El perfil del parlamentario
Respiro por la herida. Aspiré a ser diputado federal y no lo logré. El pasado sábado el CEN del PAN dejó fuera a gente de calidad
José Rodríguez Prats
Y es que, por más que se declame, la conciencia
popular no está formada. Desconsoladora verdad es ésta.
Ramón López Velarde
El régimen presidencial mexicano, copia del estadunidense, ha sido disfuncional desde su origen: o se da una fuerte concentración del poder en el Ejecutivo o su debilitamiento ante un Congreso beligerante. No hemos encontrado el equilibrio.
Este sistema ha funcionado en Estados Unidos debido a dos factores: el bipartidismo y la calidad de los integrantes de sus cámaras gracias a la relección y a que los partidos, en términos generales, postulan a políticos que corresponden a un perfil parlamentario.
En México, donde siempre ha habido desprecio hacia el Poder Legislativo, pocas legislaturas se han destacado, es el caso de la primera (1856-57) y la XXVI (1912-13). Las sesiones del Constituyente de 1917 no fueron brillantes. Las más grandes reformas han emanado cuando nuestro Constituyente ha estado conformado por una sola Cámara. A partir de 1933 —por iniciativa de Plutarco Elías Calles— se prohibió la relección legislativa con un claro propósito: disponer de posiciones para premiar a líderes de los sectores con diputaciones y senadurías. Después vino otro golpe al incrementar el número de diputados a 500 (1986) y con los senadores de representación proporcional (1996).
La falla más grave de nuestra incipiente democracia es la baja calidad del Poder Legislativo debida a una patología añeja, ya señalada por Roberto Michels, quien formuló la ley de hierro de la oligarquía: “Tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría” (Los partidos políticos, 1911). La idea básica es que toda organización se vuelve oligárquica.
Quienes buscan integrarse al Poder Legislativo deben ser representativos y tener cierta presencia en la ciudadanía, desde luego. Pero en virtud de que los requisitos para el cargo son mínimos, se debe procurar integrar grupos que garanticen que el Congreso haga su trabajo. Labor compleja que requiere profesionalismo.
En 1988 el partido hegemónico perdió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y, en 1997, la mayoría absoluta. Por fin arribábamos a un Poder Legislativo auténtico. Sin embargo, los legisladores han olvidado las funciones más importantes de un parlamento: 1) control: es decir, contrapeso, rendición de cuentas, transparencia; 2) integración: esto es, los adversarios se reúnen, discuten y llegan a acuerdos. Los teóricos consideran la función legislativa menos importante.
Respiro por la herida. Aspiré a ser diputado federal y no lo logré. El pasado sábado el CEN del PAN dejó fuera a gente de calidad como José Ángel Córdova, Arturo García Portillo, Juan Antonio García Villa, Alfredo Ling Altamirano y Herbert Taylor. Están en el umbral Ana Tere Aranda y Luis Felipe Bravo. Agregaría a esta lista a Javier Corral, Tere Ortuño y Jorge Zermeño, entre los casos más notables. No voy a discutir los méritos de quienes ocuparán un escaño, pero me duele que los correligionarios mencionados no puedan integrarse al Congreso.
La mejor tradición del PAN —reconocida por nuestros adversarios— está en su desempeño en el Poder Legislativo. Oradores fogosos y juristas connotados han sabido defender las tesis panistas. Percibo hoy —es mi deber manifestarlo— un deterioro del sentido común y de los valores panistas, una embestida de las estructuras del poder para someter a los consejeros a la consigna, una manipulación de los órganos colegiados de decisión, una indefinición de perfiles y un liderazgo panista que no ha sabido defender a sus cuadros más valiosos. El Poder Legislativo no puede ser integrado con criterios de prebenda o de afectos, no es un botín.
Me preocupa que el PAN gane las elecciones, pero me preocupa más que siga siendo el PAN, que pueda verse al espejo e identificarse con sus más caras tradiciones de un partido de principios.
