Juan Villoro
5 Jun. 09
En las gestas deportivas las supersticiones suelen superar a las razones. Quienes nos instalamos en la Curva Sur del Estadio Olímpico de Roma, una hora antes de la final de la Champions, estábamos dispuestos a actuar como el augur que descifraba los destinos del Senado por el vuelo de los pájaros o el apetito de los pollos sagrados.
Bajo la luz dorada de la ciudad, todo era interpretable. Entramos por la puerta 17 y nos pareció un buen signo, sin saber por qué. Buscábamos misteriosos contactos con el destino. La gente llevaba patas de conejo, llaveros con tréboles de cuatro hojas y bufandas de la suerte.
La afición estaba en trance hermenéutico cuando el Barcelona salió a calentar, vistiendo camisolas anaranjadas de instructores alpinos. Nos pareció buena señal que el Manchester se rezagara.
Después de unos minutos de peloteo, el Barça regresó al túnel por el que había salido, y el Manchester siguió calentando. ¿Cómo interpretar ese mutis repentino? ¿Le cedían el campo al enemigo? Algo excesivo debía justificar la desaparición: demasiado miedo o demasiada confianza.
Después supimos que el entrenador Pep Guardiola había llamado a los suyos para pasarles un video motivacional. Era la primera vez que recurría a esa táctica. Los jugadores regresaron a un vestidor oscuro, convertido en una catacumba de cristianos primitivos, y vieron el resplandor de una pantalla.
Guardiola mostró un montaje de la película Gladiador, intercalando escenas de sus jugadores. Un par de días antes, el periódico La Repubblica había escrito que la disputa entre el entrenador del Barça, de 38 años, y el veterano Sir Alex Ferguson semejaba una lucha entre el legionario Maximus Decimus Meridius, protagonista de Gladiador, y el hijo del emperador Marco Aurelio. La imagen del hombre que desafía los poderes establecidos estaba en el aire.
Cuando jugaba en Italia, Guardiola fue injustamente acusado de dopaje. Luego de seis años de procesos legales, pudo probar su inocencia. Al hacerse cargo de la dirección técnica del Barcelona, muchos dudaron de la capacidad de alguien que no había entrenado en primera división. Perseguido por las mafias del futbol italiano y sin respaldo unánime en el equipo donde empezó su trayectoria como recogebolas, el técnico blaugrana tenía motivos para identificarse con Maximus, o con la versión que de él brinda Hollywood.
Para el miércoles 27 de mayo, el Barça había ganado la Liga y la Copa del Rey, y estaba a punto de convertirse en el primer equipo español en lograr un histórico triplete. El trabajo del entrenador no estaba en duda, pero aún debía pasar por una prueba.
"Mi trabajo termina a las 8.45 de la noche", dijo antes del juego: "el resto depende de los jugadores". Su última actividad fue mostrar el video. Según testigos, varios lloraron al verlo.
El impacto emocional fue tan grande que el equipo salió aturdido a la cancha. El defensa Piqué comentaría días después en la televisión española: "Nos motivamos de sobra". En los primeros minutos, los gladiadores de Guardiola tenían tantos deseos de cortar cabezas que apenas tocaron el balón.
Conocemos la historia: Eto'o anotó un golazo y el Barcelona volvió a ser la escuadra con mejor toque en el planeta. ¿Qué tan decisivas fueron las imágenes que vieron los protagonistas?
Mientras 67 mil semiólogos tratábamos de discernir en el estadio lo que significaba la ausencia del Barcelona en los minutos de entrenamiento, los jugadores trataban de acomodar las emociones provocadas por el video.
El 1o. de junio la cadena catalana TV3 mostró lo que vieron los ganadores de la Champions. Hasta ese momento, el video de Roma había sido la jugada oculta del partido. En caso de no haberse transmitido se hubiera vuelto mítico. Al modo del zahir de Borges (una moneda que obliga a ser soñada y a cambiar la realidad desde el sueño), habría sido intuido como la clave hermética del triunfo, el talismán del que todo dependió.
Quienes pudimos verlo atestiguamos una trepidante sucesión de grandes momentos del equipo. Las escenas de gladiadores en el circo romano son pocas en comparación con los lances en los estadios. En esencia, Guardiola buscó que sus jugadores se intoxicaran de sí mismos. El video es épico, pero podría haber sido legendario. Ocultarlo habría potenciado su importancia. En la era del exhibicionismo y los simulacros, nada comunica tanto como un secreto que se mantiene como tal: sabemos que existe, pero no sabemos lo que significa.
Los estadios de futbol son sitios donde los espectadores llegan llenos de misterios, buscando claves en todas partes. Poco a poco, la realidad ofrece respuestas que a veces resultan excesivas.
No hay ritual sin enigma. Lo que pasa en el vestidor se carga de mística cuando no lo conocemos, como si el escenario fuera una cripta imantada. Cuando se expone, parece un comercial de ropa deportiva.
