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jueves, 22 de febrero de 2007

Lorenzo Meyer

Fox o la democracia elitista
Lorenzo Meyer
AGENDA CIUDADANA

Responsabilidad. La política electoral que desarrolló Vicente Fox al final de su gobierno tenía implícita una definición de democracia: La competencia leal por la Presidencia sólo es aceptable si tiene lugar entre candidatos y partidos con proyectos conservadores similares. Si una de las fuerzas contendientes se sale de ese esquema y se propone representar los intereses de las "clases peligrosas" -las mayorías- entonces se vale detenerlo a como dé lugar. La pugna entre Fox y Labastida en el 2000 fue del primer tipo, la del 2006 entre Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Calderón del segundo, por eso la diferencia en la calidad de ambas elecciones.

Le han llamado irresponsable a Fox por su admisión pública en Estados Unidos de haber dejado de lado el papel de actor neutral que le correspondía como presidente saliente y haber intervenido de manera abierta en la lucha partidista por su sucesión. Sin embargo, tomando el concepto de responsabilidad en su sentido estricto, resulta que ése es uno de los pocos calificativos que simplemente no le quedan al ex Presidente, al menos no en materia electoral. El personaje de San Cristóbal es el principal responsable de que el año pasado se haya perdido en México la gran oportunidad histórica de consolidar la calidad de la recién conquistada democracia política. Obviamente el ex Presidente no fue el único causante de ese daño. Muchos acompañaron al Presidente-ranchero en su empeño por desviar el rumbo que el país parecía haber tomado en el 2000: Su esposa y su partido, los grandes capitales, un buen número de medios de difusión, el Instituto Federal Electoral, el Poder Judicial, una buena parte del Poder Legislativo, gobernadores, iglesias, líderes sindicales y de partidos, intelectuales y, finalmente, los miedos y prejuicios clasistas e incluso racistas de una buena parte de la clase media mexicana.

Sinceridad. A Fox se le pueden echar en cara una pila de cosas, pero ya no el que rehuya su responsabilidad en el gran descalabro del proceso de desarrollo político de México en el 2006. Al contrario, se muestra orgulloso de ello. Según informes de prensa provenientes de Washington, D.C., (Proceso, 18 de febrero), el 12 de febrero Fox hizo allá una afirmación rotunda y decisiva en relación con la naturaleza de la legalidad y legitimidad del proceso electoral en que se decidió su sucesión. En el marco de una conferencia-entrevista pública con una reportera norteamericana, el ex Presidente aceptó que el resultado final del desafuero de Andrés López Obrador (AMLO) promovido por él en el 2005 resultó en una derrota política para su gobierno "…pero 18 meses más tarde yo tuve la victoria" (Reforma, 13 de febrero). En otro diario la afirmación fue traducida de manera ligeramente diferente. "Pero 18 meses después, me desquité cuando ganó mi candidato", (El Universal, 13 de febrero).

En cualquier caso Vicente Fox admitió lo que había sido evidente a todo lo largo del proceso electoral del 2006: Que en esa coyuntura él abdico de su papel de jefe del Estado, de estadista "au dessus de la mêlée", para asumir el propio de un participante -quizá el principal- en la disputa por el poder y el proyecto. De hecho, a partir del 2005, desde la Presidencia y usando todo el poder de esa institución, Fox encabezó no tanto la campaña electoral de Felipe Calderón -"mi candidato"- sino la ofensiva contra AMLO. Los spots presidenciales en radio y televisión en el 2006 (cientos de miles) estuvieron en el centro de esa especie de cruzada contra el candidato de la izquierda. El mensaje desde la más alta tribuna política era: Cualquiera, menos el tabasqueño. Así pues, tiene razón el ex Presidente en asumirse como el arquitecto de la derrota final de aquel al que primero intentó, sin éxito, cerrarle el paso mediante el juicio de desafuero para que no pudiera llegar a ser el candidato de la izquierda. En fin, que es tan cierta como clara la afirmación de Fox de "me desquité", pero es más clara aún ésa de "yo tuve la victoria". Este "yo", tan diferente de aquel otro igualmente notable -"¿y yo por qué?"-, está muy bien plantado.

