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Noam Chomsky texto al que se refiere la pregunta.
Chomsky : Elogia al movimiento en Oaxaca : Integración en Latinoamérica
Kikka Roja
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Chicontla, Pue., 25 de octubre. Desde este municipio de la zona serrana de Puebla, Andrés Manuel López Obrador le exigió a Felipe Calderón “que dé la cara” y explique al pueblo de México los alcances y condiciones del acuerdo privado al que llegó con el presidente de Estados Unidos para el presunto financiamiento del combate al narcotráfico... “Se trata de un acto injerencista que contó con el beneplácito del pelele Calderón”, aseveró el ex candidato presidencial, luego de advertirles a George W. Bush y a Calderón “que no estén pensando que los acuerdos secretos los vamos a respetar los mexicanos”, y sostuvo que ningún convenio es moneda de cambio para permitir la privatización del petróleo, como pretende el mandatario estadunidense y quiere conceder Felipe Calderón.
¿Y el problema migratorio?
Comunidad alejada de todo
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Lo que pasó en PEMEX debe tener responsables, y como siempre en méxico nadie es castigado
La insumisa gloaeza@yahoo.comGuadalupe Loaeza Ella no tiene un proyecto político como el de Hillary Clinton, no tiene una ambición descomunal como la de Martita, ni es tan sumisa como Betty Ford. Como bien dice Bruno Jeudy, colaborador del periódico Le Monde: “Esta vez nadie podrá cambiar su decisión. Ni el presidente de la República. Cécilia , la insumisa, se inclinó por la ruptura”. En efecto, la primera dama de Francia fue la primera en decirle a su marido: “ya basta”. La primera en dejarlo junto con el poder. La primera en renunciar a todos los privilegios del Élysée. Y la primera en confesar que está enamorada de alguien más. El 12 de noviembre Cécilia festejará sus 50 años totalmente liberada de todo el protocolo y todos los compromisos que tiene toda esposa del presidente de la República francesa. Por fin ha recuperado el apetito; ya no tendrá que vestirse en Prada, ya podrá ponerse sus jeans y hacer jogging en Nueva York. De hecho desde la primavera del 2005 Cécilia ya había mandado algunas señales al decir que le daba flojera ser first lady y que era políticamente incorrecta. Como hija de un padre ruso y de una madre española, ¡cuántas veces se ufanó de no llevar ni una sola gota de sangre francesa en las venas! Todo el mundo sabía que Cécilia era la única parte non négociable del “preciso”. Todo el mundo sabía que era una extraña relación a la que la opinión pública tenía que acostumbrarse. Todo el mundo sabía que Cécilia no había votado por Nicolas Sarkozy en la segunda vuelta. Y todo el mundo sabía que después de la primera separación que tuvieron en mayo del 2005 se habían vuelto a unir para nunca más separarse. Pero lo que no todo el mundo sabía era que Cécilia ya no quería “tragar camote”, que ya estaba hasta la coronilla y que se trataba de una verdadera insumisa. Ella no tiene un proyecto político como el de Hillary Clinton, no tiene una ambición descomunal como la de Martita, ni es tan sumisa como Betty Ford. Como el 80% de los franceses, Cécilia y Nicolas se casaron bajo el régimen de bienes mancomunados. En este caso el patrimonio es dividido entre los dos. No obstante, sólo los bienes de Nicolas, que fueron adquiridos antes de su matrimonio, no serán compartidos con Cécilia. Lo que le pertenecía antes de haberse casado con ella quedará como de su propiedad, explica el maître Laurence Mayer, abogado especialista en asuntos familiares. Lo mismo sucedería con Cécilia Sarkozy, ella conservará lo que poseía antes de casarse con Nicolas, es decir antes del 23 de octubre de 1996. Cuando Sarkozy fue elegido en mayo pasado presidente de la República en su declaración patrimonial reportó más de 2 millones de euros. Por lo tanto a Cécilia le correspondería, un millón. Una vez que leí toda la prensa francesa a propósito de este divorcio presidencial eminente, sobre todo la entrevista que le hiciera Valérie Toranian de la