Jorge Moch
tumbaburros@yahoo.com
Nunca fui muy afecto al drama. De pequeño me debatí entre llanto pueril y rabia impotente cada que al protagonista inerme los villanos, las circunstancias, la perra vida, le retorcían el destino. Bambi, de Disney, por ejemplo, fue para mí una verdadera tragedia, así que preferí ir ensayando un cada vez más calloso cinismo. Por eso, cuando aparecieron en la barra de programación los melodramas animados que marcaron la tele en la década de los setenta, yo preferí ignorarlos o dedicarles vituperios (una primaria en Veracruz, en 1974, era más cercana en su ambiente, en su machismo encalletrado, a una cárcel o un barco que a las utopías pedagógicas de José Vasconcelos, María Montessori o san Juan Bosco): esas eran caricaturas para niñas y ñoños inseguros de su identidad. Afortunadamente para público y productores, que unos cuantos machitos atrabiliarios nos negáramos a ser seducidos por sus personajes y tramas no melló un éxito avasallador. Hoy son referencia, importantes elementos de una iconografía popular que rebasó fronteras y calendarios. Tres títulos alcanzan categoría, por demás arbitraria, de clásicos: Heidi, Remi y Candy Candy. Trío de lacrimosas orfandades, se trata de criaturas a las que la vida les jugó chueco: muertos sus padres quedaron a cargo de parientes o tutores horriblemente crueles, fueron vendidos, esclavizados, humillados, golpeados y perseguidos en una atmósfera de velada sumisión a la injusticia muy al modo con la moral victoriana del siglo XIX.
La casa de Heidi en Maienfeld
Los pequeños Heidi y Remi nacieron, precisamente, de plumas decimonónicas; la primera del imaginario feraz de la escritora suiza Johanna Spyri, y el segundo del novelista francés Hector Malot, autor de cerca de setenta títulos, pero al que solamente se le conoce por las atroces aventuras de un huérfano saltimbanqui en Sans Famille (Sin familia), novela a la que en la serie animada se cambió el título por el nombre del atribulado protagonista. A poco de publicado Sin familia, Malot quiso enmendar la plana a tanto sufrimiento con otra novela argumentalmente opuesta, En familia (como el detestable y ya peripatético –y no en sentido aristotélico– rosario dominical de comerciales de don Javier López), pero no tuvo prácticamente ninguna repercusión posterior. Lejos estaban Spyri y Malot, en su tiempo, de imaginar lo que sus ateridos personajes representarían para cientos de miles, tal vez millones de niños en lugares tan distantes y disímbolos culturalmente como Okinawa, Madrid o el mexicano Distrito Federal. La serie animada de Heidi fue una coproducción germánico-nipona, de los estudios Zuiyo Eizo y la cadena alemana Zweites Deutsches Fernsehen, y opus de Isao Takahata y Yoichi Kotabe. Según información cómodamente obtenida por este aporreateclas en la Wikipedia, la versión latinoamericana fue producida por Carlos Amador en México, y los temas musicales (como aquello de abuelito dime tú) fueron interpretados por la actriz de doblaje y cantante mexicana Cristina Camargo (misma que dobló la voz de Heidi y fue la narradora en dicha producción). Hoy hay un cantón en Suiza que es lugar de peregrinación de japoneses (porque el mundo está loco, sin duda) que van a Maienfeld, cerca de la frontera con Liechtenstein, para visitar la “casita de Heidi entre pasto y flores”, edificada astutamente por la autoridad turística suiza.
Remi, en México, tuvo la voz de la actriz de doblaje Rocío Garcel. Para saber mucho más sobre la serie, es indispensable echar un ojo al sitio de internet creado por Edgar Gallegos: http://www.geocities.com/mxremi/.
