Raymundo Riva Palacio
Ganó El Chupacabras
Lunes, 02 de Febrero de 2009
http://correo-gto.com.mx/
En noviembre pasado, escasas dos semanas después del accidente en donde murió el secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, una pareja inició un experimento empírico. En una cena con un pequeño grupo de empresarios, preguntaron con aires de suficiencia: "¿Sabían que Juan Camilo venía piloteando el Learjet?". Uno de los empresarios respondió de inmediato que ya había escuchado de otros amigos en el pasado que a Mouriño le gustaba pilotear aviones, por lo que le hizo sentido lo que le estaban contando. En ese momento el rumor, que es un mensaje sin confirmación que se transmite de boca en boca, inició su marcha y comenzó a construir una bola de nieve.
La implantación de ese rumor había sido intentada antes por un periodista que interpretó con exceso de imaginación una parte de las transcripciones difundidas por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes sobre los últimos minutos de vida de los ocupantes del Learjet donde volaba el funcionario y varias personas más, sugiriendo que había un tercer piloto en la cabina. La poca credibilidad del periodista y el poco impacto del medio en el que escribe hicieron que su intentona terminara en fracaso. Pero la plática con los empresarios, en una interacción a diferente nivel, tuvo otro destino.
Al no haberse planteado como un experimento científico, sus autores no pueden determinar la dinámica ni la ruta que siguió el rumor. Lo que sí se puede probar es la efectividad que tuvo. La versión de que Mouriño tripulaba el Learjet que se estrelló contra el piso se anidó primero en un grupo de empresarios, de donde empezó a caminar hacia los medios de comunicación y penetró en la política. Se convirtió en un dato confidencial que se confiaba en comidas y cenas, y en un murmullo que crecía constantemente. Finalmente, el pasado 26 de enero, el diario Por Esto de Yucatán, publicó un texto donde afirmaba que la grabación del Learjet accidentado demostraba que Mouriño iba como piloto del avión. Al día siguiente, el secretario de Comunicaciones, Luis Téllez, interrogado por periodistas, negó tajantemente la versión.
La duda quedará porque la eficiente operación de control y diseminación de información que desarrolló el propio Téllez las primeras semanas después del accidente, no fue acompañada por una política de comunicación adecuada en Los Pinos que fuera llenando los vacíos que se iban a generar hasta que concluyeran las investigaciones en Estados Unidos y se divulgara el dictamen final sobre lo que causó el accidente el 4 de noviembre del año pasado. La desarticulada comunicación política del presidente Felipe Calderón, contribuyó la diseminación de la misma versión, al soslayar el rumor que ahora se les impuso como una realidad, en términos de percepciones, que es como se fabrica el consenso político.
El rumor es una comunicación pública a la que se inyectan hipótesis privadas que sirven a la gente para sacar sus ansiedades e incertidumbres, y puede ser utilizado, inclusive, por los propios gobiernos. Hay un caso mexicano muy sobresaliente sobre el manejo de un rumor, desde el poder, que sirvió para paliar la debacle financiera de 1995. Al arrancar el gobierno de Ernesto Zedillo, la crisis había llevado a la ciudadanía a una profunda depresión. En menos de dos meses, las encuestas de la Presidencia mostraban a los mexicanos en un pozo, al igual que la popularidad de Zedillo. En una oficina de Los Pinos evaluaron si enfrentar el fenómeno con spots o buscar una nueva forma de comunicación. Con la ayuda de un especialista, optaron por lo segundo.
En esos días había aparecido "algo" en Puerto Rico al que llamaban "El Chupacabras", una especie de animal maldito que se comía todo y mataba a todos. Dentro de Los Pinos, ese grupo se montó en "El Chupacabras", y de repente apareció en Chiapas. Poco a poco fue viajando por el país, y en unos cuantos meses ya había transformado patrones de conducta en algunas ciudades, obligado a gobiernos locales a modificar sus esquemas de seguridad ante el temor de asesinatos, y empezaron a aparecer denuncias donde lo acusaban de robos, crímenes e, inclusive, de haber embarazado a alguna joven. Cuando "El Chupacabras" empezó a convertirse en un problema social, se decidió exportarlo a Estados Unidos, donde apareció tiempo después y la normalidad volvió a México. El animal maldito no resolvió la crisis, pero proporcionó una válvula de escape al gobierno zedillista al poder administrar sociológicamente un problema político-financiero.
La efectividad del rumor de Mouriño no responde a la proposición fácil de que tuvo éxito porque el gobierno es débil. El caso similar es el de los rumores en torno al asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, originados en las primeras 72 horas por los funcionarios que propiciaron con sus errores de comunicación política la idea de que el gobierno de Carlos Salinas trató de cubrir el complot que lo incriminaba. El gobierno salinista era muy fuerte, aunque al final falló en lo que se había especializado: la propaganda. El de Calderón no es fuerte, y su comunicación política ha sido totalmente errada. El bumerán sobre la exaltación de la lucha contra el narcotráfico aún no termina de golpearles en la cabeza, pero el rumor de Mouriño ya los atropelló. Un mensaje sin confirmación que llenaba el imaginario colectivo, tardó menos de 60 días en mostrar la vulnerabilidad de la palabra gubernamental.