revista Elle a la todavía Mme. Sarkozy, nos permitimos reunir varias declaraciones de Cécilia para hacer con ellas un largo monólogo. Citarlas cada una por separado resultarían muy reiterativas. Escuchemos, pues, la voz sincera de una mujer ciertamente insumisa: “Sepan de una vez por todas que la vida pública no me corresponde, no me corresponde desde lo más profundo de mi ser. Soy una persona que le gusta estar a la sombra, le gusta vivir con serenidad y tranquilidad. No obstante, siempre supe que tenía un marido que era un hombre público y a pesar de todo lo acompañé a lo largo de 20 años, dos décadas que no fueron nada fáciles y en cuyos años siempre fui su sombra. Pero valió la pena. Juntos dimos la batalla y juntos llegamos a nuestro objetivo, porque Nicolas es un hombre de Estado, un hombre capaz de hacerle mucho bien a Francia y a los franceses. Ahora, intentaré de vivir muy discretamente, en la sombra, como a mí me gusta vivir. Después de haber encontrado a otro hombre y de haberme enamorado de él, cuando me fui quizá un poco precipitadamente en el 2005, regresé con Nicolas porque pensé que podía volver a construir nuestra relación; tratamos todo, yo lo intenté todo lo que pude: me comportaba correctamente, durante un año traté de comprometerme, de involucrarme personalmente, pero había días que resultaba sumamente difícil; comencé a faltar a las ceremonias nacionales e internacionales. Así como no voté por Nicolas en la segunda vuelta en la campaña presidencial el 6 de mayo, me fui demasiado pronto de la reunión del G-8 que se llevó a cabo en Heiligendamm, Alemania, el 6 de junio. Fue cuando los dos nos dimos cuenta que ya no era posible tratar de aparentar. Siempre he pensado en mi familia y ciertamente no por cálculo. Nicolas y yo nunca nos mentimos. Ambos tratamos, hasta las últimas consecuencias, de salvar nuestra pareja. Nunca le mentí, ni pretendí jugar el papel de la esposa perfecta. No me lo hubiera permitido. A lo mejor no soy como las demás primeras damas, pero a mí lo que me hace falta es ir al supermercado con mi hijo Louis. Respecto a mi decisión, también me preocupaba la reacción de mis dos hijas mayores, Judith y Jeanne-Marie. Pero ellas ya son grandes. Nicolas siempre será su padrastro. Curiosamente Louis, el único hijo que tuve con Nicolas, reaccionó lo mejor posible, es un niño que tiene necesidad de estar siempre muy rodeado de cariño, pero sobre todo, de tener, como cualquier niño, un hogar tranquilo. Pienso ocuparme mucho de él. A Nicolas le deseo que encuentre la serenidad, le deseo que sea feliz y que aporte mucho a nuestro país. Honestamente yo ya no le aportaba mucho, ya no le aportaba ni serenidad, ni mucho menos tranquilidad. Tiene derecho a ser feliz, lo merece. Y yo, si no estoy bien anímicamente, ya no puedo hacerlo feliz. A la primera persona en quien pensé al tomar mi decisión de separarme de Nicolas, fue en mi madre. Así como se hubiera puesto feliz de saberlo presidente, igualmente me hubiera apoyado en mi decisión. Mi madre tenía un carácter ejemplar, ella siempre nos educó con la verdad. Nos educó con dignidad. Constantemente nos decía: ‘En la vida hay que mantenerse derechos, muy derechitos; así, con nobleza; hay que actuar con la verdad frente a los demás’. Pienso que ahora mi madre me diría: ‘Cécilia, estoy muy orgullosa de ti porque actuaste con honestidad, estando de acuerdo contigo misma’”. Me temo que mujeres así de valientes y de honestas como Cécilia ya no existen. Estoy segura que con los años su hijo, el pequeño Louis, un día también le dirá: “Siempre he estado muy orgulloso de ti, mamá”. gloaeza@yahoo.com |
