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lunes, 16 de febrero de 2009

Anemia y anomia: Agustín Basave Benitez

Anemia y anomia
Agustín Basave
16-Feb-2009

En un Estado ideal las demandas sociales no llegarían a la calle. Las desigualdades serían menores, la corrupción mínima y los mecanismos legales suficientes para procesar cualquier reclamación, por lo que los conflictos entre grupos de la sociedad se resolverían cabalmente por cauces institucionales. No serían necesarios, pues, plantones o marchas, y en consecuencia tampoco habría choques entre policías y manifestantes. Pero ese Estado ideal no existe en ninguna parte del mundo, y menos en México. Nuestro país padece de anemia estatal, una enfermedad causada por la infección autócrata y la hemorragia neoliberal, cuyos síntomas son una gran debilidad, palpitaciones de injusticia, taquicardia de corrupción y depresión o disfuncionalidad de leyes e instituciones.

Cuando hablo del Estado hablo de la sociedad políticamente organizada. Incluyo, pues, a los mexicanos y a nuestra cultura de reglas no escritas. El problema no ha sido provocado sólo por los gobernantes sino también por los gobernados que prefirieren una “normatividad” informal que se aplique discrecionalmente y con la que no todos sepamos a qué atenernos. Esa sublegalidad está intrínsecamente vinculada a la anemia y se llama anomia. El diccionario de la Real Academia la define como “ausencia de ley”, o un “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”. La definición es precisa. Aunque no se haya adueñado por completo de México, la anomia permea buena parte de la vida nacional.

Hace tiempo escribí en este espacio que nuestros gobiernos están atrapados entre la lenidad y la represión. Me refería, desde luego, a la forma en que suelen responder a las manifestaciones populares que infringen la ley. O toleran cualquier exceso o recurren a una violencia desmedida que pisotea derechos fundamentales. No se nos da el justo medio: son muy raros los enfrentamientos en que se restablece el orden mediante el empleo profesional —medido, justo— de la fuerza pública. Y son más raros aun los casos en que los desmanes se persiguen con estricto apego a la legalidad, sin hacerse de la vista gorda o abusar de los recursos punitivos. Ambas cosas son resultado de la anomia: si la ley está ausente se puede caer lo mismo en la anarquía que en la arbitrariedad autoritaria. Ejemplos de autoridades temerosas que han permitido todo tipo de desórdenes abundan, y un ejemplo reciente y lamentable de coerción excesivamente violenta y de castigo judicial desproporcionado es el caso del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.

No, no defiendo la salvaje golpiza a un policía ni las demás tropelías de los macheteros. Pero también repruebo que fuera la venganza la que guiara su detención y la ejemplaridad infundada la que dictara la sentencia a su líder. Para ponerlos a disposición de un Ministerio Público era absolutamente inadmisible e innecesario vejar hombres y violar mujeres, y los 112 años de prisión a Ignacio del Valle fue una pena ominosamente desmedida y contraproducente. Si lo que se pretendía era mandar la señal de cero tolerancia, lo que se logró fue enviar el mensaje de cero equidad: ¿cómo justificar el hecho de que se reprendan con mucha mayor dureza los delitos de un luchador social que los crímenes de muchos secuestradores o narcotraficantes y de tantos políticos y empresarios corruptos? ¿Y cómo explicar que en Atenco hubo grave violación de las garantías individuales pero que no está claro quiénes son los responsables que pagarán por ello?

Para un Estado como el nuestro es difícil ejercer el monopolio de la violencia legítima frente a movimientos sociales. Con los niveles de desigualdad que tenemos, con cuerpos policiacos pésimamente preparados y con el temor de los gobiernos a la sublevación y su propensión a responder a las protestas con blandura o con severidad exageradas, los conflictos sólo pueden crecer y multiplicarse. Algo de esquizofrenia hay en esto, como en tantos otros aspectos de nuestro comportamiento, incluida la actitud de la mayoría de los mexicanos frente a los pobres. Los margina y los compadece, los trata con desprecio y compasión, los ve con irritación y remordimiento. Los zahiere con la mayor de las adversidades y pretende compensarlos, ya que no con un mejor nivel de vida al menos con indulgencia con respecto a la aplicación de la ley ante sus expresiones de inconformidad. Pero cuidado. La injusticia social no se combate sin normas; no podremos edificar una sociedad justa mientras prevalezca la mentalidad de desprecio por la legalidad y la institucionalidad.

La mezcla de desigualdad y sublegalidad es un coctel molotov. Y si se le agrega el ingrediente del crimen organizado, la bomba es mucho más destructiva. El fenómeno de “los tapados”, jóvenes regiomontanos marginados que reciben dinero de narcos para bloquear calles con barricadas y exigir la salida del Ejército, ya mostró su potencial corrosivo en Colombia. La pauperización de la criminalidad es tan grave como la criminalización de la pobreza. Si continúa la entronización de los cárteles de la droga en comunidades enteras, financiando obras públicas, generando empleos y sacando a la gente de la miseria, nuestro tejido social sufrirá una descomposición peligrosísima. Eso ya ocurre en varias partes del país, y ocultarlo o diluirlo en eufemismos sólo ayuda a extender la anomia. No en balde el otro significado que la Academia da a la palabra es “trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre”.

abasave@prodigy.net.mx

La pauperización de la criminalidad es tan grave como la criminalización de la pobreza. Si continúa la entronización de los cárteles de la droga en comunidades enteras, sacando a la gente de la miseria, nuestro tejido social sufrirá una descomposición peligrosísima.


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lunes, 9 de febrero de 2009

Agustín Basave: Estado vulnerable

Estado vulnerable
Agustín Basave
09-Feb-2009

Los Estados latinoamericanos son más débiles que los Estados primermundistas. Lo son por varias razones pero, fundamentalmente, por nuestra inefable tradición caudillista. Tendemos a privilegiar al hombre (o a la mujer) fuerte por encima de la institución fuerte. En aquellos países se procura fortalecer a los liderazgos, en los nuestros se busca reforzar a los líderes. Mientras que allá el criterio para medir el poder del gobernante es su capacidad para hacer funcionar el entramado institucional a favor de su proyecto —siempre sujeto a las restricciones que el aparato le impone— acá lo es la habilidad para personalizarlo, sojuzgarlo o en el mejor de los casos ignorarlo. La escasez de servicios civiles de carrera sólidos es uno de los síntomas de esta enfermedad. México es un buen ejemplo, o mejor dicho un mal ejemplo. Los mexicanos solemos guiar nuestro sentido de permanencia, por lo que a la cosa pública se refiere, hacia la admiración por el control político que un presidente ejerce después de su sexenio. Y nuestro proceso de institucionalización no nos ha llevado mucho más allá del aprecio por la persistencia e incluso por la inmutabilidad de los partidos.

No debe pues extrañarnos la vulnerabilidad de nuestro andamiaje estatal. Cuando cambia el gobierno cambian todos los planes, casi todos los funcionarios y muchas de las reglas del juego. Y cuando hay cambio de régimen cambian los símbolos y hasta los colores. Aclaro que estoy muy lejos de sumarme a las filas del misoneísmo nacional: soy de los que creen que nos hace falta una nueva Constitución, menos lejana de la realidad y más cercana al consenso nacional. Lo que ocurre es que hasta para modificar la institucionalidad se requiere institucionalidad, es decir, normas que encaucen las transformaciones en beneficio de la sociedad y no de algunos dirigentes. Pero eso no fue posible cuando el Estado mexicano fue un modelo para armar en manos del mandatario en turno y menos lo será en tanto prevalezca el Estado teporocho, el Estado anoréxico, el Estado bombero o cualquiera de las modalidades estatófobas forjadas por el neoliberalismo y agudizadas por déficits de legitimidad.

