- - . KIKKA: Lorenzo Meyer
BUSCA, BUSCADOR

Buscar este blog

Mostrando las entradas con la etiqueta Lorenzo Meyer. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Lorenzo Meyer. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de enero de 2012

Ya no es lo que fue: el Estado : Lorenzo Meyer : agenda ciudadana

Agenda Ciudadana
Lorenzo Meyer
Enero 26, 2012
Ya no es lo que fue: el Estado


Verdades Evidentes

A cualquiera que se interese en el núcleo duro del proceso político en México y el mundo, le resultará evidente que hoy la autoridad gubernamental a duras penas puede controlar las conductas de las grandes concentraciones de capital y, en ocasiones, ni eso. En nuestro país, un ejemplo es el caso de la Comisión Federal de Competencia (CFC), cuyo presidente declaró, como forma de pedir auxilio, que los dos gigantes que dominan la televisión abierta en México -Televisa y Televisión Azteca, que concentran el 94.4% de la audiencia- le presionaba para que aprobara la unión de ambas televisoras en Iusacell para ofrecer el llamado “cuádruple play” (telefonía fija, móvil, televisión e internet). Sin embargo, una vez tomada la decisión, la CFC se quedó muda, intentando pasar desapercibida. Parecía que en vez de regir quería pasar desapercibida.

jueves, 12 de enero de 2012

Las estadísticas como radiografía : Lorenzo Meyer: Agenda Ciudadana

Las estadísticas como radiografía
Agenda Ciudadana
Por Lorenzo Meyer Enero 12, 2012

Estadísticas
La compleja realidad de un país no puede ser captada totalmente por las cifras pero un puñado de datos cuantitativos puede proveer una visión condensada de sus características y problemas. Entrar en el mundo de los datos cuantitativos requiere un poco de precaución. Hace más de medio siglo, en 1954, Darrell Huff escribió un libro que se hizo famoso en el mundo de las ciencias sociales: “Cómo mentir con las estadísticas” (“How to lie with statistics”). En el campo de lo social, los números pueden ser claros y precisos pero no así la realidad que se supone condensan. Toda estadística social de ser tomada con un grano de sal y complementada con información cualitativa. Las estadísticas las inventaron los hombres del poder para conocer la situación de sus súbditos y dominarlos mejor, pero hoy la ciudadanía también puede y debe usarlas para conocerse a sí misma y para defenderse del poder.

jueves, 5 de enero de 2012

Lorenzo Meyer: El modelo sí funciona, pero para los pocos : AGENDA CIUDADANA

El modelo sí funciona, pero para los pocos
Por: LORENZO MEYER
AGENDA CIUDADANA
"Desde hace un cuarto de siglo, el modelo de la economía política mexicana es una mala copia del norteamericano. Deberíamos diseñar uno realmente propio, donde la equidad combinada con la Eficiencia sean su razón de ser"


Por Debajo de Nuestro Potencial. 

De acuerdo a los últimos pronósticos económicos, el 2012 no se presenta particularmente bueno para América Latina en su conjunto ni para México en particular. Según la Brookings Institution, económicamente nuestro país va crecer en los próximos dos años, pero no gran cosa. Y es que el ritmo del desarrollo material de México está sobredeterminado por su dependencia respecto de Estados Unidos, país donde la economía sigue sin salir del todo de la barranca en que cayó desde la crisis de 2008. Por tanto, el crecimiento esperado para México en los próximos dos años se coloca en el 3.3% anual, es decir, por debajo de su potencial, (Levy-Yeyati, Eduardo, Latin America economic perspectives, Washington, noviembre, 2011, pp. 34-37).

Así pues, la estrecha relación comercial de México con Estados Unidos y enmarcada por el TLCAN, está hoy funcionando más como ancla que como impulsora del crecimiento, es decir, lo contrario a lo que se aseguró hace 18 años, cuando se firmó ese tratado de libre comercio entre economías vecinas, pero muy diferentes y desiguales.

·El problema en el centro del sistema

La actual situación mundial aún no es tan deprimente como cuando en 1919 el poeta William Yeats publicó: "Las cosas se desmoronan, el centro ya no se sostiene/ La pura anarquía se extiende por el mundo", (The second coming). Sin embargo, si las tendencias económicas y sociales actuales se mantienen, entonces la ausencia de algo sólido que las centre bien puede conducir al desmoronamiento.

La crítica al actual modelo económico es generalizada. Recorriendo las páginas de The Economist, esa revista británica portaestandarte del pensamiento conservador inteligente, el lector se topa una y otra vez con una reprobación sistemática de las políticas económicas que están siguiendo los gobiernos de las principales potencias capitalistas, ya sean las ortodoxas (Estados Unidos o la Unión Europea) o la de China con su capitalismo de Estado.

· El mal norteamericano

Históricamente no ha habido un sistema económico que realmente haya dispensado un trato equitativo a todos los miembros de su sociedad. Es seguro que incluso el comunismo primitivo dio ventajas a unos -los más fuertes y agresivos- sobre otros, y esa desigualdad se acentuó e institucionalizó con el advenimiento de la "civilización" y persiste hasta la actualidad, incluso entre los remanentes del "socialismo real".

La economía de mercado nunca ha pretendido que el reparto de las cargas y los beneficios sea equilibrado y justo, aunque hay economías, como las escandinavas, donde la desigualdad (medida por coeficiente de Gini) es menor y cuando la marea económica sube sí eleva el nivel de vida mayoritario. En contraste, el capitalismo norteamericano, al que nosotros estamos unidos, se caracteriza por lo contrario. En esa economía, como en la nuestra, hoy la mayoría vive épocas de vacas flacas, pero una pequeña minoría ha logrado que la adversidad no le toque y que sus vacas engorden como resultado del injusto reparto de costos y beneficios.

En el número correspondiente al 24 de noviembre de 2011, la revista Rolling Stone publicó un interesante artículo sobre la economía norteamericana y la concentración de la riqueza titulado "Politics: how the GOP became the party of the rich" ("Política: cómo el republicano se convirtió en el partido de los ricos"), que es una explicación y un resumen del proceso en virtud del cual, a partir del gobierno de George W. Bush y hasta ahora, el ala más conservadora del Partido Republicano ha logrado imponer una legislación que ha hecho a los ricos más ricos a costa de las clases medias y pobres al punto que en materia de equidad, los norteamericanos han retrocedido 80 años.

Estados Unidos tenía a mediados de 2011, 14 millones de personas en edad de laborar, pero sin trabajo y una de cada siete familias recurría a las food stamps (vales de comida) para alimentar a sus hijos. Y es que en 1997, el Partido Republicano desató una exitosa ofensiva que hizo de la política fiscal un instrumento eficaz para los intereses de las clases altas a costa del resto de la sociedad. En los últimos quince años, mientras el ingreso promedio del 90% de los contribuyentes norteamericanos permaneció estancado, el de los más afortunados -el 0.01 % del conjunto- se duplicó hasta llegar a 36 millones de dólares anuales en promedio. Puesto de otra manera, mientras el aumento en el salario de la mayoría fue de 1.50 dólares la hora en ese período, el ingreso de ese afortunado 0.01% aumentó en 10 mil dólares la hora. Esa desigualdad se explica, en parte, porque mientras el promedio de los 400 personajes más acaudalados de Estados Unidos paga en impuestos el 17% de su ingreso, el conductor de un autobús que gana 26 mil dólares al año, paga el 23%. Detrás de esta desigualdad aguda y creciente está una justificación que ha demostrado ser falsa: que la disminución de impuestos a los grandes capitales fomenta la inversión y, a la larga -¿cuán largo es el largo plazo?- se crean más empleos, la demanda de trabajadores lleva a un aumento en salarios y en el nivel general de bienestar. En la realidad, esa baja de impuestos mientras se gastaba a manos llenas en las guerras de Irak y Afganistán y se aflojaba la vigilancia sobre el sector financiero, hizo que en 2008 las burbujas especulativas estallaran, que la economía norteamericana encallara y que el desempleo se propagara.

Hoy, en el marco de un bajo crecimiento económico y de la persistencia de los sin trabajo, el ala conservadora de la clase política norteamericana dice que la solución al problema está en controlar el déficit del gobierno -déficit creado por el enorme gasto en Irak y Afganistán que, según Barack Obama, fue de un millón de millones de dólares, aunque otros cálculos lo duplican o triplican. Sin embargo, para reducir el déficit y aprovechando su posición dominante en el congreso, los republicanos exigen bajar los gastos sociales y la inversión pública -lo que afecta a pobres y a desempleados- y que no se aumenten los impuestos a los que más tienen, es decir, que se vaya a pique el Estado Benefactor creado tras la Segunda Guerra Mundial para que la oligarquía siga a flote.

· El modelo mexicano

 Desde el triunfo de la tecnocracia neoliberal, el modelo de la economía política mexicano ha dejado de ser propio para convertirse en una mala copia del norteamericano puesto que el Estado mexicano tiene aún menos recursos en términos relativos que el norteamericano. En México los impuestos apenas si representan entre el 10 y el 11% del PIB -en Chile son el 18%, en Estados Unidos el 27% y en Suecia el 47%, (fuente: Heritage Foundation)- y es por eso que el gobierno actual no ha modificado la estructura fiscal y en cambio está endeudándose y mal, usando el aumento de la renta petrolera -está convirtiendo en gasto corriente un recurso natural estratégico, no renovable, en vez de invertirlo para el futuro.

En México, Hacienda les regresa a las grandes empresas cantidades enormes de impuestos con lo que aumenta la gran riqueza privada a costa de descuidar las áreas de interés general. Un ejemplo de cómo el actual sistema fiscal sirve a los pocos y no a los muchos, lo documenta Sergio Aguayo al señalar que después de las devoluciones que les hizo la Secretaría de Hacienda, el promedio anual de Impuesto Sobre la Renta pagado por los 50 principales contribuyentes privados del país entre 2000 y 2005, fue de ¡74 pesos! (Vuelta en U. Guía para entender y reactivar la democracia estancada, (México: Taurus, 2010). En esas condiciones, no es de extrañar que en México el Estado ya no pueda ser motor de la economía, que casi la mitad de la población esté afectada por algún grado de pobreza y que, a la vez, se tenga a una de las fortunas familiares más grandes del mundo.

 ¿A dónde deberíamos ir?

Ahora que estamos a punto de entrar de lleno en el debate electoral y decidir en julio por qué camino nos convendría marchar en los siguientes seis años, debemos someter a discusión el modelo de política económica que tenemos. Por los resultados, es claro que desde la perspectiva de quienes conforman la minoría acaudalada -esos que salen entre los multimillonarios de Forbes- los últimos treinta años no han sido malos, pero es igualmente claro que para la sociedad en su conjunto, el mal imitar el modelo seguido y recomendado por nuestros vecinos del norte, ha sido pésimo. Por eso, desde la inconformidad, es necesario demandar alternativas y hacer de esa exigencia el centro del actual debate nacional de cara a la elección por venir.


kikka-roja.blogspot.com/

sábado, 24 de diciembre de 2011

AGENDA CIUDADANA: Lorenzo Meyer: sitio web: www.lorenzomeyer.com.mx ¿Estábamos mejor cuando estábamos peor?


AGENDA CIUDADANA
¿Estábamos mejor cuando estábamos peor?

Lorenzo Meyer

8 Dic. 11

• El sentido de una interrogante sin sentido

La pregunta que da título a esta columna se ha formulado innumerables veces como interrogante o afirmación en conversaciones aparentemente superficiales donde se evalúa el estado que hoy guarda la situación general de nuestro país. Se plantea como una broma seria o con una seriedad bromista, y suele ser una manera de pasar un juicio negativo sobre la situación que guarda la seguridad, o el crecimiento de la economía en México, pero igual podría también relacionarse con el estado de la educación, de la laicidad, de la política exterior, de la energética, del papel del Ejército, etcétera.

jueves, 1 de octubre de 2009

Lorenzo Meyer: Nuestra guerra actual y las posibles

AGENDA CIUDADANA
Nuestra guerra actual y las posibles
Lorenzo Meyer
1 Oct. 09

No estaría mal empezar a discutir la utilidad de seguir o cambiar la dirección de la actual guerra contra el narcotráfico.