Una enfermedad profesional peculiar Lorenzo MeyerAGENDA CIUDADANA Articulos recientes del Dr. Lorenzo Meyer Cossio “Fox es sólo un caso particularmente notorio de una enfermedad tan común como dañina”. Intento de Explicación. El ex presidente de México, Vicente Fox, pareciera empeñado en permanecer en el ojo del huracán de eso que puede llamarse la “pequeña política” mexicana, una actividad que poco o nada tiene que ver con la grandeza del ejercicio del poder y sí mucho –todo- con sus miserias. Vale pues la pena tomar ese caso para discutir un problema mayor: la enfermedad profesional del político. La distorsión de la personalidad como resultado del ejercicio del poder y que, finalmente, daña no sólo a quien la padece –eso es lo de menos- sino a la sociedad toda. El intento por explicar la conducta del ex presidente, así como la reacción que han suscitado, puede tomar varios caminos. Un columnista de The New York Times, David Brooks, sugiere adentrarnos en el “Yo-ismo”. El término no es elegante, pero sí adecuado ya que el “Yo” es un concepto al que Sigmund Freud y la psiquiatría le han sacado mucho provecho como ego, súper ego e id. El Mal. Lo que el escritor norteamericano Scott Fitzgerald señaló en relación a los ricos –“no son como nosotros”- se puede decir también de los políticos. Los profesionales de la política son esa minoría que ha hecho de la adquisición, ejercicio y retención del poder público su razón de ser, y que en ese empeño tienden a transformarse cuantitativa y cualitativamente al punto que terminan por ya no ser “como nosotros”, la mayoría. En algunos casos, esa diferencia es muy positiva –por ejemplo, Mahatma Ghandi o Nelson Mandela, para sólo citar ejemplos del inicio y del fin del siglo XX-, pero lo que abundan son los casos dañinos e incluso catastróficos para millones, como bien lo demostró Hitler o Stalin. En términos generales, al inicio de su carrera, el político profesional puede ser o parecer una persona normal, pero la esencia de su actividad (o vocación) es un elemento muy peligroso que tiende a provocar su cambio pues, como lo advierte Brooks, la política es una profesión altamente contaminante. Y es que los profesionales de esa actividad se enfrentan sistemáticamente a un conjunto de factores muy fuertes que de manera directa o indirecta, tienden a crear o acentuar los elementos negativos de su personalidad: egoísmo, inseguridad, orgullo, envidia, sadismo, ansia de dominio, de acumulación de bienes materiales, etc. Ese cambio fácilmente puede alcanzar niveles patológicos. Una posición de poder en personalidades con esas deficiencias –¿y quién no las tiene en alguna medida?- juega el mismo papel que los nutrientes de un caldo de cultivo en las bacterias: sirve como disparador de un crecimiento rápido, anormal, de ciertos rasgos de personalidad. En el Viejo Sistema. En México, como en muchas otras partes, el político se tiene que someter a un proceso que erosiona o de plano destruye ciertas conductas y alienta otras que lo alejan de los patrones de normalidad. En el viejo régimen priista, por ejemplo, el político que ingresaba al Partido de Estado tenía que aceptar el sometimiento total a la voluntad del superior, ya que dejar el partido o ir a la Oposición era el “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” (César Garizurieta). Si el Jefe del Ejecutivo decía que había que ir a la izquierda (Cárdenas) pues allá iba; si decía que se debía marchar por la derecha (Alemán), por ahí marchaba. Si el presidente decía que los bancos debían ser nacionalizados (López Portillo) pues se le apoya por patriotismo; y si luego decía que se tenía que privatizar (Salinas), también se le apoyaba, por patriotismo. La contradicción era una forma de sobrevivir. El viejo sistema exigía no tener lealtad a ningún conjunto fijo de políticas o valores y nunca poner en duda la visión del presidente en turno. Esta sumisión extrema no era la única manera de triunfar, pero sin ella nadie llegaba a una secretaría de Estado, gubernatura, diputación, senaduría, empresa paraestatal, Suprema Corte, etc. Cada seis años un giro de la suerte ponía en la Presidencia u otro puesto de mando a uno de los miles de sumisos disponibles. Entonces, su biografía de humillaciones pasadas era hecha a un lado y, ahora, para compensar, infligía humillaciones sin cuento a sus colaboradores e, indirectamente, a toda la sociedad. El resultado fue un sistema político dominado por personalidades como las de Luis Echeverría que de subordinado extremo se transformó en un megalómano que sólo la