En los cinco días en que se mantuvo oculto para el gran público, el video de los gladiadores de Guardiola fue un poderoso recurso de la comunicación. Si no lo hubiéramos visto, sería extraordinario.
kikka-roja.blogspot.com/
Bajo la luz dorada de la ciudad, todo era interpretable. Entramos por la puerta 17 y nos pareció un buen signo, sin saber por qué. Buscábamos misteriosos contactos con el destino. La gente llevaba patas de conejo, llaveros con tréboles de cuatro hojas y bufandas de la suerte.
La afición estaba en trance hermenéutico cuando el Barcelona salió a calentar, vistiendo camisolas anaranjadas de instructores alpinos. Nos pareció buena señal que el Manchester se rezagara.
Después de unos minutos de peloteo, el Barça regresó al túnel por el que había salido, y el Manchester siguió calentando. ¿Cómo interpretar ese mutis repentino? ¿Le cedían el campo al enemigo? Algo excesivo debía justificar la desaparición: demasiado miedo o demasiada confianza.
Después supimos que el entrenador Pep Guardiola había llamado a los suyos para pasarles un video motivacional. Era la primera vez que recurría a esa táctica. Los jugadores regresaron a un vestidor oscuro, convertido en una catacumba de cristianos primitivos, y vieron el resplandor de una pantalla.
Guardiola mostró un montaje de la película Gladiador, intercalando escenas de sus jugadores. Un par de días antes, el periódico La Repubblica había escrito que la disputa entre el entrenador del Barça, de 38 años, y el veterano Sir Alex Ferguson semejaba una lucha entre el legionario Maximus Decimus Meridius, protagonista de Gladiador, y el hijo del emperador Marco Aurelio. La imagen del hombre que desafía los poderes establecidos estaba en el aire.
Cuando jugaba en Italia, Guardiola fue injustamente acusado de dopaje. Luego de seis años de procesos legales, pudo probar su inocencia. Al hacerse cargo de la dirección técnica del Barcelona, muchos dudaron de la capacidad de alguien que no había entrenado en primera división. Perseguido por las mafias del futbol italiano y sin respaldo unánime en el equipo donde empezó su trayectoria como recogebolas, el técnico blaugrana tenía motivos para identificarse con Maximus, o con la versión que de él brinda Hollywood.
Para el miércoles 27 de mayo, el Barça había ganado la Liga y la Copa del Rey, y estaba a punto de convertirse en el primer equipo español en lograr un histórico triplete. El trabajo del entrenador no estaba en duda, pero aún debía pasar por una prueba.
"Mi trabajo termina a las 8.45 de la noche", dijo antes del juego: "el resto depende de los jugadores". Su última actividad fue mostrar el video. Según testigos, varios lloraron al verlo.
El impacto emocional fue tan grande que el equipo salió aturdido a la cancha. El defensa Piqué comentaría días después en la televisión española: "Nos motivamos de sobra". En los primeros minutos, los gladiadores de Guardiola tenían tantos deseos de cortar cabezas que apenas tocaron el balón.
Conocemos la historia: Eto'o anotó un golazo y el Barcelona volvió a ser la escuadra con mejor toque en el planeta. ¿Qué tan decisivas fueron las imágenes que vieron los protagonistas?
Mientras 67 mil semiólogos tratábamos de discernir en el estadio lo que significaba la ausencia del Barcelona en los minutos de entrenamiento, los jugadores trataban de acomodar las emociones provocadas por el video.
El 1o. de junio la cadena catalana TV3 mostró lo que vieron los ganadores de la Champions. Hasta ese momento, el video de Roma había sido la jugada oculta del partido. En caso de no haberse transmitido se hubiera vuelto mítico. Al modo del zahir de Borges (una moneda que obliga a ser soñada y a cambiar la realidad desde el sueño), habría sido intuido como la clave hermética del triunfo, el talismán del que todo dependió.
Quienes pudimos verlo atestiguamos una trepidante sucesión de grandes momentos del equipo. Las escenas de gladiadores en el circo romano son pocas en comparación con los lances en los estadios. En esencia, Guardiola buscó que sus jugadores se intoxicaran de sí mismos. El video es épico, pero podría haber sido legendario. Ocultarlo habría potenciado su importancia. En la era del exhibicionismo y los simulacros, nada comunica tanto como un secreto que se mantiene como tal: sabemos que existe, pero no sabemos lo que significa.
Los estadios de futbol son sitios donde los espectadores llegan llenos de misterios, buscando claves en todas partes. Poco a poco, la realidad ofrece respuestas que a veces resultan excesivas.
No hay ritual sin enigma. Lo que pasa en el vestidor se carga de mística cuando no lo conocemos, como si el escenario fuera una cripta imantada. Cuando se expone, parece un comercial de ropa deportiva.
En los cinco días en que se mantuvo oculto para el gran público, el video de los gladiadores de Guardiola fue un poderoso recurso de la comunicación. Si no lo hubiéramos visto, sería extraordinario.
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