El debate en torno a la posibilidad de que México sea un Estado fallido es significativo. Mexicanos de chile rojo, de dulce azul y de manteca amarilla rechazamos la imputación —me incluyo— si no por otra cosa porque proviene de documentos de inteligencia de Estados Unidos y lastima nuestra sensibilidad nacional. Con todo, hay elementos objetivos para refutar las comparaciones: nuestra realidad dista mucho de asemejarse a la de Pakistán y no tiene nada que ver con la de Somalia. Estamos ante una situación gravísima por el desbordamiento del crimen organizado en general y del narcotráfico en particular, que se agrava por la amenaza de la crisis económica y del descontento social, pero no hemos llegado a los niveles de anarquía de esos países. Ahora, si bien hay unanimidad en el rechazo inicial a los señalamientos gringos, hay también una diferencia en la visión de las cosas: unos se quedan con la idea de que no hemos caído y otros preferimos quedarnos con la de que estamos cerca del precipicio. Unos se consuelan y otros nos preocupamos. Todos, por cierto, debemos ocuparnos de que no caigamos.

Lo importante es no confundir las causas con los efectos. El enseñoramiento de la violencia y los demás desafíos a nuestro Estado tienen un origen común, que es la existencia de instituciones frágiles, la que a su vez tiene la explicación histórica a la que me acabo de referir. Pero la expresión más nítida de esa fragilidad es la prevalencia de las reglas no escritas y la concomitante corrupción. La ley no se cumple porque lo que rige tanto al sector público como al privado y al social es una serie de códigos de normatividad tácita producto de esa estatalidad maleable, y en ese esquema cabe todo. Cabe la pérdida de control de territorio auspiciada por la infiltración de los criminales en el sistema de seguridad y de procuración y administración de justicia, cabe la informalidad de quienes no pagan impuestos o se los pagan a otros recaudadores, cabe la justicia por propia mano, cabe, en suma, la ausencia cotidiana y consuetudinaria de la legalidad. Si se quiere medir la cercanía al abismo de la falla del Estado mexicano, equipárense los metros a los minutos y cuéntese el tiempo que pasa en México entre una corruptela y la siguiente.

En el primer mundo sobran individuos y grupos que violan la ley. La diferencia es que allá no se invaden las zonas intocables de las reglas escritas, y por eso la ilegalidad es la excepción y no la regla y la corrupción está menos extendida. No es que esos países estén en el Nirvana, pero sus Estados son fuertes porque la gente teme al caciquismo y valora la institucionalidad. Y una cosa más. Son fuertes porque el capitalismo desarrollado no se aplica a sí mismo la receta que reparte afuera, y sabe que la fortaleza de la autoridad estatal es indispensable para todos, incluidos los empresarios. Allá también hay grandes televisoras y otros poderes fácticos que tratan de obtener privilegios y a menudo lo logran, pero no los dejan concentrar poder al grado que puedan poner de rodillas al Estado. Se vale exigir certeza jurídica y jugar con los recovecos legales, negociar y presionar, pero hay límites. Son las fronteras de la sensatez, y se respetan porque la mayoría de los estadistas y legisladores y jueces encarnan el instinto de supervivencia de las instituciones y saben que nada ni nadie debe estar por encima de ellas.

abasave@prodigy.net.mx

Los desafíos a nuestro Estado tienen un origen común, que es la existencia de instituciones frágiles; la expresión más nítida de esa fragilidad es la prevalencia de las reglas no escritas y la corrupción. La ley no se cumple porque lo que rige es una normatividad tácita producto de esa estatalidad maleable.


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lunes, 2 de febrero de 2009

De crisis y prioridades: Agustín Basave

De crisis y prioridades
Agustín Basave
02-Feb-2009

A Carlos Payán; que cumpla muchos más.

En estos tiempos de desideologización son cosas aparentemente llanas las que distinguen a un gobernante de izquierda. Quedaron en el siglo pasado, aunque algunos pretendan reciclarlas, las discusiones sobre el viejo estatismo. Hoy un progresista defiende entre otras cosas una política económica productiva y no especulativa, una política fiscal redistributiva y una política social que trascienda el asistencialismo. Se trata, simple y complejamente, de contrarrestar los excesos del anarcocapitalismo y sacar al Estado de la anomia y la anemia en que lo han dejado los templarios de la mano invisible y cuyos efectos resentimos todos. Pero no sólo del plan vive el hombre. A veces lo que hace la diferencia son las prioridades en materia de presupuesto y deuda pública que un gobernante manifiesta en forma casuística.

Me explico. El criterio para determinar la existencia de una coyuntura crítica es lo que ahora deslinda ideologías. Para la derecha, la miseria y la desesperación de grandes grupos marginados no constituye una crisis que amerite atención urgente mediante la consecución de recursos extraordinarios; en ese caso pide paciencia en aras del realismo y la responsabilidad presupuestal. Pero cuando las grandes empresas se derrumban, para esa misma derecha ser realista y responsable es incurrir en déficits, endeudarse, socializar las pérdidas, hacer hasta lo imposible para salvarlas. En México tenemos un ejemplo muy ilustrativo. En 1995 el gobierno enfrentó una situación financiera crítica y no reparó en restricciones de presupuesto para resolverla: salió inmediatamente a contratar empréstitos por cantidades exorbitantes de dinero a efecto de salvar a los bancos. Con toda atingencia se pidió un préstamo enorme a Estados Unidos y no se dudó en darle todas las garantías que pedía a cambio. Hoy nos dice el ex presidente Ernesto Zedillo, con mal disimulado orgullo, que esa operación de salvamento fue más grande que la que nuestro vecino está realizando, porque su monto alcanzó 20% de nuestro PIB.

Yo no cuestiono la ineludible intervención estatal en esa crisis, pero sí repruebo las causas, las prioridades y la corrupción del Fobaproa. ¿Cuánto nos han costado las privatizaciones fallidas de los bancos, las carreteras, las aerolíneas?, ¿cuántos de los accionistas y directivos que por ilegalidad o ineptitud perjudicaron a tanta gente pagaron con la cárcel o la ruina y cuántos mexicanos de a pie perdieron todo lo que tenían? Ahora bien, hay distintas maneras de hacer un rescate, como en cierta medida ha demostrado Barack Obama: ¿por qué en México se canalizó el dinero a la banca y no, al menos en parte, a la sociedad afectada por la crisis?; ¿no era acaso crítica la situación de millones de los mexicanos más desprotegidos, y una ayuda directa a ellos no habría ayudado también a las finanzas del país y de paso habría evitado que los banqueros abusaran del erario para compensar sus errores y premiar su voracidad? Sin embargo, para evitar el error de diciembre y sus secuelas habría sido preciso que existiera la voluntad política de proteger primordialmente los empleos y por añadidura a los empleadores, y no al revés.

Pero vayamos un poco más lejos. Yo digo que sí era prioritaria una acción del Estado en 1995, aunque ciertamente no la que se realizó, pero también digo que eran y son igualmente prioritarias acciones de mucha mayor magnitud para combatir la pobreza y las desigualdades. Si entonces se decidió endeudar al país al grado de comprometer nuestro futuro, ¿por qué se regatean fondos mucho más modestos para proyectos sociales? ¿No es acaso tan crítica o más la situación de millones de indígenas y campesinos y de marginados urbanos? Los proyectos para crear un seguro contra el desempleo o la infraestructura hospitalaria de un sistema de salud auténticamente universal y gratuito, que implicarían un menor endeudamiento, han sido sistemáticamente descalificados por los gobiernos neoliberales como propuestas inviables del populismo. No hay dinero suficiente, dicen, y hay prioridades...