2012-03-01 00:36:00
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kikka-roja.blogspot.com/
Respiro por la herida. Aspiré a ser diputado federal y no lo logré. El pasado sábado el CEN del PAN dejó fuera a gente de calidad
José Rodríguez Prats
Y es que, por más que se declame, la conciencia
popular no está formada. Desconsoladora verdad es ésta.
Ramón López Velarde
El régimen presidencial mexicano, copia del estadunidense, ha sido disfuncional desde su origen: o se da una fuerte concentración del poder en el Ejecutivo o su debilitamiento ante un Congreso beligerante. No hemos encontrado el equilibrio.
Este sistema ha funcionado en Estados Unidos debido a dos factores: el bipartidismo y la calidad de los integrantes de sus cámaras gracias a la relección y a que los partidos, en términos generales, postulan a políticos que corresponden a un perfil parlamentario.
En México, donde siempre ha habido desprecio hacia el Poder Legislativo, pocas legislaturas se han destacado, es el caso de la primera (1856-57) y la XXVI (1912-13). Las sesiones del Constituyente de 1917 no fueron brillantes. Las más grandes reformas han emanado cuando nuestro Constituyente ha estado conformado por una sola Cámara. A partir de 1933 —por iniciativa de Plutarco Elías Calles— se prohibió la relección legislativa con un claro propósito: disponer de posiciones para premiar a líderes de los sectores con diputaciones y senadurías. Después vino otro golpe al incrementar el número de diputados a 500 (1986) y con los senadores de representación proporcional (1996).
La falla más grave de nuestra incipiente democracia es la baja calidad del Poder Legislativo debida a una patología añeja, ya señalada por Roberto Michels, quien formuló la ley de hierro de la oligarquía: “Tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría” (Los partidos políticos, 1911). La idea básica es que toda organización se vuelve oligárquica.
Quienes buscan integrarse al Poder Legislativo deben ser representativos y tener cierta presencia en la ciudadanía, desde luego. Pero en virtud de que los requisitos para el cargo son mínimos, se debe procurar integrar grupos que garanticen que el Congreso haga su trabajo. Labor compleja que requiere profesionalismo.
En 1988 el partido hegemónico perdió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y, en 1997, la mayoría absoluta. Por fin arribábamos a un Poder Legislativo auténtico. Sin embargo, los legisladores han olvidado las funciones más importantes de un parlamento: 1) control: es decir, contrapeso, rendición de cuentas, transparencia; 2) integración: esto es, los adversarios se reúnen, discuten y llegan a acuerdos. Los teóricos consideran la función legislativa menos importante.
Respiro por la herida. Aspiré a ser diputado federal y no lo logré. El pasado sábado el CEN del PAN dejó fuera a gente de calidad como José Ángel Córdova, Arturo García Portillo, Juan Antonio García Villa, Alfredo Ling Altamirano y Herbert Taylor. Están en el umbral Ana Tere Aranda y Luis Felipe Bravo. Agregaría a esta lista a Javier Corral, Tere Ortuño y Jorge Zermeño, entre los casos más notables. No voy a discutir los méritos de quienes ocuparán un escaño, pero me duele que los correligionarios mencionados no puedan integrarse al Congreso.
La mejor tradición del PAN —reconocida por nuestros adversarios— está en su desempeño en el Poder Legislativo. Oradores fogosos y juristas connotados han sabido defender las tesis panistas. Percibo hoy —es mi deber manifestarlo— un deterioro del sentido común y de los valores panistas, una embestida de las estructuras del poder para someter a los consejeros a la consigna, una manipulación de los órganos colegiados de decisión, una indefinición de perfiles y un liderazgo panista que no ha sabido defender a sus cuadros más valiosos. El Poder Legislativo no puede ser integrado con criterios de prebenda o de afectos, no es un botín.
Me preocupa que el PAN gane las elecciones, pero me preocupa más que siga siendo el PAN, que pueda verse al espejo e identificarse con sus más caras tradiciones de un partido de principios.
2012-03-01 00:36:00
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