Prioridades

Desde diciembre del 2006 el gobierno mexicano ha empeñado al Ejército en una guerra frontal contra el narcotráfico pero ya es hora de preguntar: ¿tiene sentido continuarla con la misma intensidad y dirección? Sólo en lo que va del sexenio, y hasta mediados del mes pasado, las bajas relacionadas con el crimen organizado sumaban cerca de 14 mil (El Universal, 11 de septiembre).

Se puede argumentar que conviene plantear o replantear la "guerra contra el narco" porque los muertos ya son muchos, los recursos limitados y hay alternativas más urgentes y legítimas para invertir el esfuerzo colectivo que hoy se emplea contra los cárteles de la droga. De entrada, es mejor empeñar al país en una guerra de fondo contra la pobreza o contra la mala calidad de su sistema de educación y, ni a vuelta de hoja, vendría bien una batalla contra el desempleo, contra la destrucción del ambiente e incluso para transformar la creciente economía informal en formal. Sería verdaderamente popular una auténtica cruzada nacional contra la corrupción pública y la inseguridad, es decir, contra el crimen que afecta al ciudadano común y corriente, y que no es el narcotráfico. En suma, frentes de guerras posibles no faltan, lo que escasean son los recursos y la voluntad de llevarlas a cabo. Por ello hay que cuidar las prioridades, pues a lo mejor en la batalla contra los cárteles de la droga estamos metidos en un conflicto que ni siquiera es entera o genuinamente nuestro y, peor aún, en uno donde no es posible una victoria real y efectiva.

La esencia

Librar con éxito una auténtica guerra implica que la sociedad debe estar dispuesta a soportar que se pongan en tensión máxima todas sus relaciones sociales e institucionales. Ese tipo de guerra entrañaría que el liderazgo del país hubiese elaborado un plan con una idea clara de medios y objetivos, determinar con exactitud quién es el adversario y por qué y qué posibilidades hay de derrotarlo. Por su lado, la sociedad debería aceptar un alto grado de responsabilidad, sacrificio personal y colectivo, y comprometerse con una de las más grandes empresas que se puede imponer a una comunidad. En suma, meter a uno en una guerra es una decisión mayúscula y que debe hacerse con plena conciencia y responsabilidad.

El narcotráfico como el gran enemigo colectivo

En principio, no hay duda de que México como país estaría mejor frente a sí mismo y frente al mundo si La Familia, el Cártel del Golfo, el Cártel de Juárez y todo el resto de las organizaciones que trafican con drogas fueran ya historia. Sin embargo, los especialistas en la materia y el propio sentido común nos dicen que mientras existan las fuentes externas de demanda y, por lo mismo, de financiamiento -especialmente si esa fuente es el país más poderoso del planeta- la lucha contra el narcotráfico mexicano tendrá la misma debilidad que se presenta, por ejemplo, cuando un ejército combate a grupos armados que tienen su principal fuente de abastecimiento y apoyo en otro país. Estados Unidos, con el auxilio de la OTAN, no puede derrotar al talibán en Afganistán justamente porque éste puede encontrar refugio y recursos en Pakistán. Para México, el factor externo en su empeño por eliminar al narcotráfico organizado es un obstáculo mayor, pues su capacidad para presionar y obligar a Washington a actuar es infinitamente más limitada que la de Washington para presionar a Islamabad.

La llamada Iniciativa Mérida supone que el gobierno mexicano logró un gran compromiso histórico de parte del gobierno norteamericano para realmente actuar contra la demanda y contra el suministro de armas y la transferencia de dinero a los grupos criminales mexicanos. Sin embargo, por razones histórico-políticas las autoridades norteamericanas no pueden impedir que sus ciudadanos adquieran armas y que, algunos de ellos, las transfieran a los cárteles mexicanos. Examinando los rubros del presupuesto, y según un documento de Eric Olson y Robert Donnelly, resulta que, hasta el momento, las dos terceras partes de la suma que el gobierno norteamericano invierte en la lucha contra el narcotráfico están destinadas a combatir la oferta y apenas un tercio a enfrentar a la fuente misma del mal: la demanda ("Confronting the Challenges of Organized Crime in Mexico and Latin America", 2009, Mexico Institute, Woodrow Wilson Center, Washington DC).

La lógica

Felipe Calderón lanzó al Ejército a la guerra contra los narcotraficantes como parte de una jugada a varias bandas. Como en tantas otras estratagemas, uno de sus objetivos -quizá el básico- pareciera haber sido crear una coyuntura que llevara a la opinión pública a colocarse del lado del "líder fuerte" y decidido. Y en ese sentido la maniobra pareciera haber dado fruto, pues el 83 por ciento de los mexicanos apoyan el empleo del Ejército contra los cárteles de la droga (encuesta del Pew Center, publicada el 27 de septiembre). Sin embargo, para Olson y Donnelly, como para muchos otros especialistas, es un hecho que: "pocas veces ha sido posible una victoria en este tipo de guerra, especialmente cuando la demanda por los productos ilegales es alta".

La alternativa podría ser, dicen los expertos, simplemente usar selectivamente al Ejército para limitar la influencia del crimen organizado, aumentar el costo de sus negocios en tanto que se actúa en otros campos menos violentos y espectaculares pero mucho más efectivos: impedir el lavado de dinero, reformar o recrear de nuevo el marco institucional -policías, ministerios públicos, tribunales-, educar o reeducar a los posibles consumidores y, sobre todo, hacer que la actividad de las autoridades mexicanas esté condicionada a los avances norteamericanos en materia de control efectivo de armas, de movimientos de dinero y de una baja real en la demanda de drogas de su sociedad.


Posibilidad


Un investigador alemán, especialista en los factores económicos en la negociación de conflictos dentro de los Estados, Achim Wennmann, ha sugerido explorar la posibilidad de que el gobierno de México entre en negociación con los cárteles usando intermediarios formales y con objetivos muy claros: limitar las zonas de actividad de los cárteles -no operar en centros educativos, no extender sus actividades a otros ramos como el secuestro, trata de personas, etcétera- y limitar su violencia. De lo que se trataría es de dar a los cárteles incentivos económicos para limitar sus actividades y espacios y permitir a la sociedad mexicana una vida más cercana a la civilidad.

En principio, negociar con el crimen organizado es una idea moralmente repugnante. Sin embargo, tiene un lado ético defendible: una guerra sin victoria posible es una prolongación indefinida de la masacre y la brutalidad. La sociedad mexicana, en particular sus jóvenes con menor posibilidad de movilidad social, simplemente se está acostumbrando a ver la violencia extrema como algo normal y efectivo. El encallecimiento de la conciencia colectiva significa un costo cultural enorme, una hipoteca del futuro. México no tiene por qué pagar una factura que debería quedar enteramente en manos de los consumidores, quienes finalmente son los que hacen posible que la sierra de Sinaloa se haya convertido no sólo en productora de marihuana y amapola sino de personajes totalmente deshumanizados y que están imponiendo estilos de vida, valores y formas de relación extremos entre el crimen organizado y el resto de la sociedad. Italia es un ejemplo de lo difícil que es desarraigar la cultura de la mafia.

Obstáculos

Negociar con organizaciones criminales no es una solución ideal pero la alternativa es peor. Ahora bien, los obstáculos para lograr un mundo menos malo entre los posibles, son muchos. Por un lado, la "guerra contra el narco" le ha dado dividendos a Calderón y éste no tiene muchas fuentes alternativas de capital político. Por otro lado, Washington tendría objeciones, y si bien ese gobierno no ha sido capaz de disminuir la demanda de su sociedad, tiene recursos de sobra para presionar a México. No deja de ser irónico que Washington sí pueda considerar negociar con el mal -por ejemplo, negociar con unos de sus enemigos talibanes para aislar a otros más intransigentes.

De todas formas, como sociedad tenemos derecho y obligación de plantear alternativas ante un estado de cosas que simple- mente se deteriora con el paso del tiempo. México tiene cosas mejores y más urgentes que hacer con sus recursos económicos, con la vida de sus jóvenes, de sus soldados y sus policías, que estar peleando una guerra sin perspectivas y que, finalmente, sólo en parte es nuestra y en todo caso producto de nuestra vecindad con Estados Unidos.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 24 de septiembre de 2009

Lorenzo Meyer: Medioevo mexicano

AGENDA CIUDADANA
Medioevo mexicano
Lorenzo Meyer
24 Sep. 09

La falta de oportunidades para los jóvenes está dejando a México con una estructura social inmovil

Definición

Interpretar la evolución social reciente de México como un proceso que comparte rasgos con la Edad Media europea es una propuesta que tiene sustento tanto en las cifras oficiales -por ejemplo, las de distribución del ingreso- como en lo que cualquier observador atento puede percatarse: el país se encamina hacia una especie de rigidez o congelamiento de su estructura social.

Para mejor entender el sentido de la afirmación anterior hay que comenzar por la definición. ¿En qué sentido el México del siglo XXI, inmerso en la vorágine de la globalización, podría ser medieval? Hace tiempo Luis Weckmann se embarcó en una magna empresa: descubrir las herencias de la Edad Media que la conquista española trajo a México en el siglo XVI (La herencia medieval de México [1984]). Pero ése no es aquí el punto sino otro muy contemporáneo. En el mundo del medioevo la estructura social era, al menos en principio, inmóvil. Quien nacía de padre pastor se quedaba como tal el resto de su vida e igual destino esperaba a toda su descendencia por más capaces que fueran de desempeñarse bien en otras actividades. De igual manera, quien nacía noble, noble se quedaba para siempre y lo mismo sus hijos y los hijos de sus hijos; no importaba que fueran verdaderos imbéciles, su destino era ser propietarios y recibir el homenaje y servicio de los vasallos, ser líderes sin importar sus capacidades de mando, de ahí lo frecuente del "príncipe idiota", pues al final lo último no quitaba lo primero. En ese mundo apenas si la Iglesia representaba, para algunos pocos poseedores de buena suerte y de una inteligencia notable, la única vía por donde podían escapar a un destino mediocre. Por cierto que esa Iglesia supo cómo hacer de esa peculiaridad del mundo que la rodeaba una de las fuentes de su indudable fuerza en la época.


Ruptura


La Nueva España no fue precisamente un modelo de movilidad social, aunque la tuvo. Y es que en ese capitalismo colonial un conquistador exitoso o un comerciante podía terminar con un título de nobleza, pero para la enorme mayoría nacimiento y raza eran destino. Sin embargo, la Independencia trajo cambios notables, abrió oportunidades, y el mejor ejemplo de ascenso social lo tenemos en Benito Juárez, personaje que, literalmente, rompió todas las barreras sociales y culturales. Sin tener que pasar por la vía eclesiástica transitó de indígena y pastor a estudiante, a abogado, a gobernador, a ministro y, finalmente, a presidente de la República. Obviamente, Juárez fue un caso raro de gran salto social; en el mundo mestizo los ejemplos fueron más numerosos y el general Porfirio Díaz fue una buena muestra de ello. Sin embargo, el Porfiriato mismo, al madurar como un orden oligárquico y autoritario, llevó a disminuir notablemente la movilidad social.

La Revolución Mexicana fue, entre otras muchas cosas, ese remolino que "alevantó" a muchos -sobre todo de la pequeña clase media rural, como Obregón, Calles o Cárdenas- y mandó a la oscuridad social y política e incluso económica a buen número de los que todavía en septiembre de 1910 habían visto las cuidadosamente preparadas "fiestas del centenario" desde los palcos de la elite. La tesis de José Iturriaga en su clásico (La estructura social y cultural de México [1951]) no fue otra que mostrar con cifras la gran apertura que significó la Revolución Mexicana -y el administrador de su legado, el PRI- al permitir que personas de la gleba engrosaran el sector medio de la sociedad.