Candy Candy, en cambio, fue escrita para el mercado japonés de la televisión infantil por la guionista Kyoko Mizuki con personajes diseñados por Yumiko Igarashi. Igual que sus antecesoras, relata las desventuras clasistas y protocolarias de una huérfana (en Inglaterra). Ajena, sin embargo, al canon narrativo del XIX, es la única que no tiene un final feliz y, sin embargo, en Italia fue sustituido por otro que sí dejara satisfecha la melcocha de su audiencia en aquel país. Hoy Candy Candy es objeto de una virulenta disputa legal entre ambas autoras y su distribución está bloqueada.
Santa trinidad de la televisión más cursi, pero también con un mensaje de candidez y esperanza como ya no se han visto, Heidi, Remi y Candy formaron parte de la educación sentimental de cientos de miles de niños mexicanos, hoy en general cuarentones que los siguen llevando, aunque sea en secreto como algunos pelaos que conozco, abrazados, muy cerquita del corazón.
La casa de Heidi en Maienfeld
Los pequeños Heidi y Remi nacieron, precisamente, de plumas decimonónicas; la primera del imaginario feraz de la escritora suiza Johanna Spyri, y el segundo del novelista francés Hector Malot, autor de cerca de setenta títulos, pero al que solamente se le conoce por las atroces aventuras de un huérfano saltimbanqui en Sans Famille (Sin familia), novela a la que en la serie animada se cambió el título por el nombre del atribulado protagonista. A poco de publicado Sin familia, Malot quiso enmendar la plana a tanto sufrimiento con otra novela argumentalmente opuesta, En familia (como el detestable y ya peripatético –y no en sentido aristotélico– rosario dominical de comerciales de don Javier López), pero no tuvo prácticamente ninguna repercusión posterior. Lejos estaban Spyri y Malot, en su tiempo, de imaginar lo que sus ateridos personajes representarían para cientos de miles, tal vez millones de niños en lugares tan distantes y disímbolos culturalmente como Okinawa, Madrid o el mexicano Distrito Federal. La serie animada de Heidi fue una coproducción germánico-nipona, de los estudios Zuiyo Eizo y la cadena alemana Zweites Deutsches Fernsehen, y opus de Isao Takahata y Yoichi Kotabe. Según información cómodamente obtenida por este aporreateclas en la Wikipedia, la versión latinoamericana fue producida por Carlos Amador en México, y los temas musicales (como aquello de abuelito dime tú) fueron interpretados por la actriz de doblaje y cantante mexicana Cristina Camargo (misma que dobló la voz de Heidi y fue la narradora en dicha producción). Hoy hay un cantón en Suiza que es lugar de peregrinación de japoneses (porque el mundo está loco, sin duda) que van a Maienfeld, cerca de la frontera con Liechtenstein, para visitar la “casita de Heidi entre pasto y flores”, edificada astutamente por la autoridad turística suiza.
Remi, en México, tuvo la voz de la actriz de doblaje Rocío Garcel. Para saber mucho más sobre la serie, es indispensable echar un ojo al sitio de internet creado por Edgar Gallegos: http://www.geocities.com/mxremi/.
Candy Candy, en cambio, fue escrita para el mercado japonés de la televisión infantil por la guionista Kyoko Mizuki con personajes diseñados por Yumiko Igarashi. Igual que sus antecesoras, relata las desventuras clasistas y protocolarias de una huérfana (en Inglaterra). Ajena, sin embargo, al canon narrativo del XIX, es la única que no tiene un final feliz y, sin embargo, en Italia fue sustituido por otro que sí dejara satisfecha la melcocha de su audiencia en aquel país. Hoy Candy Candy es objeto de una virulenta disputa legal entre ambas autoras y su distribución está bloqueada.
Santa trinidad de la televisión más cursi, pero también con un mensaje de candidez y esperanza como ya no se han visto, Heidi, Remi y Candy formaron parte de la educación sentimental de cientos de miles de niños mexicanos, hoy en general cuarentones que los siguen llevando, aunque sea en secreto como algunos pelaos que conozco, abrazados, muy cerquita del corazón.
A Remi lo detestaba con odio jarocho, (%&/$"@$%!)
http://www.youtube.com/watch?v=by3N4ssAeD8
Kikka Roja