bancarrota de la balanza de pagos pudo detener, aunque no antes de que sumiera al país en una crisis política y económica. En el Nuevo Sistema. A diferencia de quienes le antecedieron –de Calles a Zedillo-, Vicente Fox no ganó la Presidencia por haberse subordinado y humillado ante el poder, ni tampoco por haberse sometido a la voluntad de la oligarquía que dirigía su partido –Diego Fernández de Cevallos, et. al. Las influencias destructivas vinieron de otro lado, de uno inherente a la democracia política moderna. En primer lugar, en el nuevo sistema el precandidato debe destruir públicamente la imagen de aquellos que, dentro de su propio partido, le disputan el puesto. Luego, ya en la campaña, debe proceder a destruir la imagen pública de los contendientes. En este proceso todo el discurso del candidato se centra en el “Yo” de manera abierta, incluso obscena. En efecto, la campaña obliga a dar rienda suelta a algo que el individuo normal debe reprimir, si no por convicción, por elegancia: el auto elogio. El candidato tiende a decir a voz en cuello y a todas horas, “yo soy el mejor, el único”. Aquí se debe contravenir el principio evangélico “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” pues la humildad resulta un pecado capital y alienta a hilvanar un rosario interminable de yo-ismos: “yo he dicho”, “cuando yo fui gobernador, yo hice…”, “cuando yo fui responsable de la empresa, su eficiencia fue mayor que nunca”, “con mi conducta yo he demostrado que…”, “cuando yo llegue, yo haré lo que otros no han podido, por corruptos o por cretinos”. Es indispensable atacar al adversario sin respeto, sin apego a la verdad: “ese otro es un peligro para México”, “ese otro es un mandilón”, “ese otro es un deshonesto”, “ese otro es un inepto además de corrupto”, etc. Durante la campaña y ya en el poder, el político exitoso de antes pero también el de ahora, tiende a ver a los otros como simples medios, no fines, en función de que tan útiles le son como instrumentos, “para que me sirven”. Si el Gobierno anterior fue de otro partido o régimen, como efectivamente fue el caso con Fox, entonces hay que recordar constantemente que “yo estoy haciendo lo que por años los otros no pudieron o quisieron”. La estrategia de este tipo de político –y esto fue particularmente cierto en el caso de Fox- se centró en presentar la mejor imagen “de mi”. En el caso de Fox, a diferencia de otros sistemas, la reelección no era posible. Ello le llevó a un punto culminante del “Yo-ismo”: trasladar su imagen positiva a su “otro yo”, Marta Sahagún. Gracias a los manejadores de imagen, hasta los errores se convirtieron en aciertos y según su ex vocero, Rubén Aguilar, el grueso de las declaraciones absurdas del entonces presidente, fueron celebradas y presentadas como aciertos. Fox, según confesión propia y siguiendo la costumbre de un antecesor priista, Carlos Salinas, ni leía ni oía a los críticos y sólo se concentró en los que reforzaban su imagen positiva. Al final, sus acciones para impedir el triunfo electoral de la izquierda, calificadas de impropias por el Tribunal Electoral del Poder Judicial, le fueron celebradas por todos los poderes fácticos –los dueños económicos del país- y Fox se vio a sí mismo no sólo como el verdadero arquitecto de la victoria de su sucesor sino el salvador del país. El Resultado. Sólo personalidades fuertes, una minoría de políticos, logran sobreponerse a los efectos corrosivos de su profesión y conservar o recobrar su humanidad. No fue ése, desde luego, el caso de Fox. Tampoco es difícil entender que tras años de “Yo-ismo” ahora le sea imposible dejar el centro del escenario o que no le parezca mal que en un país de pobres el ex servidor público viva conforme lo demanda su “Yo”, en la opulencia, y le tenga sin cuidado la oportunidad histórica que desperdició: el no haber podido ser el símbolo de una nueva moral y de una nueva sensibilidad en un México muy dañado por su clase política, lograr que una población centenariamente descreída de sus gobernantes y de la autoridad se identificara finalmente con el nuevo régimen. En fin, la enfermedad profesional de los políticos hizo presa en grado agudo del ex presidente Fox y todos hemos salido muy afectados. |