Por supuesto que hay prioridades. Ése es justamente el problema, que se han priorizado privilegios minoritarios por sobre el bienestar de la mayoría. ¿Decir esto es retórica populista? ¿De veras? ¿Todavía queda alguien que pueda honestamente sostener que habría sido imposible destinar más presupuesto para construir un país menos desigual, y que ese esfuerzo nos habría dejado en mejores condiciones para enfrentar la actual adversidad? No cabe duda: lo que marca la diferencia, lo que hoy distingue en buena medida a la izquierda de la derecha, es el criterio para determinar qué constituye una crisis.

Sven y Felipe. El director técnico de la Selección Mexicana de Futbol parece cojear del mismo pie que el presidente de México. Tras haber sorteado exitosamente los primeros obstáculos, en estos momentos no ve la luz al final del túnel. Por si la mala suerte, los castigos y las bajas no fueran suficientes, carece de una estrategia bien planeada e incurre en tácticas conservadoras, demasiadas alineaciones, cambios tardíos. Si libra el descontento interno enfrentará adversarios muy difíciles en canchas adversas. El arranque de la siguiente fase nos tiene a todos con el alma en un hilo. Tendrá que verse las caras con la renovada, impredecible y poderosa escuadra de Estados Unidos.

abasave@prodigy.net.mx

El criterio para determinar una coyuntura crítica es lo que deslinda ideologías. Para la derecha, la miseria y la desesperación de grandes grupos marginados no constituye una crisis. Pero cuando las grandes empresas se derrumban, ser realista y responsable es incurrir en déficits, endeudarse, hacer lo imposible para salvarlas.

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lunes, 26 de enero de 2009

Sin audacia no hay esperanza: Agustín Basave

Sin audacia no hay esperanza
Agustín Basave
26-Ene-2009

Para Federico Cantú, paisano, amigo, artista talentoso que no hurta sino hereda, con mis mejores deseos para que nos enriquezca con su bonhomía y con su obra mucho tiempo más.

La etapa de acumulación de su capital político ha terminado. Ahora viene lo más difícil: ponerlo en juego y esperar que le alcance para lograr sus objetivos en una época de adversidad. Y es que, más allá del gran apoyo popular del que goza dentro y fuera de su país, Barack Obama tiene todo en contra. Recibe un país con la peor crisis económica desde la Gran Depresión y el entorno internacional más adverso desde la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos se ha convertido en la única superpotencia y, paradójicamente, su estructura financiera es más endeble y su sistema de seguridad más vulnerable ahora que antes de su hegemonía. En la economía global y en su política exterior enfrenta cada vez más competidores y menos aliados. Es, en gran medida, el catastrófico legado que George W. Bush le deja a su sucesor.

Obama tendrá que enfrentar eso y más sin mayores recursos. La cantidad de dinero que se ha destinado al rescate de empresas es gigantesca, y todavía hace falta más. Sus planes de disminuir los impuestos a la clase media y de crear un sistema de salud universal se toparán con un presupuesto exhausto. Por otra parte, terminó ya la luna de miel protocolaria con su ex rival y con el Partido Republicano, y si bien los Demócratas cuentan con mayoría de legisladores en ambas Cámaras del Congreso la oposición será mayor de lo que parece. No hay que olvidar que el margen de la derrota de John McCain es engañoso. En términos de votos electorales perdió por landslide, pero en votos populares obtuvo 45.7 por ciento. Es decir, pese a competir en momentos de debacle financiera con el lastre de un partido desprestigiado por el peor presidente que ha tenido, McCain se quedó a sólo cuatro puntos porcentuales de la mitad. En ese sentido, la estadunidense sigue siendo una sociedad polarizada.

No debería sorprendernos, pues, que Barack Obama acabe decepcionando a sus seguidores. Para cumplir con las enormes expectativas que despertó tendría que emerger como una suerte de síntesis sublimada de Roosevelt y Gorbachov. Por eso, porque en las actuales circunstancias cordura es sinónimo de arrojo, dice Thomas Friedman que espera que Obama sea un “radical de clóset”. Está obligado a revolucionar a su país y al mundo, y la cautela es su peor enemiga. Si no pone en práctica la audacia acabará con la esperanza. Debe tener una dosis de prudencia, sin duda, pero debe tener una mayor dosis de intrepidez y de valentía. El establishment de Estados Unidos desconfía de los cambios drásticos y suele disuadir a quienes los impulsan. Sin osadía, sin coraje, poco o nada va a cambiar.

Todo indica que Barack Obama es un idealista brillante, pero la magnitud de la crisis y las poderosas presiones de que será objeto podrían frenar su ímpetu reformador. Resentirá, además, las consecuencias de no haber temido rodearse de grandes personalidades. Un gabinete compuesto por políticos sagaces y ambiciosos le dará dividendos pero también le generará problemas. ¿Alguien se asombraría, por ejemplo, si Joe Biden y Hillary Clinton chocaran en torno a la agenda internacional? No puede cesar al vicepresidente y el costo de hacerlo con una secretaria de Estado de ese calibre es muy alto. Sin liderazgo, firmeza y compromiso las cosas pueden complicársele. Si el deseo de evitar turbulencias le gana al empuje de su proyecto de cambio, podemos augurar el principio de un desencanto del tamaño de la ceremonia de su arribo al poder.

Obama está evidentemente consciente del desafío que encara. Sus palabras de toma de posesión son la prueba de que quiere bajar las expectativas, cambiar la pirotecnia verbal por un sentido de responsabilidad compartida. Fue una buena pieza de oratoria, sobria y elegante, pero no llegó a los niveles de excelencia de algunas de sus intervenciones de campaña. Pudo haber pronunciado un discurso de las dimensiones históricas del que dijo 18 de marzo del 2008 (A more perfect Union) y no lo hizo. Prefirió dejar la poesía e iniciar la prosa. Y tiene razón en hacerlo, siempre y cuando no signifique un arrepentimiento de lo que él mismo considera su misión. Las ilusiones de millones de personas, su entusiasmo desbordado, es un arma de dos filos. Hay que hacerles entender que nada de lo que esperan se dará sin un gran esfuerzo colectivo, pero también hay que aprovechar ya la energía de esa ciudadanía esperanzada para emprender con su arrastre las grandes transformaciones. Los mexicanos, que tenemos el recuerdo fresco de un bono democrático desperdiciado, lo sabemos muy bien.

Soy uno de los muchos que alberga expectativas seguramente excesivas de la presidencia de Barack Obama. Hoy que la efervescencia de su ruta al poder ha pasado reconozco que, por el desastre heredado y por las limitaciones que le impondrá el sistema político y económico del que forma parte, su espacio de maniobra será estrecho. Pero las esperanzas son como las cucarachas: es muy difícil matarlas. Cuando uno cree que lo ha logrado, cuando se da por satisfecho de que su pisotón acabó con una de ellas porque yace inmóvil en un rincón, se levanta y corre con una vitalidad insólita. Así que ni hablar, señor Obama: tal vez nos equivocamos, pero no nos vamos a dar por vencidos tan fácilmente.

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Soy uno de los muchos que alberga expectativas excesivas de Obama. Por el desastre heredado y las limitaciones que le impondrá el sistema, su espacio de maniobra será estrecho. Pero las esperanzas son como las cucarachas: es muy difícil matarlas.


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martes, 20 de enero de 2009

Oposición racional: Agustín Basave

Oposición racional
Agustín Basave
19-Ene-2009

El defecto de la democracia es que incentiva a medio país para desear que le vaya mal al país entero. Me explico: los líderes de la oposición en los regímenes parlamentarios y en los presidenciales bipartidistas o de balotaje, que representan a poco menos de 50% de la gente (en los pluripartidistas sin segunda vuelta pueden representar a la mayoría), pugnan por que el gobierno fracase para ganar las siguientes elecciones. Desde luego que hay excepciones que confirman la regla. Pienso en casos como el del partido opositor Fine Gael en Irlanda, que en 1987 y ante una situación crítica decidió apoyar el proyecto económico del su rival histórico, el gobernante Fianna Fáil. Pero la perversidad de la lógica democrática a la que aludo no tardó en poner las cosas en su lugar: Alan Dukes, jefe de la oposición, colaboró a la gestación del milagro económico irlandés pero cavó su propia tumba. Poco tiempo después habría de nacer el famoso Tigre Celta y habría de morir la carrera de un político brillante.