La implantación de ese rumor había sido intentada antes por un periodista que interpretó con exceso de imaginación una parte de las transcripciones difundidas por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes sobre los últimos minutos de vida de los ocupantes del Learjet donde volaba el funcionario y varias personas más, sugiriendo que había un tercer piloto en la cabina. La poca credibilidad del periodista y el poco impacto del medio en el que escribe hicieron que su intentona terminara en fracaso. Pero la plática con los empresarios, en una interacción a diferente nivel, tuvo otro destino.
Al no haberse planteado como un experimento científico, sus autores no pueden determinar la dinámica ni la ruta que siguió el rumor. Lo que sí se puede probar es la efectividad que tuvo. La versión de que Mouriño tripulaba el Learjet que se estrelló contra el piso se anidó primero en un grupo de empresarios, de donde empezó a caminar hacia los medios de comunicación y penetró en la política. Se convirtió en un dato confidencial que se confiaba en comidas y cenas, y en un murmullo que crecía constantemente. Finalmente, el pasado 26 de enero, el diario Por Esto de Yucatán, publicó un texto donde afirmaba que la grabación del Learjet accidentado demostraba que Mouriño iba como piloto del avión. Al día siguiente, el secretario de Comunicaciones, Luis Téllez, interrogado por periodistas, negó tajantemente la versión.
La duda quedará porque la eficiente operación de control y diseminación de información que desarrolló el propio Téllez las primeras semanas después del accidente, no fue acompañada por una política de comunicación adecuada en Los Pinos que fuera llenando los vacíos que se iban a generar hasta que concluyeran las investigaciones en Estados Unidos y se divulgara el dictamen final sobre lo que causó el accidente el 4 de noviembre del año pasado. La desarticulada comunicación política del presidente Felipe Calderón, contribuyó la diseminación de la misma versión, al soslayar el rumor que ahora se les impuso como una realidad, en términos de percepciones, que es como se fabrica el consenso político.
El rumor es una comunicación pública a la que se inyectan hipótesis privadas que sirven a la gente para sacar sus ansiedades e incertidumbres, y puede ser utilizado, inclusive, por los propios gobiernos. Hay un caso mexicano muy sobresaliente sobre el manejo de un rumor, desde el poder, que sirvió para paliar la debacle financiera de 1995. Al arrancar el gobierno de Ernesto Zedillo, la crisis había llevado a la ciudadanía a una profunda depresión. En menos de dos meses, las encuestas de la Presidencia mostraban a los mexicanos en un pozo, al igual que la popularidad de Zedillo. En una oficina de Los Pinos evaluaron si enfrentar el fenómeno con spots o buscar una nueva forma de comunicación. Con la ayuda de un especialista, optaron por lo segundo.
En esos días había aparecido "algo" en Puerto Rico al que llamaban "El Chupacabras", una especie de animal maldito que se comía todo y mataba a todos. Dentro de Los Pinos, ese grupo se montó en "El Chupacabras", y de repente apareció en Chiapas. Poco a poco fue viajando por el país, y en unos cuantos meses ya había transformado patrones de conducta en algunas ciudades, obligado a gobiernos locales a modificar sus esquemas de seguridad ante el temor de asesinatos, y empezaron a aparecer denuncias donde lo acusaban de robos, crímenes e, inclusive, de haber embarazado a alguna joven. Cuando "El Chupacabras" empezó a convertirse en un problema social, se decidió exportarlo a Estados Unidos, donde apareció tiempo después y la normalidad volvió a México. El animal maldito no resolvió la crisis, pero proporcionó una válvula de escape al gobierno zedillista al poder administrar sociológicamente un problema político-financiero.
La efectividad del rumor de Mouriño no responde a la proposición fácil de que tuvo éxito porque el gobierno es débil. El caso similar es el de los rumores en torno al asesinato del ex candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, originados en las primeras 72 horas por los funcionarios que propiciaron con sus errores de comunicación política la idea de que el gobierno de Carlos Salinas trató de cubrir el complot que lo incriminaba. El gobierno salinista era muy fuerte, aunque al final falló en lo que se había especializado: la propaganda. El de Calderón no es fuerte, y su comunicación política ha sido totalmente errada. El bumerán sobre la exaltación de la lucha contra el narcotráfico aún no termina de golpearles en la cabeza, pero el rumor de Mouriño ya los atropelló. Un mensaje sin confirmación que llenaba el imaginario colectivo, tardó menos de 60 días en mostrar la vulnerabilidad de la palabra gubernamental.
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