La posrevolución con la no reelección, con su partido de masas, con sus programas educativos, con un sector público no muy eficiente y poco honesto pero muy activo (empresas paraestatales, banca de desarrollo, programas de infraestructura, etcétera) mantuvo relativamente abierta la puerta de la movilidad social, especialmente si se le compara con las condiciones de otros países latinoamericanos. Ernesto Zedillo es un buen ejemplo de cómo en los 1960 y 1970 aún era posible, vía la educación pública y los programas de becas, pasar de una baja clase media a la alta tecnocracia oficial e incluso llegar a la Presidencia. Pues bien, todo lo anterior empezó a cambiar rápida y drásticamente con el advenimiento del neoliberalismo y su incapacidad para mantener el dinamismo de la economía (el crecimiento real promedio del PIB a partir de 1982 ha fluctuado entre el 0.5 y el 1 por ciento) y se agudizó a partir de que los panistas se hicieron cargo de lo que quedó del poder político.


La nueva Edad Media


Hoy la movilidad social en México se ha reducido de manera notable, tan notable como ha aumentado la concentración del ingreso y de la riqueza. La supuesta democracia política mexicana ha ido de la mano con la desigualdad y la cerrazón sociales.

Las altas esferas de la estructura gubernamental se encuentran dominadas menos por aquellos que ingresaron por méritos y de manera competitiva -el famoso servicio civil de carrera- y más por los afines al PAN, que, además, se han asignado unos ingresos fuera de toda proporción con el valor de los supuestos "servicios" que prestan a la sociedad (hoy, tres decenas de funcionarios ganan más de 3.5 millones de pesos anuales [El Universal, 18 de septiembre]). Sin embargo, ya no es el sector público el corazón del sistema económico sino que actualmente es claramente el sector privado -la gran corporación- el que marca el compás -en la medida en que hay compás- de la economía. Y de nuevo, como en el Porfiriato, México se encuentra dominado por una oligarquía propietaria que, rapaz pero completamente incapaz de hacer crecer al país, se ha mostrado extraordinariamente hábil para capturar al gobierno y por ese camino mantener monopolios. Ésta, sólo por excepción, deja entrar a un "outsider" a su exclusivo círculo de hierro -el "Artemio Cruz" imaginado por Carlos Fuentes ya no es posible-, pues le convienen los matrimonios dentro del pequeño y privilegiado mundo de apellidos que aseguran acumulación de riqueza al punto que un México que casi no ha crecido desde 1982 es el hogar de algunas de las mayores fortunas familiares del mundo.

El reverso de la medalla es una sociedad donde la enorme mayoría de sus ciudadanos tienen derecho a votar pero su elección está mediada por un puñado de partidos que no representan sus intereses, que deben de vivir con servicios públicos entre malos y pésimos, en medio de la inseguridad y sin protección privada. Y lo peor es la falta de empleo y oportunidad para los jóvenes de casi todas las clases sociales.

Hoy, México está viviendo eso que se ha llamado el "bono demográfico" -el último momento de abundancia de jóvenes en edad productiva antes de que la nota dominante sea el envejecimiento del grueso de la población- pero no puede aprovecharlo por falta de oportunidades de empleo de aquellos que deberían estar ya creando la riqueza que les permita en el futuro retirase con dignidad. Los jóvenes, independientemente de que tengan apenas secundaria o hayan trabajado para conseguir un grado universitario o incluso un postgrado, simplemente no tienen dónde poner a buen uso su energía y conocimientos. Por tanto, están viendo desaparecer las oportunidades, ya no digamos de movilidad social, sino, si provienen de las clases medias, de simplemente de permanecer en la zona de donde surgieron, pues la retribución a su trabajo, en caso de que lo encuentren, no da más que para ir tirando. Para la mayoría de ellos, la mejor opción está en irse de México, a trabajar de indocumentados -posibilidad que ha disminuido debido a la depresión económica en Estados Unidos- o, si tienen preparación y suerte, para trabajar en alguna firma extranjera. En cualquier caso, el país perderá la inversión hecha en ellos.

Si en la Edad Media unos pocos ambiciosos e inteligentes podían intentar escapar de su destino por la vía de la profesión eclesiástica, hoy una salida para jóvenes con características similares está en su ingreso al mundo del crimen organizado. En el clima de impunidad-corrupción prevalente, en el peor de los casos, lo que el joven que se convierte en sicario puede perder es la prolongación de una vida de pobreza, humillación y sin horizontes, pero en el mejor, es vivir con la intensidad que dan las armas y el dinero abundante. Después de todo El Chapo Guzmán ya ha compartido un lugar con Carlos Slim en revistas internacionales como Fortune y Time.

Llegar a la "celebración" del bicentenario y del centenario de dos movimientos que echaron abajo estructuras sociales con muy poca movilidad social en una situación similar o peor -económicamente México no estaba estancado en 1810 o 1910- no deja de ser irónico y peligroso.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 10 de septiembre de 2009

Una democracia con muchos adjetivos: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Una democracia con muchos adjetivos
Lorenzo Meyer
10 Sep. 09

La democracia realmente existente en México es insostenible. Si no se intenta la "huida hacia adelante" la regresión nos llevará al peor de los mundos posibles

Democracia vulnerada

Antes del año 2000, y justamente para no crear divisiones innecesarias entre derecha, centro o izquierda, resultó política y moralmente aceptable entre los críticos al sistema político que entonces tenía México demandar simplemente "una democracia sin adjetivos" (Enrique Krauze, 1986). Sin embargo, desde entonces ha corrido bajo el puente mucha agua política, y de lo que hoy se trata es justamente de saber qué tipo de democracia es la que realmente tenemos como paso previo para arribar a la que realmente necesitamos y merecemos. Hoy, una democracia sin adjetivos significaría rehuir al diagnóstico, pues lo que se necesita son adjetivos, tantos como sean útiles para saber cómo podemos salir de la innegable crisis política en que nos encontramos. En cualquier caso, es claro que todos los adjetivos que hoy se pueden emplear para identificar la naturaleza de la democracia que realmente existe en México no son los que imaginamos hace nueve años.

Acaba de aparecer un libro de Alberto Aziz Nassif y de Jorge Alonso, investigadores del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, titulado México, una democracia vulnerada (CIESAS-Porrúa, 2009). Ahí tenemos ya un primer adjetivo para nuestra democracia: vulnerada, es decir, dañada. Sin embargo, a lo largo de la lectura de la obra en cuestión aparecen otros calificativos como, por ejemplo, democracia incipiente, democracia en problemas, democracia sin inclusión, democracia que no se consolida ni se derrumba, democracia con signos de agotamiento, democracia insatisfactoria, democracia deteriorada y, finalmente, democracia irrelevante. Lo descorazonador, y alarmante, es que cada uno de los términos de este catálogo de características negativas de la situación mexicana está plenamente justificado por el análisis.


Los guardianes que no guardaron


Aziz y Alonso hacen, entre otras cosas, una descripción de los orígenes y de la evolución de los guardianes institucionales de nuestra democracia -IFE, TEPJF e IFAI- que permite concluir que si bien en los inicios esos guardianes -el IFE en particular- estuvieron a la altura de las circunstancias, hace tiempo que dejó de ser el caso, especialmente por los efectos de su comportamiento en las elecciones presidenciales de 2006. Los partidos -instituciones donde los intereses de sus oligarquías dirigentes se impusieron a los valores que, según sus plataformas, debían defender- capturaron y pervirtieron a los guardianes sin que los responsables de preservar la independencia de esas instituciones se resistieran; al contrario, cooperaron con gusto en esa degradación pues el interés personal se sobrepuso al institucional. Sin embargo, el problema central de nuestra democracia -si es que aún califica como tal- se encuentra no sólo en la baja calidad profesional y moral de la clase política mexicana sino también en nuestra estructura social y en la cultura política dominante.


Incluir o no incluir, ésa es la cuestión


La diferencia fundamental entre el régimen autoritario priista y el resto de los autoritarismos que aparecieron en América Latina en la misma época fue que el nuestro era relativamente incluyente y los otros notablemente excluyentes. Esa capacidad que tuvo el PRI para cooptar lo mismo a marxistas que a católicos conservadores y cuasi fascistas, y a toda la gama de ideologías o mentalidades que se pueden encontrar entre esos extremos ideológicos, es lo que en buena medida explica la flexibilidad y adaptabilidad del sistema creado por la Revolución Mexicana. En contraste, el sistema supuestamente democrático que se ha formado tras la salida del PRI de "Los Pinos" ha resultado ser muy excluyente.

Una parte medular de la obra de Aziz y Alonso está dedicada a explorar un punto de gran importancia teórica y de solución práctica muy difícil: hasta qué punto puede ser democrática una sociedad donde el grueso o una parte importante de sus miembros carecen de los medios materiales y culturales para vivir y desarrollar su condición de ciudadanos y que, en la práctica, se encuentran excluidos de la ciudadanía en su sentido sustantivo.

De acuerdo con las últimas cifras oficiales -las publicadas por el Coneval-, la pobreza en México alcanzó un punto muy alto en vísperas del final del régimen priista, en 1996, pero a partir de entonces empezó a disminuir un poco. Sin embargo, en 2006 se dio un punto de inflexión y para el 2008 ya iba de nuevo en ascenso. Las últimas cifras revelan que está viviendo en condiciones de pobreza alimentaria el 18.2 por ciento de la población, en pobreza de capacidades el 25.1 por ciento y en pobreza patrimonial el 47.4 por ciento.

¿Es realmente posible y viable una democracia sin inclusión? Los autores hacen suya la posición de Amartya Sen, economista bengalí y Premio Nobel de Economía de 1998, experto en el tema y que define a la pobreza como una "privación de capacidades". Desde esa perspectiva, los pobres -que en nuestro caso son casi la mitad de la población- simplemente no están en posibilidad de ejercer a fondo esa ciudadanía que, en principio, hoy les ofrece la democracia política. Entonces ¿qué sentido tienen para medio México temas que en este libro se examinan a fondo, como son el sistema de partidos, el Congreso, las reformas electorales, las elecciones, el IFE, TEPJF y demás siglas que se suponen son el corazón del entramado institucional de nuestra democracia?


Una ciudadanía débil


Los autores echan mano de un buen número de indicadores para medir la fuerza, la energía, de la ciudadanía, es decir, de ese factor que es, a la vez, origen y razón de ser de la democracia. Se trata de los índices de votación, de participación en asociaciones, de disposición a la protesta, etcétera. El problema es que todos esos indicadores apuntan al hecho de que en México la ciudadanía es débil, que sólo una minoría se comporta plenamente como ciudadanos. Una minoría que hoy no tan pequeña como la que encontró el historiador Francois-Xavier Guerra en el Porfiriato, pero no tan grande como debería ser para impedir que México experimente en el futuro predecible una regresión en materia democrática. Obviamente, esa debilidad de la participación ciudadana está directamente correlacionada con la pobreza y la exclusión mencionadas y con la ausencia de un Estado de derecho y con una corrupción pública omnipresente.


El 2006 o el momento clave


La elección del año 2000 dio lugar a un triunfo electoral pacífico y, sobre todo, legítimo, pero con un entramado institucional muy semejante, la del 2006 concluyó con uno que, de tan diferente, resultó su opuesto: conflictivo y polarizante y que dejó al triunfador, y al sistema mismo, con una legitimidad cuestionada, lo que finalmente ha resultado un obstáculo para la gobernabilidad.

Para Aziz y Alonso, la elección del 2006 -un empate electoral entre izquierda y derecha- resultó ser el momento clave del proceso político mexicano contemporáneo, de ese que en vez de conducirnos a la consolidación democrática y a la estabilidad terminó por desembocar en un callejón sin salida o casi. Y es esa situación de crisis lo que obliga a que los cambios que no se hicieron cuando era relativamente fácil hacerlos -en el gobierno de Fox- se tendrán que intentar ahora, con un gobierno de minoría, cuestionado y en una situación económica angustiosa.

