José A. Crespo
Lo firmo y… ¿lo cumplo?
“Prometer no empobrece”, dice el adagio popular. De hecho, es una recomendación que hacía Maquiavelo al príncipe: cuando te convenga hacer una promesa, no dudes ni un momento en ello. Pero cuando cumplirla perjudique tu interés, y nada te obligue a hacerlo, basta con tirar el ofrecimiento al caño. Algunos ciudadanos inconformes con el régimen actual de partidos, pero incómodos con la abstención y la anulación del voto, han decidido buscar un compromiso con candidatos específicos como condición previa para votar por ellos. Compromisos sobre reformas que les gustaría ver realizadas. Es el “voto comprometido”. Están en su derecho. El diagnóstico sobre el sistema de partidos lo compartimos anulistas y comprometidos, así como las propuestas básicas. Pero la estrategia anulista no los convence. Y a los anulistas, el voto comprometido, tampoco. Cada quien ofrece sus razones.
Hay grupos cívicos en San Luis Potosí que han solicitado a los principales candidatos a gobernador firmar una “carta compromiso”, misma que gustosos han signado. Eso podría darles a esos candidatos un voto decisivo, al fin que, una vez en el poder, podrían aplicar el consejo de Maquiavelo: no tienen por qué cumplir, pues los ciudadanos defraudados no tendrán mecanismos con qué sancionarlos (más allá del repudio público que, al parecer, no les preocupa mucho a nuestros políticos). En dicha carta-compromiso, se lee, por ejemplo, por parte del signatario: “Actuaré todo el tiempo con honradez, probidad y austeridad, y les exigiré lo mismo a todos los miembros de mi administración”. Sí, claro. En lo mismo está Alejandro Martí, quien hace meses advirtió: “Si no pueden, renuncien”. No han podido, pero no han renunciado. Sin embargo, Martí, en todo su derecho, vuelve a creerles. Dice que vigilará cercanamente el desempeño de los candidatos que firmen sus compromisos (algo de por sí complicado). Si no cumplen, los denostará públicamente, lo que no les va a impedir saltar al Senado u otro cargo. Les bastará para ello quedar bien con sus jefes políticos, no con Martí. Por eso creo más eficaz una fuerte presión sobre los partidos a través de un voto de protesta. ¿Que no cumplen? Quizá, pero es más probable que lo hagan que con un “voto comprometido”. Al menos, habrán recibido de ya un golpe a su legitimidad, que los puede orillar a tratar de recuperarla.
Los partidos prefieren el voto comprometido, desde luego. Dice la publicidad del PAN: “Yo voy a votar por acciones, no promesas”. Pues precisamente al sufragar por algún partido en las actuales condiciones, lo que se compra son promesas, pues no contamos con nada para hacerlos cumplir después (salvo volver a votar dentro de tres años por otros candidatos, en espera que, ahora sí, cumplan lo que ofrecen). Alejandro Gertz Manero, en un promocional en el que hace una dura crítica a los partidos —y que yo suscribiría plenamente—, afirma: “Todos los días recibimos una mala noticia y una falsa promesa”. Cierto, pero la adhesión a su proclama se desvanece al saber que lo patrocina un partido. ¿Acaso ese partido sí cumplirá lo que ofrece, cuando no lo ha hecho antes? Una atractiva candidata priista a un municipio, dice: “Te quiero, y tengo la capacidad de cumplirte”. Otro candidato tricolor a delegado, ofrece en su publicidad: “Seguridad o renuncio”. ¿De verdad? Todos aseguran que ellos sí cumplirán, pero no tienen muchos elementos para hacer creíble su promesa. El PRI nos dice en su propaganda: “Elige creer”. Yo he escogido creer desde 1979. Y, en general, me he quedado con un palmo de narices. ¿Elijo creer una vez más? ¿Por otros 30 años? Ya no. Primero los hechos, después el voto.
