- El internado funciona como maquiladora, aseguran
- Ex alumnas de Villa de las Niñas denuncian explotación
MARIO ANTONIO NUÑEZ LOPEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA
Internas de Villa de las Niñas, en Chalco, estado de México. Según ex alumnas, las administradoras de la institución hacen trabajar a las menores sin pagarles Foto: Javier Salinas / archivo
Chalco, Mex., 20 de junio. Rafaela Alejandro, de 17 años, y Agustina Solís, de 18, son dos jóvenes que pasaron varios años en Villa de las Niñas, internado que abandonaron en marzo afectadas por diversos malestares, entre ellos imposibilidad de caminar. Una vez fuera de la institución, denunciaron que eran obligadas a cumplir con largas jornadas de trabajo maquilando prendas de vestir, sobre todo ropa deportiva y de bebé, toallas, artículos deportivos, tarjetas, bordados, tejidos y diademas.
Relataron que las alumnas mayores, sobre todo las que estudian la carrera de técnica supervisora en industria del vestido, tienen que trabajar todos los días en el taller de costura, algunas veces hasta la madrugada, para cumplir con la faena que se asigna a cada una, y no recibían gratificación, con el argumento de que lo recaudado por la venta de todo lo que ahí se maquila es para mantener el internado, administrado por las Hermanas de María. Rafaela y Agustina son originarias de Tlapa de Comonfort, Guerrero. Pese a las condiciones en que se encontraban, dicen, querían terminar el bachillerato porque sólo les faltaba el ultimo cuatrimestre y, como todas las internas, sus familias no podían costearles su educación, pero cuando quisieron regresar fueron rechazadas por la madre superiora, Margie Cheong, porque, según les dijeron, desprestigiaron el internado al hablar con la prensa sobre sus problemas. Expulsadas definitivamente y con sus documentos en mano, dicen que ya no tienen por qué callar sobre las condiciones en que viven cientos de niñas que carecen de otra opción para salir de la pobreza.
Además de maquilar los uniformes de todas las menores que cursan primaria, secundaría y bachillerato, las internas más grandes (secundaria y bachillerato) tienen que producir prendas extras. Descubrir ''el temor a Dios'', rezar para ''purificarse'', estudiar y trabajar, era, dicen, la rutina de todos los días. Villa de las Niñas recibe a menores que provienen de zonas pobres de los estados de México, Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Veracruz, principalmente. Personal de la orden religiosa visita esas regiones y recluta estudiantes. El internado tiene capacidad para 4 mil 500 alumnas, quienes sólo tienen derecho a una visita familiar y dos periodos vacacionales al año. No pueden hablar por teléfono y las cartas que envían o reciben son revisadas por las religiosas. Algunas de las carreras que pueden estudiar son asistente ejecutiva, contabilidad, trabajadora social, informática e industria del vestido. Entre febrero y abril cientos de alumnas presentaron una serie de síntomas, entre ellos la incapacidad de mantenerse en pie. Primero se dijo que se trataba de un caso de histeria colectiva y después se diagnosticó como padecimiento sicogénico de la marcha. Las autoridades sanitarias del estado de México acaban de exculpar a las Hermanas de María de cualquier responsabilidad por los trastornos de las menores, pues en principio se dijo que eran producto de la tensión, por la rígida disciplina de la institución. El dictamen final determinó que el origen de sus males está en los conflictos de las familias de que proceden.
Muchas de las afectadas, dicen las entrevistadas, eran compañeras suyas en la carrera técnica de ''industrias'', que incluye trabajar en talleres. Rafaela explicó que a ella le correspondía confeccionar playeras, pants, shorts, licras, sudaderas, suéteres, ropa de bebé y vestidos, entre otras prendas, y artículos como tarjetas y bordados y tejidos, los cuales se vendían dentro o fuera de la villa. Con frecuencia la jornada en el taller terminaba a las ocho de la noche, y después debían cenar y hacer la tarea escolar. Además, sus compañeras confeccionaban vestidos de noche y de novia. Cada generación que termina deja una prenda de este tipo ''de recuerdo'' a la villa.
-¿Cada cuándo tenían taller vespertino de costura?
-¡Todos los días! -contestan.
''Sacábamos mucha producción porque luego la madre, cuando no avanzábamos, nos decía que no íbamos a dormir hasta terminar. A veces nos quedábamos hasta las 11 (de la noche)'', aseguró Agustina.
-¿Cuántas trabajaban en el taller?
-Eramos unas 200.