La democracia moderna es inconcebible sin partidos políticos que se disputen el poder. Esa lucha tiene un efecto positivo, porque ofrece opciones, genera equilibrios y pone a prueba planes y programas perfectibles. No es inusual que quienes gobiernan se equivoquen y menos que incurran en actos de corrupción. Sin el contrapeso activo de la ideología, sin la conciencia crítica del adversario, los gobiernos democráticos cometerían más errores y serían más corruptos. Como he dicho en otros textos, el poder no es por naturaleza comedido sino expansivo, y tiende a ejercerse hasta el límite de lo contraproducente. Y uno de los responsables de hacer que a los poderosos les sea más costoso que benéfico el abuso de su fuerza es justamente la oposición.

Así, la función opositora es obviamente pertinente y útil. Pero llevarla a extremos de rechazo automático a todo cuanto proponga el contrario es caer en la irracionalidad. Es prácticamente imposible que todas las decisiones de un gobierno sean erradas —por más que a veces se hagan enormes esfuerzos en ese sentido— y por eso aun entre partidos némesis hay margen para el acuerdo. Entre la oposición sistemática y la oposición dócil existe un justo medio, que es el de la oposición racional y propositiva. Se evalúa la agenda legislativa y se rechaza lo rechazable con la misma firmeza con la que se acepta lo aceptable. En buena tesis ideológica, en la mayoría de las iniciativas se estará en contra y en unas cuantas se estará a favor, si bien en un caso y en otro se partirá de propuestas propias. Además de ayudar al país se ayuda a la causa partidaria, porque está visto que los opositores empedernidos alejan a los votantes tanto como los opositores desdibujados. El eterno “no” repele al centro electoral lo mismo en las épocas de vacas gordas que en las de vacas flacas.

En México hemos visto esa película varias veces. Los partidos de oposición que se han enfrentado al gobierno en la mayoría de los temas, pero que también han respaldado lo que consideran necesario, son los que han tenido mayores beneficios electorales. Hoy lo estamos constatando una vez más en las encuestas, donde el PRI va arriba de un PAN desgastado y de un PRD que es visto por la mayoría como el rijoso que se opone a casi todo. En la actual coyuntura, y de cara a 2012, el único escenario en que triunfaría la apuesta del ala radical perredista es en el que se conjuntara el derrumbe del país y la percepción de que el gobierno panista es el culpable y los priistas son sus cómplices. Porque si no hay una debacle, o si la hay pero la gente percibe que el presidente es víctima de factores externos, el ganón será el PRI. En cualquiera de esas circunstancias un extremismo opositor será juzgado como victimario y pagará el precio en las urnas. El PRD sólo podría tener posibilidades de ganar si cambiara su estrategia y se convirtiera en una oposición más racional y propositiva, pero para eso tendría que aceptar que la dignidad no excluye el realismo. En política, el corazón debe estar caliente pero la cabeza debe estar fría, especialmente cuando de responder agravios se trata. Una falta de legitimidad no se combate exitosamente con un exceso de indignación sin con la dosis justa de sagacidad.

Hasta aquí el cálculo para los partidos; ahora veamos lo que nos conviene a todos los mexicanos. Estamos empezando un año endiabladamente difícil, con condiciones socioeconómicas sumamente adversas. El escenario catastrófico no beneficiaría a nadie, ni siquiera a los radicales, porque en el mejor de los casos gobernarían sobre ruinas. Es el momento de forjar un pacto de unidad nacional para enfrentar la crisis, para cambiar la política económica y combatir a fondo la criminalidad y la corrupción; en otras palabras, para detonar el renacimiento de México. Por cierto, esa propuesta debería provenir de una oposición patriota e inteligente que sepa armonizar sus principios y su rentabilidad electoral con el interés de la nación.

El defecto de la democracia se mitiga con tres cualidades: amor a la Nación, sentido de Estado y generosidad de liderazgo. Si los actores políticos las tienen, los partidos seguirán deseando que les vaya mal a sus adversarios pero nadie buscará la ruina del país entero.

Homenaje. Murió el doctor Carlos Canseco, médico insigne, filántropo en el mejor sentido de la palabra, gran hombre. Por si sus otros méritos no bastaran, se dio tiempo para fundar el que está destinado a ser el mejor equipo de México: el Club de Futbol Monterrey.

abasave@prodigy.net.mx

El defecto de la democracia es que incentiva a medio país para desear que le vaya mal al país entero. Se mitiga con tres cualidades: amor a la Nación, sentido de Estado y generosidad de liderazgo. Si los actores políticos las tienen, nadie buscará la ruina del país entero.


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martes, 6 de enero de 2009

Agustín Basave: Apuestas prematuras / ¿Siglo de incertidumbre?

Apuestas prematuras
Agustín Basave
05-Ene-2009
Hay que tomar las predicciones con un grano de sal. Para poner a pensar a los apostadores, ofrezco aquí mis cuestionamientos sobre lo que muchos dan por hecho de cara a las elecciones federales de 2009.

Las encuestas y los análisis de prospectiva son muy útiles mientras no se les convierte en fetiches. La política, como la economía, es una disciplina social y como tal está sujeta a la volubilidad humana. Es decir, el comportamiento de las personas es menos predecible que el de los números, los metales o los objetos celestes. Y dado que no se trata de una ciencia exacta, hay que tomar las predicciones con un grano de sal. Nunca está de más, en otras palabras, hacerle al abogado del diablo en materia de vaticinios electorales y partidistas. Después de hacerlo uno mantiene las hipótesis robustas y desecha las endebles. Por eso, y para poner a pensar a los apostadores, ofrezco aquí mis cuestionamientos sobre lo que muchos dan por hecho de cara a las elecciones federales de 2009.

Apuesta 1: El Partido Revolucionario Institucional va a ganar la gran mayoría de las curules de la LXI Legislatura. Es lo más probable, sí, pero los priistas harían mal en cantar victoria. Extrapolar los resultados de las elecciones locales a las federales siempre ha sido un mal negocio. Las elecciones para la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión son organizadas por el Instituto Federal Electoral y no por los institutos estatales, y ahí los gobernadores tienen poco control. Los medios locales y los operadores son los mismos, es verdad, pero el gobierno federal, los medios de la Ciudad de México y los comités nacionales de los partidos también influyen. Las encuestas pueden tener un sesgo en perjuicio del Partido Acción Nacional. En todo caso, no parece que la diferencia de votos entre esos dos institutos políticos vaya a ser muy grande.

Apuesta 2: La bancada del Partido de la Revolución Democrática va a desplomarse a un lejano tercer lugar. Todo apunta a que el sol azteca pagará en las urnas el costo de su división interna, y que el radicalismo le restará fuerza a las candidaturas perredistas, pero el voto duro del PRD no es desdeñable. No se ve demasiado difícil que logre ganar sesenta y tantos distritos, y si así fuera tendría más o menos 100 diputados. El PRI tiene hoy un poquito más que eso y no es una “lejana” tercera fuerza.