La coyuntura actual se caracteriza por una gran tensión entre tendencias e inercias. "Las primeras pueden tener un perfil democratizador y las segundas [sólo] tienen futuro dentro de una restauración". Pero ¿es posible una restauración? La obra no aborda su propia hipótesis. El México que dio origen al PRI y a su larga y por un buen tiempo semilegítima "dictablanda" ya desapareció. Un intento de restauración de lo viejo en el siglo XXI no llevaría a la "estabilidad autoritaria" del pasado sino a algo altamente disfuncional y terriblemente insatisfactorio. El México político de Calles o incluso de Salinas simplemente ya no es posible, de intentarse restaurar lo que fue, el resultado sería peor de lo que tuvimos entonces o ahora.

Aziz y Alonso desarrollan una erudita discusión en torno a la naturaleza de la democracia contemporánea. Identifican dos grandes paradigmas. Uno es el minimalista, al estilo de Joseph Schumpeter, donde la democracia es básicamente "un método de arreglo institucional para conseguir decisiones políticas aplicables administrativamente". Otro es el maximalista, a la Thomas Marshall, para quien la razón de ser de la democracia es su compromiso con los derechos civiles, políticos y sociales. En el México de hoy lo mínimo que se le puede pedir a la democracia es que aspire a lo máximo.


Nota: el autor de esta columna sale de viaje y por algunas semanas Agenda Ciudadana no aparecerá.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 3 de septiembre de 2009

La (mala) influencia: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
La (mala) influencia
Lorenzo Meyer
3 Sep. 09

En México, la verdadera guerra contra el crimen se debería dar en el campo de la educación, pero ahí el enemigo está dentro del propio gobierno

En el fondo, no hubo error

Si alguien padece dislexia o no pone toda su atención en el texto que está leyendo, puede cometer el error que cometió la profesora Elba Esther Gordillo, presidenta nacional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el lunes 24 de agosto en la ceremonia de inicio del ciclo escolar y, al momento de demandar una vacuna contra un mal que ya es pandemia, decir influencia en vez de influenza y virus AHLNL por virus A H1N1.

Sin embargo, quizá no hubo error y México, efectivamente, hace mucho que debió vacunar a sus maestros no contra la influenza sino contra la influencia de un viejo virus, el del corporativismo autoritario y corrupto, que en buena medida es el responsable de que hoy el magisterio sea más eficaz como estructura política y grupo de interés que como transmisor de los conocimientos que necesitan los estudiantes de educación primaria y secundaria con urgencia para participar con éxito en un mercado global altamente competitivo.

Hace algunas décadas, Corea del Sur, devastada por la guerra, estaba en una situación de subdesarrollo político y económico similar al de México, pero hoy esa Corea es un país con un PIB per cápita de más del doble que el nuestro y, en buena medida, su éxito se debe a la excelencia de su sistema educativo. En las cifras comparativas publicadas en 2006 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico sobre los resultados de la prueba diseñada por el Programa para la Evaluación de los Estudiantes o PISA, por sus siglas en inglés, Corea estaba en primer lugar entre 56 países por lo que se refiere a la capacidad de lectura de sus estudiantes de 15 años y en cuarto por lo que se refiere al dominio de las matemáticas, en cambio México estaba en los lugares 43 y 48 respectivamente.



La importancia económica de la educación


En su edición del 10 al 17 de agosto de este año, la revista norteamericana Newsweek dedica una sección a examinar el problema de la educación a nivel global. La tesis central es impactante: los efectos económicos negativos de una mala educación son peores que los de la recesión o depresión económica que actualmente asuela al mundo. Y el caso ejemplar es Estados Unidos. Según los cálculos aparecidos en un reporte de la empresa McKinsey de abril de este año, el costo anual para la economía norteamericana de que su educación secundaria no tenga la calidad que tiene la de Corea es equivalente al 9 por ciento y 16 por ciento de su PIB. Y si tal es el costo para nuestro vecino del norte, cuya educación en promedio es mejor que la nuestra, ¿cuál será para México? ¿A cuánto asciende aquí el valor de lo perdido por la mala calidad de la educación? No estaría de más que alguna organización o partido interesado en la reforma educativa mexicana le encargara a McKinsey hacer el cálculo, a ver si se encuentra el acicate que nos hace falta para empezar a cambiar.



La inversión estratégica


Ahora que el gobierno se propone hacer recortes en el gasto público como resultado de una crisis fiscal, el rector de la UNAM se ha manifestado en contra de cualquier disminución en los presupuestos de las universidades públicas pues sus consecuencias económicas a largo plazo serán superiores al supuesto ahorro, y tiene razón. Sin embargo, lo que el estudio publicado por Newsweek encuentra es que si la inversión en educación en general es un buen negocio para cualquier país, la inversión dedicada a corregir la calidad de la educación elemental es realmente mejor, pero de todas las inversiones sociales, la óptima será la que se haga en la educación de los sectores y zonas marginadas, esas que actualmente tienen la peor educación pública de todas las disponibles.

México dedica a la educación más del 5 por ciento de su PIB y, tomando las cifras internacionales del 2005, resulta que ésa es una proporción incluso superior a la que se gasta en la multicitada Corea del Sur, entonces, ¿por qué se obtienen resultados tan distintos? Una parte de la respuesta es que, en términos de dólares, el gasto coreano es el doble que el mexicano pero la respuesta verdadera, de fondo, está en la calidad de los profesores.

En 2008 se firmó entre el gobierno federal y el SNTE una Alianza por la Calidad de la Educación. Pero ¿de dónde sacar la calidad? ¿Con qué profesores? No hace mucho nos enteramos que tras la aplicación del Examen Nacional de Conocimientos y Habilidades Docentes a 123 mil 856 aspirantes -de los cuales 35 por ciento son profesores en activo- el 74.9 por ciento simplemente no lo aprobó y eso que llegar a aprobar no requirió de un puntaje excesivamente alto. Según la información publicada, entre los examinados había 6 mil 552 que ya eran docentes con más de 20 años de servicio pero que deseaban regularizar su situación. Pues bien, de ese total de veteranos del aula 4 mil 913 de plano no son rescatables o deben de "capacitarse" para conseguir el nivel mínimo aceptable (La Jornada, 24 de agosto). Lo anterior significa que de aquellos que ya habían hecho una carrera docente y fueron evaluados, por coincidencia, también 2/3 partes no resultaron aptos para el puesto. Desde luego que no se pueden extrapolar las cifras de fallas a todo el universo del cual provienen esos más de 6 mil maestros que ya llevan dos decenios educando a niños y jóvenes sin tener los conocimientos adecuados para ello, pero los números no dejan de ser un indicador, y muy revelador, de lo que está detrás de las fallas en las evaluaciones hechas por el PISA.



De la 'guerra contra el narco' a la guerra contra la ignorancia


Del artículo citado del Newsweek destaca una conclusión: una educación de alta calidad no es sólo un buen negocio sino que también es una de las mejores formas de "crear ciudadanía" y combatir la delincuencia en su etapa inicial.

Desde una óptica de ganancia política inmediata, se entiende que apenas llegado a "Los Pinos" Felipe Calderón se vistiera de militar y se lanzara a una espectacular "guerra contra el narco" -la derecha siempre tiene debilidad por la mano fuerte que impone ley y orden- para afianzar una legitimidad prendida con alfileres tras la manera poco clara con que se supone ganó en el 2006. Sin embargo, una forma un tanto menos espectacular pero mucho más efectiva de enfrentar a la criminalidad, y el deterioro social en general, hubiera sido declarar la guerra a la mala educación primaria y secundaria y haber iniciado una auténtica revolución educativa para encaminar a México por la vía coreana. Claro que una "guerra a la mala educación" sólo mostraría resultados visibles a largo plazo, es decir, se trata de una empresa propia de un estadista y no de un simple político, pero hubiera tenido mucha legitimidad entre los padres de familia, muy conscientes del desastre que viven sus hijos.

Un combate a la mala calidad de la educación en sus niveles primario y secundario daría ganancias inmediatas al gobierno pero tendría un costo: el enfrentamiento con el SNTE, es decir, sería retar a "la influencia" de una de las fuerzas políticas que hizo posible el tipo de victoria electoral que llevó a Calderón a la Presidencia. Sin embargo, conviene recordar que ya una vez hubo en México un movimiento político de gran envergadura que intentó, con bastante éxito, cimentar su legitimidad, o al menos una parte de ella, mediante la transformación del sistema educativo oficial. Fue con el gobierno del general Álvaro Obregón (1920-1924) y bajo el liderazgo intelectual y político de José Vasconcelos que la Revolución Mexicana inició su etapa verdaderamente constructiva. La batalla por la educación resultó ser una de las vías con que aquellos revolucionarios se presentaron como auténticos transformadores sociales.



La solución tan obvia como imposible


Todos los especialistas saben de los enormes beneficios económicos y sociales que puede traer una inversión bien dirigida en el campo de la educación. Sin embargo, en casi todas partes y no sólo en México, los intereses creados, en particular los sindicales, hacen muy difícil modificar las inercias que premian el espíritu burocrático y castigan el innovador.

En teoría, los mejores profesores deberían prestar sus servicios no en las escuelas de élite sino en las zonas con los índices de desarrollo humano más bajos. Desafortunadamente eso sólo se ha logrado en momentos extraordinarios, revolucionarios, y por un tiempo no muy prolongado, cuando en nombre de un gran proyecto nacional se apela al sacrificio de los jóvenes y de los mejores, y cuando los líderes ponen el ejemplo. Hoy, en México, ese espíritu es simplemente imposible. La lógica social y política dominante es la poderosa mezcla de corrupción y mercado. De Vasconcelos sólo queda el recuerdo, en el mejor de los casos.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 27 de agosto de 2009

México Visto desde Washington: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Visto desde Washington
Lorenzo Meyer
27 Ago. 09

México, visto desde la perspectiva de Washington, es un problema de seguridad que crece pero en torno al cual puede hacer muy poco

Pregunta

El pasado día 19, tras concluir la sesión dedicada a examinar el estado de las relaciones entre México y Estados Unidos en el Hammer Forum en Los Ángeles, alguien preguntó: "Y qué es lo que Estados Unidos puede hacer para mejorar la relación con México". A una pregunta tan simple sólo puede responderse: no mucho.

Una manera de elaborar más sobre el tema es ver a México desde Washington. Conviene partir del hecho que el único interés que importa a cualquier nación es el propio, pues las relaciones de la comunidad internacional están basadas en la política del poder. Bien entendida, esta política puede sacrificar una ganancia inmediata a cambio de obtener otra mayor o a un costo menor en otro lugar o momento, pero eso nunca debe confundirse con solidaridad o altruismo.

Cuando el desastre interno en México fue una gran oportunidad para Estados Unidos

En el origen de la relación entre Estados Unidos y la Nueva España convertida en nación independiente, el interés del primero quedó bien servido por la inestabilidad y el desorden político del segundo. Desde Washington, se veía al vecino del sur como un país inviable, con espacio de sobra, con la religión equivocada -la católica-, con la mezcla racial equivocada -la parte indígena era mayoritaria y la minoría europea era de mala calidad (española)- y con una densidad demográfica interesante: fuerte en su lejano centro y muy débil en donde importaba a Estados Unidos: en la frontera común.

Los norteamericanos supusieron un "Destino Manifiesto" que les alentó a expandir su civilización a lo largo y ancho de la América del Norte por voluntad de Dios y para ello no tuvieron empacho en aprovechar o fomentar la crisis política de México, ya fuese alentado la separación de Texas, exigiendo que la frontera texana fuese el Río Bravo y no el Nueces, declarándole la guerra al vecino cuando se encontraba sumido en sus disputas internas y, ya derrotado, aprovechar su desunión para ofrecer ayuda a los liberales a cambio de la cesión de Tehuantepec (Tratado McLane-Ocampo) o presionar al débil gobierno conservador presidido por Santa Anna para obligarle a ceder, como mínimo, La Mesilla. Si México no perdió más territorio fue gracias a la gran contradicción interna de Estados Unidos: el norte no quiso dar mayores oportunidades de expansión al sur.

