PLAZA PÚBLICA Calderón ante Washington y Roma Miguel Ángel Granados Chapa 18 Ene. 09 La diplomacia mexicana tendrá que contrarrestar la percepción desfavorable que ha trascendido en Estados Unidos sobre el papel del gobierno en la lucha contra el narcotráfico Como lo había hecho su oficina al anunciar que se encontraría con Felipe Calderón, Barack Obama se apresuró a recordar, "primero que nada", que es ya "una tradición que el que será el Presidente de Estados Unidos se reúna con el Presidente de México, porque tenemos una extraordinaria relación entre los dos países". Al inscribirla en un marco ritual, quiso impedir que se concediera una importancia específica a la reunión del 12 de enero, ocho días antes de su asunción al Poder Ejecutivo. Fue un encuentro disparejo, por la propia posición desigual de quienes se saludaron en el Instituto de Cultura mexicano en Washington. Obama no está en condiciones de hacer propuestas ni anunciar decisiones sino hasta pasado mañana, mientras que Calderón está en funciones desde hace 25 meses y medio. Por eso no hubo correspondencia en la integración de las delegaciones que acompañaron a los presidentes. Con Obama estuvieron los miembros de su personal próximo, sus consejeros, no los secretarios equivalentes a los de Relaciones Exteriores, Hacienda y Gobernación, pues todavía estaba pendiente su ratificación senatorial. Aunque Obama insistió en reconocer el liderazgo de su interlocutor, sus posiciones mantienen un peso político disímil, por entero diferente. La del presidente norteamericano es solidísima: fue elegido con una abrumadora mayoría de votos electorales y ha ganado a partir de noviembre un consenso aún mayor, que comenzó por el reconocimiento de su victoria por su opositor John McCain y el presidente Bush. En cambio, Calderón llegó a la Presidencia con el reconocimiento formal de sólo medio punto porcentual de diferencia con su antagonista más cercano, mismo que se ha abstenido de reconocerlo como mandatario legítimo, que lo llama espurio, según dijo al propio Obama Andrés Manuel López Obrador en una comunicación hecha pública en México, no sabemos si enviada a Washington. Su capacidad de liderazgo, que tanto elogió su interlocutor, es contradicha en los hechos: en el ámbito latinoamericano, donde el gobierno mexicano contó en el pasado con especial consideración, hoy las influencias determinantes provienen de Brasilia y de Caracas, y no de la Ciudad de México. Ni siquiera en su propio partido se libra Calderón de críticas que evidencian la levedad de su conducción: tuvo que enviar a un miembro de su gabinete a responder los frecuentes cuestionamientos que expresa el anterior dirigente del partido al que pertenece el presidente mexicano. Por la propia diversidad de su status legal no se emitió un comunicado conjunto que expresara los temas tratados por Calderón y Obama. Se difundieron las palabras que cada uno de ellos pronunció al terminar la reunión, pero por su brevedad sólo contienen generalidades. Robert Gibbs, vocero del Presidente electo, ofreció un resumen de la situación, mientras que del lado mexicano se brindaron sólo informes extraoficiales. De entre la bruma noticiosa así formada surgió muy pronto que la nuez, el tema que más concretamente mereció la atención de los protagonistas, concernió al Tratado de Libre Comercio. Dolia Estévez, corresponsal de El Financiero en la capital norteamericana, ofreció a Carmen Aristegui su primera primicia relevante en su retorno a la radio al precisar que se trataba de alusiones a los acuerdos complementarios de aquel tratado. Después de 24 horas de vaguedades, en el vuelo de regreso a México, el propio Calderón admitió que se había abordado el asunto a iniciativa de Obama: "Lo que él enfatizó fue su preocupación en los temas laborales y ambientales. Yo le dije que compartimos las mismas preocupaciones así que no habrá discrepancia". Antes había negado que se aceptara reabrir el TLC, como ante la falta de información algunas interpretaciones erróneas habían sugerido: "No hablamos... de reapertura o de renegociación. Él conoce muy bien nuestra postura y lo inconveniente que es para ambos países reabrirlo o renegociarlo; yo creo que hay mucho que avanzar, pero no necesariamente sobre la base de destruir lo logrado". Obama incluyó en sus promesas de campaña referencias al Tratado de