Tres rumores tres Marcelino Perelló 23-Jun-2009 Una de las reglas de la mercadotecnia es que las cosas de las que se tiene que convencer al cliente deben ser escritas. Entrar por los ojos, no por los oídos. Rumor. He ahí una bella palabra. Tanto por su sonoridad, elegante y evocadora, como por aquello a lo que remite, en la penumbra engañosa de la incertidumbre. Dicen por ahi que no hay que tomarse en serio los rumores. Consejo que es recomendable no tomar en serio. Entre otras cosas porque es imposible seguirlo. El rumor es insidioso, y no hay defensa contra la insidia. Pero además, sin los rumores, es imposible entender, abordar, la realidad. Gran parte de lo que sucede en el mundo circula únicamente a través del rumor, del chisme. Considerar que únicamente puede uno asumir aquello que aparece en la prensa, que está “confirmado”, es de una gran ingenuidad. Los periódicos y los noticiarios tienen a menudo como origen los rumores. “Las fuentes generalmente bien informadas” no son otra cosa. Pero sucede que la letra escrita o transmitida electrónicamente tiene un peso mucho mayor y definitivo que la simplemente hablada. Una de las reglas de la mercadotecnia es que las cosas de las que se debe convencer al cliente deben ser escritas. Tienen que entrar por los ojos, no por los oídos. Y de ahí que en los mostradores de los hoteles la hora del checkout esté siempre escrita y visible. No basta que sea dicha. En Cuba al rumor lo llaman “Radio Bemba” y constituye el principal aporte de información. En Rumanía, en mi Rumanía: “Rumor: calumnia generada y difundida por los agentes del imperialismo, con el afán de minar las bases de nuestra sociedad socialista, y que aparece publicada en los periódicos una semana después de haber sido lanzada”. No siempre los chismes son verdad. Ni mucho menos. Es preciso aquilatarlos, ponderarlos. Y dejarlos a menudo en el purgatorio de las hipótesis, pero juegan un papel social y cultural indiscutible, aunque sean mentiras flagrantes. Creo que fue el gran y terrible Fouché el que habría dicho: “Tú calumnia, que algo queda”. Un buen ejemplo son las fotografías que hoy están haciendo auténticos estragos en internet. Es harto posible que usted, metiche lector, ya las haya visto. Se trata de las imágenes que un pasajero del vuelo 447 de Air France que naufragó (el término es correcto) en el Atlántico, habría tomado mientras el avión se partía en dos. Obviamente las fotos despiertan suspicacias. Deberían despertarlas, digo yo. Pero no. Aunque hay muchas cosas que no checan. Pero una mínima búsqueda en internet permite encontrar el testimonio de un fotógrafo brasileño en el que confiesa, divertido, que él hizo el montaje. No, pos sí. De todos modos, mucha gente se sigue estremeciendo. En particular, porque la gente, mucha gente, experimenta un enorme y malsano placer en el estremecimiento. Y elige creer. En este caso no se trata de una calumnia, sino de una simple y grosera mentira. Pero el mecanismo es el mismo. Las personas dan crédito a los rumores, no sólo porque es socialmente indispensable, sino porque “les conviene”, “les gusta”, de manera inconsciente, de manera inconfesable. Hoy le voy a contar tres rumores. Tres rumores tres. Que tienen que ver con la hipótesis del golpe de Estado que habría tenido lugar en México en 1968. Y que en particular conoció su momento álgido al atardecer del 2 de octubre. Ya le dije, y lo repito, que son eso, chismes, y que no tengo manera ni de probar ni de verificar. Pero se los paso al costo. Como dice la canción: “Como me lo contaron, lo cuento yo”. Y porque la historia no se escribe, no se puede escribir, sin chismes. Rumor primero: En 1998, participé en una mesa redonda sobre el movimiento estudiantil, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Éramos cuatro ponentes, de los que sólo recuerdo al gran y añorado Gastón García Cantú. Otro de los comensales —ya no sé quién— contó que una amiga suya, poeta —y cuyo nombre tampoco retuve; en ese tiempo no me interesaba yo mayormente en tales “informaciones”; yo lo tenía claro—, se encontraba en una reunión informal en Guadalajara, con Gustavo Díaz Ordaz. En ese momento habría recibido un télex en el que lo informaban de lo que había sucedido en Tlatelolco. El Presidente habría comentado en voz alta y afligida: “Quieren mi cabeza”. Rumor segundo: En 1977, Díaz Ordaz ya era embajador en Madrid. Echeverría le había concedido un exilio dorado. Era el primer ex presidente que gozaba de tal privilegio. Años después a Echeverría le pagaron con la misma moneda. Ya devaluada. Leí en Proceso que en una conversación privada el embajador habría dicho: “García Barragán es el único miembro de mi gabinete en el que tuve, y sigo teniendo, confianza”. Tampoco recuerdo qué número del semanario era ni quién el autor de la nota. Así que queda clasificado en la categoría de rumor. Aunque me acordara, rumor sería. Rumor tercero: Este lo he escuchado de tres fuentes distintas e independientes. Nunca lo he visto publicado. En la tarde del 3 de octubre, Díaz Ordaz se habría dirigido al hangar presidencial con el fin de tomar un avión y huir de México. Ahí lo habría interceptado García Barragán y lo habría conminado a quedarse. Le habría jurado la lealtad del Ejército, al menos el de la Secretaría de la Defensa, y le habría recordado sus deberes institucionales como primer mandatario de la nación. Díaz Ordaz no tuvo más remedio que conceder y volver, pensisbajo y cabistivo, a Los Pinos. Son rumores. Únicamente rumores. Pero tampoco son menos. Alguno podría confirmarse. Otro, difícilmente. Pero los tres abonan la hipótesis del golpe de Estado. Hay, sin embargo, varios, múltiples, elementos adicionales que permiten ponderar su verosimilitud. Muy en particular la declaración pública del Presidente, ante el Congreso de la Unión, en la que proclamó solemne que él era el responsable de todo lo sucedido. Que no se buscaran otros. Eso no es un rumor. Pero sí una afirmación que debe ser leída con un mínimo cuidado. Cuidado que no tienen muchos de los protagonistas y comentaristas del 68. “Díaz Ordaz ya confesó”, “Ya lo dijo él mismo”, afirman tan campantes, como si las lecturas no existieran. De nuevo el facilismo. Ellos, que durante años no creyeron una sola palabra de lo que el político poblano predicó, esta vez decidieron creerle. Bravo. Obviamente Díaz Ordaz mentía. Y mintió por las mismas razones por las que ocultó los nombres y las responsabilidades de los golpistas. Con el afán de conservar la imagen de un Estado institucional. De salvaguardar la estructura republicana. Otras cosas no habrá sido, pero un hombre de Estado sí lo fue. Para bien y para mal. Basta leer su respuesta a Daniel Cosío Villegas acerca del 68. Eso tampoco es un rumor. Se trata de una figura muy estudiada por el sicoanálisis y la sicología. La del que se arroga la culpa sin merecerla. Es una especie de contra-verneinung, en términos de Freud. Los motivos pueden ser variopintos, pero la razón última es siempre la misma: ser el bueno de la película, el protagonista, el que se sacrifica, en el anonimato, en nombre de un bien mayor. La policía está harta de recibir a falsos culpables. Díaz Ordaz quiso ser el Salvador de la Patria. Los motivos de los hombres son frecuentemente confusos e inabastables. No todo está al abasto de la mano. La historia, por eso mismo, no es una ciencia ni nunca lo será. La historia, no obstante, sí puede responder, si se le toma en serio, al papel que jugó, en aquella coyuntura, cada quien. |
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