Cuando el desastre interno en México se transformó en problema para Washington

Con su unidad nacional consolidada por el triunfo del norte sobre el sur en 1865, a Estados Unidos ya no le interesó continuar su expansión territorial sino dirigir su esfuerzo al crecimiento material y a fomentar y proteger su interés económico en el mundo externo. En esas condiciones, la falta de orden en México dejó de ser ventaja para convertirse en problema: contrabando, robo de ganado en Texas o incursiones de indios. De ahí la mezcla de amenazas y apoyo al gobierno de Porfirio Díaz para que pusiera orden en la frontera común. Una vez que Díaz estabilizó al país, Washington le dio su apoyo sin importarle su naturaleza dictatorial e incluso le toleró cierto grado de independencia.

La Revolución Mexicana fue un reto al imperialismo que terminó por beneficiar al norteamericano. Por un lado, el nacionalismo revolucionario afectó más los intereses europeos -en particular los británicos- que los norteamericanos. Y es que las dos guerras mundiales convirtieron a Estados Unidos en una superpotencia que pudo recuperar en unos campos lo que la Revolución Mexicana le quitó en otros -el petróleo, las propiedades agrícolas o los ferrocarriles- pero los europeos, debilitados por esos conflictos, ya no tuvieron ni los recursos ni las posibilidades de reconstruir su posición en México. Para cuando se inició la Guerra Fría, México era, en términos de política internacional, zona de influencia exclusiva de Washington. Por otro lado, la Revolución Mexicana dio paso a un régimen autoritario mucho más fuerte y eficiente que el de Porfirio Díaz. La estabilidad conservadora mexicana. Eso jugó a favor del interés norteamericano. Por eso Estados Unidos nunca se molestó por una contradicción obvia: aceptar sin problema a un régimen antidemocrático en México pese a que la bandera de lucha de Washington contra la URSS era la democracia política. Y es que el régimen del PRI resultó, sin estridencias, una garantía de estabilidad y de anticomunismo efectivo.

¿Qué hacer desde el norte cuando las bases de la estabilidad en el sur se debilitan?

Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín, el anticomunismo perdió su razón de ser como centro de la política externa de Washington, pero en México se agudizaron las contradicciones y disfuncionalidades del sistema priista y esas fallas del vecino empezaron a afectar al interés norteamericano. Cuando el modelo económico mexicano fracasó y el país pareció entrar en una crisis sin solución, Estados Unidos, para evitar inestabilidades cercanas, aceptó integrar aún más a México a su economía, vía el neoliberalismo y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Sin embargo, y en contra de los supuestos económicos dominantes, esa política no produjo el resultado previsto al punto que hoy la economía mexicana es la menos dinámica de América Latina. La caída del PIB mexicano es mucho mayor que la del norteamericano, lo que no permite crear en México el más de un millón de nuevos empleos que anualmente necesita y sí, en cambio, ser la fuente más importante de migrantes indocumentados a Estados Unidos, que sus organizaciones de narcotraficantes hayan rebasado todas las estructuras policiacas mexicanas y que hayan echado raíces en 230 ciudades al norte del Bravo. Finalmente, el fin del régimen político del PRI no fue sustituido por un sistema más fuerte, menos corrupto y más eficiente que el anterior, lo que ha debilitado las bases de la estabilidad al otro lado de la frontera sur norteamericana.

Unos días antes de los ataques de Al Qaeda a Estados Unidos en septiembre del 2001, el presidente norteamericano dijo que para su país la relación con México era la más importante. Sin embargo, a raíz de lo ocurrido entonces, México dejó de ser prioritario para Washington. Hoy, algunos círculos de Estados Unidos están conscientes que su vecino del sur se encuentra en serios problemas, pues si bien aún no es exactamente un Estado fallido, a su Estado le está fallando todo: su economía, sus sistemas político, de seguridad, de justicia, educativo, etcétera. Sin embargo, y pese a que sabe que sin un crecimiento sustantivo su vecino pobre se puede volver un problema serio, la Casa Blanca puede hacer muy poco al respecto. Y es que el gobierno norteamericano ya tiene una agenda interna muy cargada por su propia crisis económica y una externa muy complicada, pues está envuelto en dos invasiones que, para salir bien de ellas, tiene, entre otras cosas, que reconstruir un Estado al que volvió fallido -Iraq- y a otro que desde hace mucho es fallido -Afganistán. En esas condiciones, y salvo una catástrofe, es casi imposible que el Congreso y la opinión pública de Estados Unidos aceptaran involucrarse seriamente en México.

Si, pese a todo y en función de la seguridad de su gran frontera sur, Washington se propusiera auxiliar a México para revertir su involución, no es mucho lo que realmente pudiera hacer por su vecino incómodo -el cómodo es Canadá. Actualmente la pieza más importante del esquema de colaboración México-Estados Unidos es la "Iniciativa Mérida" (IM). Este programa es un auténtico "bomberazo", idea y producto de la impotencia de Felipe Calderón para hacer frente a la multitud de problemas que agobian a su gobierno. La IM busca permitir a los norteamericanos adentrarse en los obscuros laberintos de los aparatos de seguridad y de justicia de México para hacerlos corresponsables de lo que ahí pasa, pero eso no es equiparable al TLCAN de Carlos Salinas que, a su vez, y pese a que el año pasado implicó un comercio bilateral por casi 400 mil millones de dólares, nunca fue capaz de sacar a México del barranco económico en que cayó desde 1982.

Los de hoy son tiempos difíciles para la relación entre el sur y el norte de Norteamérica pero pueden empeorar. La actual acumulación de fracasos en México es una amenaza para Estados Unidos, pero tal y como está la agenda política de ese país es poco lo que puede hacer al respecto: no hay apoyo para un TLCAN ampliado ni puede esperarse el fin de la demanda de drogas, apenas si un mayor control de la exportación de armas y no agravar la situación con muros, redadas de indocumentados o violaciones al TLCAN. La lista no es mucho, dado lo mucho que está en juego en ambos países, pero ésa es la realidad.

kikka-roja.blogspot.com/

lunes, 24 de agosto de 2009

Petroestado, narcoestado y Estado fallido: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Petroestado, narcoestado y Estado fallido
Lorenzo Meyer
20 Ago. 09

Quizá México no es aún un petroestado, un narcoestado o un Estado fallido, pero tiene características de cada uno de ellos

Definiciones

En algún punto del pasado reciente México fue visto como un petroestado aunque en tiempos más cercanos se le ha caracterizado lo mismo de narcoestado que de Estado fallido. En cualquier caso quienes así lo califican lo que buscan es subrayar una imperfección grave en el entramado institucional del Estado. Desafortunadamente, a la estructura política de nuestro país se le puede caracterizar hoy lo mismo por el mal uso de la renta petrolera, por la corrupción, extensión y violencia del narcotráfico que por la disfuncionalidad de su entramado institucional, desde el educativo hasta el de procuración de justicia.

Actualmente resulta difícil imaginar que hubo tiempos en que el Estado y el régimen mexicano fueron vistos como fuertes y modelos para su tiempo y espacio. Al consolidarse el sistema político delineado por los liberales decimonónicos, nuestro país se convirtió en el "México de don Porfirio" y entonces más de un observador externo se congratuló de la fortaleza de ese sistema político, pues el orden y la estabilidad construidos por Porfirio Díaz habían dado finalmente forma a un país con hambre de modernización, donde dominaba el crecimiento de la inversión interna y externa, de la red ferroviaria, de la red bancaria, de las exportaciones mineras y agrícolas, del superávit, de la seguridad, etcétera (ejemplos de esta visión se tienen en James Creelman, Díaz, Master of Mexico, Nueva York, Appleton, 1911 o Alec Tweedie, Mexico as I Saw It, Nueva York: Nelson, 1911). Sin embargo, en mayo de 1911, un gobierno que parecía tan fuerte caía frente a un enemigo que hasta entonces parecía tan débil: el maderismo. Muy poco después el régimen mismo se derrumbó y pasó a ser historia.

De las cenizas del porfiriato surgió un nuevo régimen que para 1940 pareció aún más fuerte que el anterior: el de la Post Revolución Mexicana. El gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) creó una impresionante base de masas organizadas y al iniciarse la segunda mitad de ese siglo los observadores externos volvieron a impresionarse con una Presidencia fuerte pero que ya no dependía de un caudillo, que se renovaba cada seis años, apoyada por un partido de Estado que, a su vez, estaba sostenido por organizaciones sociales disciplinadas -CNC, CTM, CNOP y el resto de las siglas priistas- cuyos miembros sumaban millones, por una economía cuyo PIB crecía al 6% anual, por políticas sociales populistas y exitosas, por un Ejército sometido a la autoridad civil, por un nacionalismo que aseguraba una independencia relativa frente a Estados Unidos y muchas cosas más. Ejemplos destacados de esta visión fueron Robert Scott, Mexican Government in Transition (University of Illinois, 1959) o Frank Brandenburg, The Making of Modern Mexico (Prentice-Hall, 1964).

Finalmente, el régimen priista cayó, pero no como resultado de una rebelión armada sino de algo menos dramático: de un deterioro paulatino cuyos momentos clave fueron la crisis política del 68, la económica de 1982, el fraude electoral del 88, el levantamiento zapatista y el "error de diciembre" del 94, hasta culminar en la "insurgencia electoral" del 2000. Esa última, la rebelión en las urnas, fue simplemente resultado de la acumulación de fracasos y del hartazgo ciudadano con el autoritarismo y la corrupción.

El cambio del 2000 pudo ser el inicio de un proceso virtuoso pero finalmente no lo fue: la poca inteligencia y la mucha voracidad e irresponsabilidad de la nueva clase política impidieron modificar en lo sustantivo el arreglo institucional heredado. Las fallas del entramado recibido se acentuaron al punto de mantener la caracterización de México como petroestado pero combinada con la de narcoestado y Estado fallido.


El petroestado


El concepto de petroestado fue desarrollado por una latinoamericanista norteamericana, Terry L. Karl, para explicar la evolución política de Venezuela (The paradox of plenty. Oil booms and petro-states, University of California Press, 1997) y aplicado recientemente a México por Tania Rabasa en una tesis de maestría ("Estado y auges petroleros. El caso de México", El Colegio de México, 2009).

El tener petróleo y exportarlo en grandes cantidades convierte a un exportador en petroestado sólo si su estructura política y su red institucional no son lo suficientemente sólidas como para impedir que esa abundancia generada por la venta de un recurso estratégico y no renovable capture y dirija las decisiones políticas y económicas del Estado y de su élite del poder. Noruega es el ejemplo de un país petrolero que no es petroestado justo porque cuando descubrió los yacimientos del combustible ya contaba con un gobierno realmente democrático y una burocracia profesional que desde el inicio mantuvieron el control sobre el monto y el destino de la renta petrolera. La abundancia noruega se ha podido administrar de tal manera que no ha distorsionado ni la economía ni la estructura social del país. Los recursos generados por la actividad petrolera noruega han resultado en una notable acumulación de capital público que se administra de cara al futuro, a ese momento en que el país ni tenga ni pueda continuar dependiendo del petróleo. Frente al caso de Noruega y en contraste, están las experiencias de Venezuela, Indonesia, Irán, Nigeria, Argelia... o México. Éstos son los petroestados, es decir, sociedades nacionales donde la riqueza producto de exportar hidrocarburos llegó cuando el Estado estaba aún en formación o con instituciones débiles y corruptas y en donde la abundancia petrolera "redujo el rango de la toma de decisiones, recompensó ciertas conductas y decisiones en detrimento de otras posibles y moldeó las preferencias de los funcionarios responsables de manera que no favorecieran el desarrollo" (p. xvi). En situaciones de debilidad institucional, el petróleo tiende a corromper el proyecto nacional pues es una fuerza económica enorme y capaz de tomar el control de la política. El petroestado es un Estado débil abrumado por la abundancia, que evoluciona de manera distorsionada y desperdicia un valioso recurso no renovable en beneficio de intereses externos -las empresas petroleras internacionales- y de un puñado de privilegiados nativos. Finalmente el país termina endeudado, políticamente contrahecho y en una situación peor que al inicio en materia de desarrollo sustentable. En nuestro caso los ejemplos recientes de desperdicio, contrahechura y crisis económica y política producto de la exportación de petróleo son el sexenio de López Portillo y la situación posterior al breve auge petrolero que se vivió en la administración de Vicente Fox. En medio de un entramado institucional muy defectuoso y en manos de líderes irresponsables y corruptos -López Portillo, Fox y los suyos-, los veneros de petróleo resultaron ser un regalo del diablo, tal y como lo afirmara en "Suave patria" Ramón López Velarde.