El votante comprometido me recuerda a quien, habiendo prestado dinero a un acreedor eternamente remiso, vuelve a prestarle más dinero bajo la solemne promesa de que “ahora sí” se le pagará todo lo que le debe. Supongo que llega el momento en que, legítimamente, puede primero pedirle al acreedor que pague su deuda, antes de volverle a prestar nuevos montos. Lo que les prestamos a los partidos con nuestro voto es confianza y crédito político, una y otra vez defraudados. Y es que, hoy por hoy, no hay incentivos suficientes para que partidos y legisladores cumplan lo que ofrecen —y menos si la votación por ellos resulta nutrida—, precisamente porque no tenemos mecanismos eficaces para llamar a cuentas políticas —ni de ninguna otra clase— a gobernantes y legisladores. Es un círculo vicioso. La promoción del voto del IFE dice que hay que ir a votar (por un partido, se presupone), al fin que luego podemos exigirles resultados a nuestros representantes. ¿Exigirles? ¿Cómo? Ahí está, por ejemplo, la reelección consecutiva de legisladores, mecanismo por excelencia para exigir cuentas. La oferta de reinstaurar ese instrumento está presente desde hace mucho en las plataformas de muchos partidos. ¿Y qué ha sucedido? Que sigue congelado. Por cierto, esa es una demanda en que coincide la mayoría de grupos y personajes anulistas (si bien Dulce María Sauri votó contra ese mecanismo en 2003). Algunos partidos y candidatos nos vuelven a prometer la reelección (pero muchos no). Por lo cual dicha promesa aislada no bastaría, pues los partidos y los candidatos que no hayan firmado ese compromiso se sentirán en libertad de no cumplir algo que no prometieron. Y quienes sí lo hayan hecho, dirán a sus representantes: “Nos ganaron, compadre”. Me parece entonces que la presión debe hacerse a todos los partidos simultáneamente a través del voto de protesta, por el flanco que, en principio, podría dolerles más: la legitimidad. Mientras tanto, el voto nulo puede ejercerse, no sólo como protesta, sino también como castigo a los partidos-negocio, esos que saben muy bien mercantilizar nuestro voto y presupuesto, pero no a favor de nuestros intereses, sino los de sus pocos militantes, dueños y directivos. Y es que —ya quedó aclarado— mientras más votos nulos se emitan, más difícil será para los partidos mercenarios preservar su registro.
El IFE dice que hay que ir a votar, al fin que luego podemos exigirles resultados a nuestros representantes. ¿Exigirles? ¿Cómo?
Hay grupos cívicos en San Luis Potosí que han solicitado a los principales candidatos a gobernador firmar una “carta compromiso”, misma que gustosos han signado. Eso podría darles a esos candidatos un voto decisivo, al fin que, una vez en el poder, podrían aplicar el consejo de Maquiavelo: no tienen por qué cumplir, pues los ciudadanos defraudados no tendrán mecanismos con qué sancionarlos (más allá del repudio público que, al parecer, no les preocupa mucho a nuestros políticos). En dicha carta-compromiso, se lee, por ejemplo, por parte del signatario: “Actuaré todo el tiempo con honradez, probidad y austeridad, y les exigiré lo mismo a todos los miembros de mi administración”. Sí, claro. En lo mismo está Alejandro Martí, quien hace meses advirtió: “Si no pueden, renuncien”. No han podido, pero no han renunciado. Sin embargo, Martí, en todo su derecho, vuelve a creerles. Dice que vigilará cercanamente el desempeño de los candidatos que firmen sus compromisos (algo de por sí complicado). Si no cumplen, los denostará públicamente, lo que no les va a impedir saltar al Senado u otro cargo. Les bastará para ello quedar bien con sus jefes políticos, no con Martí. Por eso creo más eficaz una fuerte presión sobre los partidos a través de un voto de protesta. ¿Que no cumplen? Quizá, pero es más probable que lo hagan que con un “voto comprometido”. Al menos, habrán recibido de ya un golpe a su legitimidad, que los puede orillar a tratar de recuperarla.
