Sólo el cinismo en boga permite confundir el ejercicio arbitrario del poder concesionado con el derecho al rating y el ejercicio medroso de la función pública con actos de autoridad. Ese es el eje de la relación entre el duopolio televisivo y el Instituto Federal Electoral, en cuyo centro queda prensado el electorado bajo la mirada indolente de un gobierno ausente.
No, no se trata de escoger entre ver un partido futbol o un debate político como tampoco de implorar u obligar a los concesionarios a privilegiar el desarrollo de la cultura política nacional. Se trata del fracaso de un Estado que, en su hundimiento, tolera el sacrificio del interés general en beneficio del interés privado y, en contradicción con su postulado civilizatorio, alienta la barbarie y el uso de la fuerza como código de entendimiento. El desplante de las televisoras al negarse a transmitir el debate entre los candidatos presidenciales por cadena nacional revela la debilidad de un Estado incapaz de someter al imperio de la ley y la civilidad a las fuerzas que disputan, por fuera y por dentro de los canales institucionales de participación, espacios de dominio y de poder.
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Mucha, mucha más hondura tiene la transmisión del debate entre los candidatos presidenciales. Ilustra cómo el desajuste en el control y el ejercicio del poder tienen al Estado contra la pared y a la autoridad política como avestruz. El desplante del duopolio televisivo es el desplante del crimen, el desplante de Elba Esther Gordillo, el desplante de los caciques políticos, el desplante de los grandes monopolios que, conscientes de la ausencia de equilibrio, coordinación y entendimiento de los poderes formales, ven en su propio peso y fuerza la oportunidad de imponer sus intereses sobre los de la nación. La administración, incapaz de constituirse en gobierno, se cubre de gloria -eso cree- desenfundando las armas contra los cárteles criminales, pero guardando hasta el gesto y la voz ante los cárteles económicos, políticos y gremiales que, como el crimen, desfiguran al Estado e invitan a que cada quien, en la medida de su posibilidad, tome cuanto quiera, le pertenezca o no. Ese es el fondo del debate sobre la transmisión del debate. Su agregado es la no tan inocente ilusión de quien, decidido a ganar la elección como sea, sabe de antemano que quizá se ciña la corona, pero no haga suyo el bastón de mando porque, en cuanto se tercie al pecho la banda tricolor, será prisionero de esa red intereses particulares que hoy lo impulsan para enclaustrarlo mañana. Cosa de preguntarle a Felipe Calderón.
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Por eso, hablar con entusiasmo de la elección, de la normalidad democrática o de la sucesión como el fin de esta temporada negra... no es algo sencillo. Cuando el crimen cobra tributo como Hacienda, determina qué carreteras son de peaje, disputa con el Ejército el ejercicio de la violencia, controla territorios y cuelga, decapita o descuartiza a sus competidores o enemigos. Cuando el duopolio televisivo sataniza, borra o silencia a quienes cuestionan su compostura y cuenta qué legisladores son suyos y cuántos debe comprar, alquilar o doblar. Cuando la lideresa del magisterio dicta la política educativa afín al interés gremial y no escolar. Cuando los empresarios con responsabilidad social se quejan de la obesidad de los niños sin dejarlos de engordar. Cuando la cúpula eclesial se escandaliza frente al derecho al aborto y calla ante la pederastia con sotana. Cuando las burocracias partidistas postulan bandidos y delincuentes porque, además de ese arte, garantizan votos. Cuando los caciques sindicales no levantan la voz y el puño en defensa de los trabajadores siempre y cuando la autoridad respete su imperio. Cuando los gobernadores que pueden -hay quienes no pueden- manejan a capricho las finanzas públicas y se conducen como amos y dueños de su dominio. Cuando los concursos para licitar contratos públicos dan por resultado jugosas fortunas entre convocantes y ganadores sin garantizar la obra o el servicio... Cuando ese es el día a día, hablar con entusiasmo de la elección, la democracia y la sucesión es una quimera.
