Horizonte político
José Antonio Crespo
Voto duro vs. voto nulo
En una sociedad “sospechosista” hasta la médula, muchos se preguntan qué oscura fuerza está detrás de la campaña a favor del “no voto”.
Una de las inquietudes más fuertes ante el dilema sobre votar, anular el voto o abstenerse, es ¿quién resulta favorecido de un escaso voto efectivo? En una sociedad sospechosista hasta la médula, muchos se preguntan qué oscura fuerza está detrás de la campaña a favor del “no voto” (cualquiera que sea su modalidad), qué partido o personaje patrocina esa corriente de opinión. Hay quienes se niegan a creer que algunos ciudadanos simplemente no se identifiquen con ningún partido, que les han perdido la confianza, que están enojados con ellos por sus diversos abusos e injustificados privilegios y que se han organizado espontáneamente en diversos movimientos inconexos entre sí. No, un siniestro cerebro maestro, con aviesos intereses, debe estar detrás. ¿Quién? He oído y leído diversas teorías al respecto; el infaltable Peje, porque “busca destruir las instituciones”; el PRI, el PAN o el PRD, con la premisa de que alguno de ellos maneja un voto duro superior al de los otros o, ¿por qué no?, el villano favorito, al que hemos visto cómo jala todavía muchos hilos políticos. Tales teorías reflejan una crisis brutal de confianza pública, que descree incluso de la autonomía ciudadana.
Entrando en materia, si bien es cierto que hay diferencias significativas —simbólicas y políticas— entre la abstención y el voto nulo (con su variante de sufragar por un candidato independiente, como lo es la joven Elisa de Anda), las secuelas sobre el resultado final son similares: una y otra expresión de “no voto” favorece al voto duro, es decir, aquel que, bien por un convencimiento ideológico o por estar encuadrado en estructuras corporativas o clientelares, vota siempre por el mismo partido. Y, por eso, la mayor objeción a abstenerse de votar o anular el voto consiste en que, mientras mayor sea el “no voto”, más peso tendrá el voto duro de los partidos. Así es. Pero hay dos aclaraciones sobre ello:
A) No en todos lados el mismo partido es quien tiene mayor voto duro y, por eso, la pregunta de quién se beneficia del “no voto” no acepta una sola respuesta. Podemos partir de que las estructuras partidarias son más fuertes ahí donde se es gobierno: el PRD en el DF, el PAN en Jalisco y Guanajuato, el PRI en Puebla y Tamaulipas. En la pista nacional, se puede suponer que el PRI tiene todavía mayor voto duro y mejores estructuras electorales. Pero la tendencia a favor del tricolor aparecía aún antes de que se debatiera el “no voto”. Curiosamente, he podido observar que los votantes duros de cualquier signo y color tienden a pensar que el “no voto” favorecerá a sus rivales, más que a su respectivo partido, precisamente porque no hay claridad en todos los casos.
B) A quienes se sienten alejados de todos los partidos, por considerarlos esencialmente iguales en su ineficacia, corrupción, abuso e impunidad, les es indiferente el voto duro de algún partido, porque les da igual cuál de ellos gane. Por ejemplo, si ahora el PRI obtuviera una mayoría en la Cámara baja, no verían mayor diferencia respecto a cuando el PAN la ha tenido, o del PRD en la capital. De ahí que, para este segmento del electorado, no genere preocupación si gana un partido u otro —en distintas circunscripciones— a partir de su voto duro. Y es que se parte de que lo que está mal es el sistema de partidos en su conjunto, no un partido con respecto a otro. Desde esa óptica, votar implica respaldar y fortalecer la partidocracia. El voto nulo pretende generar una fuerte presión ciudadana para orillar a los partidos a aceptar reformas que limiten sus privilegios y fortalezcan políticamente a los ciudadanos. O , en el peor de los casos, hacer patente a los partidos el grado de inconformidad existente, en lugar de hacerles ver que estamos muy contentos y satisfechos con su desempeño y sus privilegios.