Apuesta 3: Los priistas prácticamente van a gobernar el país en los próximos tres años. El poder de ese partido en la primera mitad del sexenio se sustentó en su carácter de bisagra o fiel de la balanza en el Congreso, gestado a su vez por la consigna de Andrés Manuel López Obrador contra cualquier negociación de los legisladores perredistas con el gobierno y su partido. La llegada de Nueva Izquierda a la presidencia del PRD propiciará la construcción de mayorías con el PAN para aprobar algunas reformas, con lo cual la posición del PRI puede debilitarse. Los priistas podrían perder fuerza negociadora, paradójicamente, al pasar del tercero al primer lugar en la Cámara de Diputados.

Apuesta 4: Los partidos pequeños van a desaparecer. Si bien algunos de ellos pueden verse en problemas por la sustitución de las coaliciones por candidaturas comunes, es factible que varios de ellos alcancen la votación mínima para conservar el registro y tener un grupo parlamentario. No hay que olvidar que los miembros del Frente Amplio Progresista recibirán el espaldarazo del lopezobradorismo y que otros han logrado construir un nicho electoralmente rentable.

Apuesta 5: El PRI va a ganar la Presidencia de la República en 2012. Sin duda así sería si, como dicen los encuestadores, mañana fuera la elección presidencial. El problema es que la elección no es mañana: faltan casi cuatro años y eso en política es una eternidad. Muchos imponderables pueden atravesarse y el escenario puede cambiar sustancialmente. La lucha interna entre los precandidatos priistas puede hacer que ese partido tropiece, el PAN puede posicionar al precandidato que le hace falta y hasta el PRD, cuya colección de esquelas fallidas es ya casi tan voluminosa como la que el PRI acumuló en los últimos treinta años, puede recuperarse y dar la sorpresa.

Como se ve, cada escenario tiene muchos asegunes. Es posible que todas esas apuestas resulten ganadoras, desde luego, pero todo puede cambiar de la noche a la mañana. La estrategia priista de proyectarse como la oposición responsable y eficaz puede enfrentar competencia del grupo de Los Chuchos. Los panistas sufrirán desgaste por los errores y las circunstancias adversas del gobierno pero tienen el poder presidencial y con él armas muy poderosas; no hay que olvidar que además de los programas sociales manejan la lucha contra el narcotráfico, y ésa es un arma de dos filos: por un lado erosiona la imagen de quienes gobiernan y por otro les da instrumentos para desprestigiar adversarios. Los perredistas librarán una nueva batalla interna por el registro pero pueden refutar por enésima vez a los agoreros de la ruptura y encontrar un candidato, interno o externo, que aglutine a sus electores enojados y a los votantes esperanzados.

En materia político electoral estamos rodeados de certezas inciertas. Cualquier tahúr sabe que la apuesta potencialmente más lucrativa es la más improbable, pero estas cinco apuestas parecen tener altas probabilidades de ganar y por lo tanto atraerían muchos apostadores, de modo que no valen la pena. Lo mejor, pues, es no apostar. Al menos no prematuramente.

abasave@prodigy.net.mx

La estrategia priista puede enfrentar competencia. Los panistas sufrirán desgaste pero tienen el poder presidencial. Los perredistas librarán una nueva batalla interna pero pueden encontrar un candidato, que aglutine a enojados y esperanzados.


¿Siglo de incertidumbre?
Agustín Basave
29-Dic-2008
Los últimos cien años del segundo milenio anestesiaron la capacidad de asombro de mi generación. Nos acostumbramos a las atrocidades y a las maravillas. El abismo de la naturaleza humana se ensanchaba mientras el mundo encogía ante nuestros ojos.

Alguna vez escribí que el siglo XX fue la centuria de Abraxas. Ese breve periodo que según algunos historiadores duró menos de ocho décadas fue, en efecto, mitad luz mitad sombra. Se inició con una guerra mundial y terminó con el derrumbe del muro de Berlín y del socialismo real, y se entreveraron en él genocidios y liberaciones, muertes absurdas y vidas inesperadas, injusticias y esperanzas. Fue el siglo de Stalin y Hitler y de Gandhi y Mandela, de separatismos y de globalización. Época de miserias y hambrunas y de hitos científicos y tecnológicos que mejoraron la salud y la vida de mucha gente, los últimos ochenta o cien años del segundo milenio anestesiaron la capacidad de asombro de mi generación. Nos acostumbramos a las atrocidades y a las maravillas. Apenas reaccionamos ante las noticias ominosas provenientes de Bangladesh o Ruanda y sólo nos encogimos de hombros la primera vez que recibimos un fax, hicimos una llamada por un teléfono celular o navegamos en internet. El abismo de la naturaleza humana se ensanchaba mientras el mundo encogía ante nuestros ojos.

Quizá fue la política vigesémica la que acaparó las principales paradojas. No le fue posible conciliar diversidad y universalidad: la entronización de la democracia se atragantó con el síndrome del fin de la historia y la estandarización de libertades individuales y derechos humanos se estrelló contra el muro del multiculturalismo. Quiero decir que el decreto de que un régimen democrático sólo puede funcionar con la nueva versión del Estado guardián agudizó la desigualdad y pavimentó así el camino a nuevos autoritarismos y que, aunque pretendía lo contrario, la franquicia de la versión occidental de los valores liberales fue rechazada por grupos étnicos marginados y cuarteó la nueva axiología global. Popper debe haberse estremecido en su tumba cuando se enteró de que los exégetas de su sociedad abierta decidieron expulsar de su seno al viejo Estado de bienestar, y a la fecha los ideólogos del liberalismo no saben qué hacer con los usos y costumbres que no embonan con la igualdad de género o la libertad de cultos.

Hay, sin embargo, un legado político que incubó una disonancia mayor. El siglo XX nos dejó la sensación de que habíamos alcanzado algunas certezas, por ejemplo la de que ya no se iba a cuestionar que la democracia es el peor sistema que existe con excepción de todos los demás que se han inventado (Winston Churchill dixit). Digo “nos dejó”, y quizá debería decir “me dejó”, o “nos dejó a los creyentes”. Porque nunca faltaron ateos y agnósticos democráticos que vaticinaron el desencanto que provocaría la permanencia de la miseria y la marginación en los dominios burgueses del “gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo” (Abraham Lincoln dixit). También creímos que los fraudes electorales se quedarían enterrados tras la línea milenaria. Vaya, hasta pensamos que sería más difícil hacer declaraciones de guerra unilaterales o invadir otros países sin la anuencia, por lo menos, de la élite internacional. Hoy sabemos que fuimos víctimas del optimismo finisecular, del candor globalizante que nos envolvió al influjo de las transiciones en España, Sudáfrica o Chile y del retorno de las tropas estadunidenses de Kuwait.

La verdad es que el XXI parece perfilarse como un siglo de incertidumbres. Hay tantos argumentos para apostar a un renacimiento de la democracia que conlleve una reapertura a nuevas políticas socioeconómicas que redistribuyan el ingreso, como los hay para concebir el derrumbe de la pax washingtoniana y el advenimiento de una era de inestabilidad internacional. Las expectativas que despierta Barack Obama son contrarrestadas por la crisis de la economía de Estados Unidos, la situación de los países subdesarrollados es grave, de cara al desabasto y la carestía alimentaria, y su desenlace es en el mejor de los casos incierto. En esas circunstancias, aferrarse al fundamentalismo del mercado es echar petróleo (de a cuarenta y tantos dólares el barril) a un pasto social de por sí seco. Y es justamente la existencia de semejantes condiciones críticas la que abona lo mismo al escenario positivo que al negativo. Ya se sabe: cuando uno toca fondo o se impulsa hacia lo alto o se ahoga.

