Detrás de la Noticia
03 de septiembre de 2009
Calderón: última llamada
Quiero creer que lo dijo. Quiero creer en lo que dijo. Quiero creer que al fin se convenció: que es la hora de cambiar, que en nuestras manos está el decidir si seguimos en la inercia o si impulsamos cambios de fondo para transformar al país; que es tiempo de actuar y de tender puentes de diálogo; que ha estado atento a las voces que han propuesto distintos mecanismos de entendimiento a fin de definir la agenda del país, particularmente en materia económica; que es sincero cuando exhorta a ser la generación que puso por encima de cualquier otro interés particular el interés de México; que está convocando a una gran alianza entre todos los sectores de la vida nacional. Y finalmente —música para mis oídos— que en los próximos días se reunirá con diversos liderazgos sociales, políticos, económicos y académicos a fin de analizar todas las alternativas.
A riesgo de parecer ingenuo quiero creer.
Porque es lo que Felipe Calderón debía de haber hecho desde el principio. Cuando severamente cuestionado y por la puerta de atrás llegó a la Presidencia de este país y ante la disyuntiva de mano abierta o mano dura optó por apretar el puño; y buscó legitimarse mostrando que podía poner al Ejército en la calle —porque él es su comandante— en una guerra desorganizada contra el crimen organizado. A tres años de distancia tiene que haber acabado esa obsesión compulsiva. Él gobierna de cualquier manera. Y ahora, al fin, parece dispuesto a abrir la mano y buscar consensos y sumar y no sólo oír, sino también escuchar y actuar en consecuencia. Y es que su tiempo se agota. Más vale tarde que nunca.
Por eso, de todo el mamotreto por escrito del martes y de todo lo dicho ayer miércoles me quedo con esas frases. Aunque valen algunas aclaraciones: por más que quiera mostrarse optimista sabe bien que no es verdad que en la crisis ya tocamos fondo y que lo peor en —por lo menos— los próximos 12 meses está todavía por venir; que si de verdad quiere impulsar un cambio debe aceptar que el país ya no está para maquillajes; que urgen una reforma del Estado, una auténtica revolución educativa y una revisión a fondo del modelo económico para abatir la brutal desigualdad que nos confronta. Como dice Granados Chapa, hay que rehacer la casa, que está cerca del derrumbe. Así de grave, así de crítico, así de decisorio el momento histórico que vivimos.
Calderón está empeñando su palabra y no puede ni debe traicionarla. Por supuesto que nadie espera un país al gusto de cada quien. Pero lo que sí es exigible es el entendimiento de que estamos al borde de la quiebra no sólo económica sino también política, social y sobre todo moral. A un paso de romper con el pacto de convivencia que a 200 y 100 años de historia nos dieron la Independencia y la Revolución.
El Presidente tiene que dejar los lastres que lo atan al pasado cercano y demostrar que está dispuesto no sólo a salvar su gobierno, sino a evitar que este sea otro sexenio perdido. Es la última llamada para el país. También para Felipe Calderón.
kikka-roja.blogspot.com/
A riesgo de parecer ingenuo quiero creer.
Porque es lo que Felipe Calderón debía de haber hecho desde el principio. Cuando severamente cuestionado y por la puerta de atrás llegó a la Presidencia de este país y ante la disyuntiva de mano abierta o mano dura optó por apretar el puño; y buscó legitimarse mostrando que podía poner al Ejército en la calle —porque él es su comandante— en una guerra desorganizada contra el crimen organizado. A tres años de distancia tiene que haber acabado esa obsesión compulsiva. Él gobierna de cualquier manera. Y ahora, al fin, parece dispuesto a abrir la mano y buscar consensos y sumar y no sólo oír, sino también escuchar y actuar en consecuencia. Y es que su tiempo se agota. Más vale tarde que nunca.
Por eso, de todo el mamotreto por escrito del martes y de todo lo dicho ayer miércoles me quedo con esas frases. Aunque valen algunas aclaraciones: por más que quiera mostrarse optimista sabe bien que no es verdad que en la crisis ya tocamos fondo y que lo peor en —por lo menos— los próximos 12 meses está todavía por venir; que si de verdad quiere impulsar un cambio debe aceptar que el país ya no está para maquillajes; que urgen una reforma del Estado, una auténtica revolución educativa y una revisión a fondo del modelo económico para abatir la brutal desigualdad que nos confronta. Como dice Granados Chapa, hay que rehacer la casa, que está cerca del derrumbe. Así de grave, así de crítico, así de decisorio el momento histórico que vivimos.
Calderón está empeñando su palabra y no puede ni debe traicionarla. Por supuesto que nadie espera un país al gusto de cada quien. Pero lo que sí es exigible es el entendimiento de que estamos al borde de la quiebra no sólo económica sino también política, social y sobre todo moral. A un paso de romper con el pacto de convivencia que a 200 y 100 años de historia nos dieron la Independencia y la Revolución.
El Presidente tiene que dejar los lastres que lo atan al pasado cercano y demostrar que está dispuesto no sólo a salvar su gobierno, sino a evitar que este sea otro sexenio perdido. Es la última llamada para el país. También para Felipe Calderón.
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