevaron su nivel de vida cuando le entraron al narcomenudeo, incluyendo los ninis que encontraron en el sicareo o en el halconeo las oportunidades que les negaron las universidades y el mercado laboral. 



No se puede entender el arraigo y la proliferación de la corrupción en México si no se comprende que si bien carcome a la sociedad también genera beneficios a muchas personas. Hay narcocorridos porque hay capos astutos que construyen parques o iglesias en los pueblos. Y claro, porque en nuestra escala axiológica la riqueza y el poder tienen un valor desproporcionado. ¿Qué proponen para contrarrestar eso quienes aspiran a gobernarnos? ¿Se dan cuenta de que para el mexicano entrar a ese juego de ilegalidades se ha vuelto una decisión racional? ¿Están conscientes de que la suma de esas racionalidades individuales da como resultado una irracionalidad colectiva? Ya sé que no se atreverían a recordarnos —desgraciadamente sería suicidio político— que no sólo los integrantes de las élites son beneficiados por la corrupción, y que la aquiescencia tácita hacia la urdimbre de complicidades que la rodea es tan amplia como la población que en algún momento de su vida saca provecho de ella (¿de veras queremos que desaparezca la posibilidad de evadir impuestos o de dar mordida cuando nos van a sancionar?). 


¿Consideran que necesitamos una nueva Constitución, más realista, concisa, funcional, que contenga sólo las grandes líneas de nuestro marco jurídico y que no opere como un proyecto de nación a futuro sino como una guía del comportamiento presente? Sin refugiarse en el pretexto de una presunta inviabilidad, ¿creen que México la necesita? ¿Juzgan indispensable una cruzada por la simplificación legislativa, una revisión y adecuación de leyes y reglamentos que nos dote de transparencia y de instrumentos normativos eficaces que desincentiven la mordida y en general las reglas no escritas? Y por último, ¿llevarían a cabo una reforma educativa que enseñe a las nuevas generaciones que la honradez paga, que la ley se debe cumplir mientras esté vigente, aun cuando nos perjudique? Por supuesto que los señores candidatos y la señora candidata pueden desechar mi análisis o responder que no a todas mis preguntas. En ese caso sólo les pido nos den su interpretación del fenómeno de la corrupción mexicana y su proyecto para combatirla. Pero a fondo, de raíz.

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kikka-roja.blogspot.com

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