Narcoestado y/o Estado fallido


En julio pasado, Roberta Jackobson, subsecretaria adjunta del Departamento de Estado, declaró que México no era ni narcoestado ni Estado fallido (Reforma, 23 de julio). Sin embargo, el que Washington se haya sentido obligado a descalificar públicamente el empleo de esos dos conceptos en el caso mexicano se debió justamente a que esos términos ya llevaban tiempo de estar siendo empleados en los círculos del poder de la potencia del norte para caracterizar los problemas de un país vecino que les mandaba el mayor número de indocumentados y el grueso de la cocaína (The Wall Street Journal, 21 de febrero).

Si un narcoestado es una sociedad nacional cuya estructura de poder, su economía y su cultura son dominadas por los cárteles de la droga, entonces se está hablando de Guinea-Bissau y no de México. Sin embargo, si el término se usa para destacar un problema de grado y en aumento -un sistema político donde los narcotraficantes cada vez ganan más influencia en las estructuras de gobierno, aumentan su influencia económica y hacen aceptables sus valores culturales-, entonces Colombia y México se acercan a la definición de narcoestados. Obviamente no todos los Estados fallidos son narcoestados, pero lo contrario sí que es verdad: lo narco se explica y se exacerba por lo fallido.

El drama

El México independiente pareció tener un Estado fuerte cuando tuvo una Presidencia fuerte. Sin embargo, ambas presidencias autoritarias -la porfirista y la post revolucionaria- se montaron en una base institucional contrahecha y corrupta. En 1910 esa falla desembocó en una revolución y hoy en rasgos de petroestado, de narcoestado y Estado fallido. ¡Vaya desafío el que enfrenta nuestra recién nacida y ya avejentada democracia!
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 13 de agosto de 2009

Violencia comparada: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Violencia comparada
Lorenzo Meyer
13 Ago. 09

Aunque lejanos en geografía y cultura, Afganistán y México comparten un problema estructural. La violencia fuera de control

Los violentos

¿De dónde salen esos individuos que se organizan para imponer sus intereses e ideas a toda una sociedad y que para ello están dispuestos a jugarse la vida y enfrentar con máxima violencia a ciudadanos y Estado? ¿En dónde se forman los miembros de la mafia o los talibanes, los "maras" o los "zetas"? Es posible que ciertos individuos sean naturalmente proclives a la violencia, pero los socialmente importantes son los violentos por formación y organizados como resultado de injusticias, corrupción y fracasos políticos.

Talibanes

Un ejemplo actual y extremo de organización violenta surgida del seno de una cultura fuerte son los talibanes (estudiante es la raíz árabe del término), un grupo de raíz religiosa que evolucionó de la lucha afgana contra la ocupación soviética y que hoy está poniendo en jaque a Estados Unidos. ¿En dónde se recluta y se motiva a esos millares que desde la derrota soviética en las montañas de Afganistán en 1989 combaten con ferocidad a su gobierno y a las fuerzas de la OTAN para obligar a su sociedad a adoptar como marco legal a la sharía, es decir, al conjunto de principios que conforman la ley islámica? Es claro que la parte central de la formación de esos combatientes no es su entrenamiento militar sino la concepción del mundo que les llevó a suponer que tienen el deber, el derecho y la posibilidad de imponer su modo de vida.

Los talibanes han adquirido su visión del mundo en un tipo de institución religiosa: en escuelas islámicas -madrasas- que recogieron a millares de huérfanos producto de la brutal guerra de los mujahideen contra los soviéticos, y donde, como resultado de la guerra civil y de la ocupación extranjera que destrozaron el tejido social, empezaron a dominar ideas radicales en torno a un Islam "duro", como única vía para regenerar lo destruido. Estas madrasas reclutaron a sus estudiantes de entre los afganos más desprotegidos, a una edad temprana y les dieron una instrucción religiosa ascética e intolerante. El resultado fue su conversión en militantes dispuestos a participar en una lucha armada sin cuartel hasta destruir una sociedad islámica corrupta y, por tanto, a su Estado, y sustituirlo por otro donde la sharia sea el camino para la purificación colectiva.

Nuestros violentos

Hoy en México se vuelve a vivir un ambiente de violencia como el que dominó durante épocas largas del siglo XIX, en los peores momentos de la guerra civil revolucionaria (1910-1920), durante la "guerra cristera" o cuando la "guerra sucia" asoló a Guerrero y a ciertas zonas urbanas. Esta nueva violencia mexicana está ligada al crimen organizado, en especial al narcotráfico, va en ascenso, causa enorme consternación interna y ya es tema de preocupación fuera de nuestras fronteras (ejemplos recientes son: Newsweek en Español, 27 de julio, o The Washington Post, 28 de julio).

En ámbitos nacionales y extranjeros se subraya que en lo que va de la actual administración las víctimas de la lucha entre las organizaciones del crimen organizado o del choque entre éstas y las fuerzas del gobierno ya superaron los 12 mil muertos. Se trata de un enfrentamiento que hace mucho rebasó las capacidades de las policías local o federal y que ahora involucra por necesidad a la última línea de defensa del Estado: al Ejército y a la Armada. En algunos ámbitos ya se habla de una "narcoinsurgencia".

La fuente de la violencia

El mundo talibán surgió de la destrucción brutal y la descomposición de una sociedad tradicional que ya no fue sustituida por nada equivalente. Es más, surgió de una sociedad donde la descomposición se dio de la mano del cultivo del opio, una de las pocas formas disponibles de los afganos de engancharse con los mercados externos, con la globalidad. Y todo ello enmarcado por una creciente intolerancia religiosa que justificó la continuación del terror preexistente como la forma natural de imponer un pensamiento único a una sociedad víctima, por un lado, de gobernantes corruptos y, por el otro, de potencias extranjeras.

En México, la violencia actual también tiene atrapada a la sociedad en un entramado formado, de un lado, por una estructura social caracterizada por una desigualdad tradicional y creciente, dominada por una élite del poder dispuesta a defender por todos los medios sus privilegios y sin importar su inequidad, dirigida por una clase política corrupta e inepta y, por el otro, por un crimen organizado cada vez más empoderado, que secuestra, asesina y tortura haciendo gala pública de brutalidad.


Madrasas a la inversa

En el caso mexicano el tejido social no lo ha destruido ninguna guerra civil o de intervención, sino algo menos dramático pero igualmente efectivo: un rotundo fracaso económico cuyo origen se remonta a principios de los 1980, una corrupción pública y privada sistemática y creciente, una pobreza endémica en ascenso, un mercado externo gigante para drogas ilícitas y un sistema político que, pese al supuesto cambio de autoritario en democrático, sigue sin ligar a la sociedad con la autoridad y sin dar un sentido a la vida colectiva. Por otro lado, la religión organizada tampoco ha podido o querido jugar un papel significativo como motor de algún tipo de cambio cultural o social.

En México, la violencia organizada es netamente criminal y no es producto de nada que se parezca a un proyecto político a la talibán, pero bien visto, resulta que sí hay un cierto equivalente en las instituciones que preparan a los jóvenes para la vida extrema y violenta, aunque juegan ese papel no tanto por lo que se proponen hacer sino por lo que no hacen.

Y es que en México el sistema educativo oficial, especialmente al nivel masivo, el que encuadra al grueso de los jóvenes que provienen de las clases populares, es tan ineficaz para trasmitir los conocimientos que son su supuesta razón de ser -en parte por falta de recursos y en parte por irresponsabilidad y corrupción- que en la práctica forma a jóvenes que salen sin la preparación que les permita su ascenso social. Y esto ocurre en un escenario de falta de empleo y de un crecimiento económico que de raquítico pasó a ser un decrecimiento espectacular.

Los indicadores nos dicen que en 2005 México tuvo un gasto anual por estudiante en todos los niveles académicos de 2,405 dólares, lo que equivalió apenas a un tercio de la media de los países de la OCDE. Ese monto no estaría tan mal si el sistema educativo tuviera una calidad equivalente, pero la prueba PISA del 2006 nos dice que entre los 31 países medidos por la OCDE en su capacidad de lectura, matemáticas y ciencias nuestros estudiantes estuvieron en el 10% más bajo. Esos estudiantes mal preparados salen a un mundo donde la economía formal simplemente no los puede absorber y donde la informal, que es su salida más realista, ya está saturada. La migración indocumentada a Estados Unidos ha sido desde hace años la alternativa de trabajo -los mexicanos constituyen el mayor número de migrantes internacionales en el orbe-, pero ahora está disminuyendo su importancia por efecto de los obstáculos que le ponen el gobierno y la crisis de los norteamericanos. Si la migración neta en el 2006 fue de 547 mil, la del año pasado apenas llegó a 203 mil, según el Pew Hispanic Center. Todo esto, combinado con desigualdad y pobreza crecientes -lo dicen las cifras oficiales del INEGI- más un grado notable de impunidad (menos del 5% de los crímenes denunciados se resuelven) y un narcotráfico que mueve sumas impresionantes -entre 8 y 30 mil millones de dólares anuales-, termina por constituir la "tormenta perfecta" para que muchos jóvenes decidan que su mejor opción es vivir violentamente, unirse al crimen organizado y ser parte de la "narcoinsurgencia".

Las cifras oficiales aseguran que además de los miles de asesinados, la "guerra contra el narcotráfico" ha desembocado en más de 76 mil arrestos durante el gobierno de Calderón (The Washington Post, 28 de julio). El número es alto pero, a la vez, insignificante si se le compara con los millones de desempleados o mal pagados de los que el crimen organizado puede echar mano. Quizá nuestra violencia no es tan grave como la afgana, pero su raíz y solución son complejas. Al final, tanto Osama bin Laden o El Chapo Guzmán siguen operando porque una parte de la sociedad los ha hecho suyos y los protege.

Las condiciones que crearon y sostienen a talibanes o narcos son de carácter estructural y casi imposibles de modificar a corto plazo. Sin embargo, es obligación de nuestra época intentar desmontar este tipo de embrollo y para ello hay que echar mano de algo más realista que la mera fuerza militar. La solución debe ser política, social y económica.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 6 de agosto de 2009

Estados Unidos, Rusia... y ¡México!: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
Estados Unidos, Rusia... y ¡México!
Lorenzo Meyer
6 Ago. 09

Ya se pronostica una guerra México-Estados Unidos, pero no hay que preocuparse, faltan 80 años

Troika

Hay muchas maneras de abordar la siempre conflictiva relación Rusia-Estados Unidos y la siempre complicada México-Estados Unidos, pero ¿dónde hay lugar para una relación significativa entre los tres, más allá de ese momento del siglo XIX cuando un México aún sin pérdidas territoriales tuvo frontera al norte no sólo con Estados Unidos sino también con Rusia (Sonoma mexicana estaba cerca del fuerte Ross ruso) o de ciertos eventos secundarios y algunas fantasías en el teatro mexicano de la Guerra Fría del siglo XX? No, la relación a que hace referencia el título es indirecta, corresponde al futuro y está centrada en la política del poder y en la demografía. Para llegar ahí hay que empezar por la tensión actual entre Rusia y Estados Unidos.

La visión norteamericana del poder ruso

A propósito de la visita reciente del presidente norteamericano Barack Obama a Rusia y de la posterior y muy provocativa del vicepresidente de ese país, Joseph Biden, a dos vecinos con los que Moscú tiene problemas -Ucrania y Georgia-, George Friedman, de la firma de inteligencia Stratfor, de Austin, Texas, señala que la política de Estados Unidos hacia la ex Unión Soviética consiste en negarle el derecho a tener una esfera de influencia propia (Geopolitical Intelligence Report, del 27 de julio, 2009, "The Russian Economy and Russian Power").

