Sergio Aguayo Quezada
17 Jun. 09
Pese a sus detractores, el movimiento anulacionista sí está teniendo resonancia y, de cumplirse varias condiciones, puede transformarse en otro parteaguas de la transición.
Entre las críticas más frecuentes a la iniciativa de anular el voto está su atomización y la falta de propuestas concretas. Con ese diagnóstico se le pronostica una vida efímera. Para Javier Corral, además de "ineficaz", es contraproducente para la democracia (El Universal, 9 de junio); para Benito Nacif es como el "mensaje en una botella, sin destinatario ni remitente" (Excélsior, 11 de junio); y José Woldenberg lo considera, hasta el momento, una "falacia de principio a fin" (Proceso, 31 de mayo). Se trata de inquietudes que no han tomado en cuenta factores como los que menciono a continuación.
Para empezar, los votos anulados sí tienen un efecto jurídico y político. En su columna del 10 de junio para El Universal, Mauricio Merino llamó la atención sobre un aspecto básico: "Mientras más votos nulos haya, mayor será la votación total emitida. Y es este dato (todos los votos emitidos, sin excepción) el que sirve para calcular el porcentaje que deben obtener los partidos emergentes que quieren quedarse en la contienda". Aunque el Instituto Federal Electoral no se ha pronunciado al respecto, esta interpretación significa que un ancho caudal de votos anulados incrementará las exigencias para los partidos que luchan por preservar el registro. Con suerte nos libramos de los más nocivos.
Para apreciar mejor el impacto de este movimiento es necesario recordar el matrimonio de conveniencia entre izquierda y derecha a favor de elecciones confiables. Cuando en 1986 el PRI de Miguel de la Madrid cometió un fraude en Chihuahua, Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre de 40 días que provocó un consenso inédito entre las principales fuerzas opositoras. Heberto Castillo visitó a don Luis y le propuso un entendimiento para pelear unidos por el respeto al voto y la sociedad se unió tras esta exigencia, lo que forjó una movilización que permitió la alternancia en Los Pinos en el 2000.
Ese matrimonio terminó en divorcio debido a la ofensiva de Vicente Fox contra Andrés Manuel López Obrador y a las campañas negativas del calderonismo. Es saludable la separación entre izquierda y derecha, pero los cambios que el país exige se lograrán con mayor facilidad si los opuestos llegan a acuerdos en torno a una agenda aceptable para ambos. La degradación de la política ha llegado a tales niveles, que estamos en el umbral de un nuevo tipo de entendimiento entre corrientes sociales de diverso corte ideológico, y ello podrá apreciarse después de las elecciones.
Si considero realista esta posibilidad es porque simultáneamente está ocurriendo un recambio generacional. Quienes peleamos contra la represión y por la limpieza del voto tuvimos éxitos, fracasos y errores. Una de las equivocaciones más graves fue creer que la alternancia traería como resultado mejores gobernantes, el respeto a nuestros derechos, la protección del medio ambiente, la mejoría en la distribución del ingreso y en la seguridad... ¡Qué ilusos fuimos!
La principal fuerza tras el movimiento anulacionista está en jóvenes insatisfechos con el tipo de democracia que les entregamos. Si su energía es respetada y entendida por nuestra generación, se oxigenará nuestra marchita democracia, porque me parece ilógica la beatificación del voto que están haciendo partidos y analistas. El voto es sólo una etapa en la construcción de una democracia que reduzca la corrupción, la impunidad y la inequidad. Que no lo esté logrando se debe, en buena medida, a que los partidos se convirtieron en lastre, en obstáculo, para la democracia.
El Instituto Federal Electoral ya está reconociendo el protagonismo de los jóvenes. Este miércoles 17 de junio en las tres mesas que organiza sobre la utilidad del voto estará presente un joven. En el otro extremo está la reticencia de los partidos que hacen lo posible por evadir compromisos serios en torno a los cambios que estamos esperando.
Si la movilización anulacionista logra superar su diversidad y articularse en torno a una agenda con demandas concretas, es posible que trascienda la jornada electoral y se transforme en una movilización social inédita que se enfrentará a dirigencias partidistas determinadas a defender sus enormes privilegios. Será una batalla feroz que bien podría convertirse en otro parteaguas de nuestra prolongadísima transición. Pero tal vez mi lectura peque de optimismo y el movimiento tenga una corta vida y continuaremos encadenados al pesimismo.
En todo caso, cuando lo existente se hace insoportable, es necesario encontrar motivos para la esperanza. Anular el voto es un reto lanzado por los jóvenes; el autor de esta columna se da por notificado y se declara dispuesto a contribuir al inevitable relevo de las generaciones. Tal vez ellos puedan culminar una transición que hemos sido incapaces de lograr.