Plaza Pública A la mitad del proceso de exploración que la ley orgánica de la UNAM le ordena realizar antes de elegir rector, la Junta de Gobierno ha visto colmada su agenda para recibir opiniones sobre quién debe gobernar a la Universidad nacional en los próximos cuatro años. Tan sólo en las primeras doce horas, después de publicada la convocatoria respectiva el 7 de octubre se formalizaron 240 citas. Para cumplir ésas y los cientos que siguieron, el órgano elector de la UNAM formó cinco comisiones que ha recibido a grupos y personas portadoras de propuestas y apoyos a aspirantes, y también de proyectos de universidad sin postulación de nadie. Esta es la vigésima ocasión en que una junta de Gobierno elige a un rector. Promulgada la ley que le dio origen en enero de 1945, su autor Alfonso Caso instaló la junta ese mismo año, que al siguiente eligió al primer gobernante universitario conforme al nuevo régimen, el abogado Genaro Fernández McGregor. No permaneció en su cargo más que dos años, al cabo de los cuales lo sustituyó el doctor Salvador Zubirán, médico eminente que como su antecesor no llegó siquiera a la mitad de su mandato, interrumpido por una sucia revuelta. Tan inestable era la situación universitaria que el tercer rector elegido por la Junta fundadora, Andrés Serra Rojas, abogado también, apenas ostentó el nombramiento unos días de mayo de 1948, y luego declinó. Mientras que grupos conservadores pretendían hacer rector, por plebiscito, a Antonio Díaz Soto y Gama, la Junta eligió cuarto rector al también abogado Luis Garrido, que permaneció en su cargo hasta poco antes de concluir su cuatrienio, en 1953. Lo reemplazó el doctor Nabor Carrillo Flores, ingeniero, primero en ser elegido sin tormenta en torno, primero también en ser reelegido, por lo que permaneció ocho años en la flamante Torre de la rectoría, de que fue primer ocupante. El doctor Ignacio Chávez, médico de la talla del depuesto Zubirán, fue elegido dos veces por la Junta, en 1961 y 1965, pero al año siguiente renunció en medio de presiones ruines. Lo reemplazó en mayo de 1966 el ingeniero Javier Barros Sierra, que cuatro años más tarde hubiera podido ser reelegido, pero declinó esa posibilidad en vista de su precaria salud. Fue elegido entonces el doctor Pablo González Casanova, historiador y sociólogo, que renunció en medio de un conflicto compuesto de ingredientes diversos, por lo que en 1972 la Junta eligió al doctor Guillermo Soberón, médico de origen, bioquímico después, reelegido en 1977. Otro médico, Octavio Rivero, lo sustituyó en 1981 y cuatro años más tarde la Junta escogió al abogado Jorge Carpizo, que optó por no presentarse a la reelección en 1989. Fue escogido entonces el doctor José Sarukhán, biólogo, botánico y ecólogo, que cumplió dos periodos, pues fue reelegido en 1993. Lo sucedió en 1997 el ingeniero químico Francisco Barnés que no pudo concluir su mandato pues renunció durante la terrible huelga de 1999. La Junta, en fin, eligió dos veces al médico Juan Ramón de la Fuente, en 1999 y en 2003. En los ocho años del rectorado de De la Fuente, la Junta fue renovada casi en su totalidad, salvo el caso de Julio Labastida, sociólogo y Álvaro Matute, historiador, que ingresaron durante el periodo de Barnés. Luego fueron nombrados por el Consejo universitario, a propuesta del rector, Francisco Bolívar Zapata, bioquímico; Manuel Peimbert Sierra, físico y astrónomo; Rolando Cordera Campos, economista; María Elena Medina-Mora, psicóloga, Carlos Larralde, biólogo; Olga Elizabeth Hansberg Torres, filósofa, David Kershenovich, médico; Francisco Casanova, sociólogo; Alonso Gómez-Robledo, abogado; Elizabeth Guadalupe Luna Trail, filóloga; Octavio Paredes López, ingeniero bioquímico, primer miembro de la Junta no formado en la Universidad; Luis Alberto Zarco, médico veterinario: y Jorge Borja Navarrete, ingeniero. Señalo las disciplinas en que se formaron para mostrar uno de los ángulos de la diversidad presente en