La decisión de Washington de apoyar a Georgia, país al que hace un año Rusia le dio un severo golpe militar, y a Ucrania ha ofendido a Moscú y le ha confirmado que Estados Unidos amenaza su seguridad (The New York Times, 1o. de agosto). Esta interferencia con la política rusa hacia sus vecinos se basa en las consideraciones que el vicepresidente Biden esbozó en una entrevista reciente (Wall Street Journal, 26 de julio) en la que afirmó que Rusia es ya una potencia débil, pues "su base demográfica se está contrayendo, su economía está atrofiada y su sector bancario difícilmente sobrevivirá a los siguientes quince años".

Según Friedman, Estados Unidos supone que Rusia, bajo el liderazgo de Putin, ya optó por un futuro que equivale a un retorno al pasado en lo económico y lo político: busca sostener una economía sin mucho dinamismo pero adecuada para sobrellevar un gobierno autoritario y un Ejército fuerte, como fue el modelo bajo Stalin o los zares. Para entorpecer y retardar este proyecto, dice Friedman, los Estados Unidos de Obama parecen dispuestos a seguir la misma política diseñada por Ronald Reagan y que tan buen resultado le dio: presionar políticamente a Moscú y mantener fuera de balance su esfuerzo por consolidar una esfera de influencia alrededor de sus fronteras.

¿Y México?

Hasta aquí todo gira en torno a la vieja rivalidad ruso-americana pero ¿dónde entra México? Pues en la demografía. Según Friedman, uno de los grandes talones de Aquiles de Rusia es su población: ese país tiene una geografía inmensa -17 millones de kilómetros cuadrados- pero una población de apenas 143 millones y que ya no va a crecer mucho más. En contraste, Estados Unidos tiene una superficie de 9.3 millones de kilómetros cuadrados y casi 300 millones de habitantes pero que puede también fallar en su ritmo de crecimiento. Y en esta coyuntura, México cobra importancia como fuente de energía demográfica para su vecino del norte.

En un libro que acaba de publicar (The Next 100 Years. A Forecast for the 21st Century [Nueva York: Doubleday, 2009]), Friedman, en su papel de futurólogo, sostiene, entre otras muchas cosas, que a partir de los años 2030 los imperativos económicos y demográficos obligarán a varios Estados a dar todo tipo de facilidades a la migración, y aunque la gran potencia se abrirá a todo el mundo, su proveedor principal de trabajadores será México. El factor mexicano -ese que ya el profesor Samuel P. Huntington definió en su libro Who Are We? (Nueva York: Free, 2004) como la gran amenaza para la identidad norteamericana- ayudará a la economía norteamericana a contar con la mano de obra necesaria para superar sus crisis de la primera mitad del siglo actual. Es en ese sentido que México -sus trabajadores- impedirá que Estados Unidos siga el camino de Rusia y de otras sociedades europeas: enfrentar el futuro con una población estancada, envejecida y donde la población económicamente activa será cada vez menor en términos relativos y absolutos.

Así, según este analista, eso que desde hace buen tiempo la economía norteamericana procesa muy bien pero que Estados Unidos rechaza en términos jurídicos y políticos -la mano de obra indocumentada pero barata de mexicanos y de otros países del Tercer Mundo- para los 2030 no será combatida sino alentada por una legislación muy generosa con los migrantes. Y esos recién llegados tienen y seguirán teniendo una tasa de reproducción mayor que el promedio norteamericano. Esta escuela de pensamiento sostiene que esos millones de inmigrantes serán clave para que a Estados Unidos no le pase lo que a Rusia y mantenga su centralidad económica y política. Para Friedman, la gran ventaja geopolítica norteamericana es que su masa continental le ha permitido dominar las dos grandes rutas del comercio -la del Atlántico y la del Pacífico- y que en las guerras por venir podrá proteger desde el espacio. Es la combinación de economía, tecnología, geografía y demografía -"uno de los conjuntos de mano de obra más dinámicos de las economías industriales avanzadas"-, lo que hace a Friedman sostener que el siglo XXI será un siglo norteamericano más.

El costo

Pero todo tiene un costo. Estados Unidos pagará un precio por la aceptación de la migración mexicana masiva. Según su pronóstico, la población de origen mexicano en Estados Unidos no se dispersará sino que se mantendrá concentrada en donde hoy lo está: en esas áreas que en el pasado fueron mexicanas. "Para el 2060, tras treinta años de alentar la migración... áreas que [en el 2000] eran 50% mexicanas se transformaran en casi totalmente mexicanas y áreas que entonces eran 25% duplicarán el porcentaje" (p. 226). La frontera política seguirá siendo la actual pero la frontera cultural se habrá desplazado hacia el norte. En esta visión hay ecos de los temores expresados ya hace un lustro por el profesor Huntington.

El gran choque

Alrededor del 2080, el uso intensivo de energía solar y la robótica estarán tan avanzados en Estados Unidos que su economía ya no requerirá de tanta mano de obra como en el pasado y se experimentará algo que no podrá ocurrir en otras economías avanzadas: habrá trabajadores ya no deseados y eso perjudicará sobre todo a los que llegaron de fuera a partir de los años 2030, es decir, a los de origen mexicano. En contraste con la situación actual, dentro de 70 años, la economía mexicana estará en condiciones relativamente buenas pues gracias, entre otras cosas, a su proximidad con Estados Unidos será una potencia económica -ya habrá incluso digerido el dinero del narcotráfico en actividades legales- pero sus diferencias políticas con Estados Unidos no habrán desaparecido.

Para analizar las relaciones México-Estados Unidos de hoy y del futuro, Friedman parte de un supuesto: que "las tensiones USA-México son permanentes" (p. 238); que su oposición de intereses datan de la guerra de 1848 y que para el 2080, sin que ninguno de los países se lo haya propuesto, surgirá un conflicto de fondo "de manera orgánica de la realidad geopolítica" (p. 239). Y esta realidad implicará que en los 2080 habrá un movimiento dentro de Estados Unidos para forzar el regreso a México de millones de trabajadores que ya no serán necesarios. Sin embargo, en la franja formada por los estados fronterizos de ese país, surgirá un movimiento contrario que verá en esa expulsión un intento de la cultura dominante del norte por destruir a la minoría cultural en el sur.

Friedman aborda la complejidad de este hipotético conflicto en parte interno y en parte internacional para pronosticar una nueva guerra México-Estados Unidos, guerra que ganará el segundo pero a costa de crear una gran inestabilidad en su propia franja fronteriza. Y, aquí, el autor deja ya de pronosticar: simplemente dice no tener elementos para ello y deja al conflicto como un "impasse gigante".

Conclusión

Las ciencias sociales son notorias por su deficiencia predictiva, pero lo interesante de los pronósticos de Friedman es el papel vital que asigna a la migración mexicana para preservar el papel dominante de Estados Unidos a mediano plazo. En cuanto a la posible futura guerra México-Estados Unidos, lo aconsejable es no preocuparse pues antes hay montañas de otros problemas que resolver.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 30 de julio de 2009

La (falta de) 'química' en agosto: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
La (falta de) 'química' en agosto
Lorenzo Meyer
30 Jul. 09

En la relación Obama-Calderón difícilmente habrá buena "química", pero ése es el menor de los problemas que enfrentan los nexos entre los dos gobiernos

El tema

El mes próximo se reunirán, en la "Cumbre de la América del Norte" en Guadalajara, Felipe Calderón, Barack Obama y Stephen Harper. ¿Para la relación México-Estados Unidos importa que sus respectivos jefes de Estado tengan biografías y personalidades tan diferentes y sigan políticas internas tan distintas?

La química en tanto ciencia de las propiedades de las substancias es certera. Sin embargo, la "química" como forma de explicar la relación entre personalidades, particularmente al más alto nivel de la política internacional, no. Es verdad que algunos autores acuden al factor personal como parte de la explicación de la colaboración anglo-americana durante la Segunda Guerra Mundial (buena "química" entre Roosevelt y Churchill) o de la tensa relación hispano-alemana en el mismo conflicto (mala "química" entre Hitler y Franco tras su único encuentro en 1940). En realidad, la explicación de fondo de la política internacional puede prescindir de la "química" pero, en determinadas circunstancias, la buena relación personal, al nivel más alto de las decisiones, puede facilitar la colaboración.



Dos políticas y políticos muy diferentes


Hoy, la gran crisis económica golpea con fiereza a los dos países que tienen al Río Bravo por frontera. En México estamos condenados a seguir adelante con una administración federal muy desgastada, sin ninguna idea nueva, capturada por los intereses oligárquicos y conducida por un equipo del que están ausentes "the best and the brightest". En contraste, la gran potencia norteamericana está encabezada por una administración que, en su contexto, es de centro-izquierda, llena de energía gracias a una elección sin mancha, encabezada por un Presidente particularmente inteligente, bien educado, cuya biografía le permite tener empatía con el "hombre común" y, finalmente, si en su gabinete no todos son los "mejores y los más brillantes", todos cuentan con credenciales que van de adecuadas a excelentes.

La actual crisis económica mundial ha obligado a los gobiernos de Estados Unidos y México a actuar y el contraste es notable. El norteamericano reaccionó rápido, con energía y dispuesto a usar el gasto público como estímulo para la economía. Siguiendo el espíritu keynesiano, Washington ha decidido incurrir en un déficit fiscal equivalente al 13% del PIB para alentar la recuperación vía el gasto en infraestructura, educación y salud. En contraste, en México, sus autoridades, siguiendo el desacreditado modelo neoliberal, han optado por lo opuesto: reducir el gasto público en 85 mil millones de pesos, mantener un déficit de menos del 4% del PIB y esperar a que la recuperación estadounidense saque a México de su depresión. Cada gobierno está mostrando así sus preferencias ideológicas y compromisos.

El contraste entre las orientaciones políticas al sur y norte del Río Bravo es patente y podría augurar una relación difícil. Sin embargo, la experiencia histórica en este campo es ambigua. Entre jefes de Estado políticamente coincidentes hay ejemplos lo mismo de buena que de mala relación pero también hay casos de una buena relación entre líderes de México y Estados Unidos pese a lo contrastante de sus personalidades y orientaciones políticas.


Ejemplos


En los 1930 coincidieron en el poder en México y Estados Unidos dos presidentes -Lázaro Cárdenas y Franklin D. Roosevelt- que por convicción o necesidad se orientaron a modificar sus sociedades en un sentido progresista. Entre ellos no hubo un contacto personal pero el embajador norteamericano en México, Josephus Daniels, jugó el papel de intermediario personal. Daniels tenía una relación muy cercana con Roosevelt -había sido su jefe- y una evidente simpatía por Cárdenas y su proyecto. Daniels tradujo a Cárdenas para Roosevelt -definió el Plan Sexenal cardenista como "el New Deal mexicano"- y eso facilitó que los dos gobiernos salieran bien de la prueba que significó la expropiación petrolera de 1938.

El ejemplo contrario también existe. Durante los gobiernos de Vicente Fox y George W. Bush, la similitud de ideologías y personalidades en Los Pinos y la Casa Blanca no desembocó en una relación política particularmente productiva. Vicente Fox asumió la Presidencia mexicana en diciembre del 2000 y Bush la norteamericana menos de dos meses después. Fue así que dos administraciones conservadoras, de derecha, coincidieron en el tiempo en México y Estados Unidos. Más de un observador supuso que eso ayudaría a tener una coincidencia de intereses y fluidez en la comunicación. No fue el caso.

Inicialmente, Fox, siguiendo un sendero que ya se había empezado a trazar, decidió hacer del cambio de política hacia Cuba -criticar abiertamente su falta de respeto a los derechos humanos- el eje de una convergencia con Estados Unidos. El distanciamiento de México con Venezuela y otros gobiernos de izquierda de la región buscó subrayar el viraje. Los Pinos esperaban que el cambio no sólo produjera lo que el presidente Bush declaró frente a Fox el 5 de septiembre de 2001 -que para Estados Unidos y en materia internacional, la relación con México era la más importante-, sino que además Washington diera una respuesta pronta y positiva a la demanda mexicana de llegar a un acuerdo que permitiera la legalización de la mayoría de los aproximadamente 5 millones de mexicanos indocumentados que, se calculaba entonces, se encontraban trabajando en Estados Unidos.