No tenemos que empezar de cero. Esta es la gran diferencia entre la cosmovisión de los revolucionarios —declarados o de clóset— y la de los reformistas: los primeros buscan un cataclismo purificador y los segundos queremos una transformación institucional. Y es que la historia nos ofrece evidencias inequívocas de que muy pocas revoluciones pasan un análisis costo-beneficio. Y si eso fue cierto antes, cuando había menos espacios para el cambio pacífico, lo es más ahora. Pero cuidado. La opción reformadora se puede frustrar y la violencia puede volver por sus fueros si el establishment porfía en su miopía y sigue arrinconando a la izquierda, orillándola a ser un clon de la derecha. Si eso ocurre habrá más certidumbre de la mala. Porque si algo nos enseñó el siglo XX es que nada, ni siquiera la modernidad, se conquista para siempre.

El XXI parece perfilarse como un siglo de incertidumbres. Hay tantos argumentos para apostar a un renacimiento de la democracia como los hay para concebir el advenimiento de una era de inestabilidad.

abasave@prodigy.net.mx



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sábado, 13 de diciembre de 2008

Agustín Basave: Muerte de pena

Muerte de pena
Agustín Basave
08-Dic-2008
En la medida que se acercan las elecciones federales se aleja la sensatez. ¿Le gustaría a la gente ver en TV la operación de la cámara de gases o de la inyección letal? ¿Ganaría el morbo o la compasión por la víctima?

La democracia presupone una lógica electoral. Es decir, un político sujeto a la criba de las elecciones suele someter sus dichos y hechos a un análisis de costo-beneficio, y en consecuencia dice o hace aquello que le da más votos de los que le quita. Pero en buena tesis, esa lógica tiene límites. Ni los principios deben ser negociables ni las escalas de valores deben darse en función de ratings. Esto es ante todo un imperativo ético, pero es también un asunto de conveniencia práctica, porque la congruencia es uno de los factores que el electorado puede tomar en cuenta al votar.

La polémica sobre la pena de muerte está poniendo a prueba a muchos políticos mexicanos. Las encuestas muestran que la mayoría de la gente quiere ese castigo para los crímenes más graves, lo cual es comprensible en tiempos de delincuencia desbocada. Nuestra sociedad está enojada y asustada y en esas condiciones es difícil pedirle que privilegie la serenidad, que analice estadísticas, que tome en cuenta consideraciones morales. Las reglas de convivencia social no son instintivas. Son producto de la reflexión racional y, en buena medida, de la contención de la vertiente emocional de la naturaleza humana. El ojo por ojo será siempre más popular que los derechos de un reo.

No dudo que algunos políticos mexicanos hayan estado siempre a favor de la pena capital. Más aún, es posible que la hayan estudiado a fondo y estén convencidos de su virtud y su utilidad para combatir el crimen. Pero estoy seguro de que, en todo caso, son una minoría; la gran mayoría de ellos o no ha definido su postura o ha declarado estar en contra. Su prohibición cabal se elevó hace poco a rango constitucional y no recuerdo haber escuchado voces que se opusieran a esa decisión ni recuerdo a nadie que antes hubiera hecho campaña por la pena de muerte en México. Pero ahora, en medio de la inseguridad galopante y de la difusión de crímenes execrables, las cosas son distintas. Digamos que en ese punto se encuentran una apetitosa oferta y una desenfrenada demanda de votos: la ciudadanía pide a gritos dureza contra los delincuentes y los partidos se desgañitan por ganar adeptos de cara a las elecciones del año próximo.

No se vale medrar políticamente con algo tan delicado. Hay muchos otros temas en los que los partidos pueden recurrir legítimamente a las encuestas para ganar votos, pero hacerlo en uno que implica segar la vida de personas es una irresponsabilidad. Si no se está de acuerdo en el principio moral de que ningún ser humano tiene derecho a decidir la muerte de otro, entonces valórense las evidencias empíricas que prueban la ineficacia de esa pena y sopésese el problema de la irreversibilidad del acto en un sistema de procuración e impartición de justicia tan deficiente y corrupto como el nuestro. Y sobre todo, piénsese en el meollo del problema, que es la impunidad. Yo he expresado que no me opongo a la cadena perpetua porque ahí una injusticia puede corregirse, pero tengo claro que de nada va a servir mientras la inmensa mayoría de los delitos queden impunes. Ése y no otro es el quid del asunto.

Ahora bien, en este caso un debate público sería el disfraz demócrata del oportunismo. ¿Estarían de acuerdo quienes lo piden con que se realice, por ejemplo, una consulta popular en ciertas comunidades indígenas sobre los linchamientos o sobre la restricción de la participación de las mujeres en política? Ni siquiera es cuestión de comulgar o no con el derecho natural, sino de aceptar o no la universalidad de los derechos humanos. Se me dirá que debatir no es aprobar. De acuerdo, pero sí es generar expectativas e incrementar la presión social, lo cual es inoportuno e imprudente en las actuales circunstancias. No es deseable gobernar por encuestas, como no es pertinente cambiar la Constitución cada vez que el veleidoso termómetro de la opinión pública marca una coyuntura mercúrica. El debate que deberíamos tener, en todo caso, es sobre el manoseado concepto de soberanía popular y los mecanismos institucionales para convertir la voluntad general en ley.

En la medida que se acercan las elecciones federales se aleja la sensatez. Cada día que pasa se intensifica ese curioso forcejeo trianual que consiste en que cada partido político restriegue sus discrepancias en la cara de los demás, de esos con los que después tendrá que encontrar coincidencias para legislar. Es normal. Lo anormal es hacer de la rebatinga de sufragios un juego, literalmente, de vida o muerte. En su libro Meditación sobre la pena de muerte (FCE, 1997), mi padre argumentó con toda razón que no cabe matar personas que matan personas para mostrar que es malo matar personas. A los media-freaks que lo proponen yo les recomendaría imaginar las terroríficas escenas de una ejecución. ¿Le gustaría a la gente ver documentales en televisión sobre la espeluznante operación de la cámara de gases o de la inyección letal? ¿Ganaría el morbo o la compasión por la víctima? ¿Soportaría México la crítica internacional que, salvo Estados Unidos, vendría prácticamente de todas partes? Cuidado, porque las encuestas se podrían voltear y a quienes hoy se erigen en adalides de la pena de muerte mañana les podría ganar la muerte de pena.

abasave@prodigy.net.mx

Las reglas de convivencia social no son instintivas. Son producto de la reflexión racional y de la contención de la vertiente emocional de la naturaleza humana. El ojo por ojo será siempre más popular que los derechos de un reo.
http://www.exonline.com.mx/diario/editorial/438347


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viernes, 10 de octubre de 2008

Agustín Basave: EU necesita un Gorbachov

EU necesita un Gorbachov
Agustín Basave
06-Oct-2008
Pregunto a aquellos que insisten en convertir al mundo en un gran casino: ¿genera acaso progreso sustentable?

Agustín Basave

Para Miguel Ángel Granados Chapa, porque merece colgarse la medalla.

El desastre financiero de Estados Unidos está cerca de alcanzar dimensiones catastróficas. Lo que empezó como un problema de préstamos a la vivienda es hoy una crisis de todo su sistema financiero. El crédito excesivo y la especulación ilimitada gestaron una economía ficción, un término que hoy se vuelve contra sus acuñadores. Fue la inacción del gobierno y la irresponsabilidad de los propietarios y altos ejecutivos de hipotecarias, bancos, aseguradoras, calificadoras y similares la que llevó a apostar sin fichas y a prestar lo que no existía. Pero todo parece indicar que, como suele suceder, no serán ellos quienes paguen los platos rotos.

La mayor parte del “rescate” se dedicará, en efecto, a “salvar” a las empresas. Los tenedores de hipotecas que perdieron o perderán sus casas y los ahorradores que verán mermado o desaparecido su patrimonio en buena medida se tendrán que rascar con sus propias uñas. Y es que es a ellos a quienes se les aplican los dictados del mercado, que dicen que al que toma riesgos —negocios, inversiones, préstamos— le corresponde asumir las ganancias o las pérdidas. Porque los fundamentalistas del laissez faire, que son inflexibles con las clases media y baja, son bastante más comprensivos con los magnates. Tratándose de ellos permiten que el ogro se vuelva filantrópico y los “rescate” cuando pierden. Y si para “salvarlos” el Estado ha de erogar más de 700 mil millones de dólares de los impuestos de todos, ni hablar. Total, cuando de socializar pérdidas se trata, ¿qué tanto es tantito?