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El descuadramiento del sentido, el ejercicio, la concesión y la distribución del poder data desde Carlos Salinas de Gortari. Con la mano en la cintura, el ilegítimo desmanteló el régimen prevaleciente sin interesarse por diseñar el sustituto. Abrió la economía y cerró la política. El hombre salió fortalecido, el Presidente debilitado. Data desde entonces ese descuadramiento, junto a una ilusión: la consolidación de los partidos políticos. Luego, la primera alternancia -la legislativa, 1997- dejó en claro que la República carecía de instituciones e instrumentos para practicar exitosamente el gobierno dividido y construir acuerdos, la segunda alternancia -la presidencial, 2000- exhibió el populismo de derecha sin proyecto y anuló la alternativa. A la clase política, sí, le interesaba el poder, pero sin saber para qué ni cómo ejercerlo y ni siquiera advertir que ese poder ya no era suyo o sólo suyo. En el fracaso de la clase política para replantear la estructura de un nuevo régimen, los poderes fácticos vieron su oportunidad y a ejercer su poder se pusieron. Sin reglas establecidas, sin respeto por la legalidad, el juego era de fuerza. Poderes fácticos de toda índole y laya vieron al país ya no como una República sino como un botín digno de disputa. Felipe Calderón sólo animó el festín combatiendo exclusivamente a una porción del poder criminal, aliándose para sobrevivir con otras expresiones del poder fáctico -Elba Esther Gordillo en primer lugar-, y dejando hacer y deshacer a los otros poderes que hoy lo anulan mientras asfixian la democracia.
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Lo más inquietante de esa realidad es que los candidatos presidenciales miran a los lejos sin fijarse dónde pisan. El futuro es su jardín, el presente su pantano. Enrique Peña Nieto no es lo que pretende, pero ya está en brazos de quienes lo van a asfixiar. Josefina Vázquez Mota insiste en ganar la candidatura que no acaba de hacer suya y señala los errores de sus competidores sin ver que los de Calderón y los suyos son al cubo. Andrés Manuel López Obrador da por sentado que con honradez y austeridad todo se va arreglar y cuadrar. Y Gabriel Quadri, bueno, él sí va a ganar lo que se propuso. En ninguno de ellos cabe proponer acuerdos mínimos para, sin importar quién llegue a Los Pinos, abrirle espacio al electorado... aunque los poderes fácticos digan que el asunto ya está decidido.
sobreaviso@latinmail.com
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kikka-roja.blogspot.com
No, no se trata de escoger entre ver un partido futbol o un debate político como tampoco de implorar u obligar a los concesionarios a privilegiar el desarrollo de la cultura política nacional. Se trata del fracaso de un Estado que, en su hundimiento, tolera el sacrificio del interés general en beneficio del interés privado y, en contradicción con su postulado civilizatorio, alienta la barbarie y el uso de la fuerza como código de entendimiento. El desplante de las televisoras al negarse a transmitir el debate entre los candidatos presidenciales por cadena nacional revela la debilidad de un Estado incapaz de someter al imperio de la ley y la civilidad a las fuerzas que disputan, por fuera y por dentro de los canales institucionales de participación, espacios de dominio y de poder.
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Mucha, mucha más hondura tiene la transmisión del debate entre los candidatos presidenciales. Ilustra cómo el desajuste en el control y el ejercicio del poder tienen al Estado contra la pared y a la autoridad política como avestruz. El desplante del duopolio televisivo es el desplante del crimen, el desplante de Elba Esther Gordillo, el desplante de los caciques políticos, el desplante de los grandes monopolios que, conscientes de la ausencia de equilibrio, coordinación y entendimiento de los poderes formales, ven en su propio peso y fuerza la oportunidad de imponer sus intereses sobre los de la nación. La administración, incapaz de constituirse en gobierno, se cubre de gloria -eso cree- desenfundando las armas contra los cárteles criminales, pero guardando hasta el gesto y la voz ante los cárteles económicos, políticos y gremiales que, como el crimen, desfiguran al Estado e invitan a que cada quien, en la medida de su posibilidad, tome cuanto quiera, le pertenezca o no. Ese es el fondo del debate sobre la transmisión del debate. Su agregado es la no tan inocente ilusión de quien, decidido a ganar la elección como sea, sabe de antemano que quizá se ciña la corona, pero no haga suyo el bastón de mando porque, en cuanto se tercie al pecho la banda tricolor, será prisionero de esa red intereses particulares que hoy lo impulsan para enclaustrarlo mañana. Cosa de preguntarle a Felipe Calderón.