El deseo del gobierno de Fox de lograr establecer un tipo de relación especial con Washington, basada en la nueva legitimidad democrática mexicana y en la comunidad de puntos de vista conservadores entre los presidentes, se vino abajo dramáticamente como resultado de las acciones de un tercer actor: los ataques de los islamistas de Al Qaeda a Nueva York y Washington el 11 de septiembre del 2001.

De acuerdo con el entonces embajador de Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow, la reacción mexicana al ataque terrorista no mostró el grado de solidaridad que esperaba Washington y eso se tomó en cuenta. A partir de entonces la política exterior norteamericana se centró en la "guerra contra el terrorismo". La supuesta "buena química" entre Fox y Bush no logró que unos Estados Unidos volcados en los temas de seguridad y en sus acciones militares en Afganistán e Iraq, le dieran importancia a las cuestiones planteadas por México; éstas simplemente desaparecieron del radar político de Washington. Cuando en 2003, el representante mexicano en la ONU no apoyó incondicionalmente la invasión de Iraq, la indiferencia de Bush hacia México se acentuó.

La relación Lyndon Johnson-Gustavo Díaz Ordaz puede ser un ejemplo de relación personal relativamente buena -así lo muestra la correspondencia en la biblioteca de Johnson en Austin, Texas. Internamente Johnson fue la fuerza tras el Acta de Derechos Civiles de 1964 que puso fin a formas de discriminación racial y fue también el creador de la "Gran Sociedad", una política encaminada a "acabar con la pobreza y la injusticia" en Estados Unidos. En contraste, Díaz Ordaz fue un político de derecha, autoritario y sin sensibilidad social. Lo anterior no impidió que, no obstante la matanza del 2 de octubre de 1968, Johnson le enviara a Díaz Ordaz una carta personal felicitándole a nombre de la humanidad por haber llevado a cabo los juegos olímpicos.


El punto central


La naturaleza misma de la relación entre México y Estados Unidos tiene sus raíces y razones en los niveles más profundos de sus respectivas historias nacionales y, sobre todo, en la enorme asimetría de poder entre los dos. Desde esta perspectiva, resultan de importancia relativamente secundaria las diferencias o coincidencias de las ideologías y de los rasgos personales de quienes estén al frente de cada uno de los dos gobiernos.

La necesidad norteamericana de tener en su frontera sur un sistema político y social estable, hace que finalmente la mejor defensa del interés mexicano sea una política doméstica que no dé problemas, que cuente con un apoyo local sólido, con una legitimidad adecuada, con un proyecto político y económico aceptable y con un entramado institucional eficiente. Desafortunadamente eso es lo que hoy no existe. Teniendo como trasfondo el "haiga sido como haiga sido" del 2006, la caída brutal de la economía, el aumento de la pobreza y la desigualdad y el dudoso éxito de la "guerra contra el narcotráfico", Estados Unidos está preocupado por la viabilidad de México (ver la primera plana del Washington Post del 28 de julio). Así, la falta de "química" en el próximo encuentro de Guadalajara es una mera anécdota, lo realmente importante es el fracaso mexicano en su frente doméstico.
kikka-roja.blogspot.com/

jueves, 23 de julio de 2009

La pequeña guerra que creció: Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA
La pequeña guerra que creció
Lorenzo Meyer
23 Jul. 09

El enfoque original de la "guerra contra el narcotráfico" fue norteamericano. ¿No sería útil uno mexicano?

El principio

Actualmente, tanto el discurso oficial como las crónicas sobre el conflicto entre el Estado mexicano y las organizaciones de narcotraficantes se refieren al mismo como una guerra. Si por ésta se entiende un estado de hostilidad intensa entre fuerzas opuestas, entonces se debe concluir que hace tiempo nuestro país es escenario de una guerra entre las instituciones de gobierno -Ejército, Armada y policías- y los cárteles de la droga.

Generalmente es posible saber cuándo y por qué se inician las guerras. Una peculiaridad de este caso es que resulta difícil fijar con precisión la fecha en que una mera serie de operaciones rutinarias de la autoridad contra productores y traficantes de sustancias prohibidas se transformó en una guerra que, en su última fase -los 32 meses del gobierno de Felipe Calderón-, ya ha cobrado la vida de más de 12 mil mexicanos.

El inicio

En el inicio, la naturaleza y característica de la lucha fueron determinadas por Estados Unidos, cuya presión dio origen a la convocatoria para formar una Comisión del Opio en Shanghai en 1909 y la Convención Internacional del Opio celebrada en La Haya en 1912. Ahí, 11 gobiernos acordaron prohibir el comercio del opio, la cocaína y la heroína.

En realidad, Inglaterra y Francia habían creado el problema que pretendían resolver con ilegalizar lo que antes habían fomentado al obligar a China a comprar y consumir opio a lo largo del siglo XIX -un comercio del que también se benefició Estados Unidos. Sin embargo, al inicio del siglo pasado, esas potencias se alarmaron al comprobar que su codicia había dado vida a un monstruo dentro de ellas mismas. Hoy la lucha sigue sin que ninguna autoridad nacional o internacional haya atinado a resolver realmente un problema que ya es universal.

México

Hasta los 1960 la producción, consumo y comercio de las drogas prohibidas, que ya incluían la marihuana, eran un problema menor entre nosotros. La exportación de drogas al mercado norteamericano era una operación modesta, básicamente en manos norteamericanas. El carácter actual del problema se inició en los 1970; cuando México, empujado por el gobierno de Washington y sin darse cuenta del tipo de conflicto en el que entraba, inició "la guerra". Froylán Enciso, un estudioso del tema, ha calificado lo que sucedió a partir de entonces como "la fundación de una cultura y un estilo de vida que, con el tiempo, mermó la imagen del gobierno mexicano" ("Drogas, narcotráfico y política en México: protocolo de hipocresía" en Una historia contemporánea de México, T. 4, pp. 183-245).

En México, ha sido siempre la presión norteamericana la que ha marcado el ritmo e intensidad con que se ha desarrollado la guerra contra el narcotráfico. Ante el incremento en el consumo de drogas en Estados Unidos, en junio de 1969, México se comprometió con su vecino del norte a combatir el "problema global de las drogas". Pero, como Washington no pudo resistir explotar la ocasión, de manera políticamente espectacular y absolutamente unilateral, en septiembre puso en marcha la "Operación Intercepción" (OI) que, con el pretexto de interceptar las drogas provenientes de México, dislocó la vida de la frontera común y humilló a un gobierno particularmente cooperador con Estados Unidos: el de Gustavo Díaz Ordaz. Lo que la OI buscó fue dejar en claro que la raíz de la drogadicción estaba en sistemas políticos como el mexicano, que por su ineptitud y corrupción, no detenían la producción y el tráfico de los estupefacientes que corrompían a la juventud norteamericana.


El inicio de una 'espléndida pequeña guerra'


"A Splendid Little War" llamó John Milton Hay, entonces secretario de Estado, a la guerra que libró Estados Unidos contra España en 1898. A juzgar por los propios documentos norteamericanos, en Washington quisieron creer que algo similar tendría lugar en México si se obligaba a su gobierno a resolver por la vía de la acción armada el problema que presentaba la producción de marihuana y cocaína para el mercado norteamericano.

El 15 de agosto de 1975, se presentó un reporte interno del gobierno norteamericano sobre la oferta de heroína elaborado para la Drug Review Task Force (Declassified Documents Reference System, N° CK3100097267). México, aseguró ese documento, era ya la fuente principal de heroína -77 por ciento- para el mercado norteamericano al punto que ya había sustituido a la "conexión franco-turca" en ese campo. Hacía ya 30 años que México cultivaba amapola y procesaba la heroína para el mercado estadounidense, por eso pudo sustituir a los proveedores asiáticos y franceses. Ya en 1947, las agencias norteamericanas habían detectado la existencia de 10 mil campos de amapola al norte de Culiacán. Sin embargo, por mucho tiempo la tarea de localización y destrucción de esos plantíos nunca estuvo a la altura de la extensión del problema (en los 1950 apenas se destruyeron anualmente entre 40 y 80 hectáreas de amapola y en el decenio siguiente 400). Y es que en los 1960 sólo se habían empleado en la tarea de localización de plantíos dos helicópteros y tres aviones ligeros.

En un memorándum elaborado cuatro meses antes, el 15 de abril de 1975 (Declassified Documents Reference System, N° CK3100112800), el Departamento de Estado ya había señalado el camino a la "solución final" del problema. Partía del supuesto que, pese a la tensión causada, la "Operación Intercepción" había valido la pena porque México ya "estaba siguiendo un vigoroso programa de destrucción de narcótico". El resultado final del programa dependía simplemente de poder transportar "a tiempo" a los policías federales y efectivos del Ejército que debían destruir los plantíos de amapola y marihuana. A la embajada realmente le entusiasmaba que el gobierno mexicano estuviera dispuesto a instalar retenes en los caminos de las zonas productoras e imponer penas de cárcel no menores a cinco años a los acusados de narcotráfico. Lo mejor de todo, según tan optimista informe, era que el vecino del sur destinaba ya ¡24 millones de dólares anuales en el programa de erradicación! aunque para la otra cara del problema, la prevención y tratamiento de adictos mexicanos, apenas se gastarían 1.6 millones de dólares. Obviamente las prioridades en la materia eran más norteamericanas que mexicanas.

Desde la esperanzada perspectiva que hace 34 años dominaba en Washington, el obstáculo a superar para que un México cooperador dejara de ser el proveedor creciente de "substancias narcóticas ilegales" para el mercado norteamericano era algo realmente sencillo: acabar con "la insuficiencia de material y personal entrenado [para usarlo] en México". Era ahí donde debía entrar la "ayuda" norteamericana.

Los documentos citados implicaban que la estrategia básica -identificación, destrucción del cultivo y cárcel para los responsables- consistía en que México pondría a los combatientes y Estados Unidos los aparatos. Por otra parte, apenas si hubo una mención sobre qué hacer con los campesinos implicados en la economía de la producción de drogas y ésta consistió en recomendar algo tan simple como irreal: un programa educativo para alentar la sustitución de ¡amapola por frijoles y maíz! Obviamente una recomendación de esa naturaleza sólo buscaba llenar el expediente pues la estrategia real se basaba en el unilateralismo: si lo básico era poner fin a la oferta, el camino más simple y directo era el de la fuerza. Cómo se iba a resolver en México el problema de cambiar la economía campesina de la amapola y la marihuana por la del maíz y el frijol, era algo que realmente a Washington no le importaba.


Una solución que no lo fue


Para 1975 Estados Unidos creyó haber encontrado la manera de terminar con el narcotráfico mexicano por la vía de la mera intensificación de la destrucción de plantíos y aumento de las penas a los infractores. Desde entonces han transcurrido más de 30 años y la estrategia sigue siendo básicamente la misma, la diseñada por Washington, pero el problema no se ha resuelto.

La "espléndida pequeña guerra" imaginada hace 34 años se ha convertido en un fracaso interminable que obliga a repensar el problema desde una perspectiva más compleja y realista por lo que se refiere a la ética, a las economías del consumo y producción de lo prohibido y a las debilidades institucionales de los gobiernos involucrados. Primero se deben identificar las estrategias que cuadren a los intereses de México como nación y sistema político, independientemente de lo que convenga a Estados Unidos. Después, y sólo después, se tendría que negociar la fórmula que hiciera compatibles esos intereses nuestros con los de la gran potencia.

kikka-roja.blogspot.com/

Buscar este blog

Gracias por tu Visita ¡

Nuevo

TAMALES UGALDEÑOS DEL TATA JORGE ARVIZU

Para los que pidieron el archivo del 2007, los tamales oaxaqueños ugaldeños grabado por Jorge Arvizu El Tata. Buen Provecho ARDAN PRIANISTAS...

Todos los Archivos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...