Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Es a veces el cataclismo que sorprende y aturde lo que dispara procesos de concientización que se traducen en lo impensable: golpes de timón que tiran de la borda a políticos que parecían eternos, robustos, imbatibles (aunque claro que con el tiempo los malos bichos vuelven o intentan volver a por el dinero público). Ejemplos hay de sobra, como la Guadalajara de drenajes despanzurrados que le costaron en 1992 la gubernatura de Jalisco a Guillermo Cosío Vidaurri, o el país entero cuando el terremoto de 1985 por cuya lenta, retorcida, disparatada capacidad de respuesta se tambaleó también el desvencijado gobierno de Miguel de la Madrid al extremo de que el pri perdió las siguientes elecciones presidenciales, pero se las robó igual, mediante fraude in extremis y socorrido por la derecha, cierto chaparro maldito y orejón de cuyas corruptelas no quiero acordarme. En esas ocasiones el vaso comunicante pero unilateral entre comunidad y gobierno fue la televisión, trabajando siempre, desde luego, para proteger espaldas e intereses no de la primera sino del segundo. El gobierno ocultaba, la televisión mentía y la gente se encargaba de lo propio, desmentir versiones oficiosas, encontrar la verdad con nombres y apellidos. Hoy internet, por ejemplo, mucho ayuda a la gente a comunicarse, aunque también contamina la información y ha estimulado una nada despreciable psicosis colectiva.
Ante la epidemia de influenza porcina, las primeras actuaciones en los medios de los voceros oficiales intentaron desplegar algunos telones con que disimular la incapacidad del gobierno federal mexicano para hacer frente a una crisis sanitaria de proporciones que, mientras más se pretendieron ocultar a principios de abril (o desde marzo, si tenemos en cuenta el asunto catingoso de las granjas de porcicultura Carroll en Perote, Veracruz, cuyos intereses defendió el gobierno estatal de Fidel Herrera en lugar de poner en primer plano la salud de los habitantes de la región), más crecieron: suele pasarle al gobierno prianista que la realidad se emperre en hacerlo quedar mal, y de esto también nos sobran ejemplos: la guerra al narco con sus miles de muertos; el “catarrito” económico que mutó en influenza asesina de empleos y negocios, y así.
Es lamentable que se convierta la crisis sanitaria en propaganda vil. Salvo quizá la segunda, las apariciones del secretario de salud y sus contlapaches en la televisión fueron más bien una estrategia defensiva, de control de daño mediático, que un servicio de información completa y oportuna. Parecía que todo el montaje se ideó más para satisfacción de los medios, sobre todo internacionales, que para entregarnos a los empleadores de toda esa burocracia médica un justificante por sus exorbitantes salarios. No faltó el funcionario faccioso de derechas, como el intragable, miope y bobo señor Lozano, secretario del trabajo, que aprovecharía la ocasión para denostar al izquierdista gobierno de la capital por mandar cerrar establecimientos comerciales donde es cotidiana la muchedumbre, mientras de paso había que combatir máculas a la imagen de México en el exterior y evitar que el virus mexicano terminara llamándose así. El secretario de salud anunció, a través de sus televisivas vocerías, tasas de mortandad que debieron ser enmendadas cada 24 horas, y nunca se dignó contrastar ese promedio de 45 muertos diarios con los índices usuales. Mientras en las noticias de Nueva Zelanda, Israel o Estados Unidos se auguraban momentos difíciles en términos de propagación, profetizando muertos y todo (los gringos hasta pusieron porcentaje a sus presagios), acá las televisoras repetían hasta el cansancio que ya había pasado lo peor, que la mitigación estaba en marcha (sí, la de los efectos de la realidad en la imagen de un Estado fallido), y que ya se avizoraba la luz al final del microscopio, aunque también sensibleros y alarmistas, porque el morbo vende, se les estuvo llenando la trompa con las sílabas catastróficas: pan-de-mia. Bueno hubiera sido, señores conductores del duopolio, que echaran ojo al diccionario.
La respuesta del gobierno no satisface, pero la cortesanía de las televisoras basta para apapacharlo. Curioso resulta, al menos, que cuando más falta le hace a Felipe Calderón un ensayo de miedo social con que probar sus estructuras de posible respuesta táctica, nos llega de fuera, siempre de fuera un nuevo enemigo… en año electoral con un gobierno que no ve la suya y que sabe, vaya que lo sabe, que se aproxima al despeñadero comicial.
kikka-roja.blogspot.com/
Es lamentable que se convierta la crisis sanitaria en propaganda vil. Salvo quizá la segunda, las apariciones del secretario de salud y sus contlapaches en la televisión fueron más bien una estrategia defensiva, de control de daño mediático, que un servicio de información completa y oportuna. Parecía que todo el montaje se ideó más para satisfacción de los medios, sobre todo internacionales, que para entregarnos a los empleadores de toda esa burocracia médica un justificante por sus exorbitantes salarios. No faltó el funcionario faccioso de derechas, como el intragable, miope y bobo señor Lozano, secretario del trabajo, que aprovecharía la ocasión para denostar al izquierdista gobierno de la capital por mandar cerrar establecimientos comerciales donde es cotidiana la muchedumbre, mientras de paso había que combatir máculas a la imagen de México en el exterior y evitar que el virus mexicano terminara llamándose así. El secretario de salud anunció, a través de sus televisivas vocerías, tasas de mortandad que debieron ser enmendadas cada 24 horas, y nunca se dignó contrastar ese promedio de 45 muertos diarios con los índices usuales. Mientras en las noticias de Nueva Zelanda, Israel o Estados Unidos se auguraban momentos difíciles en términos de propagación, profetizando muertos y todo (los gringos hasta pusieron porcentaje a sus presagios), acá las televisoras repetían hasta el cansancio que ya había pasado lo peor, que la mitigación estaba en marcha (sí, la de los efectos de la realidad en la imagen de un Estado fallido), y que ya se avizoraba la luz al final del microscopio, aunque también sensibleros y alarmistas, porque el morbo vende, se les estuvo llenando la trompa con las sílabas catastróficas: pan-de-mia. Bueno hubiera sido, señores conductores del duopolio, que echaran ojo al diccionario.
La respuesta del gobierno no satisface, pero la cortesanía de las televisoras basta para apapacharlo. Curioso resulta, al menos, que cuando más falta le hace a Felipe Calderón un ensayo de miedo social con que probar sus estructuras de posible respuesta táctica, nos llega de fuera, siempre de fuera un nuevo enemigo… en año electoral con un gobierno que no ve la suya y que sabe, vaya que lo sabe, que se aproxima al despeñadero comicial.
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