Me confieso amateur en esa suerte de nigromancia moderna que es la economía. Por eso pregunto a quienes sí saben y, particularmente, a aquellos economistas que insisten en minimizar la regulación de los mercados: ¿de veras seguirán defendiendo el principio del Estado salvavidas después de esta debacle?; ¿no fue la falta de supervisión estatal sobre los nuevos instrumentos financieros una de las causantes del hundimiento, y no habría sido mejor una intervención preventiva y no correctiva?; ¿no fueron decisiones de los directivos de los bancos las que llevaron al sobreendeudamiento? Y lo más importante: ¿todavía creen que hay que privilegiar la especulación?; ¿piensan que el éxito de la globalización es convertir al mundo en un gran casino donde anárquica y fugazmente se ganan y pierden fortunas? Olvidémonos por un momento del hecho de que la economía especulativa provoca mayor desigualdad social y regional y su concomitante inestabilidad política; ¿genera acaso progreso sustentable?

A los servidores públicos, afortunadamente, cada vez se les exige más. Manejan las arcas públicas y están obligados a rendir cuentas y a ser castigados si hacen un mal uso de ellas. ¿Pero qué pasa con los dueños y los ejecutivos de las corporaciones financieras privadas, quienes también administran dinero ajeno y toman decisiones que afectan a la sociedad? Para los políticos o los burócratas que malversan fondos o cometen errores que dañan a otros ciudadanos hay multas y cárcel; ¿y para los empresarios y los empleados que provocan que otros ciudadanos pierdan sus casas o sus ahorros? ¿Qué va a pasar con los genios de las finanzas que construyeron este castillo de naipes, con los banqueros y los C.E.O. que llevaron al abismo a miles de norteamericanos —por no hablar de los damnificados de otros países— otorgándoles préstamos insostenibles? ¿Alguno de ellos perderá su mansión y se convertirá en un homeless atenido a sus cupones de comida? ¿Cuántos de ellos irán a prisión?

Es cuestión de prioridades. El margen de maniobra es estrecho, pero hay otras maneras de invertir ese casi billón de dólares que se va a gastar en Estados Unidos, sobre todo preventivamente. No, no estoy diciendo que sea innecesario inyectar recursos al sistema financiero, porque estoy consciente de que su derrumbe perjudicaría a ricos y pobres. Digo que es muy poco lo que se va a dedicar a los pequeños ahorradores que están viviendo en la angustia de quedarse, ellos sí, en la calle, y es demasiado lo que se les va a otorgar a los principales culpables del desastre. Una cosa es preservar empleos y otra tutelar privilegios, premiando a los que deberían ser castigados con un rescate que proviene del dinero de muchas de las víctimas. Es una película que los mexicanos ya vimos. Yo no sé si el Fobaproa fue evitable o ilegal, pero sí sé que fue inmoral. Se necesitaba la mano del Estado para recoger el tiradero que dejó la mano invisible del mercado gracias a su mal de Parkinson, a no dudarlo, pero ésa no era la mejor alternativa, y la suciedad que envolvió a su instrumentación la hizo aun más deleznable.

A buen entendedor, pocas señales. Una crisis económica demostró el fracaso del sistema soviético y llevó a Gorbachov a transformarlo radicalmente. Los liberales aplaudieron entonces la visión y el pragmatismo del líder ruso, quien superó los dogmas socialistas. Es hora de que otro estadista con conciencia histórica deje atrás el nuevo dogmatismo y cambie sustancialmente el sistema financiero norteamericano. Ojalá que Obama sea ese estadista y que, de paso, ayude a domesticar esta globalidad salvaje que nos amenaza con más desigualdad e inestabilidad.

abasave@prodigy.net.mx

Una crisis económica demostró el fracaso del sistema soviético y llevó a Gorbachov a transformarlo radicalmente. Es hora de que otro estadista deje atrás el nuevo dogmatismo y cambie sustancialmente el sistema financiero norteamericano.



Kikka Roja

viernes, 3 de octubre de 2008

Agustín Basave

No se olvida
Agustín Basave
29-Sep-2008
La gran lección del 68, la que es hoy más vigente que nunca, es que las señales de que se requiere un nuevo acuerdo en lo fundamental nunca deben ser desdeñadas


Este jueves se cumplirán 40 años de la masacre de Tlatelolco. Gracias a un notable trabajo periodístico de Excélsior hemos podido recrear, de un par de meses para acá, la génesis del movimiento estudiantil de 1968. Es fascinante corroborar cómo se fue gestando una avalancha de conciencias y agravios a partir de hechos aparentemente inocuos y espontáneos, y es estimulante constatar que la historia también está hecha de voluntades y que en consecuencia el futuro es inventable.

El determinismo se suele empecinar en encontrar vericuetos abstractos para jactarse, siempre a toro pasado, de que “las condiciones objetivas estaban dadas” y de que todo estaba escrito, pero con semejante terquedad el rigor histórico lo suele desmentir. En el 68 había más que condiciones objetivas: había un conjunto de jóvenes que decidieron tejer una urdimbre de inconformidades y acabaron cambiando el rumbo de México. He dicho muchas veces que, como mi insigne paisano Alfonso Reyes, prefiero autocitarme que repetirme.

De modo que voy a transcribir aquí lo que escribí hace una década. “A los miembros de mi generación la noche de Tlatelolco nos pasó de noche. Yo tenía 10 años en 1968, y si acaso me enteré de lo sucedido fue de manera tangencial y remota. Supe lo que había pasado mucho tiempo después cuando, ya mayor de edad, leí algunos libros sobre el tema y conocí a varios de los protagonistas del movimiento estudiantil… Creo tener una visión global y, hasta donde es posible, objetiva de la tragedia… Se trató de… una manifestación desordenada y un tanto anárquica de la inconformidad de los jóvenes frente a un sistema autoritario… No hubo en ella, como con excepción de la Reforma no lo ha habido en ninguno de los capítulos de nuestra historia, un corpus doctrinario o ideológico bien definido, un proyecto de nación claro y previamente suscrito por el cual se luchara, sino una suma de desencantos que llevaron a mucha gente a la calle guiada más por intuición que por cálculo o razonamiento. Y del otro lado, una respuesta violenta que mostró las primeras cuarteaduras del régimen posrevolucionario, el síntoma de que surgían nuevas demandas sociales que el sistema político mexicano no podía procesar sin el uso de la represión”.

“No sé con precisión qué ocurrió el 2 de octubre… Quizá había estudiantes armados o provocadores infiltrados en el mitin, pero estoy cierto de que no fueron ellos los culpables de la masacre. La actuación de los participantes en esa manifestación, al igual que en cualquiera de las marchas y reuniones previas, tuvo todas las características propias de un movimiento juvenil: entusiasmo, desmadre, energía, indisciplina, creatividad, irreverencia, desparpajo y cierto grado de inconciencia e ingenuidad. Pero pensar que el puñado de ultras… que probablemente había entre los muchachos pudo… detonar la matanza es incurrir en una inconciencia e ingenuidad mayores a las que tuvieron los ‘chavos sesentayochoeros’. Es evidente que se les quería dar un escarmiento para acabar con el problema y que, en el mejor de los casos, se les pasó la mano”. Hoy, diez años después, refrendo lo que escribí entonces, pero me sacudo el prurito de imparcialidad. No me queda la menor duda de que el presidente Díaz Ordaz decidió aplastar el movimiento, calculando que el encarcelamiento de los líderes y/o una cuota de sangre eran necesarios para lograrlo y sacarse de una vez por todas la piedra del zapato.