-Si no las terminaban ¿las castigaban?
-No existía esa posibilidad. Había que terminar a la hora que fuera. Un día nos dieron las seis de la mañana.
Chalco, Mex., 20 de junio. Rafaela Alejandro, de 17 años, y Agustina Solís, de 18, son dos jóvenes que pasaron varios años en Villa de las Niñas, internado que abandonaron en marzo afectadas por diversos malestares, entre ellos imposibilidad de caminar. Una vez fuera de la institución, denunciaron que eran obligadas a cumplir con largas jornadas de trabajo maquilando prendas de vestir, sobre todo ropa deportiva y de bebé, toallas, artículos deportivos, tarjetas, bordados, tejidos y diademas.
Relataron que las alumnas mayores, sobre todo las que estudian la carrera de técnica supervisora en industria del vestido, tienen que trabajar todos los días en el taller de costura, algunas veces hasta la madrugada, para cumplir con la faena que se asigna a cada una, y no recibían gratificación, con el argumento de que lo recaudado por la venta de todo lo que ahí se maquila es para mantener el internado, administrado por las Hermanas de María. Rafaela y Agustina son originarias de Tlapa de Comonfort, Guerrero. Pese a las condiciones en que se encontraban, dicen, querían terminar el bachillerato porque sólo les faltaba el ultimo cuatrimestre y, como todas las internas, sus familias no podían costearles su educación, pero cuando quisieron regresar fueron rechazadas por la madre superiora, Margie Cheong, porque, según les dijeron, desprestigiaron el internado al hablar con la prensa sobre sus problemas. Expulsadas definitivamente y con sus documentos en mano, dicen que ya no tienen por qué callar sobre las condiciones en que viven cientos de niñas que carecen de otra opción para salir de la pobreza.
Además de maquilar los uniformes de todas las menores que cursan primaria, secundaría y bachillerato, las internas más grandes (secundaria y bachillerato) tienen que producir prendas extras. Descubrir ''el temor a Dios'', rezar para ''purificarse'', estudiar y trabajar, era, dicen, la rutina de todos los días. Villa de las Niñas recibe a menores que provienen de zonas pobres de los estados de México, Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Veracruz, principalmente. Personal de la orden religiosa visita esas regiones y recluta estudiantes. El internado tiene capacidad para 4 mil 500 alumnas, quienes sólo tienen derecho a una visita familiar y dos periodos vacacionales al año. No pueden hablar por teléfono y las cartas que envían o reciben son revisadas por las religiosas. Algunas de las carreras que pueden estudiar son asistente ejecutiva, contabilidad, trabajadora social, informática e industria del vestido. Entre febrero y abril cientos de alumnas presentaron una serie de síntomas, entre ellos la incapacidad de mantenerse en pie. Primero se dijo que se trataba de un caso de histeria colectiva y después se diagnosticó como padecimiento sicogénico de la marcha. Las autoridades sanitarias del estado de México acaban de exculpar a las Hermanas de María de cualquier responsabilidad por los trastornos de las menores, pues en principio se dijo que eran producto de la tensión, por la rígida disciplina de la institución. El dictamen final determinó que el origen de sus males está en los conflictos de las familias de que proceden.
Muchas de las afectadas, dicen las entrevistadas, eran compañeras suyas en la carrera técnica de ''industrias'', que incluye trabajar en talleres. Rafaela explicó que a ella le correspondía confeccionar playeras, pants, shorts, licras, sudaderas, suéteres, ropa de bebé y vestidos, entre otras prendas, y artículos como tarjetas y bordados y tejidos, los cuales se vendían dentro o fuera de la villa. Con frecuencia la jornada en el taller terminaba a las ocho de la noche, y después debían cenar y hacer la tarea escolar. Además, sus compañeras confeccionaban vestidos de noche y de novia. Cada generación que termina deja una prenda de este tipo ''de recuerdo'' a la villa.
-¿Cada cuándo tenían taller vespertino de costura?
-¡Todos los días! -contestan.
''Sacábamos mucha producción porque luego la madre, cuando no avanzábamos, nos decía que no íbamos a dormir hasta terminar. A veces nos quedábamos hasta las 11 (de la noche)'', aseguró Agustina.
-¿Cuántas trabajaban en el taller?
-Eramos unas 200.
-Si no las terminaban ¿las castigaban?
-No existía esa posibilidad. Había que terminar a la hora que fuera. Un día nos dieron las seis de la mañana.
Kikka Roja
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