Los partidos prefieren el voto comprometido, desde luego. Dice la publicidad del PAN: “Yo voy a votar por acciones, no promesas”. Pues precisamente al sufragar por algún partido en las actuales condiciones, lo que se compra son promesas, pues no contamos con nada para hacerlos cumplir después (salvo volver a votar dentro de tres años por otros candidatos, en espera que, ahora sí, cumplan lo que ofrecen). Alejandro Gertz Manero, en un promocional en el que hace una dura crítica a los partidos —y que yo suscribiría plenamente—, afirma: “Todos los días recibimos una mala noticia y una falsa promesa”. Cierto, pero la adhesión a su proclama se desvanece al saber que lo patrocina un partido. ¿Acaso ese partido sí cumplirá lo que ofrece, cuando no lo ha hecho antes? Una atractiva candidata priista a un municipio, dice: “Te quiero, y tengo la capacidad de cumplirte”. Otro candidato tricolor a delegado, ofrece en su publicidad: “Seguridad o renuncio”. ¿De verdad? Todos aseguran que ellos sí cumplirán, pero no tienen muchos elementos para hacer creíble su promesa. El PRI nos dice en su propaganda: “Elige creer”. Yo he escogido creer desde 1979. Y, en general, me he quedado con un palmo de narices. ¿Elijo creer una vez más? ¿Por otros 30 años? Ya no. Primero los hechos, después el voto.
El votante comprometido me recuerda a quien, habiendo prestado dinero a un acreedor eternamente remiso, vuelve a prestarle más dinero bajo la solemne promesa de que “ahora sí” se le pagará todo lo que le debe. Supongo que llega el momento en que, legítimamente, puede primero pedirle al acreedor que pague su deuda, antes de volverle a prestar nuevos montos. Lo que les prestamos a los partidos con nuestro voto es confianza y crédito político, una y otra vez defraudados. Y es que, hoy por hoy, no hay incentivos suficientes para que partidos y legisladores cumplan lo que ofrecen —y menos si la votación por ellos resulta nutrida—, precisamente porque no tenemos mecanismos eficaces para llamar a cuentas políticas —ni de ninguna otra clase— a gobernantes y legisladores. Es un círculo vicioso. La promoción del voto del IFE dice que hay que ir a votar (por un partido, se presupone), al fin que luego podemos exigirles resultados a nuestros representantes. ¿Exigirles? ¿Cómo? Ahí está, por ejemplo, la reelección consecutiva de legisladores, mecanismo por excelencia para exigir cuentas. La oferta de reinstaurar ese instrumento está presente desde hace mucho en las plataformas de muchos partidos. ¿Y qué ha sucedido? Que sigue congelado. Por cierto, esa es una demanda en que coincide la mayoría de grupos y personajes anulistas (si bien Dulce María Sauri votó contra ese mecanismo en 2003). Algunos partidos y candidatos nos vuelven a prometer la reelección (pero muchos no). Por lo cual dicha promesa aislada no bastaría, pues los partidos y los candidatos que no hayan firmado ese compromiso se sentirán en libertad de no cumplir algo que no prometieron. Y quienes sí lo hayan hecho, dirán a sus representantes: “Nos ganaron, compadre”. Me parece entonces que la presión debe hacerse a todos los partidos simultáneamente a través del voto de protesta, por el flanco que, en principio, podría dolerles más: la legitimidad. Mientras tanto, el voto nulo puede ejercerse, no sólo como protesta, sino también como castigo a los partidos-negocio, esos que saben muy bien mercantilizar nuestro voto y presupuesto, pero no a favor de nuestros intereses, sino los de sus pocos militantes, dueños y directivos. Y es que —ya quedó aclarado— mientras más votos nulos se emitan, más difícil será para los partidos mercenarios preservar su registro.
El IFE dice que hay que ir a votar, al fin que luego podemos exigirles resultados a nuestros representantes. ¿Exigirles? ¿Cómo?
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