De tal forma que, si un ciudadano muestra preocupación por el voto duro, significa que no es indiferente a que gane uno u otro partido. Aquellos a quienes les molesta que, por ejemplo, el PRI pueda ganar la mayoría de diputados o el PRD repita en el DF o el PAN siga siendo gobierno en San Luis Potosí, en realidad no son indiferentes: consideran que un partido es peor o mejor que los demás. En tal caso, no votar resultaría irracional. Quien piense que el partido X de verdad es menos malo que el partido Z debiera votar por el primero. Por ejemplo, Mará Elena Morera ha escrito: “Echemos del poder a corruptos e ineficientes y premiemos a los que actúan con compromiso, y hayan privilegiado el bienestar de los mexicanos” (El Universal, 22/V/09). Evidentemente, quien pueda distinguir, como ella, entre un partido corrupto y otro comprometido, debe votar por el segundo (y ojalá nos compartiera cuál es ese estupendo partido). Para quienes no vemos con nitidez esa distinción, da lo mismo votar por el partido X que por el Z.
Incluso, ambas posiciones pueden ser albergadas por un mismo individuo —sin que ello implique una contradicción o un “voto esquizofrénico”—, como lo ejemplifica un lector de Excélsior, crítico del PRD capitalino: “Lo de anular el voto es una buena opción, pero si lo hacemos en las elecciones locales, como en el DF, favorecemos al partido que sea mayoría a nivel local. Así, con el PRD en el DF, anular el voto es casi como votar por esos bandidos. Para diputados federales, no veo problema en anular votos, pues son igual de inútiles unos (partidos) que otros”. De tal forma, quien piense que un partido determinado será motor confiable para reformar al sistema de partidos desde dentro, debería votar por ese partido. Pero quienes creemos que ningún partido está interesado en ello, podríamos anular el voto para presionar desde fuera la reforma de nuestro ineficaz y arbitrario sistema de partidos, más partidocrático que representativo.
Hay quienes se niegan a creer que algunos ciudadanos simplemente no se identifiquen con ningún partido.
Una de las inquietudes más fuertes ante el dilema sobre votar, anular el voto o abstenerse, es ¿quién resulta favorecido de un escaso voto efectivo? En una sociedad sospechosista hasta la médula, muchos se preguntan qué oscura fuerza está detrás de la campaña a favor del “no voto” (cualquiera que sea su modalidad), qué partido o personaje patrocina esa corriente de opinión. Hay quienes se niegan a creer que algunos ciudadanos simplemente no se identifiquen con ningún partido, que les han perdido la confianza, que están enojados con ellos por sus diversos abusos e injustificados privilegios y que se han organizado espontáneamente en diversos movimientos inconexos entre sí. No, un siniestro cerebro maestro, con aviesos intereses, debe estar detrás. ¿Quién? He oído y leído diversas teorías al respecto; el infaltable Peje, porque “busca destruir las instituciones”; el PRI, el PAN o el PRD, con la premisa de que alguno de ellos maneja un voto duro superior al de los otros o, ¿por qué no?, el villano favorito, al que hemos visto cómo jala todavía muchos hilos políticos. Tales teorías reflejan una crisis brutal de confianza pública, que descree incluso de la autonomía ciudadana.