Echando la vista hacia atrás, es claro que el primer y gran éxito histórico de Fox fue su campaña presidencial. El Fox del 2000 hizo lo que sabía y debía hacer en la coyuntura: Ser el vendedor perfecto de sí mismo: espontáneo, seguro, de argumento simple y prometedor de un futuro colectivo tan brillante como fácil, no en balde había sido gerente de Coca Cola. El objetivo entonces era sacar al PRI de "Los Pinos" y se logró. Debió de pasar un sexenio -el suyo- antes que el guanajuatense se anotara el segundo gran éxito político de su carrera. Para lograrlo hizo de lado su papel de presidente para transformarse, de nuevo, en gran vendedor. Sin embargo esta vez lo que vendió no fue algo positivo, una promesa, sino la imagen muy negativa de AMLO que el Presidente, el PAN y muchos otros habían ido construyendo. Montado en lo único que cuidó y cultivó sistemáticamente a lo largo de su sexenio -su popularidad personal-, Fox se puso al frente de una gran campaña mediática contra el "populista" que ponía en peligro el supuesto gran futuro de un México cuya economía en realidad apenas si creció en promedio al 1 por ciento anual en términos reales y que había pasado del 9° al 14° lugar mundial.

El activismo electoral del jefe del Estado mexicano fue de tal magnitud que, al final, una autoridad tan parcial y renuente a llevar la lógica de sus propios argumentos hasta sus últimas consecuencias, como fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), no tuvo más remedio que admitir que Fox había puesto en riesgo la elección misma. Sin embargo, el TEPJF se quedó corto en su caracterización de la conducta del entonces presidente. Fox no sólo puso en riesgo la elección -en realidad, contribuyó decisivamente a echarla a perder- sino que afectó de manera negativa algo aún más importante y vital para el futuro político de México: El proceso de consolidación de una democracia que aún no arraigaba.

Significado. La primera victoria de Fox, la del 2000, abrió finalmente las puertas a la democracia política mexicana. En contraste, su segunda victoria, aquella donde asumió un papel que legal y moralmente no le correspondía, la que explotó los miedos de una parte del electorado, si no ha cerrado la puerta a esa democracia sí afectó negativamente su calidad y sus perspectivas. Fox reintrodujo a la Presidencia como el "gran elector", y aunque no lo hizo de la misma manera que en el antiguo régimen, al final revivió su esencia tramposa. Políticamente México retrocedió en el 2006, aunque aún es demasiado pronto para saber la magnitud de esa marcha atrás.

La dimensión de la no-consolidación democrática en nuestro país se puede medir por la polarización política que surgió tras el desafuero del candidato de la izquierda y que desembocó en una movilización social. Esa polarización creció y se instaló entre nosotros después de la elección y tras provocar dos negativas. Una fue de la autoridad electoral que se negó al recuento de los votos a pesar de que así lo aconsejaba la pequeña diferencia entre ganador y perdedor. La otra fue de la oposición, que se negó a aceptar la legitimidad de la victoria de la derecha y del proceso electoral mismo, argumentando, entre otras cosas, que la conducta presidencial había sido ilegal e ilegítima.

En cualquier sociedad, la gran prueba de la calidad del juego político democrático no esta tanto en el proceso de declarar a un ganador sino en la conducta de la oposición. En efecto, la democracia efectiva es la que permite que la disputa política discurra de manera pacífica, civilizada y constructiva pese a la magnitud de los intereses en pugna y que, al final, la parte perdedora ni pueda ni quiera -porque no le conviene-, deslegitimar el proceso sino todo lo contrario. Ése, desde luego, no es hoy nuestro caso.

El problema de fondo. Por largo tiempo, la democracia liberal en el mundo buscó restringir el derecho de las mayorías a participar en las grandes decisiones políticas. En su origen, la democracia moderna fue elitista; sólo los pocos podían ser ciudadanos plenos: Aquellos con propiedad, educación y "sentido de responsabilidad". Poco a poco la fuerza de las masas fue echando por tierra las restricciones a su participación. Sin embargo, en México los partidarios de una democracia "a la antigua", restringida, siguen siendo fuertes y encontraron en Fox a su campeón. Sólo el tiempo dirá si la victoria del ex Presidente es duradera. Por lo pronto, ha dividido aún más a un México caracterizado más por sus diferencias que por sus equidades.


Kikka Roja

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