la Junta. Sus miembros tienen, al mismo tiempo, notas en común. La mayor parte de ellos ha dirigido facultades e institutos, lo que quiere decir que ahora electores antes fueron elegidos, algunos más de una vez. Casi todos han sido distinguidos con reconocimientos como el Premio nacional o incluso con galardones internacionales, como el Príncipe de Asturias recibido por Bolívar Zapata. Casi sin excepción, realizan sus labores de investigación y docencia en la propia Universidad nacional. Integran, ciertamente, un cuerpo de notables, sin el dejo sarcástico con que buscan descalificarlos quienes resienten el carácter elitista del mecanismo de elección vigente durante más de seis décadas. Es quizá un modelo anacrónico, pero sin duda mejor que el de antes de 1945, que perturbaba a veces hondamente a la comunidad universitaria. Hoy esta no permanece al margen, aunque sus expresiones no sean determinantes sino que son matizadas por el criterio y los intereses de los quince electores, cuya carrera académica, en términos generales, además de haberlos prestigiado los dota de credibilidad. Y de perspicacia para distinguir el grano de la paja. Los electores disfrutan además, en esta ocasión, del privilegio de la mayor libertad posible para su decisión. Nunca fue cierto que la Junta actuara como mera correa de transmisión de instrucciones venidas de fuera. Pero el sistema presidencial autoritario era capaz de inducir el nombramiento. Hoy ya no lo es. Creo. Así lo espera, así lo necesita la Universidad. |
Cumpleaños feliz sergioaguayo@infosel.net.mx www.sergioaguayo.org Felipe Calderón celebró sus 45 años tomando el sendero abierto por Vicente Fox: se niega a informar sobre su fiesta amparándose en la “inexistencia” de la información. A partir de las tres de la tarde del viernes 17 de agosto empezaron a llegar a Los Pinos los 300 convidados al cumpleaños presidencial. Entre ellos iba un número indeterminado de funcionarios que se tomaron la tarde de un día laboral. A la periodista de El Universal, Lilia Saúl, que preguntó por los detalles del ágape le respondieron que la información era “inexistente” porque fue un acto privado. De haber sido el caso el banquete hubiera debido realizarse de otra manera y no en la residencia oficial, con personal del Estado Mayor Presidencial y con músicos de la secretaría de Marina (Reforma, 18 de agosto del 2007). Quien ingresa a la vida pública acepta ser escudriñado, pero, ¿en dónde está el límite? La respuesta varía dependiendo del tiempo y el espacio. Las reacciones al divorcio del presidente francés Nicolas Sarkozy confirman que en Francia son relativamente respetuosos de la vida privada mientras que en Estados Unidos diseccionan y publicitan cada milímetro de la existencia y cada tropiezo de sus gobernantes. En México pasamos del hermetismo a un destape desordenado con reglas poco claras. La aprobación de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información (abril 2002) abrió las compuertas de la información pública y eso nos ha permitido acercarnos al mundo de los poderosos y constatar que aun cuando todos alaban la transparencia reculan y hacen lo posible por evadirla cuando están en juego sus intereses. El cumpleaños de Calderón confirma el patrón: el presidente se refugia en la “inexistencia” de información cada que enfrenta hechos incómodos. Lo hizo cuando le preguntaron en qué documento respaldaba su afirmación de que la indígena Ernestina Ascencio había muerto de una gastritis crónica no atendida. Responder que la información “no existía” era una forma de cubrir las espaldas de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y/o la Secretaría de la Defensa Nacional y/o el Gobierno de Veracruz. Tampoco puede creerse que alguien tan obsesionado con el control como el actual presidente carezca de los registros, los inventarios o las bitácoras de los millones de documentos oficiales que Vicente Fox y Marta Sahagún se llevaron al rancho. Calderón le aprendió la maña a Vicente Fox quien fue maestro en el arte de refugiarse atrás de la inexistencia de documentos. Cuando ganó la