Distrito Federal– Recuerdo su tono y su semblante, hace casi dos años. Concretamente, el 5 de febrero de 2010, cuando casi terminaba mi tarea de campo para la publicación de “2012: La Sucesión” –gracias a mis amables lectores, un éxito de librerías pese a las trabas de la editorial Océano de México–. Josefina, en principio, se resistía a nuestro encuentro, acaso alertada sobre mi condición de periodista incómodo, siempre indispuesto contra las lisonjas pero no a las cortesías necesarias para no convertirse en patán, pero la tenacidad pudo más. Y hablamos, largamente, en una oficina privada del Hotel “El Presidente”, claro, desde donde podía divisarse a Los Pinos.
En un momento le hice la rutinaria pregunta acerca de su mayor satisfacción y ella, en plan de política madura, respondió sin dudar:
–El haber podido recorrer varias veces nuestro país y adentrarme en sus problemas, sentirlo.
Era, claro, una preparación para afilar navaja e irme al otro extremo, esto es lo que ella podía considerar lo peor. Fue entonces cuando se tomó unos segundos, respiró hondo, miró hacia la mesa, inclinando ligeramente la cabeza y juntando las palmas quizá para disimular cierto dejo de nerviosismo y me soltó:
–¿Lo peor? Sin duda, la mezquindad... incluso dentro de mi propio partido.
En un momento le hice la rutinaria pregunta acerca de su mayor satisfacción y ella, en plan de política madura, respondió sin dudar:
–El haber podido recorrer varias veces nuestro país y adentrarme en sus problemas, sentirlo.
Era, claro, una preparación para afilar navaja e irme al otro extremo, esto es lo que ella podía considerar lo peor. Fue entonces cuando se tomó unos segundos, respiró hondo, miró hacia la mesa, inclinando ligeramente la cabeza y juntando las palmas quizá para disimular cierto dejo de nerviosismo y me soltó:
–¿Lo peor? Sin duda, la mezquindad... incluso dentro de mi propio partido.