Libre Comercio, objetado desde su gestación en los años noventa por los sindicatos industriales, cuyos miembros tradicionalmente votan por los candidatos demócratas. Por eso anuncia su propósito de caminar en esa senda, no mediante la denuncia de cláusulas del cuerpo principal del tratado, y su renegociación, sino mediante la revisión de los acuerdos complementarios. Éstos fueron añadidos al TLC en 1993 precisamente a partir de esa incomodidad sindical, de que se hizo eco el presidente Clinton tan pronto asumió la Presidencia. Recordemos que ese instrumento trilateral fue acordado durante la Presidencia de George Bush I, pero sometido a la aprobación del Congreso cuando ya Clinton habitaba la Casa Blanca. El sucesor demócrata de Bush padre logró atenuar las inconformidades de los trabajadores norteamericanos mediante convenios que regularan las condiciones laborales y ambientales en la relación trilateral. Su origen es el temor del sindicalismo estadounidense de perder empleos porque las empresas eligieran asentarse en México a partir de mano de obra barata y legislación ambiental laxa de suyo y aplicada con lenidad. Se inició la discusión de esos acuerdos en marzo de 1993, apenas unas semanas después de la asunción de Clinton, y fueron firmados en sendas ceremonias en las capitales de los países participantes en septiembre de ese año, justo a tiempo para su aprobación legislativa y su entrada en vigor, con el cuerpo principal del tratado, el 1o. de enero de 1994, ese histórico día en que nuestro salto a la modernidad fue rudamente matizado por un reclamo surgido del pasado, la insurrección zapatista. El funcionamiento de esos acuerdos y las instituciones a que dieron origen -las comisiones de cooperación, ambiental y laboral- es lo que estará sujeto a revisión, en los términos establecidos en los propios documentos. Además del TLC, Obama y Calderón abordaron sucintamente los otros temas dominantes en la relación bilateral: migración y delincuencia organizada. En este último aspecto, la diplomacia mexicana tiene que ser más eficaz que la Procuraduría General de la República, la Secretaría de Seguridad Pública, el Ejército mismo y el resto de las agencias que combaten el crimen. Debe serlo para contrarrestar la deplorable imagen, por momentos y en algunos campos correspondiente a la percepción mexicana, que se esparce en Estados Unidos sobre la capacidad gubernamental de vencer a su enemigo. En la opinión pública norteamericana y, más grave todavía, en ambientes oficiales y oficinas gubernamentales de ese país priva la impresión del fracaso del Estado mexicano ante la violencia criminal. "Estado fallido" llamó la influyente revista financiera Forbes al mexicano. En la prensa diaria menudean desde reportajes amplios hasta notas breves que califican de "locura" viajar a ciudades como Juárez (en contraste con la casi nula cobertura ofrecida por esos medios al encuentro de Calderón y Obama). Según reveló Jorge G. Castañeda, a partir de un seminario celebrado con discreción en la Ciudad de México a principios de diciembre, el ex zar del combate a las drogas en Estados Unidos Barry McCaffrey rindió un inquietante informe sobre la situación mexicana. Ante la creciente evidencia de la penetración del crimen organizado en instituciones mexicanas, el ex jefe del comando sur lanzó esta alerta a los círculos donde se ejerce el poder en su país: "No podemos permitirnos el lujo de tener un narcoestado como vecino" (Reforma, 7 de enero). Voces de alarma en el mismo sentido figuran en reportes de oficinas como la que realiza trabajos de inteligencia sobre las drogas en el Departamento de Justicia y, sobre todo, el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Al examinar su papel en el próximo cuarto de siglo, ese órgano del Pentágono puso a México junto a Paquistán entre los Estados débiles y fallidos donde puede producirse "un colapso rápido y repentino que requeriría intervención militar" de Estados Unidos. Por fortuna, el ánimo del presidente Calderón no se abruma con situaciones adversas como las que barruntan en Estados Unidos. Por eso se mostró bromista y trivial, apenas volvió de Washington, ante representantes de otro gran poder terrenal, el de Roma. Correo electrónico: miguelangel@granadoschapa.com |
kikka-roja.blogspot.com/
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