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Por eso, hablar con entusiasmo de la elección, de la normalidad democrática o de la sucesión como el fin de esta temporada negra... no es algo sencillo. Cuando el crimen cobra tributo como Hacienda, determina qué carreteras son de peaje, disputa con el Ejército el ejercicio de la violencia, controla territorios y cuelga, decapita o descuartiza a sus competidores o enemigos. Cuando el duopolio televisivo sataniza, borra o silencia a quienes cuestionan su compostura y cuenta qué legisladores son suyos y cuántos debe comprar, alquilar o doblar. Cuando la lideresa del magisterio dicta la política educativa afín al interés gremial y no escolar. Cuando los empresarios con responsabilidad social se quejan de la obesidad de los niños sin dejarlos de engordar. Cuando la cúpula eclesial se escandaliza frente al derecho al aborto y calla ante la pederastia con sotana. Cuando las burocracias partidistas postulan bandidos y delincuentes porque, además de ese arte, garantizan votos. Cuando los caciques sindicales no levantan la voz y el puño en defensa de los trabajadores siempre y cuando la autoridad respete su imperio. Cuando los gobernadores que pueden -hay quienes no pueden- manejan a capricho las finanzas públicas y se conducen como amos y dueños de su dominio. Cuando los concursos para licitar contratos públicos dan por resultado jugosas fortunas entre convocantes y ganadores sin garantizar la obra o el servicio... Cuando ese es el día a día, hablar con entusiasmo de la elección, la democracia y la sucesión es una quimera.
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El descuadramiento del sentido, el ejercicio, la concesión y la distribución del poder data desde Carlos Salinas de Gortari. Con la mano en la cintura, el ilegítimo desmanteló el régimen prevaleciente sin interesarse por diseñar el sustituto. Abrió la economía y cerró la política. El hombre salió fortalecido, el Presidente debilitado. Data desde entonces ese descuadramiento, junto a una ilusión: la consolidación de los partidos políticos. Luego, la primera alternancia -la legislativa, 1997- dejó en claro que la República carecía de instituciones e instrumentos para practicar exitosamente el gobierno dividido y construir acuerdos, la segunda alternancia -la presidencial, 2000- exhibió el populismo de derecha sin proyecto y anuló la alternativa. A la clase política, sí, le interesaba el poder, pero sin saber para qué ni cómo ejercerlo y ni siquiera advertir que ese poder ya no era suyo o sólo suyo. En el fracaso de la clase política para replantear la estructura de un nuevo régimen, los poderes fácticos vieron su oportunidad y a ejercer su poder se pusieron. Sin reglas establecidas, sin respeto por la legalidad, el juego era de fuerza. Poderes fácticos de toda índole y laya vieron al país ya no como una República sino como un botín digno de disputa. Felipe Calderón sólo animó el festín combatiendo exclusivamente a una porción del poder criminal, aliándose para sobrevivir con otras expresiones del poder fáctico -Elba Esther Gordillo en primer lugar-, y dejando hacer y deshacer a los otros poderes que hoy lo anulan mientras asfixian la democracia.
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Lo más inquietante de esa realidad es que los candidatos presidenciales miran a los lejos sin fijarse dónde pisan. El futuro es su jardín, el presente su pantano. Enrique Peña Nieto no es lo que pretende, pero ya está en brazos de quienes lo van a asfixiar. Josefina Vázquez Mota insiste en ganar la candidatura que no acaba de hacer suya y señala los errores de sus competidores sin ver que los de Calderón y los suyos son al cubo. Andrés Manuel López Obrador da por sentado que con honradez y austeridad todo se va arreglar y cuadrar. Y Gabriel Quadri, bueno, él sí va a ganar lo que se propuso. En ninguno de ellos cabe proponer acuerdos mínimos para, sin importar quién llegue a Los Pinos, abrirle espacio al electorado... aunque los poderes fácticos digan que el asunto ya está decidido.
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