Entre las críticas más frecuentes a la iniciativa de anular el voto está su atomización y la falta de propuestas concretas. Con ese diagnóstico se le pronostica una vida efímera. Para Javier Corral, además de "ineficaz", es contraproducente para la democracia (El Universal, 9 de junio); para Benito Nacif es como el "mensaje en una botella, sin destinatario ni remitente" (Excélsior, 11 de junio); y José Woldenberg lo considera, hasta el momento, una "falacia de principio a fin" (Proceso, 31 de mayo). Se trata de inquietudes que no han tomado en cuenta factores como los que menciono a continuación.
Para empezar, los votos anulados sí tienen un efecto jurídico y político. En su columna del 10 de junio para El Universal, Mauricio Merino llamó la atención sobre un aspecto básico: "Mientras más votos nulos haya, mayor será la votación total emitida. Y es este dato (todos los votos emitidos, sin excepción) el que sirve para calcular el porcentaje que deben obtener los partidos emergentes que quieren quedarse en la contienda". Aunque el Instituto Federal Electoral no se ha pronunciado al respecto, esta interpretación significa que un ancho caudal de votos anulados incrementará las exigencias para los partidos que luchan por preservar el registro. Con suerte nos libramos de los más nocivos.
Para apreciar mejor el impacto de este movimiento es necesario recordar el matrimonio de conveniencia entre izquierda y derecha a favor de elecciones confiables. Cuando en 1986 el PRI de Miguel de la Madrid cometió un fraude en Chihuahua, Luis H. Álvarez inició una huelga de hambre de 40 días que provocó un consenso inédito entre las principales fuerzas opositoras. Heberto Castillo visitó a don Luis y le propuso un entendimiento para pelear unidos por el respeto al voto y la sociedad se unió tras esta exigencia, lo que forjó una movilización que permitió la alternancia en Los Pinos en el 2000.
Ese matrimonio terminó en divorcio debido a la ofensiva de Vicente Fox contra Andrés Manuel López Obrador y a las campañas negativas del calderonismo. Es saludable la separación entre izquierda y derecha, pero los cambios que el país exige se lograrán con mayor facilidad si los opuestos llegan a acuerdos en torno a una agenda aceptable para ambos. La degradación de la política ha llegado a tales niveles, que estamos en el umbral de un nuevo tipo de entendimiento entre corrientes sociales de diverso corte ideológico, y ello podrá apreciarse después de las elecciones.
Si considero realista esta posibilidad es porque simultáneamente está ocurriendo un recambio generacional. Quienes peleamos contra la represión y por la limpieza del voto tuvimos éxitos, fracasos y errores. Una de las equivocaciones más graves fue creer que la alternancia traería como resultado mejores gobernantes, el respeto a nuestros derechos, la protección del medio ambiente, la mejoría en la distribución del ingreso y en la seguridad... ¡Qué ilusos fuimos!
La principal fuerza tras el movimiento anulacionista está en jóvenes insatisfechos con el tipo de democracia que les entregamos. Si su energía es respetada y entendida por nuestra generación, se oxigenará nuestra marchita democracia, porque me parece ilógica la beatificación del voto que están haciendo partidos y analistas. El voto es sólo una etapa en la construcción de una democracia que reduzca la corrupción, la impunidad y la inequidad. Que no lo esté logrando se debe, en buena medida, a que los partidos se convirtieron en lastre, en obstáculo, para la democracia.
El Instituto Federal Electoral ya está reconociendo el protagonismo de los jóvenes. Este miércoles 17 de junio en las tres mesas que organiza sobre la utilidad del voto estará presente un joven. En el otro extremo está la reticencia de los partidos que hacen lo posible por evadir compromisos serios en torno a los cambios que estamos esperando.
Si la movilización anulacionista logra superar su diversidad y articularse en torno a una agenda con demandas concretas, es posible que trascienda la jornada electoral y se transforme en una movilización social inédita que se enfrentará a dirigencias partidistas determinadas a defender sus enormes privilegios. Será una batalla feroz que bien podría convertirse en otro parteaguas de nuestra prolongadísima transición. Pero tal vez mi lectura peque de optimismo y el movimiento tenga una corta vida y continuaremos encadenados al pesimismo.
En todo caso, cuando lo existente se hace insoportable, es necesario encontrar motivos para la esperanza. Anular el voto es un reto lanzado por los jóvenes; el autor de esta columna se da por notificado y se declara dispuesto a contribuir al inevitable relevo de las generaciones. Tal vez ellos puedan culminar una transición que hemos sido incapaces de lograr.
Correo electrónico: saguayo@colmex.mx
kikka-roja.blogspot.com/
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