Es decir, entre los dos escándalos mediáticos que el gobierno estaba condenado a enfrentar en el ámbito internacional —crónicas y fotografías que se diluirían con los Olimpiadas o imágenes televisivas que se transmitirían a lo largo de toda la duración de los Juegos— escogió el que creyó que tenía el costo político más bajo. Se equivocó, porque no tomó en cuenta que el precio de la segunda opción se incrementaría en el futuro. No previó que habría una transición democrática, que los medios nacionales se librarían de la censura y que la historia dejaría de ser escrita por el régimen que él encabezaba.

La gran lección del 68, la que es hoy más vigente que nunca, es que las señales de que se requiere un nuevo acuerdo en lo fundamental nunca deben ser desdeñadas. Hoy se perciben en México, en ese sentido, signos similares a los de hace 40 años. El establishment de nuestro país le sigue teniendo miedo a la democracia. Acata sus principios, pero no sus finales: no parece dispuesto a aceptar sus consecuencias si ello significa el advenimiento de un gobierno de izquierda.

Hemos avanzado mucho, el sistema político mexicano de 2008 es afortunadamente muy distinto al de 1968, pero las élites en el poder impiden que culmine la transición porque quieren que el orden democrático les garantice que sus intereses nunca sufrirán la más mínima merma. Temen en demasía el triunfo de sus adversarios ideológicos y no entienden que la democracia implica pérdidas temporales y parciales a alguna de las partes, ni se dan cuenta de que los vetos son a la larga más perjudiciales que los riesgos de la alternancia. Ojalá que se den cuenta pronto, porque una vez más empiezan a verse cuarteaduras que evidencian demandas sociales que el nuevo régimen no parece capaz de procesar.



Kikka Roja

viernes, 1 de febrero de 2008

CENCA: Agustín Basave Defiende logros

Defiende Basave logros de comisión para acuerdos

Ciro Pérez Silva

De octubre a la fecha, la Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos (CENCA) para la reforma del Estado ha realizado cerca de 90 reuniones de grupos y subgrupos de trabajo, que arrojarán “muy buenos resultados para el país, al resolver, con acuerdo de todas las fuerzas políticas, temas que han preocupado a la sociedad durante años”, aseguró el secretario ejecutivo de la comisión, Agustín Basave.

Este órgano, creado específicamente para la negociación política y que concluye su labor el 13 de abril, tiene como primer mérito haber colocado en la agenda de la opinión pública el tema de la reforma del Estado, “que por la naturaleza de los proyectos involucrados no siempre es atractivo ni comprensible para el público en general”, agregó Basave, al referirse a temas como el régimen de Estado y de gobierno, federalismo o garantías sociales, “muy técnicos y complejos, que no siempre llegan a la gente”.

Desde su creación, apunta en entrevista, la CENCA empezó a construir los acuerdos que resultaron en una “muy buena reforma electoral”, y se siguen construyendo consensos en otros temas, asegura. “Ya hay varias cosas pactadas en manos de la subcomisión redactora, además de varias iniciativas, y seguramente surgirán más”, dijo.

Kikka Roja

jueves, 10 de enero de 2008

AGUSTIN BASAVE BENITEZ : Libros

Agustín Basave Benítez
ESCUCHEN LA MESA POLÍTICA DE RADIO MONITOR LOS MIÉRCOLES, 9 am

Un filósofo que no cayó en incongruencia

Fecha: (1/8/2006)

Secretaría de Extensión y Cultura

El afán de plenitud subsistencial que expresó en la frase “todo ser en cuento es tiende a ser en plenitud”, Agustín Basave Fernández del Valle la buscó y practicó en todos los sentidos de su vida FOTO

Por Edmundo Derbez García

Siendo director de la Facultad de Filosofía en los turbulentos años sesentas, cuando recibió amenazas de secuestro o en su casa impactó una bomba molotov que no llegó a explotar, Agustín Basave Fernández del Valle, un católico que cumplía a cabalidad las reglas de su fe, era capaz de contar en sus círculo de amistades a quienes no compartían su ideología. Él estaba convencido, no sólo desde el punto de vista racional, de que el amor debía regir la existencia y en muchas ocasiones lo demostró, sobre todo con el perdón.

Por eso, no fue casualidad que su último libro fuera La civilización del amor, obra editada póstumamente por el Fondo de Cultura Económica que contiene su ideal de la existencia como dádiva de amor que compromete a vivir amorosamente. Para la doctora Luz García Alonso, a quien le unió la amistad y la afinidad intelectual, Basave concibió la civilización del amor “como arraigada en el Dios amor y el amor al prójimo es una muestra del amor a Dios”.

“Si una cualidad tuvo por encima de muchas otras -afirmó su hijo, Agustín Basave Benitez-, fue la congruencia entre su vida y su obra, muchas de las ideas que escribió, las llevó a la praxis”. El afán de plenitud subsistencial que expresó en la frase “todo ser en cuento es tiende a ser en plenitud”, la buscó en todos los sentidos. Trató de ser un hombre completo, ampliando cada vez más el horizonte de sus conocimientos, por eso su biblioteca, que estará ubicada en la Biblioteca Universitaria “Raúl Rangel Frías”, contenía libros de ciencias exactas, de lógica, de matemáticas.

Sergio Valdés Flaquer, quien en 1943 se desempeñaba como titular de la cátedra de teoría general de las obligaciones y contratos siendo Agustín Basave estudiante de los grados segundo y tercero, recordó que el talento, la dedicación y el empeño fueron la constante durante su paso por la Facultad de Derecho. “Los PB, máxima calificación que entonces se otorgaba a los estudiantes, fueron monopolizados por él”. Años después, con toda mesura, actuaba como una especie de moderador en las discusiones semanales que sobre problemas sociales, económicos y políticos o de cualquier otra índole, sostenían un grupo de profesionales, integrado entre 1950 y 1960, por José G. Martínez, Alberto Margáin Zozaya, Arturo Salinas Martínez, Luis Santos de la Garza, Emilio Guzmán Lozano.

“En ocasiones la pasiones se trataban de desbordar al defender los puntos de vista respectivos, Agustín, con su autoridad intelectual y serenidad, hacía que se encausaran de nuevo las exaltadas discusiones”.

En su última enfermedad, Valdés Flaquer recuerda que lo encontró “como siempre, entusiasta y afable, cuando nos despedimos, sentí que esa sería la última vez que conversábamos”.

Rindió homenaje al amigo leal, sincero, honesto y cordial que lo distinguió con se afecto y le mostró con sus enseñanzas cómo transitar por esta vida, por el camino de la verdad con fortaleza y serenidad y dentro de las normas de la ética más exigente. “Mucha gente –subrayó Basave Benitez- creía que mi padre era una especie de dictador en la casa, y no, dejó a cada uno de sus hijos vivir y actuar en libertad. El mejor homenaje que puedo rendirle es decir que soy diferente a él y hubo una discrepancia fundamental, grave, profunda e irreconciliable, el fue tigre y yo rayado”.

Advirtió que “si un filósofo no vive aquello en lo que piensa, cae en flagrante incongruencia”.

Su padre entendió el catolicismo como una religión incluyente de manera que no fue intolerante ni excluyente, sobre la democracia como vocación del hombre, la defendió cabalmente en su vida política y personal, incluso familiar. “Cuando estaba muy próxima su muerte, cuando ya casi no podía hablar, y mi hermana le preguntó por qué si era tan doloroso su proceso de agonía no dejaba de luchar, la última frase que atinó a articular fue: todo ser en cuanto es tiende a ser en plenitud”.

Kikka Roja

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