Tanto se esmeró Enrique Peña Nieto un viernes reciente en la Universidad Iberoamericana en reivindicar el espíritu represivo mostrado por su gobierno en San Salvador Atenco que ahora ese fantasma golpeador le acompaña en algunos de sus actos entrañables de campaña. Al día siguiente de su accidentada excursión por el territorio educativo de los jesuitas en Santa Fe, viajó a Saltillo, capital del estado administrado por sus solidarios hermanos Moreira, y allí algunos de quienes protestaban contra el candidato presidencial de tres colores fueron golpeados por dirigentes priístas amablemente observados por policías municipales ( http://bit.ly/JE9OaZ ).
Ayer, en otra demarcación entregada a él en términos presupuestales y ejecutivos, en el Veracruz de Javier Duarte, el de las maletas millonarias voladoras, el neofranquismo marinado y el periodismo crítico amenazado y asesinado, otros opositores a Peña Nieto fueron castigados físicamente, esta vez en Córdoba. (Los organizadores de esta protesta se esmeraron en advertir el carácter pacífico y no partidista de su movilización, como puede comprobarse en http://bit.ly/Mhjs5Y, pero aún así hubo amenazas previas y acción represiva puntual, como si se quisiera mandar un mensaje amenazante a quienes organicen otras manifestaciones contra Peña Nieto e insistan en recordarle el asunto de Atenco. Ese riesgo de la provocación montada, y del manejo tramposo de los medios de comunicación para enjaretar a los opositores la culpa de actos violentos generados desde el poder, es una de las consideraciones que deben tomar en cuenta quienes de buena voluntad exploran la posibilidad de asistir a una manifestación anti EPN en el Zócalo capitalino que tiene josefinistas promotores, no tiene nada que ver con el lopezobradorismo y puede ser usada en contra, sobre todo si hay violencia sembrada, de la candidatura de izquierda a la que pretenden endilgarle una campaña de odio contra el aspirante priísta).