Presidencia, Fox se comprometió a convocar a los más capaces y a su oficina de transición llegaron miles y miles de solicitudes y el guanajuatense encargó a los “cazadores de talentos” (headhunters) hacer la selección. Cuando pedí la información sobre el episodio se resistieron lo más que pudieron para terminar refugiándose en la archicitada “inexistencia”. Nada guardaron, nada quedó, de la heroica búsqueda de los mejores y los más brillantes. En Los Pinos sólo pudieron localizar 22 fotocopias de recortes de prensa. En el crepúsculo del pasado Gobierno se aclaró el misterio. Desde las filas de la comentocracia brotó un texto de Jorge G. Castañeda quien aclaró que “para todos fines prácticos no hubo headhunters. Mi experiencia personal fue más o menos la misma que la de otros. Unas tres semanas después de haber sido invitado a colaborar con Fox en su Gobierno, a mediados de octubre de 2000, me habló Ramón Muñoz para pedirme que recibiera a un headhunter, que según Muñoz, debía entrevistarme para cumplir una promesa. En vista de que Fox se había comprometido a utilizar este recurso o filtro, todos debíamos contribuir a taparle el ojo al macho”. (“Aguas: que no cuenten cuentos”, Reforma, 18 de octubre de 2006). Así pues, podría asegurarse que la farsa de los headhunters fue la primera capitulación de Fox. Vicente Fox tampoco entregó información para establecer qué tanto abusó la pareja presidencial de los privilegios del cargo. Pese a que la señora Marta utilizaba recursos públicos, Los Pinos se negaba a entregar información diciendo que no era servidora pública e invocando la “inexistencia” de comprobantes. Por ejemplo, no existen los recibos de los gastos por transporte aéreo y terrestre, hospedaje, alimentación y teléfonos realizados por Marta Sahagún y los 17 integrantes de su comitiva que fueron el 13 y 14 de marzo de 2006 a una exposición en Washington (“Divina y Humana. La mujer en los antiguos México y Perú). Marta y Vicente se ofenden cuando se les crítica, pero son reacios a entregar la información que los exonere de la evidencia que los coloca en la categoría de vulgares coyotes. Por lo arraigado de la cultura presidencialista es probable que el ejemplo de Vicente, Marta y Felipe esté alentando las declaraciones de “inexistencia” de información. En agosto de 2007 ya eran casi 10 mil las veces que algún funcionario recurría a esa puerta de escape abierta por la ley. Es un problema perfectamente identificado por quienes se interesan en la transparencia y por el Instituto Federal de Acceso a la Información que decidirá en alguna de sus sesiones próximas si deja en la penumbra la información sobre el cumpleaños del presidente. Es también un ángulo que deberá atender el Congreso cuando ajuste la actual Ley a las recientes reformas hechas al 102 constitucional. No estamos ante un asunto menor. En lo que llevamos del siglo 21 los gobernadores, los partidos y los oligopolios se han hartado de ganar dinero y poder, mientras que el acceso a la información es una de las pocas palancas que tiene la ciudadanía para exigirle cuentas al poderoso. Utilizar la “inexistencia” de información cancela esa posibilidad e impide conocer, por ejemplo, todo el sistema de privilegios que concede la secretaria de Educación Pública al magisterio o las minutas detallando el papel jugado por funcionarios de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores sobre la venta de Banamex al Citigroup. Estoy entre quienes consideran que debe respetarse a la vida privada de los políticos, pero es lamentable que el presidente la invoque para defender una fiesta de cumpleaños pagada, al parecer, con recursos públicos. Es inquietante que lo haga aprovechándose de uno de los huecos más grandes de la Ley de Acceso a la Información y confirmando que la “inexistencia” de información se ha convertido en parte integral del himno a la opacidad y a la impunidad. |
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Para los que pidieron el archivo del 2007, los tamales oaxaqueños ugaldeños grabado por Jorge Arvizu El Tata. Buen Provecho ARDAN PRIANISTAS...