Entrando en materia, si bien es cierto que hay diferencias significativas —simbólicas y políticas— entre la abstención y el voto nulo (con su variante de sufragar por un candidato independiente, como lo es la joven Elisa de Anda), las secuelas sobre el resultado final son similares: una y otra expresión de “no voto” favorece al voto duro, es decir, aquel que, bien por un convencimiento ideológico o por estar encuadrado en estructuras corporativas o clientelares, vota siempre por el mismo partido. Y, por eso, la mayor objeción a abstenerse de votar o anular el voto consiste en que, mientras mayor sea el “no voto”, más peso tendrá el voto duro de los partidos. Así es. Pero hay dos aclaraciones sobre ello:
A) No en todos lados el mismo partido es quien tiene mayor voto duro y, por eso, la pregunta de quién se beneficia del “no voto” no acepta una sola respuesta. Podemos partir de que las estructuras partidarias son más fuertes ahí donde se es gobierno: el PRD en el DF, el PAN en Jalisco y Guanajuato, el PRI en Puebla y Tamaulipas. En la pista nacional, se puede suponer que el PRI tiene todavía mayor voto duro y mejores estructuras electorales. Pero la tendencia a favor del tricolor aparecía aún antes de que se debatiera el “no voto”. Curiosamente, he podido observar que los votantes duros de cualquier signo y color tienden a pensar que el “no voto” favorecerá a sus rivales, más que a su respectivo partido, precisamente porque no hay claridad en todos los casos.
B) A quienes se sienten alejados de todos los partidos, por considerarlos esencialmente iguales en su ineficacia, corrupción, abuso e impunidad, les es indiferente el voto duro de algún partido, porque les da igual cuál de ellos gane. Por ejemplo, si ahora el PRI obtuviera una mayoría en la Cámara baja, no verían mayor diferencia respecto a cuando el PAN la ha tenido, o del PRD en la capital. De ahí que, para este segmento del electorado, no genere preocupación si gana un partido u otro —en distintas circunscripciones— a partir de su voto duro. Y es que se parte de que lo que está mal es el sistema de partidos en su conjunto, no un partido con respecto a otro. Desde esa óptica, votar implica respaldar y fortalecer la partidocracia. El voto nulo pretende generar una fuerte presión ciudadana para orillar a los partidos a aceptar reformas que limiten sus privilegios y fortalezcan políticamente a los ciudadanos. O , en el peor de los casos, hacer patente a los partidos el grado de inconformidad existente, en lugar de hacerles ver que estamos muy contentos y satisfechos con su desempeño y sus privilegios.
De tal forma que, si un ciudadano muestra preocupación por el voto duro, significa que no es indiferente a que gane uno u otro partido. Aquellos a quienes les molesta que, por ejemplo, el PRI pueda ganar la mayoría de diputados o el PRD repita en el DF o el PAN siga siendo gobierno en San Luis Potosí, en realidad no son indiferentes: consideran que un partido es peor o mejor que los demás. En tal caso, no votar resultaría irracional. Quien piense que el partido X de verdad es menos malo que el partido Z debiera votar por el primero. Por ejemplo, Mará Elena Morera ha escrito: “Echemos del poder a corruptos e ineficientes y premiemos a los que actúan con compromiso, y hayan privilegiado el bienestar de los mexicanos” (El Universal, 22/V/09). Evidentemente, quien pueda distinguir, como ella, entre un partido corrupto y otro comprometido, debe votar por el segundo (y ojalá nos compartiera cuál es ese estupendo partido). Para quienes no vemos con nitidez esa distinción, da lo mismo votar por el partido X que por el Z.
Incluso, ambas posiciones pueden ser albergadas por un mismo individuo —sin que ello implique una contradicción o un “voto esquizofrénico”—, como lo ejemplifica un lector de Excélsior, crítico del PRD capitalino: “Lo de anular el voto es una buena opción, pero si lo hacemos en las elecciones locales, como en el DF, favorecemos al partido que sea mayoría a nivel local. Así, con el PRD en el DF, anular el voto es casi como votar por esos bandidos. Para diputados federales, no veo problema en anular votos, pues son igual de inútiles unos (partidos) que otros”. De tal forma, quien piense que un partido determinado será motor confiable para reformar al sistema de partidos desde dentro, debería votar por ese partido. Pero quienes creemos que ningún partido está interesado en ello, podríamos anular el voto para presionar desde fuera la reforma de nuestro ineficaz y arbitrario sistema de partidos, más partidocrático que representativo.
Hay quienes se niegan a creer que algunos ciudadanos simplemente no se identifiquen con ningún partido.
kikka-roja.blogspot.com/
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